Tuesday 7 May 2024 | Actualizado a 07:25 AM

A bordo del buscarril: De Sucre a Potosí por los raíles del cielo.

Betanzos no puede más que hacerme rememorar veraneos de cerveza lánguida y marisco omnipresente a orillas del Cantábrico    Con lentitud de cóndor ebrio vamos alcanzando tierras más amables, pero tal vez, qué le vamos a hacer, menos espectaculares.

/ 30 de junio de 2013 / 05:04

No son pocos los que gustan de merodear e indagar las procedencias de nombres, apelativos, patronímicos, epítetos y denominaciones. Bolivia, inmersa en la inevitablemente contradictoria herencia de los furibundos encontronazos y lascivos abrazos que a lo largo de toda su geografía se han dado, es lugar propicio para arriesgar en el juego de los orígenes. Ciertamente se encuentra, el país de los Andes, cicatrizado de batallas, presidios, hambrunas, expolios, pero también de amoríos, fraternidades, cópulas, vínculos, participados todos ellos por personas provenientes de lejanas tierras. Mayormente (pero no sólo) españolas.

Y comprende el viajero que no es baladí el brutal ministerio ejercido por las tropas hispanas, siglos ha, al recalar en una perdida localidad de nombre Betanzos (en el departamento de Potosí). En este caso el excursionista nació en la misma tierra que parió a aquellos atolondrados y exacerbados conquistadores que llegaron a Bolivia con ansia de novedad y murieron en ella hastiados de riqueza y añoranza. Y tal vez sea por ello que el nombre, Betanzos, no puede más que hacerme rememorar veraneos de cerveza lánguida y marisco omnipresente a la orilla del mar Cantábrico. Porque en España existe una localidad renombrada por su gastronomía y su dolcefarniente, cercana a dichas mareas norteñas, de nombre idéntico al del recoleto poblado del altiplano boliviano: Betanzos.

Y comentábamos al inicio lo dadas que son determinadas personas a buscar el germen, origen o causa de los nombres con que el camino o el vagabundeo les increpan. Lamento tener que proclamar aquí que, inserto en la geografía laberíntica del viaje, un servidor se olvida en no pocas ocasiones de la Historia y las leyendas, y se limita a recopilar coincidencias y amarrar concomitancias sin mayor ánimo que el de finalizar resumiendo algo tan obvio y banal como el famoso: el mundo es un pañuelo.

Ocurre que de los viajes y excursiones comienzo a sólo apreciar, cada vez con más intensidad, los rasgos y voces de esos pobladores que encuentro al hilo de una charla pausada y, si se tercia y es posible, un café de amanecida. Ha de ser la edad, ya quedó atrás la época inmediatamente posterior a los años de estudios, esa misma en que me enfebrecía de apasionado delirio estético al contemplar el flamígero vuelo gótico de la Catedral de León, la decadencia de mármol y tiempo del Partenón ateniense, el ensueño de acero y eternidad de la parisina Tour Eiffel, o la lúcida pasión de piedra y espanto del Muro de Berlín, por ejemplo.

Ahora, ya digo, me intereso mayormente por las gentes, las personas, su día a día, sus alegrías y desvelos.

Es así que en la boliviana Betanzos, sólo quise saber el porqué de su nombre una vez entablada conversación con el conductor del buscarril que, tras horas de surcar cordilleras y ahondar simas altiplánicas, había decidido aceptarme un cigarro y un breve cruce de palabras a la espera de que el tráfago de viajeros despejase el insólito trazado férreo por el que había de seguir desplazándose, moroso e insomne, el viejo carruaje de fabricación alemana.

El capitán

Basilio es uno de los encargados de pilotar ese arqueológico vehículo sobre los rieles casi celestiales de un trazado férreo que recorre amplias zonas de las cordilleras que dan forma al altiplano, de Sucre a Potosí y de regreso al punto de inicio. Los viajeros le conocen, le saludan, le charlan y comparten con él fragantes viandas, agrias sonrisas y escuetas habladurías y él acepta, saluda, charla y conoce sin desviar la mirada de las vías de tren sobre las que se desplaza a velocidad inauditamente lenta el aparato del que es capitán, con idéntica autoridad a la que detentan los patrones de yates, aeroplanos o trasatlánticos.

Capitán de ese cielo inverso que viene a romper mareas de nubes y amenazas de tormenta contra los atrevidos riscos de frío y estupor del altiplano.
Ignora Basilio si el nombre de Betanzos procede de algún perdido conquistador hispano, al igual que ignoro yo el porqué de tal nombre en el pueblo gallego de la península ibérica. Pero me asegura que, de ser así, habrían pasado no pocas generaciones hasta que el labriego Miguel Betanzos, hijo de español exiliado e indígena boliviana, inició allá por el siglo XIX una denodada guerrilla contra los caciques de la zona, a efectos de reivindicar, para él y los suyos (entiéndase como suyos sus compañeros de fatigas) las tierras que le habían visto nacer. Lo cierto es que, desde aquel entonces, estas áridas lomas violentadas por el refrigerio calamitoso de los vientos andinos pertenecen a los campesinos, y son ellos los encargados de gestionar la prole de cosecha y mies de los surcos que las cruzan.

Algo así me relató Basilio, ya digo, pero esto ocurrió casi seis horas después de haber partido de la estación de El Tejar, en las afueras de Sucre (Chuquisaca), la nívea ciudad boliviana que juega, con notable éxito, a ser remedo de capital europea.

Es Sucre, efectivamente, punto de partida (también de llegada), en el trazado ferroviario que une esta ciudad con la mítica Potosí. Pero no muerde sus rieles ferrocarril alguno. No hay tren que recorra esta férrea trayectoria que une ambas localidades. Como sustituto a los vagones del ingenio eléctrico, recorre el trazado un viejo autobús marca Volkswagen, con capacidad para 30 personas, cuyos neumáticos han sido sustituidos por unas ruedas de hierro muy similares a las de los primeros trenes que vio nacer el mundo. Imagino que éstas habrán sido sustraídas a los añosos convoyes férreos que recorrieron, antaño, el país.

La primera estación (última si el recorrido se hace a la inversa), El Tejar, permanece anclada a la orilla del valle que inaugura las calles de Sucre, como flotando en una niebla de abandono intemporal, adultas ya las hierbas, crecidos los matorrales, plásticos y desperdicios entre sus raíles oxidados. Y el Jefe de Estación, de rostro esculpido a fuego por siglos de indigenismo resistente, se emplea a fondo en convencer al turista de que, a pesar de lo comúnmente comentado, no todos los bolivianos son reacios a entablar conversación con el extranjero. No sólo conversa y sonríe y agradece y abraza y estrecha manos y brazos, sino que se encarga de reservar al foráneo los mejores asientos, para que pueda gozar mejor del viaje. No es algo de lo que me sienta orgulloso, menos al observar cómo comienza a anidar en la estación un número considerable de aldeanos cargados de bolsos, aguayos, recién nacidos o recién iniciados en la pubertad, útiles de labranza, bolsas con fragantes alimentos recién extirpados al fogón y un sinfín de bultos que me hacen dudar de la posibilidad de que el anciano Volkswagen pueda cargar, como parecen pretender los viajeros. Los que alrededor del vehículo comienzan a apiñarse, son muchos más de los 30 que puede acoger cómodamente instalados en sus butacas. Comprenderé, después, que no es impedimento el viajar sin tomar asiento durante inacabables horas para quien no tiene otra manera de desplazarse.

Orgullo o prepotencia del viajero que, a pesar de tener por costumbre el hollar caminos poco transitados, pretende conocer mejor que los lugareños los métodos de subsistencia a emplear, en este caso para recorrer los pocos kilómetros que les separan de sus viviendas y a las que, de no ser por la existencia del buscarril, tardarían varios días en llegar.

Efectivamente, es este medio de transporte el utilizado por los pobladores de las montañas. Así pueden bajar a Sucre o Potosí para emprender la venta de los pocos puñados de alimentos que hayan logrado arrancar a la Pachamama y, de nuevo, regresar a su hogar. También es usado para hacer llegar paquetes y cartas a los vecinos de estas localidades que muerden el cielo y ven pasar los años al mismo ritmo pausado e indolente con que se trasladan las nubes, las estaciones, los nacimientos y fallecimientos de vecinos y familiares y, de tanto en tanto, la figura antediluviana y grotesca del buscarril, que rebana el cauto silencio de las cordilleras con su lento fulgor amarillo y el estrépito amable de su bocina.

Juana es una de las muchas personas que utilizan el buscarril, al menos un par de veces por semana. Una para desplazarse hasta Sucre, a efectos de disponer en las afueras del mercado municipal la recolección de papa que le proporcionará crédito suficiente para sobrevivir el resto de la semana. La otra para regresar a su casa, en las inmediaciones de la estación de Vila Vila, a casi 4.000 metros de altitud, y hacerse con una nueva carga de tubérculos. Y vuelta a empezar.

Juana no conoce el desliz placentero del fin de semana, ni tiene calendario laboral que la advierta de los días feriados. Ignoro su edad (prudencia obliga) pero aventuro que está más cerca del centenario que de la cincuentena. Sus manos acogen surcos más pronunciados que los que ha de arañar para extraer la papa de los ariscos campos. Su mirada se atraganta en una extraña intensidad que te obliga a olvidar lo anciano de su rostro. Su conversar es pausado, más por intentar encontrar las palabras adecuadas en español, creo, que por poca prisa a la hora de exponer sus pensamientos. Juana sólo utiliza la lengua de los antiguos conquistadores para mejor vender su mercancía en la ciudad. El resto del tiempo departe con vecinos, familiares y amigos en puro quechua.

Las risas de las mujeres

Y así, arracimado a la pausada conversación con Juana y absorto en la desconsolada belleza del paisaje colindante, las cerca de cinco horas que emplea el buscarril para llegar de Sucre al apeadero de Vila Vila se transforman en un placentero paseo por la orilla de la bóveda celeste.

Vila Vila viene a ser el punto intermedio del recorrido. No hay casas a la vista, ni calles, ni senderos, tan sólo la destartalada construcción que hace las veces de estación y en cuyas paredes apoyan su hastío numerosas mujeres que reciben la llegada del vehículo casi saltando de los lugares que ocupaban, lanzándose en pos de los viajeros que bajan a estirar las piernas, armadas de jugos, empanadas, api, cuñapés y otras artesanas viandas de rápida digestión y groseramente escueto precio.

Así que me abro paso entre las vendedoras que, al ver cómo pretendo ayudar a Juana a bajar del techo su aguayo, comienzan a reírse de manera estrepitosa y profieren palabras en quechua de las que, supongo, soy el único destinatario. Juana me agradece infinitas veces antes de internarse en la frondosidad moribunda del bosquecillo colindante, si despedirse. Aún le queda un paseo cercano a los diez kilómetros para llegar a su casa. Diez kilómetros, a 3.000 metros de altitud sobre el nivel del mar, con una edad matusalénica y un aguayo cargado de cachivaches al que mis estimaciones adjudican un peso cercano a los 20 kilogramos.

Adiós, Juana, un placer.

Hasta llegar a Vila Vila, el Volkswagen ha devorado apenas la mitad del recorrido total, que es de unos 175 kilómetros. La velocidad del aparato la ha mantenido Basilio, de manera constante, a unos 40 km/h. Al menos es lo que he podido advertir desde el privilegiado lugar que ocupo en el coche.

No es poca la importancia del trabajo que realizan Basilio y su compañero Carlos que hace el recorrido firmemente aferrado a lo que se supone es el asiento del copiloto.

Si utilizásemos uno de esos modernos programas que, en internet, permiten ver las imágenes de nuestros periplos vía satélite, nos sorprendería lo retorcido, enrevesado y caprichoso (a primera vista) del trazado que recorre el buscarril. Y no, no es caprichoso, sólo responde a la necesidad de salvar casi de manera constante terrenos lo menos irregulares posibles, para evitar una mala caída, un mortal traspié. Esto no siempre es cómodo, Basilio aparenta, quizás por ello, ser tan poco dado a más charla de la que emplea para saludar efusivamente a cada uno de los labriegos que, sin previo aviso, en un recodo del camino, aparece manoteando el aire. Alguno de éstos hace señas para que aminore la marcha. Basilio frena a pocos metros de la estoica figura que, sin impedimento alguno de los que serían propios de su edad, salta a bordo del vehículo casi antes de que la puerta haya quedado definitivamente abierta.

Y no son pocas las ocasiones en que Basilio ha de detener el vehículo de manera brusca y Carlos debe apearse para retirar de entre los raíles peñascos arrastrados por algún desprendimiento de tierra, e incluso algún animal hinchado por la descomposición que, imagino, pasó sus postreras horas a la espera de que algún caminante ocioso le restituyese el alimento y, de paso, la vida.

A casi 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, rodeados sólo por la inmensidad inabarcable de riscos y mesetas, sorprendidos ante la presencia lejana y minúscula de aquel puente que, al cruzar en el inicio del recorrido, supusimos inacabable y grandioso, esas personas que caminan como pastoreando los cielos, en el epicentro de la nada más absoluta, me recuerdan a aquellas figuras que, en la infancia, veía caminando al atardecer las inabarcables llanuras castellanas.

Antes, hoy

 En aquel entonces, a lomos del vehículo familiar, no podía dejar de preguntar a mi padre: “¿a dónde van?”, “¿de dónde vienen?”. A lo cual mi progenitor respondía lacónicamente: “A trabajar”. “De trabajar”. Claro, yo nunca pude imaginar dónde se ubicaría su lugar de trabajo. Más difícil es imaginarlo en estos parajes bolivianos que rezuman solitaria parquedad. Ni tan siquiera soy capaz de atisbar los supuestos cultivos que proporcionen alimento a los habitantes de estas regiones. Ni rastro tampoco de los animales de carga o tiro que les debiesen ayudar en sus duras labores campestres.

Juana intentó, momentos antes de llegar a Vila Vila, explicarme que la vida allá, en las alturas, no es tan difícil como pudiese aparentar. Yo no terminé de convencerme, y acusé a su escueto conocimiento del idioma español la imposibilidad de explicarme los arduos problemas a que, de seguro, se enfrentan los habitantes del altiplano para mejor sobrellevar el día a día.

Abandonamos Vila Vila y el estruendo comercial de las vendedoras de vituallas queda silenciado por el ronroneo monocorde del buscarril. Es entonces que el vehículo inicia un sosegado y parsimonioso vaivén que le lleva a ascender y descender por una sinuosa coreografía de terraplenes y simas, y por laderas imposibles que finalizan abruptamente en lagos, lagunas y cursos fluviales.

De pronto, allá abajo, puedo descubrir los primeros signos de vida organizada alrededor de campanarios enhiestos y sembradíos hortícolas profusos en colorido y variedad. Con lentitud de cóndor ebrio vamos alcanzando tierras más amables pero tal vez, qué le vamos a hacer, menos espectaculares. Aún hay quien pide parada en medio de la nada y desciende trabajosamente de la vieja vagoneta. Por más que intento adivinar su recorrido, lo pierdo en el primer recodo pedregoso.

Hasta que arribamos a Betanzos y, ante la inminente parada de diez minutos que anuncia Basilio, doy inicio a la manufactura de un cigarro y decido fumarlo, una vez detenido el vehículo, en su compañía. El hombre acepta mi ofrecimiento tras inquirir insistentemente si no es marihuana lo que inhalan mis pulmones. Le tranquilizo haciéndole ver que sólo es tabaco. Acepta. Fuma en silencio. Le explico que existe un pueblo en España de igual nombre, una localidad cercana a la costa cantábrica, y él me relata la historia de rebelión y venganza de Miguel Betanzos, el guerrero criollo.

Nos encaramamos de nuevo en el vehículo, Basilio y yo por la misma puerta; el herrumbrado Volkswagen tiene el portón del conductor indefinidamente sellado.

Abandonamos Betanzos y nos internamos en la extensa y, ahora sí, tediosa línea recta que nos conduce hasta la ciudad de Potosí. Llegando a la ciudad arrecian los vertederos provocados por las industrias de extracción mineral. Los flancos del recorrido se pueblan de uralitas y miradas hoscas a orillas de los raíles. Una negrura como de fin del mundo asfixia el ambiente, y los ya escasos viajeros entran en un estado de sopor macilento.

Tras unas horas de recorrido que amenazan dar al traste con lo bucólico del desplazamiento, al fondo, recortando el firmamento con su doloroso perfil de hambre y avaricia, aparece el Sumaj Or-cko, el Cerro Rico que mis antiguos compatriotas desvencijaron en su loca orgía de rapaz codicia, para arrancar a la Madre Tierra sus vísceras de plata. Y una vez arrancadas éstas, enviarlas hasta la corte hispana a fin de que ésta pudiese pagar las deudas contraídas con la recién nacida banca británica. Ése fue el inicio de la loca carrera mercantilista de avasallamiento y desguace a cuyos estertores, quiero imaginar, asistimos.

El último tramo

Como presagiando las malas vibraciones que todavía enredan la brisa potosina, el cielo se torna desmesuradamente oscuro y el buscarril sufre una avería que le obliga a detenerse casi a las puertas de la segunda ciudad, poblada por más de 100.000 habitantes, más alta del planeta, entre chabolas ruines y miradas envenenadas por la ociosidad de la pobreza.

Basilio resopla. Mira hacia atrás, pronuncia unas palabras en quechua que sirven de acicate para que los pocos oriundos despierten de su estado de somnolencia y abandonen el vehículo antes de entrar en la estación, retorna su mirada hacia mí a la par que recupera su habitual silencio, mira al frente, da vuelta de nuevo a su cabeza, me sonríe y pregunta: “¿Me invitas otro cigarro de esos? Creo que esto va a llevar su tiempo”.

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Buscando desesperadamente a Khespy: ‘Haz lo que no debes’

La Expo Khespy convocó el último fin de semana de abril en el ex cine Princesa a más de cinco mil personas

Por Ricardo Bajo Herreras

/ 5 de mayo de 2024 / 07:00

Octubre de 2021. En los muros externos del Cementerio General de La Paz empiezan a aparecer “tantawawas” y escaleras al cielo, ñatitas y botellas de trago, flores y cruces cuadradas, velas y difuntos, perros callejeros y hojas de coca. Una señora de pollera —geometrizada— sostiene un cartel que dice “Nunca moriremos”. Es la cosmovisión andina sobre la muerte resumida en 500 metros cuadrados, es el “ukhu pacha”. La firma del mural es clara: Khespy. Este 2021 se celebra el sexto Festival de Arte Urbano Ñatinta, organizado por el colectivo Perros Sueltos. En la primera edición de 2016, Khespy Pacha (así firma sus primeros trabajos) pinta un mural dentro del cementerio. Es la primera galería de arte a cielo abierto dentro de un campo santo. Es un hombre haciendo una ofrenda. Comienzo a buscar desesperadamente a Khespy.

Los zapatistas al cubrirse el rostro se muestran. Desaparecidos de la historia, los derrotados regresan, como las almitas al cementerio. Han pasado tres años, no soy el mismo. Camino por la calle Comercio. “Jesús te ama, Jesús te busca”, me dice una señora que me entrega una hojita de una secta evangélica. Nota mental: ¿yo busco a Khespy y Jesús me busca a mí? Algo no está bien.

Una cuadra más allá, en la esquina de la plaza Murillo dos chicos vestidos de rojo y cajas cuadradas con chakanas tapando sus caras me entregan otro papelito que dice así: “Khespy. Exhibición única, 26 y 27 de abril de 2024, ex Princesa, Pasaje Sáenz, calle Comercio, 19.00”. En el folleto, un perro cuadrado mea a un policía. Detrás hay un QR y una vasija con el cocodrilo del alcoholcito Caimán en relieve. Llego a la esquina y un pasacalles cruza la vereda: “Expo Khespy. Aquí y ahora”. La cola da la vuelta a la esquina y llega hasta el Musef.

Los murales de Khespy se pueden encontrar en diferentes calles de La Paz y El Alto.
Los murales de Khespy se pueden encontrar en diferentes calles de La Paz y El Alto.

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Marzo de 2019. Camino por la avenida Quintanilla Zuazo de la zona norte de la ciudad. Voy rumbo a la cancha del Kilómetro Tres de Pura Pura a ver un partido de fútbol femenino entre las chicas del club The Strongest y las muchachas del CAR. Dos jóvenes (son Khespy y Nacho) están pintando un gigantesco mural. Es una pareja recostada, la cabeza de ella/él sobre el pecho/corazón de él/ella: dos monolitos geométricos tumbados en la larga noche de los tiempos. Edgar Arguedas graba el proceso de la obra y luego sube un video a Instagram. Ahí está el Khespy con un pasamontañas negro, como los lustras de La Paz, como los hermanos zapatistas de la selva Lacandona.

Cuando termina el mural agradece el apoyo de las caseras, del zapatero de la esquina. Siempre lo hace. La firma es clara: “Khespy. Ps”. Es un “perro suelto”, negro y callejero, como la canción del Tri.

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Último viernes y sábado de este abril, mes rojo. Unas cinco mil personas esperan pacientemente para entrar a la Expo Khespy en los salones altos del ex Cine Teatro Princesa, fundado hace un siglo. Las últimas imágenes que se proyectaron en el vetusto cine de la calle Comercio fueron pornográficas/transgresoras. Es una señal. Hay miles de personas haciendo cola en la noche fría para ver/probar/ser parte del arte. La ciudad ha sido empapelada con docenas de lienzos interactivos, es el juego del gato y el ratón.

La muestra es inmersiva, como nunca se ha gozado en La Paz. Los amigos de Khespy y la galería Miko Art (que está enfrente, en el pasaje Kuljis) intervienen el espacio de forma audaz, crean una narrativa subversiva con relatos en eterna disputa, como el retorno. La gente espera pegada a la pared de la derecha para entrar; los que salen se agarran de la barandilla de madera para bajar.

Una pintada —en lo más alto— recibe a los visitantes (la gran mayoría jóvenes con celular en mano): “Haz lo que no debes”. Debajo un corazón en negro, geométrico, por supuesto. Enfrente, la primera obra colgada del techo, suspendida. Es otra pareja, esta vez se besan, están —por supuesto— con máscaras cuadradas y aretes de flores y estrellas. Visten elegantes trajes futuristas con “jach’a qhanas” (grandes luces resplandecientes) y calaveritas. Son dos diablitos con cabezas rojas (como lxs chicxs que andan repartiendo folletos en la calle y que deambulan luego por toda la exposición de forma secreta e inquietante). Están con pucho en la mano, como algunos jóvenes espectadores. No tienen rostro real, como los retratos geométricos enormes del belga Stefaan De Croock.

Hay bodegones de alasitas, collages, cajas de Paceña colgadas en el aire, un retrato de “moreno” titulado Sin jefe, arte de cartón, bolsos para vender, corazones espinados de cactus: sincretismo vivo. Un DJ kusillo pincha música electrónica mientras un hombre de rojo ofrece relleno de papa a diez lucas, Coka Quina y té de kombucha. Hay videoinstalaciones (con guion y fotografía de Tizi) donde un actor (Edwin Villarroel) camina la ciudad (La Paz y El Alto) para “publicitar” la muestra. Hay obras con carros policiales en llamas y “cholets” insuperables. Hay un mural de aluminio (“alocubont”) de edición limitada de cuatro piezas con el mundo Khesy pintado como si fuera una cueva de arte rupestre. El domingo, tras la muestra de viernes y sábado, se organiza un tour privado para compradores. La jugada sale bien.

—¿Quién es este Khespy pues? —dice una chica mientras se saca una foto con espalda desnuda y graba un video para Tik Tok junto a uno de los cuadros.

—Es un artista callejero y son muchos, es uno y son todos —responde el chico que la acompaña, hecho al filósofo conquistador.

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Estamos en noviembre de 2023. Cerca de la Ceja de El Alto, junto a la estación roja de Teleférico, una instalación/cyber-mural es contemplado por la gente que espera por los baños. La obra tiene un QR para sumergirse en una realidad aumentada y vivir con los personajes del mural. Es una invitación a “fusionarse”, en palabras de Khespy. Ellos son (en el bodegón): un gato cubista que roza su hocico junto a un cuadro donde dos abuelos se besan en un puente; una radio canchera con el logotipo de ACAB (“All Cops Are Bastards”), una calavera con hojitas de coca, una botella blanca de “alcohol potable para cañar” (Caimán, por supuesto), una caja de cervezas (roja, por supuesto) y una gigantesca moneda de un boliviano rectangular: la unión es la fuerza con el logotipo de unas hojas de marihuana. Cerca de esa pared, otro mural con la palabra éter: un corazón multicolor hecho wiphala, rodeado de ocho rostros y unas manos acogedoras.

Las obras de Khespy están a la vuelta de la esquina. Un perro en la avenida 6 de Agosto; un monolito “chupaco” junto a una licorería en la 20 de Octubre; un mural en la zona de Puente Vela en El Alto, carretera a Oruro (“gracias a doña Dorita”); otra obra junto al teleférico de Irpavi; un papá cargando a su wawa en Carquín, Perú; una vaquita mil veces encuadrada en la Benedetto Vincenti; un unicornio con pistola de juguete lanzando estrellas andinas (en lugar de balas) a un paco sin rostro en la Sánchez Lima; un policía de alto rango y su sombra negra chorreando sangre y recibiendo una coima de 100 bolivianos, en la Zoilo Flores; otra “pareja” de uniformados con el apellido de “policía corrupta”, en el surtidor abandonado de la 17 de Obrajes; dos serpientes de colores besándose debajo de la pasarela de la Uno del mismo barrio; otro perro (verde) sobre una ventana en la avenida Ecuador. Son los personajes de Khespy que aparecen (también) en sus obras colgadas de la “expo”. De las calles al lienzo y viceversa.

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“Es una exposición redonda, congruente, cohesiva y con una gran capacidad inmersiva. Es una bellísima bola. Tiene autenticidad discursiva y energía creativa. Khespy tiene no solo algo que decir sino mucho; y desde una sensibilidad crítica y profunda. Se nota que tiene calle. Eres o no eres, el Khespy es. Lo que más me gusta es que lo que dice no es fácil ni obvio en el sentido panfletario, porque parece estar cargado de mucha emotividad, sensibilidad y sentimiento. Da lugar al espectador para la interpretación subjetiva pero también para la lectura objetiva de sus contenidos de crítica social”, me dice la crítica de arte Narda Alvarado que baja y sube las escaleras, de sala en sala, con la boca abierta.

“La gente, de forma masiva, ha venido a ver lo que Khespy tiene que decir. No han venido por el vinito del ‘vernissage’, para hacer acto de presencia o para hacer vida social alrededor del arte”, me dice mientras escuchar/mira el monólogo del actor Winner Zeballos, a ratos con rostro oculto.

A Narda Alvarado lxs de rojo le recuerdan a los personajes de Skibidi Toilet y sus cámaras de vigilancia en lugar de cabezas. Y los milicos/pacos a los roles de dominación jerárquica del chileno Nicolás Grum. El arte de Khespy es total.

Andrés Kuljis, de Miko Art, se suma al recorrido. “Lo más novedoso de esta exposición radica en su enfoque innovador al utilizar espacios no convencionales, lo que desafía las expectativas tradicionales de una galería. Además, el hecho de preservar el anonimato del artista añade un misterio intrigante a la experiencia, mientras que la curaduría intangible colectiva crea una atmósfera participativa y única para los espectadores”. ¿Dónde estás Khespi?

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Las obras se suceden cuartito tras cuartito, el espacio expositivo. En cualquier rincón oscuro te sorprende una, como una pesadilla en bucle. No hay miedo, hay atrevimiento/osadía. Las encapuchadas mujeres/hombres de rojo invitan a una chica en minifalda a pintar las paredes. No solo se observa se participa. Un chango flaco es apretado/abigarrado —cuerpo a cuerpo— por dos obesos hombres/mujeres de rojo. Explosión. “Callas mientras duermes, grita un “graffiti”. Las “haches” de Khespy se parecen mucho a las “haches” mudas del enigmático y omnipresente Shon.

En la sala de venta de obras y productos/objetos (“blows ups”, vaciados) del mundo de Khespy veo cartón, es “cardboard art”. Es otro santo y seña. Hay esculturas en cartón, ese material abandonado en las calles (como los perros) junto a los contenedores de basura. Hay una frazada con un tigre en salto. Ñu, ñu, ñu, ñu. También está en 3D, el tigre te mata. Son todos objetos insaciables.

El montaje de la exposición merece un párrafo aparte. La curaduría colectiva y la adaptación museográfica/intervención performática son principios medulares, son declaraciones. La apuesta/apropiación del lugar y la oscuridad son manifiesto. Khespy no escogió una galería de la zona sur, no optó por un museo nacional o espacio acartonado oficial, acorde a los modos/modas audiovisuales del arte contemporáneo, se fue a un viejo y abandonado ex cine porno con sus salones altos y sucios, con sus paredes listas para ser ensuciadas de nuevo.

El ex cine porno Princesa fue tomado para esta exposición de arte contemporáneo.

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El arte/mundo de Khespy —ecléctico/andino por naturaleza— emerge del olvidado pasado y se proyecta a un futuro distópico/autoritario. Modernidad y ancestralidad. Tradición y tecnología. (No) viene de las viejas vanguardias soviéticas (y el arte geométrico/suprematista de Malevich), de Kandinsky y del cubismo y la psicodelia. Aunque pueda parecerlo. Su geometrismo es de (más) lejos; llega desde los ancestros que aprendieron a mirar el cielo en la noche, de la Cruz del Sur y la forma astronómica/geométrica de una cruz andina/cuadrada; viene desde la chakana (en quechua, “puente”) y las formas geométricas de los aguayos y el arte textil milenario.

Su paleta va desde el rojo al verde, pasando por el ocre, el amarillo y el naranja. Los colores —de la tierra— prohibidos han regresado, el dios sol (y el mundo de arriba) brillan de nuevo.

El mundo/arte (paralelo) de Khespy se mixtura/superpone con el muralismo mexicano/boliviano del siglo pasado, con los rostros marrones del indigenismo, con la animación y el cómic (con estética cohetillo), los videojuegos, el arte callejero/clandestino de Banksy y las nuevas formas del arte digital con QR y obras tridimensionales que se mueven y reviven en tu celular.

Khespy —una esponja— pinta de golpe en las paredes pacos y militares “cuadrados”, los jefes verdaderos del próximo Estado policial. Su anti-autoritarismo no es negociable, su crítica (frontal/burlona) a los poderes fácticos, tampoco. Pinta perros callejeros de color ocre, son los verdaderos habitantes de la ciudad, los príncipes libres y salvajes del mundo de aquí.

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Abril rojo 2024, tres años de búsqueda. He paseado la ciudad siguiendo los rastros que deja como murales/migas. He subido hasta lo más alto de un antiguo cine porno. Me he manchado de pintura. Me he perdido en la oscuridad. He mandado un cuestionario al “feis” y al “insta” de Khespy. Me ha jurado en vano varias veces que respondería. He visto en dos canales de televisión a encapuchados con chakanas rojas hablar en su nombre (incluso en un programa de ATB salió un tipo que decía ser Khespy y no era). He buscado desesperadamente a Khespy y lo he encontrado sólo en sus murales, pinturas, obras. Khespy se cubre el rostro para mostrar su mundo. Y aún lo busco.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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La Auténtica: Amalgama de culturas y sabores en la 21 de Calacoto

Por Fernando Cervantes

/ 5 de mayo de 2024 / 06:53

Crónicas gastronómicas

Gilson Aguilar era un integrante más de la numerosa colonia boliviana que vive en la gigantesca metrópoli brasileña de Sao Paulo, donde conoció a su actual esposa, Samara Paixao do Espirito Santo, a quien conquistó llevándola a conocer la gastronomía y cultura de Bolivia presentes en la Feira  Kantuta, un  punto de encuentro para todos los connacionales en el vecino país.

Años después, este feliz matrimonio se encuentra liderando un emprendimiento de salteñas bolivianas, empanadas estilo argentino y especialidades de la cocina brasilera como las tradicionales coxinhas (bocaditos rellenos de pollo) o la popular feijoada que se puede acompañar con una deliciosa caipirinha todos los fines de semana.

Este lugar se encuentra ubicado en la zona Sur de la ciudad de La Paz, exactamente en la 21 de Calacoto, donde también se ofrecen empanadas de pollo, carne, jamón con queso o empanadas fritas dulces, tucumanas especiales y jugos de frutas, empanadas horneadas de dulce de leche y diversos sabores de salteñas como la de pollo, carne, pollo picante, carne picante o fricasé. El precio de cada salteña es de siete bolivianos.

La Auténtica

  • Dirección: Calle 21 de Calacoto, Galería Sol de Illimani, local 14  (Al lado del Banco Unión)
  • Teléfono: 69741647  
  • Plato Estrella: Feijoada
  • Rango de precios: De Bs 5 (coxinhas de pollo) a Bs 30 (feijoada)   
  • Atención:  Lunes a domingo de 8.30 a 15.00. 
  • Estacionamiento propio: No

Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda ,Correo: [email protected]

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Texto: Fernando cervantes

Fotos: La Auténtica

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¡Muere, Walking Dead, muere!

Por Cristian Callejas

/ 5 de mayo de 2024 / 06:49

(una obra de teatro corta)

El 31 de octubre de 2010, un programa arribó a la grilla para apasionar a multitudes: The Walking Dead, serie de televisión estadounidense de drama horror postapocalíptico de la compañía AMC Networks Inc basada en la exitosa serie de cómics homónima de Robert Kirkman.

14 años después, y luego de una serie de spin off que bebieron de ese éxito, el crítico de cultura pop Cristian Callejas propone esta “obra de teatro” para explicar el fenómeno.

Acto 1: Cuando los personajes se enamoran. De 2010 a 2015

Fan enamorado: Wow, nunca había conocido una serie así. Haces que tenga mariposas en el estomago. ¡Y tus personajes! Uh. Cuando los matas siento que mi corazón palpita el doble. Solo no le hagas nada al coreano, como en los cómics.

Robert Kirkman: Ka-ching. Money, money, money.

Frank Darabont: Prometo que esta será una serie de calidad y con una lógica que respete… ¿qué? ¿Cómo que estoy despedido de mi propia serie? Yo no… ¿cuánto piensan darme? Ah. Ya, claro, la serie es toda tuya AMC.

Fan enamorado: Qué bonita granja. Qué fea prisión. Qué malvado gobernador. ¿Cabezas? ¿Qué es un Terminus? Ah, Alexandria. Cómo te amo Walking Dead. Nunca te voy a dejar.

The Walking Dead: Es hora de matar al coreano.

Acto 2: Una relación empieza a volverse tóxica. De 2016 a 2020

The Walking Dead: Mi fan enamorado, ¿sabes que te quiero mucho, no? Quiero presentarte a mi hermana. Creo que los tres podemos hacer una linda familia. Puedes quererla como me quieres a mí.

Fear the Walking Dead: Lo mío es la familia, pero ten en cuenta que luego ya no será de eso y mientras avancemos en nuestra relación trataré de mantener tu interés trayendo a Morgan de vuelta porque según las estadísticas a la gente no le gusta tener a una mujer empoderada de principal.

Fan enamorado: Oigan, me siento un poco abrumado. ¿Podemos ir un poco más lento? Siento que hay demasiada información y no todas las cosas que estamos viviendo juntos me gustan. Osea, ¿un tigre? ¿Ese meme de Rick llorando? ¿Carl muere? Chao, Rick, susurradores… paren por favor…

World Beyond: Hola que tal, soy la prima lejana que nadie quiere y solo estoy aquí para distraerlos de las malas tramas que están pasando.

Acto 3: Una amplia familia que nadie pidió. 2021 a 2023

Fan enamorado: Creo que ya no estoy enamorado.

The Walking Dead: ¡No puedes dejarme! Cambiaréééé. Sí, sé que Fear te aburrió hasta la muerte este tiempo y que Beyond no nos aportó nada, pero mira, mi amiga Tales te juro que te dará lo que necesitas para que sigamos juntos.

Tales of the Walking Dead: ¿Uh?

Fan enamorado: No, no, no. Suficiente. Creo que debemos ver a otras series. No eres tú, soy yo. Tomarnos un tiempo.

Dead City: Yo soy el hermano y ¿sabes qué, fan? Tú no te vas a ninguna parte. Los ratings dicen que te gusta Negan, pues toma Negan. En par con Maggie y que buscan rescatar a su hijo en Nueva York zombie. Sí, pérdida de tiempo pero son solo seis episodios y al final el malo será el hijo que rescatan y que los traicionará. Y hablaremos de eso que le hicimos al coreano.

Daryl Dixon: Hola, yo soy el otro hermano y con mis seis episodios te llevaré a una Francia trucha y te mostraré esos famosos hiper zombies de los que hablan las otras series y también veremos una que otra extravagancia porque, pues, es Europa ¿no? (vemos una extraña orquesta zombie) Fan enamorado: Eh…

Acto final: El regreso del amado. 2024 a futuro.

The Ones Who Live: Ok, sé que ya no creías en este amor, pero ¡mira¡, he traído de vuelta a Rick y a Michonne. Dos episodios brillantes de inicio. Un cuarto experimental donde sólo hablan y finalmente el reencuentro que estaba esperando toda américa latina: Rick y sus hijos. Si esto no te saca una lágrima tú debes estar muerto. (Vemos al fan llorando y abrazando a Ones who live. Se besan)

El libro de Carol: Me dicen que aquí aceptan a viejos personajes en series donde un personaje busca a otro por seis episodios, ¿es cierto?

(Baja telón. Fin)

Tales está disponible en Prime desde el 20 de marzo. Dead City desde el 3 de abril. The ones who live desde el 19 de abril y Daryl Dixon estrena el 3 de mayo.

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Personajes

Fan enamorado: Vio The walking dead desde su lanzamiento y pese a las constantes decepciones en el camino, sigue enamorado de la serie y cree que mejorará.

The Walking Dead: Serie de zombies lanzada el 31 de octubre de 2010 que para sobrevivir su propia muerte en vida creó diferentes spin off de cuestionable calidad.

Robert Kirkman: Creador del cómic en el que se basa la serie.

Frank Darabont: Creador de la serie y la última persona a la que le importó la calidad de la misma. Despedido en medio de la segunda temporada.

Fear the Walking Dead: Ocho sosas temporadas de las aventuras de Madison, Morgan y un grupo de personajes olvidables.

The Walking Dead: World Beyond: Serie presentada en el “futuro” que busca justificar todo ese tema del CRM (Republica Civil Militar) y la serie de Daryl y Rick Grimes. 

Tales of the Walking Dead: ¿Por qué Parker Posey, por qué?

The Walking Dead: Dead City: ¿En serio ellos dos serán los protagonistas?

The Walking Dead: Daryl Dixon: Uh-la-la en Francia

Walking Dead: The Ones Who Live: La serie que vino a salvar la franquicia y explica aún más esa tontera del CRM.

Texto: Cristian Callejas

Foto: Internet

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Un puente de integración a través del arte

El Centro de la Cultura Plurinacional de Santa Cruz entró en diálogo con la muestra del Museo Nacional de Arte

Por Jackeline Rojas Heredia

/ 5 de mayo de 2024 / 06:42

Creadoras, proyecto museográfico que nació en el Museo Nacional de Arte, ha construido un puente de integración en todo el país y sobre todo, entre oriente y occidente, hecho con las obras de mujeres artistas bolivianas. En la Paz, se encuentra vigente la muestra Creadoras, mujeres artistas en Bolivia y en Santa Cruz, se inauguró el 11 de abril una exposición temporal que lleva el título de: Creadoras, mujeres del oriente boliviano, que puede ser visitada en el Centro de la Cultura Plurinacional, CCP. Ambas instituciones, tanto el MNA como el CCP, dependen de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FC-BCB).

Creadoras surge de la necesidad de llevar adelante una muestra bienal con obras realizadas solo por mujeres; antes del mencionado proyecto, no se tomó en cuenta la capacidad creadora de las mujeres, o bien, las obras eran incluidas como parte de una temática en contextos o muestras en las que lo fundamental era destacar la creación de artistas varones.

Años atrás, para las artista mujeres era difícil acceder con sus obras a una sala del Museo Nacional de Arte; hoy están presentes obras que dialogan con las creaciones que, a su vez, se constituyen en el legado de precursoras y pioneras, obras contemporáneas y otras propuestas más en concordancia con la época actual.

Sin embargo, cuando la propuesta se manifestó atravesó por la oposición de quienes creyeron que llevar adelante una muestra solo con obras de mujeres era un exceso innecesario; aun así la tenacidad del equipo del Museo, con el apoyo del Consejo de administración de la FC-BCB, sobre todo, de la consejera Susana Bejarano, hizo posible que hoy esté montada la muestra Creadoras en diez salas, dos pisos del Museo Nacional de Arte.

La muestra integra, además, el trabajo de 104 artistas provenientes de ocho departamentos de Bolivia, más un grupo de obras de artistas extranjeras de países como México, Brasil, Perú, Colombia, Argentina, Yugoslavia, Inglaterra y Chile.

La exposición narra una historia no lineal, una que surge de la tierra, de la fuente de vida, y se enlaza a la misma historia de lucha de la mujer porque se le respeten sus derechos y se les permita ejercerlos, la lucha colectiva y cotidiana aún vigente, en paralelo al contexto histórico y político de Bolivia en su vida como país. Todas esas historias, solitarias y plurales, están plasmadas en obras pictóricas, grabados, instalaciones, fotografías, videos, obras digitalizadas, tejidos, cerámicas y más.

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Una extensión, casi similar, se llevó adelante en el CCP en Santa Cruz, a cargo del equipo curatorial dirigido por Andrea Hinojosa, en coordinación con la jefatura de la Unidad de Museo del MNA. En Santa Cruz se dirigió el trabajo museográfico sobre la base de tres ejes temáticos: Creaciones antiguas y actuales con alto contenido temático en distintas técnicas y materiales; la lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos y el ejercicio de los mismos; y el nexo de la mujer con la tierra (lugar al que pertenecen).

La muestra en la capital oriental cuenta con la participación de reconocidas artistas como: Ejti Stijh, Raquel Schwartz, Aless Abruzzese, Magenta Murillo y Wara Cardozo , así como de artistas jóvenes como Gabriela Zeballos y Kelly Ledezma.

El MNA llevó, en el marco de su programa “El Museo dónde tú estás”, las obras de colección de artistas, entre la década de los 40 al 90 como: Norah Beltrán, María Luisa Castro, Teresa Córdova, María Haydée Aguilar, Agnes Ovando, Julia Meneses, Elisa Ballivián, Inés Córdova, Marina Nuñez del Prado y María Luisa Pacheco.

También están presentes los trabajos de creadoras más contemporáneas como Giomar Mesa, Ángeles Fabbri y Beatriz Nogales Iturri. De Brasil, se exhibe una obra de Teres Nicolau; de Inglaterra, una de Elisabeth Wisheropp y de Perú, una pieza  de Patricia Eyzaguirre.

La muestra hermana a la del Museo Nacional de Arte estará abierta hasta el 30 de mayo en el CCP Santa cruz.
La muestra hermana a la del Museo Nacional de Arte estará abierta hasta el 30 de mayo en el CCP Santa cruz.

Son obras que nunca antes fueron expuestas en Santa Cruz y que se integran a las obras de las artistas cruceñas, benianas, pandinas, además, porque la museografía de Creadoras lo permite. 

Por otro lado, en este marco se realizará un homenaje especial, recordando a la artista cruceña Etelvina Peña, una gran artista pictórica, actriz de teatro y televisión, una maestra cruceña que falleció el 1 de febrero de 2008.

A la vez, el CCP —con el apoyo y participación de la organización Apoyo para el Campesino Indígena del Oriente Boliviano (APCOB) y el Centro de Investigación, Diseño Artesanal y Cooperativa (CIDAC)— hace posible la participación de tejedoras de tierras bajas, las obras de artistas de las naciones indígenas originarias del oriente boliviano.

Creadoras, mujeres artistas en el oriente boliviano estará abierta al público hasta el 31 de mayo, la entrada es libre y será una experiencia que la población de Santa Cruz y de Bolivia pocas veces tendrán la oportunidad de apreciar.

Texto: D. Jackeline Rojas Heredia

Fotos: Centro de la cultura plurinacional de santa cruz

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Letras bolivianas, letras hispanas: una celebración que suma

La Academia Boliviana de la Lengua entregó un reconocimiento a la investigadora Ximena Soruco por el Día Mundial del Libro

El acto de la Academia Boliviana de la Lengua en el Centro Cultural de España.

Por Bruce Aramayo

/ 5 de mayo de 2024 / 06:35

Desde que en 1995 se proclamara en la Conferencia General de la UNESCO el 23 de abril como el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor para celebrar y promover la lectura, muchos países se han unido, a su manera, a esta fiesta de los libros. En el mundo hispano en particular esta fecha es especialmente importante porque se conmemora el entierro de Miguel de Cervantes Saavedra, autor de la obra cúspide de la literatura en español.

La Real Academia Española, por ejemplo, celebra en su sede institucional la Semana Cervantina con actividades culturales abiertas al público y organiza todos los años las honras fúnebres al autor del Quijote en el Convento de las Trinitarias de Madrid. También en esta fecha se entrega el Premio de Literatura en Lengua Castellana “Miguel de Cervantes” que es considerado el máximo galardón a la actividad creadora de autores españoles e hispanoamericanos; este año el escritor español Luis Mateo Díez ha sido merecedor de dicho reconocimiento.

De la misma manera, en América, las Academias organizan celebraciones similares en sus sedes con eventos que solo acrecientan el festejo universal de las letras hispanas. Nuestro país no es la excepción; su Academia, la Academia Boliviana de la Lengua (ABL), organizó el miércoles 24 de abril en el salón de actos del Centro Cultural de España en La Paz un evento en el que presentó su Anuario Nº 32 y dio un reconocimiento a la estudiosa Ximena Soruco Sologuren por su labor filológica. La celebración estuvo dirigida por la directora de la institución, España Villegas Pinto, y los académicos Hugo César Boero Kavlin y Juan Marcelo Columba Fernández; este último dio un discurso titulado Sobre algunos proyectos editoriales contemporáneos de Bolivia, que fue preparado para la ocasión.

El Anuario de la ABL se viene publicando desde 1985. Empezó bajo el nombre de Anales de la Academia Boliviana de la Lengua hasta su número 23 en 2008 y desde entonces se imprime como el Anuario de la Academia Boliviana de la Lengua. El número que se entregó la semana pasada sigue cumpliendo, como dice en su presentación, “las funciones conmemorativas mencionadas para el Día del idioma [y] las finalidades prácticas de materializar las metas de la misión institucional de la Academia”; en él se publican diferentes estudios e investigaciones sobre asuntos filológicos, lingüísticos y literarios en Bolivia. El reciente número incluye, además, los discursos de ingreso de sus más flamantes miembros (Juan Marcelo Columba Fernández, Diego Valverde Villena y Hugo José Suárez), homenajes póstumos y en vida a personajes de las letras nacionales y cuatro evocaciones in memoriam a Gaby Vallejo Canedo, quien falleció el 20 de enero de este año.

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El motivo del reconocimiento que se otorgó a Ximena Soruco fue su obra de edición e investigación Carlos Medinaceli. Ensayos reunidos (1915-1930), publicada en 2022 por el Instituto de Investigaciones Literarias, la Carrera de Literatura de la UMSA y Plural editores. Con este galardón la ABL quiso, por un lado, evocar el trabajo literario de Medinaceli y, por otro, distinguir la labor de Soruco respecto al autor y su obra. Carlos Medinaceli. Ensayos reunidos (1915-1930) es el primer libro de una colección de cinco volúmenes donde la investigadora reúne toda la obra del autor de La Chaskañawi, novela que se editará como último volumen de la colección. En el primer y el segundo libro (ambos publicados) se reúnen los ensayos en los que Medinaceli analiza y comenta obras de literatura nacional y extranjera. El discurso de reconocimiento escrito por los académicos Tatiana Alvarado Teodorika, Hugo Boero Kavlin y Alba María Paz Soldán Unzueta, señala que “más allá del aporte que representa para las letras bolivianas, su mejor conocimiento y su divulgación, esta obra es una prueba de la construcción intelectual más allá de las fronteras” y en él se agradece a Ximena Soruco por haber iniciado esta labor de investigación y compilación. “La felicitamos por el rigor con el que está llevando a cabo este trabajo, hacemos público nuestro reconocimiento y compartimos nuestro sincero deseo de que todos los volúmenes salgan pronto a la luz”, concluyen los académicos.

Entrega del reconocimiento a Ximena Soruco. Abajo: Ejemplar del Anuario de la ABL.

Tanto en nuestro país como en el resto del continente, de este y del otro lado del Atlántico, el reconocimiento a los escritores en lengua española es una forma común de expresar el amor a la literatura. En el mes de abril se elogian los libros y la lengua; y todas las personas e instituciones que aprecian el español se suman a este festejo para distinguir a los escritores que nos deleitan con su prosa o sus versos y para recordarnos que las letras hispanas, y las letras las bolivianas, son motivo de orgullo.

Texto: Bruce Aramayo

Fotos: Bruce Aramayo y Archivo ABL

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