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El clásico más resonante del planeta

Dos visiones, dos estilos, dos maneras de hacer las cosas volverán a expresarse

/ 21 de marzo de 2014 / 04:29

El Real Madrid recibe al Barcelona en un nuevo derbi de la Liga española. En el partido de ida los culés se impusieron (2-1); mientras los merengues, además de cobrarse revancha, buscan consolidar su primer lugar en la tabla conducente al título de la temporada. Los dos están clasificados a cuartos de final de la Champions League, y mientras los anfitriones están en el plan de consolidarse, cosa que no lograron con Mourinho, los otros rinden cada fin de semana una especie de examen de cuánto más pueden prolongar su condición de equipo que marca época y sobre el que sus detractores ya cantan el fin de la misma.

Cada vez que se enfrentan el Real Madrid y el Barcelona, la aldea global futbolera deja de lado por un par de horas sus afanes diferenciados más cotidianos e inmediatos. La forma en que se ha construido mediáticamente la importancia del derbi español convoca a propios y extraños a conjeturar sobre cómo será una nueva edición de éste que se ha convertido en el partido excluyente de todos los que se juegan un fin de semana en el mundo entero, y que en estos últimos años tiene como ingrediente colorido la rivalidad montada entre Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, rivalidad de la que muy probablemente ni los mismos protagonistas se enteran en muchos sentidos porque se trata, en realidad, de una alargada estrategia de venta de titulares periodísticos.

Dos visiones, dos estilos, dos maneras de hacer las cosas en la cancha volverán a expresarse en unas horas, la del anfitrión, el Real Madrid, que tiene como fundamento principal de su identidad sentar supremacía ganadora, subordinando la forma de jugar al entrenador y a los jugadores con los que circunstancialmente cuenta, ahora con un muy prudente Carlo Ancelotti que le ha cerrado herméticamente la puerta del vestuario a la prensa del corazón y que ha decidido apostar a un 4-3-3 que lo ha conducido al primer lugar de la tabla con un frente de ataque feroz por velocidad y efectividad por todos los flancos, bien abastecido por laterales y centrocampistas ambiciosos (Luka Modric, Marcelo, Xabi Alonso) y que saben pasar al ataque para hacerlo masivo e incontrolable para el adversario de turno.

A ese estilo de pretender ser siempre los Estados Unidos del Fútbol se contrapone el otro, el del trabajo basado en la formación de jugadores, en el fichaje de valores consagrados con altas probabilidades de engranar dentro de una cultura en la que importa tanto ganar como la forma en que se debe intentarlo. Escucho en Onda Cero de España a César Luis Menotti, el maestro de la palabra futbolera por antonomasia, y como siempre apela a comparaciones esclarecedoras que no admiten retruque como por ejemplo la siguiente sobre el rol de Gerardo Martino, entrenador del Barcelona: “A una obra de arte solo hay que conservarla, es como La Gioconda que debe seguir siendo por siempre tal como es porque si le quieres poner bikini o bigotes…”.

Pues bien, Menotti vuelve a dar en el clavo saliéndole al paso, sin proponérselo, a los miles de pájaros de mal agüero que desean un réquiem para los azulgrana porque según sus malos pensamientos estaría cercana la hora del final de una era, de un equipo concebido y perfeccionado desde las matrices discursivas del propio Menotti, Angel Cappa, y desde otra vertiente, Johan Cruyff.

El Madrid arrancará el juego con la ventaja de saberse puntero de la liga y consciente de que si alcanza la victoria, primero se cobrará revancha del partido de ida disputado en el Camp Nou (1-2) y más importante que eso, consolidará su posición con un rendimiento que el propio Ancelotti ha definido hace un par de semanas: “Ya tenemos la casa, ahora se trata de decorarla”, esto en alusión a los progresos significativos alcanzados, sin que la salida de Mesut Özil y la lesión de Sami Khedira hayan hecho mella en la maquinaria, con la recuperación de Karim Benzema como hombre de área y que se asocia fluidamente por izquierda y derecha con Cristiano Ronaldo y Garet Bale.             Las dudas sobre el Barcelona empezaron a tener eco en el periodismo catalán, a partir del regreso de Lionel Messi luego de soportar las primeras lesiones preocupantes de toda su carrera. A sus problemas físicos y a su obligada ausencia se sumaron las críticas acerca de su supuesta pérdida de motivación para seguir jugando, y ya en términos generales al hecho de que el Barcelona haya conocido la derrota luego de varias temporadas, en tres de seis fechas consecutivas, cosa en alguna medida superada con la goleada propinada al Osasuna (7-0) en la última fecha, triunfo que fue una inyección motivadora para encarar la semana de preparación previa al gran clásico.

Si Ancelotti tiene claro el onceno que saltará al campo del Santiago Bernabéu, a Martino le quedarán algunas dudas pues sus opciones en la ofensiva para secundar a Messi tienen que ver con la decisión de si juega Alexis Sánchez o Neymar, puesto que el rendimiento de Pedro en las últimas fechas lo excluiría de dudas. En el medio estarán los inamovibles Sergio Busquets, Xavi Alonso, Andrés Iniesta y Césc Fábregas para buscar un nuevo festival del toque, el pase preciso, y en la línea de fondo, Gerard Piqué y Javier Mascherano son números fijos, así como en las bandas Danny Alves y Jordi Alba.

El puntero del torneo se enfrenta entonces a una leyenda viviente, a un equipo que les ha dado razones de sobra a los llamados románticos como Menotti o Cappa para ufanarse por una forma de leer-escribir el fútbol a lo largo de su historia moderna. Lo mínimo que debemos esperar es un partido jugado con alta intensidad y que los dos protagonistas, cada uno en la suya, sean capaces de desplegar los mejores argumentos que los caracterizan.

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Vamos todos juntos de nuevo

/ 15 de junio de 2024 / 01:13

“Del capitán de los argentinos: Acá están los pueblos, las ciudades y nuestro suelo. Acá están mis compañeros, los utileros, los ayudantes y todos los que se pusieron esta camiseta. Acá están los clubes de barrio, las canchas de barro. Y las escuelas. Acá están las alegrías. Las tristezas. Los abrazos y los llantos. Acá está mi familia y la familia de cada uno de ustedes. Acá están los que ya no están. Acá estás vos. Acá, en el corazón, está Argentina. Vamos todos juntos de nuevo. (Que lindo es ser hincha de Argentina).”

A veces los maestros de la creatividad y la redacción publicitaria son capaces de construir piezas como esta que compendia toda una historia, la de millones de vidas entrelazadas que asumen conciencia de ese entrelazamiento cuando juega la selección argentina: cinco millones de personas celebrando en plazas y avenidas la obtención de la tercera estrella en diciembre de 2022, lo que 100 líderes políticos juntos no podrían lograr ni aunque renacieran una y otra vez.

El mensaje que inicia esta columna es tan perfecto y emocionante que me hizo retroceder hasta 1978, cuando la celeste y blanca ganó por primera vez una Copa del Mundo y empecé a comprender que el don de la palabra y su relación con la pelota permitían que el ser humano expresara su totalidad de la cabeza a los pies. Personas que juegan al fútbol, no futbolistas a secas, como diría el prócer del castellano futbolero, César Luis Menotti, nos enseñó que en el buen decir podrían estar guardados muchos secretos de cómo llegarle mejor a aquel hombre que salta al verde césped con la ilusión de hacer un gran partido y de entregarle a la gente de las gradas y a aquella que aguarda frente al televisor, un espectáculo capaz de llenarle los ojos y hacer que por sus venas corra la sangre de la felicidad.

Messi les habla a los argentinos para convocarlos a la reinauguración del sueño y la ilusión de un nuevo triunfo ahora que se viene una nueva Copa América. Lo hace leyendo un texto con las pausas que le aconsejan quienes dirigen el audiovisual para decir, para hablar, para traducir precisamente en palabra todo lo que su incomparable talento desata en la gente con los movimientos, los pies, las asistencias para que alguno de sus compañeros convierta, las triangulaciones infinitas, los amagues, las gambetas, con los disparos al arco con pelota en movimiento o esos envíos de pelota parada que entran por las escuadras para sacudir las mallas, allá donde los mejores porteros no llegan ni en su mejor vuelo. Messi también puede emocionar con la palabra, como ya lo demostrara en la arenga a sus compañeros en el vestuario antes de salir a la cancha del Maracaná para ganarle a Brasil en Rio de Janeiro esa Copa América que la albiceleste pudo obtener después de 28 años, sumando 15 trofeos continentales para su palmarés.

Las palabras que pronuncia Messi certifican eso que el entrenador italiano Arrigo Sacchi dijera con lucidez sobre este juego que desata pasión, militancia y fanatismo: El fútbol es lo más importante de lo menos importante. Y eso menos importante comprende una soberanía popular acerca de una forma de jugar, un territorio del que ha nacido esa soberanía de estilo, una conciencia y una memoria histórica que nos recuerda siempre que el fútbol es un proyecto colectivo con quienes están en las canchas y quienes están afuera generando todas las condiciones para que en los gramados las cosas sucedan de la mejor manera.

El fútbol es una forma de ser desde cuando se comienza en el patio de la casa, en el callejón del barrio, en la cancha de tierra del pueblito más recóndito y para que todo esto pueda materializarse están los nuestros y las nuestras, los que nos dieron vida y a quienes trajimos al mundo. El fútbol, en buenas cuentas, forma parte de nuestras construcciones históricas y eso en Argentina lo tienen más claro que en otros territorios, lo mismo que con la música, el cine y el teatro y cada vez menos con la política, allá donde el chanterío es el lado B de la identidad, allá donde un presidente les dice, nos dice, “zurdos de mierda”, a aquellos que admiramos a esos comunistas de pensamiento y entraña que creen que el mundo como el fútbol es una obra colectiva.

Messi está jugando en el Inter de Miami con una camiseta rosada que ya se ha vendido por millones. Se está retirando del fútbol en cámara lenta junto con sus más queridos compañeros. Ahí están Luis Suárez, Jordi Alba y Sergio Busquets abrazándose con él, como en el potrero jugando un picado a cualquier hora. Lo ha planeado todo en una combinación de últimos negocios como futbolista y de geografía bien pensada: juega en Estados Unidos donde ahora tiene lugar la Copa América y en 2026 la Copa del Mundo. No sabe si estará en condiciones de jugar un sexto mundial. Lo que siempre tiene presente es ese “vamos todos juntos de nuevo”. Es el más grande futbolista de todos los tiempos, por perseverancia y por conciencia de lo que son triunfo y derrota. Aunque Menotti diga que fue Pelé.

Julio Peñaloza Bretel es periodista

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Los programadores del odio

/ 1 de junio de 2024 / 03:55

Admiración, pasmo, extrañeza, estupor, perplejidad, estupefacción, sorpresa, maravilla, fascinación, deslumbramiento, embobamiento, embeleso, arrobamiento, conmoción, susto, espanto, sobrecogimiento. Todo eso es lo que provoca la capacidad humana para el asombro, la necesidad casi instintiva de incorporar experiencias para sentir que estamos vivos y que nuestros haceres cotidianos avanzan cargados de sentido existencial. Y todo eso es lo que precisamente se encuentra en entredicho en esta nueva época en la que el odio y la indiferencia, el desprecio y el ninguneo se ejercen de manera especializada. La fórmula consiste en dejar de asombrarse por todo y por nada, dejar de lamentarse por asuntos que con una buena estrategia marketera y política pueden terminar naturalizándose. Que sufran los que mueren con las bombas, las torturas, el hambre, la devastación de la naturaleza, los demás a tomar las cosas con la liviandad con la que una adolescente curvilínea mueve las caderas haciendo un TikTok de 30 segundos. Manipulación pura. Adormecimiento perfecto. Nos fuimos a la mierda… pero bailando.

Benjamín Netanyahu es el Hitler del siglo XXI. Un genocida del que no se admiten matices. Continúa propiciando una matanza sistemática de palestinos que va mucho más allá de quienes militan o empuñan metralletas en Hamás. Se trata de niños, mujeres y ancianos que han muerto como moscas abatidos por el poder militar israelí en la Franja de Gaza y alrededores. Dice muy suelto de cuerpo que en Rafah se equivocaron, que algo salió mal, que no estaba planificado arremeter en dicha zona, o sea, qué pena, ni modo, un error más no tiene por qué complicarle la vida al sionismo recalcitrante o al propio primer ministro judío que a lo único que apunta es a retener el poder en las próximas elecciones de su país, aunque los datos de la realidad le digan que debería marcharse y cuanto antes. No lo hará, el poder es un narcótico que produce dependencia al que solo la muerte puede ponerle fin.

Netanyahu es la máxima expresión del odio como peor expresión de la condición humana, pero no es el único. Algunos colaboradores de Javier Milei en el gobierno argentino decidieron esconder alimentos que tenían destino de comedores populares, esos con los que sus habituales comensales lograban no morir de hambre gracias a los programas sociales. Mientras tanto, como algún periodista apuntó, el país no tiene presidente, se gobierna con piloto automático, mientras el libertario que lleva el look del libertador José de San Martín, un estilo retro republicanista que tiene confundido a más de uno, viaja, viaja y cuando aterriza en España no tiene mejor idea que tachar de corrupta a la esposa del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Repite lo que sus ultrafachos amigos de Vox van diciendo, al nuevo estilo con que se han impuesto las redes sociodigitales: noticias falsas, acusaciones sin pruebas, agravios como mecanismo de activación de la mentira que significa una nueva forma de hacer política: el miente, miente que algo queda de Goebbels con los zurdos de mierda, colectivistas, que ha llevado a la humanidad a su estadio más oprobioso. No es casual, Milei respeta, admira y ha visitado a Netanyahu a las pocas semanas de haber demostrado que en lugar de viajar al psiquiátrico, se le puede decir al chofer que cambie de dirección y vaya para la Casa Rosada.

Jair Bolsonaro demostró (2019 y 2022) en Brasil que en el país de la felicidad futbolera, de la necesidad interior de sambar en carnaval, en ese subcontinente, en el de la incomparable bossa nova de Caetano Veloso, Vinicius de Moraes y toda esa banda de fabulosos músicos, en ese país también se puede instalar el odio con la pesada maquinaria de unas iglesias evangélicas fundamentalistas, unas Fuerzas Armadas a las que había que actualizar en anticomunismo y unos vigilantes de la moral, la justicia y las buenas costumbres asesinando a activistas lesbianas como Mariel Franco con cuatro disparos en la cabeza (2018).

El último truhan se llama Donald (como el pato de Disney) Trump y amenaza con volver a ser presidente de Estados Unidos, a cuatro años de perder una elección a la que tachó de fraudulenta (otro mecanismo de masaje manipulatorio masivo) cuando Joe Biden recuperaba la Casa Blanca para los Demócratas y a los Republicanos no les pareció mal que se asaltara el Capitolio en plan golpe de Estado. Entonces, los Estados Unidos de la perfecta democracia occidental, se convirtieron en una patética película documental sobre república bananera o africana según lo dicta Hollywood. 

Netanyahu. Milei. Bolsonaro. Trump. Todos ellos han demostrado que las combinaciones en política y economía pueden romper con cierta ortodoxia para combatir a árabes terroristas, zurdos de distintas tonalidades, pero todos de mierda, y cómo no, a la “mariconería” como recién ha dicho el jesuita papa Francisco. Quienes quieran trabajar y militar en el odio, están en condiciones de aspirar a una tranquilizante estabilidad laboral en esta sociedad del cansancio de la que nos habla Byung- Chul Han.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Sin sentido del momento histórico

Postfacio del libro“Las limitaciones históricas y políticas del Proceso de Cambio, ¿Fin de ciclo?” de José Manuel Llorenti Rocha.

/ 26 de mayo de 2024 / 06:49

El Punto Sobre la i

“ Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.”

Castro Ruz, Fidel; diario Granma, 01 de mayo de 2001

Crítica y autocrítica es lo que ha plasmado José Daniel Llorenti Rocha en “Las limitaciones históricas y políticas del Proceso de Cambio, ¿Fin de ciclo?”, un ejercicio infrecuente en los inorgánicos partidos políticos de Bolivia, y que en el Movimiento al Socialismo – Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (MAS–IPSP), resulta más complejo y entreverado, dada su composición de fuerza política conformada por mayorías nacionales caracterizadas por un sindicalismo multiforme, en primer lugar campesino e indígena.

Leyendo con dedicación y subrayados el texto de Llorenti, se concluye que a contracorriente del lúcido derrotero que propone Fidel Castro para hacer de una revolución, instrumento indestructible, nos encontramos en un momento de sin sentido del momento histórico.

Pareciera que hasta ahora la gran mayoría de la militancia masista no hubiera asumido conciencia acerca de la dimensión de lo que significó ganarles a los partidos del establishment oligárquico con su propio instrumento, el voto, ese que ya se utilizaba en Esparta a.C. y se convirtió en el mecanismo para organizar políticamente las sociedades europeas desde mediados del siglo XIX. Así, el MAS–IPSP se convirtió en el nuevo paradigma de la política boliviana sin disparar un solo tiro para derribar a la derecha con su propio instrumento legitimador del orden democrático. Desde 2005, ganó elecciones con el 53,7% primero, con el 67,43% en el referéndum que de revocatorio al binomio Morales – García Linera se convirtió en ratificatorio (2008), a continuación (2009) con el 61,43% (puesta en vigencia de la Constitución Política del Estado Plurinacional), en elecciones presidenciales de 2009 con el 64,22%, y en las de 2014 con el 61,36%. El promedio de estos cinco actos eleccionarios y plebiscitarios es apabullante: 61,62%.

El MAS–IPSP hizo del voto el primer instrumento revolucionario y transformador que debiera exigirnos una profunda y detallada investigación sobre la demografía electoral del país, produciendo un resultado eleccionario conceptual en el que llegaba primero al gobierno, para una posterior toma del poder con capacidad de edificar hegemonía política. Después de 180 años de vida republicana, una vez determinado con lucidez el sujeto histórico indígena originario campesino, se rompieron las cadenas mentales que llevaron a indias e indios a votar por sí mismos, a pensar en autogobernarse sin los complejos y los temores producidos por siglos a partir de la supremacía blanca y racista, considerando las características de líder carismático que reunía Evo Morales.

Luego de convertido el voto en instrumento para el inicio de la construcción del Proceso de Cambio, y ateniéndonos a la muy interesante formulación del autor de este libro (de próxima aparición), acerca de la etapización de lo que se llama Revolución democrática y cultural, se produjo una segunda gran decisión que terminó por consolidar el perfil ideológico político del MAS-IPSP con la expulsión de Philip Goldberg, embajador de los Estados Unidos de América (2008), acusado de respaldar una conspiración cívico prefectural con epicentro en la entonces llamada Media Luna (Santa Cruz, Beni, Tarija y Pando), produciendo la decisión más antiimperialista que haya conocido nuestra historia. Superado el temor a usar el voto para plantarles cara a los blancoides neoliberales, se logró también superar el miedo al amo del Norte, a ese que nos hicieron creer durante todo el siglo XX que sin su ayuda y su tutelaje, sin su cooperación para el desarrollo y sus condicionamientos para meterles mano a nuestros recursos naturales como se les pegara la gana, Bolivia estaba condenada a languidecer hasta desaparecer. Transcurridos 16 años de la salida del Virrey norteamericano, las relaciones bilaterales continúan sin embajadores, a la cabeza de Encargados de Negocios.

En apenas tres años, el MAS-IPSP resignificó el uso del voto, cumplió con la llamada Agenda de Octubre determinada en 2003 luego del derrocamiento de Gonzalo Sánchez de Lozada , con la nacionalización de las empresas estratégicas del Estado (multiplicando la renta hidrocarburífera hasta llegar al récord de $us 15 mil millones de reservas internacionales en 2014) y la fundación de un Estado fuerte y distinto a través de la puesta en vigencia de una nueva constitución aprobada por voto popular, con características de plurinacionalidad como expresión definitiva de ciudadanización de la diversidad étnica de pueblos y naciones originarias, encajonados hasta entonces en una forzada mestización producida desde la revolución de 1952 para que todos nos creyéramos la fábula de una igualdad que sólo servía a la hora de favorecer con el voto a la pequeña burguesía política organizada a través del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), más tarde coludido con las dictaduras militares que dominaron la mitad de los 60 y casi toda la década de los 70.

El MAS–IPSP había logrado convencer de su proyecto a una parte de las clases medias urbanas, que por su naturaleza económica y social han carecido siempre de proyecto histórico. Con ese cualitativo porcentaje de clasemedieros, renovó entre 2005 y 2014 la confianza para seguir gobernando, luego de haberse dado el lujo, inclusive, de derrotar militarmente a las fuerzas empresariales reaccionarias del agroexportador y ganadero departamento de Santa Cruz, con el descabezamiento de los conspiradores parapetados en el Comité Cívico Pro Santa Cruz, la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo (CAINCO) y la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO).

Obtenidos los dos tercios para dominar numéricamente la Asamblea Legislativa Plurinacional, el MAS-IPSP, más precisamente el entorno que se había ganado la confianza del presidente Morales, incentivó un diálogo con las fuerzas empresariales cruceñas para generar acuerdos pragmáticos relacionados con intereses económicos que los alejaran de cualquier activismo político opositor. De esta manera, y con la comodidad de manejar vertical y horizontalmente al parlamento, dio lugar a que ese entorno se convirtiera en más gravitante que las organizaciones sociales que forman parte del llamado Pacto de Unidad, y que constituyen el Sentido Común del Proceso de Cambio o de la Revolución Democrática y Cultural. Como en tiempos de la Unidad Democrática y Popular (UDP) con la presidencia de Hernán Siles Zuazo (1982 – 1985), rodeado de un entorno que hacía y deshacía (Félix Rospigliosi, Mario Velarde Dorado, Tamara Sánchez Peña), Evo Morales comenzó a moverse en arenas donde se gestaba lo que en este libro se aborda como Culto a la Personalidad, y que para nuestra historia emancipatoria latinoamericana se denomina caudillismo, lo que significó un encaminamiento hacia un progresivo extravío en que el Sujeto Histórico, colectivo por esencia desde las identidades comunitarias, terminó convirtiéndose en sinónimo de un líder que por sus cualidades carismáticas fue mutando en mesiánico por obra y gracia de ese entorno que primero se convenció a si mismo que Evo Morales era irremplazable o insustituible. Había llegado a apoderarse de todas esas mentes, el pánico a la derrota (electoral) y fue así que a dos años de obtenido un tercer triunfo electoral (2005, 2009, 2014) se decidió llamar a un referéndum fijado para el 21 de febrero de 2016 en el que se preguntaría si se validaba la posibilidad de una nueva postulación en las siguientes elecciones presidenciales. El resultado se constituyó en la primera derrota de Evo Morales en las urnas desde que asumiera el gobierno, una década atrás.

Asumido el No a la repostulación con la que se producía la primera señal de ruptura de la confianza de la clase media “apolítica” con Evo Morales, esa que le permitió ganar por mayoría absoluta a partir de 2005, tuvieron que transcurrir veinte meses (de febrero de 2016 a noviembre de 2017) para que a través de una burda maniobra ejecutada por el Tribunal Constitucional, quedara habilitado como candidato a las elecciones de 2019, invocando su postulación como un derecho humano erróneamente sustentando en el Pacto de San José, – -argumento desestimado cuatro años después por la Corte Interamericana de Derechos Humanos—.

Si el voto popular de 2005 se había constituido en un instrumento de liberación nacional, ahora Evo Morales se había atrevido a depreciar la importancia estratégica e histórica de ese mismo voto en la vida ciudadana, desconociendo el referéndum del 21F de 2016, esto es, desconociendo la decisión soberana del voto para correr hacia una candidatura que aceleró un desgaste que desembocó en su derrocamiento exactamente dos años después, luego de caminar penosamente hacia una campaña electoral dinamitada por acciones orquestadas por la derecha a través de la llamada “Revolución de colores”, a partir de la deslegitimación que significaba haber desconocido de manera inaceptable una decisión ciudadana producida en las urnas.

Como si no hubiera sido suficiente equivocar el camino imponiendo una candidatura viciada de nulidad, en pleno proceso electoral (octubre, 2019) fue suficiente un imperdonable error táctico suspendiendo la publicación de la Transmisión de Resultados Electorales Preliminares (TREP) de la elección en la que Evo Morales ganaba pero sin llegar al 50% de los votos, lo que dio lugar a que se ejecutara el tiro de gracia acusándolo de fraude con la activa participación internacional de la OEA y las calles inflamadas de indignación, ocupadas por las clases medias a las que dos años antes se les había robado el voto.

A partir de entonces, con un año de gobierno erigido anticonstitucionalmente, a través de un golpe de Estado cívico-policial-militar, empezó a gestarse la pérdida del sentido del momento histórico con un Evo Morales fastidiado por no poder ser nuevamente candidato para las elecciones que se llevarían a cabo en 2020, aceptando a regañadientes al binomio Arce – Choquehuanca por él mismo impuesto, convirtiéndose en jefe de campaña desde Buenos Aires, ciudad de la que retornó desde el exilio para convertirse a muy pocos meses de asumido el gobierno por el otra vez triunfante MAS-IPSP (55.10% de la votación) en el principal detractor de la presidencia a la cabeza de quienes habían sido sus ministros (Economía y Relaciones Exteriores) con mayor tiempo en el ejercicio de sus cargos.

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La maquinaria electoral que el bloque popular había sabido utilizar entre 2005 y 2014 con el cualitativo aporte porcentual de las clases medias urbanas, se convirtió en el artefacto democrático perforado por esa conducta en la que convergen la superlativización de un personaje público en la política: culto a la personalidad, caudillismo, mesianismo.

El momento administrativo-burocrático del MAS-IPSP en esta cuarta presidencia, ya no a la cabeza de Evo Morales, marcaría lo que Llorenti caracteriza como Fin de Ciclo. Pasado el tiempo de la épica transformadora, nos encontramos ahora en un tiempo de transición que en el contexto internacional tiene a las fuerzas políticas de la extrema derecha queriendo comerse el mundo, para aplastar de una buena vez y para siempre, las ambiciones de justicia social sin admitir matices de las distintas tonalidades de izquierda que abarcan lo nacional popular hasta un socialismo más radical, que por cierto, está cada vez más lejos de ser realidad en estos tiempos de tecno política en que las grandes decisiones-digitaciones del poder económico transnacional pasan por la mensajería socio digital.

Los errores estratégicos y los pasos tácticos en falso nos informan que este ciclo del MASIPSP ha concluido. La división y el enfrentamiento, generadores de incertidumbre cotidiana, no nos permiten vislumbrar por ahora si habrá tiempo- espacio para su reinvención.

 (*)Julio Peñaloza Bretel es periodista

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Nación Menotti: Un espectáculo para pensar

El 5 de mayo falleció el entrenador argentino César Luis Menotti, Julio Peñaloza recupera un texto que hizo sobre la visión de este estratega

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 19 de mayo de 2024 / 06:45

Pep Guardiola se convirtió en la confirmación de todo cuanto César Luis Menotti pregonaba desde los años 70 sobre el juego a partir de una militancia, de una visión del mundo. Definió que el catalán era el Che Guevara del fútbol. Fue en 2014 que el más talentoso pedagogo de la palabra futbolera en castellano pronunció las últimas palabras, tajantes e irrebatibles: Jugar bien puede ser una cosa para unos y muy distinta para otros. De lo que ya no hay duda es de en qué consiste jugar lindo. La inteligencia, la claridad conceptual y el buen decir fueron características de este que nos enseñó a amar el fútbol como manera rotunda y lúdica de amar la vida. Extrañaremos tanto al Flaco, con la certidumbre de que siempre estará entre nosotros. A continuación el texto (originalmente publicado en 2014 y ahora con algunas actualizaciones) que homenajea a ese flaco, fumador empedernido que partió a los 85 años, víctima de una anemia severa:

Cómo le pega Leonardo Pisculichi de media distancia. Para disparar al arco o para enviar centros perfectos a sus compañeros mejor habilitados.  Cómo le pega  Neymar Jr. que le hizo el segundo al PSG con la clase de los que saben, desde fuera del área y con el ligero efecto que hace del remate, pelota inatajable. Cómo le pega Marcelo Martins que anotó uno de bolea en su cierre de temporada para ser nombrado el mejor extranjero del Brasilerao. Pisculichi estaba de regreso de Qatar con 30 años y el ojo clínico de Marcelo Gallardo sirvió para que un jugador en retirada se convirtiera en la manija de River Plate para conquistar la Copa Sudamericana. Pasar bien y recibir bien son fundamentos ineludibles con los que debe contar un buen futbolista, pero pegarle con precisión y puntería pueden encausar triunfos como el obtenido por los de la banda roja frente a Atlético Nacional de Colombia, o el Barcelona dando vuelta un marcador en partido de Champions, o el Cruzeiro cerrando la temporada con un año fabuloso para el más importante jugador boliviano fuera del país.

El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola
El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola

Siempre convencido de que el buen trato de la pelota es el que marca las diferencias de calidad entre unos y otros —para pasarla, para gambetear, para pegarle de lejos—, me reencontré con los orígenes que me convencieron de que el fútbol es un espectáculo para pensar. Esos orígenes están exclusivamente vinculados a mis ávidas lecturas de El Gráfico en 1978 cuando César Luis Menotti, además de ser el seleccionador argentino, fue el locuaz narrador de una aventura entremezclada por jugadores bonaerenses con otros de provincia, que terminaría con la obtención del primer título mundial para la albiceleste.

Pues bien, el número de El Gráfico del último mes de 2014 se presenta con un primer plano del Menotti actual (76 años), canoso, surcado en su rostro por el transcurso del tiempo, quien ofrece respuestas a 120 preguntas y cero cigarrillos luego de haber sido fumador empedernido, que lo confirman como al entrenador que nos enseñó que el fútbol es jugar bien, pero que para ello, aparece como casi imprescindible contar con el maravilloso instrumento de la palabra para vehicular una manera de comprender y explicar el juego, y para eventualmente rebatir tantos falsos debates acerca de la asociación que se hace entre buen fútbol y resultado.

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A Menotti le debemos infinitas reflexiones, incontables ejemplos, ácidas comparaciones y rivalidades que vale la pena sostener, en el convencimiento de que siempre será un buen ejercicio intelectual combatir a los detractores del discurso creativo, los portavoces y hacedores de la practicidad, del camino vertical y simplificado, de la espera antes que de la búsqueda, del ponerse a buen resguardo antes que arriesgar, de los cultores de la falta táctica para anular la inventiva del otro, en la medida en que se carece de prosa o poesía propias. Y es justamente en estas coordenadas que el fútbol seguirá invariablemente siendo juego antes que  botín político, —a pesar de haberse convertido en un negocio descomunal— ese que el propio Flaco calificó alguna vez: “Amo el fútbol, pero su entorno me pudre”.

Menotti fue mi maestro por entregas semanales de la legendaria revista argentina. Me enseñó a mirar el juego apreciando la sensibilidad de los artistas que terminan dominando la pelota con todos sus misterios de trayectorias o inexplicables desapariciones, y es a partir de él que pude entender mejor lo que hizo Brasil del 70, Holanda del 74 y el Barcelona de la prodigiosa década de la santísima trinidad, Messi, Xavi e Iniesta. Justamente en esta conversación con el periodista Diego Borinsky encontramos, como si se tratara del hallazgo que nos faltaba para completar el rompecabezas de nuestras convicciones, el siguiente criterio sobre lo hecho por Josep Guardiola en La Masía y el Camp Nou: “Lo de Guardiola fue un huracán devastador, arrasó con toda la trampa y la mentira, los aniquiló de tal manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día juega peor es Brasil.” Y como para hacer más ilustrada tan rotunda afirmación, completemos el panorama con esta otra: “Fueron asesinados por Guardiola. Felizmente asesinados, los decapitó, les cortó la cabeza, las patas, se acabó, no se puede hablar más, porque ahora Guardiola va a Alemania y mete 7 goles, o como el otro día, que su equipo hizo 35 toques y la empujaron adentro del arco. Se acabó. Esto no quiere decir que no se pueda ganar de la  otra manera, eh, pero eso que ello pregonaron de que no se puede ganar jugando lindo, eso que hay que ganar y punto, se acabó. Ahí tenés a Guardiola: juega lindo, te ganó 16 títulos, les rompió el culo a todos, inventó a un montón de jugadores. A Piqué lo trajo por dos mangos de Zaragoza, Puyol decían que era un burro que no podía jugar y la rompió. Iniesta era suplente. Se acabó. Los decapitó.”

Diego Armando Maradona

¿Qué más? Para fines de comprensión del contexto boliviano es bueno recordar algunas frases convertidas en eslogans, proferida por algunos jugadores de nuestra liga: “No importa si jugamos mal, lo importante es que ganamos” o “hay que ganar como sea”. Listo. Son esos mismos jugadores los que culpan al sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el estado del campo, los árbitros y cuantas excusan encuentren en el camino para justificar su mediocridad o las limitaciones inocultables de sus desempeños. He aquí entonces la explicación de por qué inicio este texto refiriendo las virtudes de tres futbolistas —Pisculichi, Neymar Jr, Martins— que demuestran lo que son con la pelota y no por lo que no pudieron conseguir en la vida. He aquí la explicación de por qué en Bolivia no hablamos de fútbol como nos lo propone Menotti, porque puede resultar incómodo el desmontaje de escuálidas propuestas tácticas basadas en la espera y en el contraataque tal como consiguió en gran medida The Strongest su tricampeonato: Jugando a lo Tigre, con valentía, tantas veces feo y casi siempre pensando primero en el cero en arco propio. Así de pobre es nuestro “profesionalismo”, en el que se debate sobre la filosofía de la papa frita y casi nada sobre cómo tratan la pelota nuestros equipos.

Han transcurrido 46 años desde que Argentina ganara en el Monumental de Buenos Aires su primera Copa del Mundo, y la marca rosarina de Menotti sigue indeleble, así como las de paisanos suyos, igual de valiosos por su inteligencia y claridad conceptual para comprender el juego como Marcelo Bielsa, Jorge Valdano, Lionel Messi, o Norberto Fontanarrosa. Así, con personajes de tan grande credibilidad, el fútbol, continúa siendo una extraordinaria aventura a descubrir y conquistar todos los días en el verde césped.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Internet

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Fútbol siete

/ 18 de mayo de 2024 / 00:23

Algún día aprendí que un equipo de fútbol se organiza de atrás para adelante, que la defensa se planifica y el ataque puede improvisarse. Que los centrales deben ser algo así como la guardia pretoriana de un onceno, los laterales deben ser primero vigilantes y si se puede, una vez liberada la zona de riesgo, combatientes de toque-ataque, de frente y costado (cómo no recordar a Cafú y Roberto Carlos), y que los delanteros están para inventar el desastre que pueda despatarrar a la defensa contraria, que al igual que la propia debe estar conformada por gladiadores dispuestos a evitar que pelota y rival pasen, y las posibilidades de que la portería propia no sea batida sean apreciablemente grandes. Defender es planificar, atacar es inventar, defender es recuperar la pelota de los pies del adversario, atacar es manejar la pelota para que el rival no pueda robarla y así enfilar hasta el otro arco y marcar.

Veo al Bolívar de Flavio Robatto perder por goleada contra el Flamengo de Tite, y lo primero que puede percibirse es que la Academia está organizada exactamente al revés: de adelante para atrás. Tiene los mejores delanteros del fútbol boliviano, un punta como Fran da Costa siempre con el arco entre ceja y ceja, mientras sus diabólicos muñecos-amuleto, Chucky y su novia Tiffany, descansan en el vestuario haciendo vigilia o brujería, quién sabe, para que Shico (así se pronuncia en el sur del Brasil) esté en condiciones de descoserla y anotar. Sus compañeros son Patricio Rodríguez (su sobrenombre, Patito, no le hace justicia a su temperamento), extremo izquierdo de gran movilidad que incursiona por la banda hacia adentro, lo mismo que hace por derecha Bruno Savio con la misma disposición escurridiza y eficacia para ingresar en el área rival, y él mismo, o alguno de sus socios estratégicos, hacer goles sin atenuantes.

Da Costa-Rodríguez-Savio conforman uno de los mejores frentes de ataque de Sudamérica, como se puede comprobar en esta Copa Libertadores en pleno desarrollo, y si a ellos le sumamos la conexión con Ramiro Vaca que abastece muy bien la zona combustible de Bolívar, respaldado por Justiniano y Saucedo en la mitad de la cancha, Bolívar con la pelota tiene necesariamente que ser protagonista, por iniciativa y calidad, y por ello no es casual que encabece la tabla de posiciones en su grupo y esté a medio paso de clasificarse por segundo año consecutivo a octavos de final. 

De vanguardia, con características de excelencia, Bolívar es un equipo inversamente proporcional hacia atrás, con una retaguardia que puede terminar de darle la razón al colombiano Faustino Asprilla que afirmó con desconsideración e irrespeto que “los bolivianos son de madera”. Bueno, en realidad, de madera podría ser uno que no es boliviano, Orihuela, central uruguayo que pifió una pelota a título de despeje y que ocasionó el segundo gol de Flamengo. Al minuto de iniciado el partido, Saavedra, que de lateral tiene nada, había dejado expedita la banda izquierda en la que debía estar para cubrir a Gerson, que anotó la apertura e inició el festival que concluyó con un 4-0 sin discusiones y que parece no incidirá en la inminente clasificación bolivarista, a falta de una fecha para la conclusión de la fase de grupos.

Con Orihuela, o mejor dicho, sin Orihuela, uno menos. Con Saavedra improvisado como lateral izquierdo, dos menos. Con Sagredo de lateral derecho, tres menos. Y con el recientemente recuperado de una lesión, el ecuatoriano Ordóñez, cuatro menos. Dos centrales y dos laterales que le hacen transpirar la gota fría al portero Carlos Lampe, que ataja muy bien, pero al que se le cuestiona por no saber manejar los pies. A rezar bolivaristas, el equipo más campeón del fútbol boliviano y con más participaciones en torneos internacionales puede contar con siete futbolistas que garantizan calidad y eficacia, pero, lamentablemente, con una base defensiva a la que puede poner en problemas el Fla, pero también el principiante y flamante campeón San Antonio de Bulo Bulo. Si se sabe atacar a Bolívar, la chapa de gran equipo se le puede terminar oxidando.

Hay que ser justos y memoriosos: con Roberto Carlos Fernández, que se fue al Baltika Kaliningrad de Rusia, y Diego Bejarano, que ahora está en Oriente Petrolero luego de una salida con portazo incluido, Bolívar contaba con laterales solventes y experimentados, y con otro uruguayo, el indisciplinado y violento Bentaberry, había más solidez en la zaga junto a Sagredo (no sé cuál es José y cuál Jesús, disculpas por mi desinformación, pero los gemelos pueden confundirnos). Para decirlo pronto y fácil: Bolívar tiene un equipo de siete, no de 11 futbolistas. Son el portero, los mediocampistas y el tridente ofensivo. La línea de fondo, habitualmente línea de cuatro, es un lamento boliviano. El presidente del club, Marcelo Claure, anuncia reajustes o refuerzos cuando se abra el libro de pases. Es justo y necesario. Un equipo con la historia y las ambiciones de Bolívar, necesita 11 futbolistas en el campo. No siete.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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