Qué está pasando con China?
Lo que pase con China afectará a toda la economía mundial, no solo a las latinoamericanas, dependientes de la exportación de materias primas. Por ahora, el gigante asiático muestra signos de un aterrizaje suave.
En 2009, con la resaca de la crisis financiera global, China se convirtió en el primer exportador mundial de manufacturas, dejando a Alemania en el segundo lugar. En ese mismo año, China deslumbraba al mundo con la faraónica majestuosidad de los Juegos Olímpicos de Beijing. Al año siguiente, Shanghái fue sede de la exposición mundial.
Mientras el mundo desarrollado se debatía en la peor crisis conocida desde 1929, China parecía perfilarse como la potencia mundial del siglo XXI; tanto, que la prestigiosa revista The Economist tiene en su web desde 2010 un gráfico interactivo que invita a los lectores a construir escenarios para predecir cuándo China sobrepasará a Estados Unidos como la primera economía mundial. En 2010, las predicciones de The Economist anticipaban que China llegaría al primer lugar en 2019. Hoy, se prevé que tal cambio de roles sucederá en 2021; el rezago se debe a la desaceleración de China, asunto del cual nos ocupamos ahora.
En 1976, tras más de dos décadas y media en el poder moría Mao Tse Tung, el histórico líder de la revolución comunista china; en los años que siguieron, la extraordinaria resiliencia del Partido Comunista Chino se puso de manifiesto y, en medio de un panorama incierto, pudo recomponer su institucionalidad y generar estabilidad, recuperando la economía luego de una década de los experimentos de la Revolución Cultural.
Las reformas económicas vinieron en 1978 de la mano de Deng Xiaoping, quien inició las reformas económicas que la China de entonces requería para convertirse en el jugador de talla global que es hoy en día. Así, China introdujo mecanismos de mercado en su economía de manera paulatina: permitió el ingreso de negocios privados en una serie de sectores, se afilió al FMI y al Banco Mundial en 1980, creó zonas económicas especiales para la industrialización exportadora y, a mediados de esa década, ya contaba con una decidida política de atracción de inversión extranjera directa; para 1990, se abren los mercados bursátiles de Shanghái y Shenzen; en 2001 se convierte en miembro de la OMC.
China creció con un muy fuerte impulso de la inversión y de la exportación manufacturera; entre 1990 y 2009 el país ha disfrutado un periodo ininterrumpido de crecimiento económico de dos dígitos, llegando a un pico de 14,2% en 1992. En ese periodo, el Producto Interno Bruto (PIB) chino se ha cuadruplicado. Hoy en día, China participa con algo más del 16% del PIB mundial.
El periodo en que China inició su impresionante transformación productiva estuvo marcado por la externalización productiva a gran escala; las empresas industriales de los países desarrollados estaban trasladando masivamente sus procesos productivos hacia los países periféricos, para mantener sus niveles de rentabilidad gracias a los bajos niveles salariales, lo cual les permitía disputar mercados y aprovechar los avances en telecomunicaciones y transportes, que paulatinamente posibilitaron la estructuración global de cadenas productivas en prácticamente todos los ámbitos económicos.
Al principio, China se articuló a los eslabones más básicos de la industrialización, principalmente los de ensamblaje y en sectores de fabricación masiva, como la manufactura de prendas de vestir; con el tiempo, la industria china se integró en eslabones de mayor valor agregado y de más alta complejidad en el proceso productivo; en 2005, la manufactura china de bienes de alta intensidad tecnológica llegó a copar el 30% de sus exportaciones.
La crisis financiera global de fines de la década de 2000 afectó notablemente al comercio mundial y, con ello, a uno de los vectores del crecimiento chino. Las exportaciones chinas son altamente dependientes de la demanda que se genera en Estados Unidos y Europa.
Conscientes de tal dependencia, los líderes chinos han intentado activar la demanda interna como motor del crecimiento, disminuyendo el peso de las exportaciones y de la inversión; pero la crisis internacional les dejó pocas opciones para políticas de recuperación y la enfrentaron con una masiva inyección de inversión en infraestructura; esto sostuvo su PIB —y el de gran parte de América Latina— por años, pero en los últimos tiempos esa ruta del crecimiento ha encontrado claramente un límite.
Las autoridades chinas conocían que al volcarse a su mercado interno, al reducirse la importancia de sus exportaciones y de la inversión, sus tasas de crecimiento deberían disminuir, pues el mercado chino, con todo y sus enormes dimensiones, no puede sustituir de manera inmediata el dinamismo de la demanda del mundo entero para su aparato productivo.
Sin embargo, la trayectoria hacia una nueva configuración del desarrollo chino no ha sido armónica: años de crecimiento de las inversiones han dejado una masa enorme de infraestructura subutilizada, con su correlato en la sobrecapacidad de la economía china. Hoy en día, China es escenario de grandes extensiones inmobiliarias sin utilizar, carreteras y puentes con poco o ningún tránsito y estructuras comerciales prácticamente abandonadas. El dramático “lunes negro” del 24 de agosto es un reflejo del problema en el lado de la inversión.
Las cifras macroeconómicas de China muestran aún una solidez que da claros indicios de que sus autoridades pueden desarrollar políticas de reequilibrio para dinamizar la demanda interna, pero las restricciones estructurales (sobrecapacidad, institucionalidad del mercado de trabajo, alta propensión al ahorro) hacen que dichas políticas sean efectivas recién entre el mediano y largo plazos.
China es un jugador de enorme peso en la economía global; según el Banco de Desarrollo de Asia, su tasa de crecimiento proyectada para 2015 se sitúa en 6,8% y para 2016, en 6,7%. Para una economía de más de 10 billones de dólares (10 seguido de 12 ceros), el resultado es monumental. Y, tomando en cuenta el peso de China en la economía global, su crecimiento contribuye en cerca de un punto porcentual al crecimiento del mundo.
Es decir, lo que pase con China afectará a toda la economía mundial, no solo a las economías latinoamericanas, dependientes de la exportación de materias primas. Por ahora, el gigante asiático muestra signos de un aterrizaje suave, lo cual permite —sobre todo a las economías que lograron preservar equilibrios macro— hacer previsiones para enfrentar un futuro de menor crecimiento generalizado.