Aventura negada
Lucía Sauma, periodista
En España la gente lee más de 10 libros por año, es el país de habla hispana con el mayor hábito de lectura. El promedio a nivel mundial señala que en Estados Unidos sus ciudadanos leen 17 libros por año y el que encabeza la lista es Finlandia con 47 libros anuales, son datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) de 2020. Conocidas estas cifras, despierta la curiosidad respecto a lo que sucede en Sudamérica; Argentina encabeza la lista con cinco a seis libros por año, le sigue Chile con cinco, luego Colombia con cuatro libros al año. Según la misma investigación realizada por la ONU, en Bolivia el 48% de los bolivianos no leyó ni un solo libro en un año, el resto, es decir el 52%, lee de uno a tres libros en el mismo lapso.
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Teniendo las cifras nos preguntamos: ¿Por qué la gente no lee? La repuesta que encontramos señala dos motivos: por falta de tiempo y por desinterés; reinterpretando libremente podríamos decir que la gente no lee porque no le gusta, porque no tiene el hábito, no encuentra placer en la lectura. La mayoría aprendió que leer es una pesada obligación, una tarea poco grata, peor todavía, varias personas opinan que la lectura es un castigo porque así tuvieron que hacerlo cuando cometieron alguna falta y los obligaron a leer lo que no querían.
Indudablemente la lectura es un hábito que se adquiere desde muy pequeños, incluso desde antes de aprender a leer por sí mismos, es decir cuando alguien con gusto nos lee un cuento, una historia y con placer le pedimos que la repita, hasta que no podemos parar y quedamos atrapados en ese maravilloso mundo que a su vez nos transporta a donde la imaginación del autor y el lector sean capaces de transportar, sin límites de espacio y tiempo, por delante solo un infinito horizonte de conocimientos.
Una cosa es leer y otra cosa comprender lo que se lee. En este punto los datos para Bolivia tampoco son felices porque más de la mitad de las personas dicen que no entienden todo lo que leen. Sobre todo en los niños y adolescentes hay una falta de concentración y comprensión de lo que se lee. Algunos niños dicen no entender porque los libros que les dan en la escuela son narrativas de una realidad que no conocen, corresponden a épocas o situaciones muy alejadas de sus propias experiencias. Esto último debería ser un indicativo de la necesidad de buscar lecturas que estén más adecuadas al pensamiento actual. Ese mismo argumento se replica para los adolescentes, una población mucho más compleja, sobre todo si se trata de personas que no tienen adquirido el hábito de la lectura desde pequeñas.
La tendencia debería ser que la lectura se convierta en una aventura anhelada, un juego y un placer del que no se quiere escapar.
(*) Lucía Sauma es periodista