Voces

Sunday 26 Jan 2025 | Actualizado a 01:09 AM

Sobre las RRSS

Carlos Villagómez

/ 1 de diciembre de 2023 / 10:29

En un programa de televisión, cuatro políticos discutieron sobre los pros y contras de las redes sociales (RRSS); argumentaban, debatían y, a pesar de su vehemencia, me llamó la atención su ingenuidad y candidez. Con el pensamiento anodino de la clase política, unos abogaban por la adscripción sin retaceos a este nuevo tiempo, mientras otra panelista, con la nueva CPE en mano, recitaba los versículos de la descolonización y la despatriarcalización para alejar esas pérfidas entidades conocidas como RRSS. Ergo: debatir sobre el futuro sometimiento cibernético de la humanidad es muy, pero muy, difícil.

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Por ello, repasemos escuetamente la opinión de los entendidos. Un personaje digno de escuchar y leer es Jaron Lanier, tecnólogo, informático, experto de realidad virtual (VR), músico, artista; en suma, un ser polifacético que luce rastas de un metro. Lanier comenzó en Silicon Valley en los años 70 del siglo pasado como un geniecillo de la VR, años después decidió vender su exitosa empresa por una millonada. Desde entonces escribe sobre la revolución tecnológica y sus efectos en la humanidad. Polémico activista contra las RRSS escribió Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato (2018), que sugiero lo leas (circula en PDF). Ahí establece su postura: no está en contra de la revolución tecnológica o del Internet per se, sino del voraz negocio que implementaron a su alrededor las grandes corporaciones, lo llama negocio INCORDIO. Según Lanier este negocio desea: Adquirir tu atención. Buitrear en la vida de todos. Colmar nuestras mentes. Dirigir nuestros comportamientos. Embolsarse nuestro dinero, y todo en una sociedad Falsaria de Falsas muchedumbres. Este ABCDEF que está por encima de ideologías y fronteras fue concebido como una eficaz maquinaria para manipular nuestras vidas con sutiles algoritmos basados en la teoría del conductismo. Lanier habla sin tapujos de adicción: estamos descendiendo hacia una dependencia suicida con las RRSS porque los ejecutivos del negocio INCORDIO conceden a los usuarios/animalitos dosis de dopamina que se entregan sutilmente a través de los likes o de torcidos algoritmos de amaestramiento global. Pero nuestro problema no termina ahí. El libro es la autocrítica de un lado del negocio global. La revolución tecnológica y los objetivos de las RRSS de la China actual son un misterio.

¿Podremos escapar de esta inmensa y subyugante Matrix? Los compatriotas, con pensamiento binario, usan la red X (ex Twitter) para conspirar en chats que son alimento  para el imperio, otros hacen memes de gatitos o se menean con reggaetón en TikTok, y yo me pregunto cuándo dejaré Facebook e Instagram.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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La ciudad como tuna

/ 24 de enero de 2025 / 00:12

Trampeando con la metáfora voy a proponer como fruto/símbolo representativo de nuestra ciudad a la tuna.

Me atrevo a este juego simbólico porque nuestra sociedad urbana alucinó con ese pequeño fruto (de la familia de las cactáceas conocido científicamente como Opuntia ficus-indica) cuando doña Emilia, un niño en amargo llanto, un anciano en pantuflas y un doctor hecho el custodio, se enzarzaron en un tunal de un cerro perdido en los Andes. El encuentro dio pie a una infinidad de exageraciones raciales, mediáticas, políticas, y sensibleras que se remató con el recibimiento del mismísimo presidente constitucional del Estado Plurinacional a doña Emilia. Sin duda alguna, una historia de puro realismo mágico, amplificada codiciosamente por los medios y las RRSS, que culminó con demagógicos regalos y condescendientes elogios a la víctima.  La agenda mediática cambió en un tris con infinidad de comentarios, desde las sabihondas cavilaciones de la ideología woke hasta el lamento boliviano del soberano.  Hasta este enero del año 2025 no sabíamos que la Opuntia ficus-indica, era el fruto más representativo de esta ciudad.

Tenemos, metafóricamente hablando, las siguientes coincidencias con la tuna: Somos un mini fruto urbano, tan pequeño como la tuna, de menos de un millón de habitantes; no somos una gran sandía como la Franja de Gaza.   Somos también, un fruto urbano que cambia de color en breves intervalos de tiempo; las coloridas gestiones municipales van del amor al odio en un santiamén.  Somos una sociedad urbana protegida por una gruesa cascara llena de minúsculas púas (conocidas como kepus), invisibles y etéreas, que joden más que las púas de verdad.  Somos, además, un conjunto social aislado en múltiples burbujas (como las pepas de la Opuntia ficus-indica) que nadan en un líquido viscoso y azucarado; es decir, nuestras relaciones de amor y odio son aparatosamente melosas. Y, por último, nos asemejamos a la tuna porque crecemos en un terreno yermo, tirados de la mano de Dios, sin cuidados materiales ni sentimentales; somos una ciudad silvestre que se alimenta y desarrolla de la nada. 

El escudo de nuestra ciudad lleva, inexplicablemente, hojas de olivo y laurel ¿a quién se le ocurrió semejante desvío iconográfico? ¿dónde se cultivan? Propongo que se reemplacen esas ramas por tunales.

Más allá de las ironías emergentes de esta metáfora, agradezcamos infinitamente que nos asemejamos a la tuna y no a la sandía. Nuestros problemas, incluso los más trágicos y adversos, son silvestres. Los resolvemos con una ingenuidad humana que raya en la bobería y no con auténticos genocidios ni guerras globales como sueñan algunas pepas.

Carlos Villagómez es arquitecto.

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Una IA soberana

/ 10 de enero de 2025 / 08:11

El Foro Económico Mundial ha lanzado el desafío histórico a los pueblos del planeta para desarrollar una Inteligencia Artificial (IA) soberana, entendiendo a ésta como la urgencia de formar talento propio y centros de desarrollo (infraestructura de hardware, etc.) que contribuyan a formar, con sentido propio, la más disruptiva de todas las tecnologías digitales. Esta convocatoria plantea una IA soberana como una estrategia nacional de sobrevivencia ante el avasallamiento imparable de las Big Tech (Google, X, Amazon, Facebook, etc.), que inauguraron una nueva fase del capitalismo al formar parte del gobierno americano con la alarmante sociedad Donald Trump/Elon Musk. Pero, el imperialismo americano no está solo en la cuarta revolución industrial. El nuevo poder imperial chino, con larga experiencia en la sociedad del poder político con el empresarial, también trabaja en tecnologías disruptivas y conquista continentes.

Nuestro avance en una IA soberana es casi cero. Somos consumidores irreflexivos y maquinales. En Bolivia hay tantos teléfonos inteligentes como población, y más de la mitad de los hogares tiene internet fijo. Es decir, no hay lugar en este vasto y despoblado territorio que no tenga un consumidor aculturizado de toda la influencia extranjera que viene con esos artilugios. Pasamos el tiempo embobados con memes en TikTok o en FB, y deslizamos ociosamente los dedos en la pantalla buscando estupideces en la infinita basura universal de la nueva sociedad digital/global. En cualquier casona de la clase alta o en un rincón perdido del Altiplano intercambiamos esas boberías para reírnos de nuestra existencia. Pero, detrás de ese “entretenimiento”, se está gestando la mayor de las inequidades de la historia humana que afectará radicalmente a las sociedades del sur global sin haber lanzado un solo misil ni desembarcado tropas.

Un estudio llamado ILIA, Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial, analiza el desarrollo de la IA en la región con datos y gráficos país por país. Chile, Brasil y Uruguay encabezan el ranking en todos los temas. Bolivia está casi al final en todos los aspectos analizados: talento humano, investigación, regulación, institucionalidad, etc. En el último ILIA, donde solo participó un docente boliviano, se menciona: “Bolivia no cuenta con una Estrategia en IA ni de una institución abocada de forma específica a esta materia ni tampoco de mecanismos que generen participación ciudadana o de stakeholders”.

Somos y seremos pasto del imperialismo digital/global mientras reímos intercambiando memes sobre los mediocres y anacrónicos candidatos en la pugna electoral de este año 2025, que ya se percibe de espanto.

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Megalópolis

/ 26 de diciembre de 2024 / 22:35

La última película de Francis Ford Coppola, un genio de 85 años, es ambigua. Por momentos sobresaliente y a ratos un sopor. Como retrata a los arquitectos en medio de una distopía capitalista, van unos comentarios sobre algunas manías de mi gremio.

Ford Coppola construye al héroe, el arquitecto Cesar Catilina (Adam Driver), como un semidiós del urbanismo a lo Frank Lloyd Wright, Le Corbusier o Norman Foster. El arqui Cesar Catilina crea, ex nihilo, con un lápiz y unas escuadritas, la ciudad del futuro Megalópolis que reemplace al New York oscuro, amoral y libertino, del tercer milenio. Además, ese arqui vestido de negro, es también científico y crea un nuevo material, el Megalón, con el cual construirá ciudades, vestidos, tazas, etc. O sea, el arqui es: diseñador, investigador, promotor, churro, amante, filósofo, borrachín y puede detener el paso del tiempo. Todo un portento que merece el Premio Nobel. Vaya plomazo.

Las escenas donde Cesar Catilina muestra a una vasta audiencia su nueva ciudad son geniales. Explica su gran maqueta con esa filosofía barata con la cual los arquis presentamos nuestras ideas: un bla bla sobre la humanidad, lo fenomenológico, la resiliencia, el estilo, entre otras linduras. Todos subidos en un inestable andamiaje. Claro que el viejo Ford Coppola sabe de símbolos.

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Megalópolis recibió críticas divididas: “Excesiva, errática, inclasificable… un despropósito de proporciones épicas”, “la cosa más loca que he visto. Y mentiría si dijera que no he disfrutado cada segundo”. Yo la he gozado por partes. Las escenas del estudio del arqui, con un grupo de asistentes a cuál más excéntrico y estrambótico, son calcadas de la realidad. A la hora de diseñar somos atrabiliarios y presuntuosos jugando con maquetitas sin pensar en el otro. Por si esto fuera poco, nos promocionamos como Mesías dispuestos a salvar la humanidad con nuestras ideas arquitectónicas; pero, por supuesto, sin perder la ocasión de hacer negocios para el gran capital sea del tío Crassus III o del alcalde el negro Cicero.  Obviamente, a tan enervante personaje, le iba a llegar su merecido: un niño, otro Hijo de Sam, lo encuentra en un estacionamiento y le pega un tiro en la cara.

Pero como los viejitos somos tiernos, Ford Coppola termina su fábula, épica y exuberante, con un mensaje de telenovela sudamericana: “con amor todo florece”. El arqui resucita con Megalón y con su nueva familia pasea por Megalópolis en unos espacios futuristas realizados, dicho sea de paso, con los peores efectos especiales del último tiempo. Al director y guionista, que puso 120 millones de dólares de su fortuna amasada con el vino, no le alcanzó para efectos de primer nivel. Es que las y los arquis no nos merecemos más.

Carlos Villagómez es arquitecto

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¿La pelota no dobla?

Carlos Villagómez

/ 13 de diciembre de 2024 / 06:01

Como este medio es indisimuladamente tigre (les estamos soplando la nuca, ya viene la Navidad, etc.), declaro que soy del Bolívar desde siempre. Mario Mercado, en persona, le regaló una mini camiseta celeste a mi hijo y la depositó en su cuna. Mis nietos continúan esa pasión. Por todo ello, van tres reflexiones sobre los partidos políticos (de derecha, centro o de izquierda) y los clubes de fútbol; porque, a mi juicio, ambos son empresas privadas con importantísimos réditos.

Consulte: Un plátano y un locoto

1. Partidos políticos y clubes de fútbol deben crecer ganando adeptos; a los primeros se los llama militantes, a los segundos, hinchas. Cada cual manda sus mensajes y construye relatos para convencer al soberano. Están sometidos a poderes globales, ejemplo: los partidos al Grupo de Puebla, Cuba o Estados Unidos; y todos los clubes a la FIFA (el mayor poder global sin ética ni trasparencia). Las “empresas políticas” conforman su politburó (Estado Mayor del Pueblo, presídium y jefaturas que son los principales accionistas) y los clubes de fútbol, sus directorios. ¿Quién controla a ambos? Pues, nadie. Sus manejos quedan en un agujero negro interestelar. Con un golpe de suerte, ambas empresas son de las más rentables, aunque con una gran diferencia: los partidos políticos juegan con plata ajena (casi toda del Estado) y los clubes arriesgan sus capitales.

2. Bolívar decidió incorporarse al negocio global del fútbol. Ahora tiene planificación a futuro, obras visibles, academias, y un trato a los jugadores inigualable. Eso levantó sospechas porque sabemos cómo son las empresas del fútbol internacional. Pero, Bolívar está construyendo algo imprescindible en Bolivia: institucionalidad seria, estable y resiliente. Como eso levanta envidias, sus rivales de la Liga le juegan a la mala, al catenaccio, a tirar pelotazos a ver si algún defensa se equivoca o les regalan un penal; objetivo táctico: ganar al millonario como sea y a festejar como posesos.

En el ranking FIFA Conmebol, Bolívar está en el puesto 16. En el último clásico, la posesión de la pelota llegó a 72% de los celestes y 28% de los atigrados. En lo referido a la institución, pienso que Bolívar tiene 90% contra 10% de los otros equipos de la Liga. Por esa voluntad de jugar bien al fútbol, administrar empresarialmente desde Mercado a Claure, los celestes cumplen dignamente en el exterior, los equipos del ollazo son una lágrima.

3. Pero veamos el trasfondo. En política como en el fútbol estamos muy mal; pero, paradójicamente, los gremios de los politólogos y los periodistas deportivos crecen como hongos porque el vil metal necesita voceadores que amplifiquen el usufructo de nuestras pasiones. El dinero dobla a la pelota y tuerce ideologías mientras adormece al pueblo con perorata mediática.

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Un plátano y un locoto

/ 29 de noviembre de 2024 / 06:00

Hace poco un joven chino escribía en sus RRSS: “Soy Justin Sun, y me complace anunciar que he adquirido la icónica obra de Maurizio Cattelan ‘Comedian’. No se trata solo de una obra de arte; representa un fenómeno cultural que une los mundos del arte, los memes y la comunidad de criptomonedas”. El asiático, dueño de la empresa de criptomonedas TRON, pagó a Sotheby’s la suma de 6.200.000 dólares por un plátano, común y silvestre, putrescible e insignificante, pegado con cinta adhesiva plateada en el muro de esa empresa de subastas de arte en New York.

Maurizio Cattelan es un artista italiano que cultiva el arte conceptual (una rama ambigua de las prácticas estéticas contemporáneas), conocido por irreverente y provocador. Realizó esculturas controvertidas de Hitler y de Juan Pablo II que lo llevaron a la cúspide del estrellato. Para seguir fastidiando al mundo artístico, el año 2019 pegó un plátano en un muro de la feria Art Basel Miami Beach diciendo que era una obra de arte y que costaba 120.000 dólares. Se armó un quilombo monumental. La prensa, televisión, las RRSS y los críticos de arte comenzaron una interminable secuela de notas que lograron lo que buscaba Cattelan: subir la cotización hasta los millones que pagó el chinito.

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En Occidente, el arte conceptual transita por caminos absurdos e ilógicos, pero con millonarias cotizaciones en New York, Londres o París. Como escribí anteriormente acerca del triunfo de la extravagancia en el arte, ahora nos toca insinuar el éxito de lo absurdo. ¿Por qué en esos espacios del arte se llegan a esos extremos? ¿Por qué Duchamp, que comenzó todo exponiendo a principios del siglo XX un urinario, sigue estimulando esas exacerbaciones estéticas?  Parece que el absurdo en el arte se convierte en un espejo que refleja nuestras contradicciones existenciales; y que sólo, en ese espacio especular, aceptamos experimentar en libertad las ganas de no pertenecer a la especie humana; y, por lo tanto, necesitamos experimentar ese arte absurdo para reimaginar nuestras percepciones del mundo de eme que vivimos. En el zafarrancho actual, en medio de incendios forestales, de mazamorras letales, del abuso mediático de políticos y políticas de quinta, queremos encontrar algún sentido vital a lo absurdo de existir, y mirar como un pinche plátano vale millones, se torna en una cojudez imprescindible.

La empresa de condones Durex aprovechó la fama fálica del fruto para un aviso publicitario que decía: esa banana también necesita protección. En otro contexto, el artista y amigo Mauricio Bayro, nos incita pegando en el muro de nuestros lamentos un locoto boliviano, rojo furioso y más picoso, que el desabrido plátano del italiano.

Carlos Villagómez es arquitecto

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