Ispaya Grande: Paso a paso hacia el turismo
Esta comunidad del municipio de Ancoraimes quiere atraer visitantes a través de sus atractivos naturales, culturales y gastronómicos
Primero hay que hacer hervir agua en el fogón, después se pone la cebolla. Hay que hacer hervir un poco más. Luego hay que meter la papa y la q’oa. Cuando ya está un poco cocida la papa, recién se mete el pescado, porque rápido cuece, con un hervor. Si lo calientas harto tiempo, se deshace”. A pesar del peso de la olla de barro, Antonia Mamani llega presurosa hasta donde se encuentran los comensales, quienes llegaron a conocer un poco de los atractivos de Ispaya Grande, una comunidad del municipio de Ancoraimes que ahora quiere abrirse al turismo desde varios ámbitos, como la gastronomía, su cultura y riqueza natural.
Dos horas y media de viaje valen la pena cuando como recompensa hay una variedad de elementos que llaman la atención. Más aún cuando son desconocidos para la mayoría. El ingreso a la comunidad Ispaya Grande es inolvidable: después de pasar una loma, de repente se abre un panorama onírico, con el azul intenso del lago Titicaca que parece rodear toda la población, que aparece abajo como si fuera un lugar escondido.
Todos los comunarios están reunidos porque van a celebrar los 76 años de la creación de la escuela Ispaya Grande, cuando “estaba prohibido leer y escribir, porque los castigaban”, comenta Víctor Quispe, profesor de primaria de esta unidad educativa.
La gente luce sus mejores vestidos, primero por el aniversario del centro de estudios y, segundo, porque una delegación del Movimiento de Integración Gastronómico Alimentario (MIGA Bolivia) ha visitado el pueblo para observar sus potencialidades turísticas.
“Antes nos trasladábamos a pie. Entrábamos y salíamos del pueblo con burrito. Hasta ahora mismo. El camino recién se ha abierto hace un año. Falta mucho por trabajar”, relata don Gregorio Tarqui (76 años), quien está vestido con una chamarra y pantalón oscuros, una camisa blanca, además de un sombrero que combina con su atuendo y le protege del intenso sol.
Gregorio permanece de pie junto a otros varones de su edad, preparados para participar en un desfile para recordar el aniversario 76 de la escuela, que antes tenía decenas de estudiantes, mientras que ahora cuenta con solo 18, como consecuencia de la emigración de los pobladores —dice don Gregorio—, quienes salen de su terruño para encontrar mejores oportunidades de vida. Muchas veces no retornan.
De caminar tranquilo, con pollera, blusa y manta relucientes, doña Lucía Ticona intenta explicar el origen del nombre de Ispaya. “Dicen que antes había más ispi —un pez pequeño que habita en el lago—. Otros dicen que se debe a Ispalla mama —deidad de la papa—”. Añade, vanidosa, que en su pueblo producen maíz, haba, quinua, tarhui, papa, cebada, oca y arveja.
Con todo lo que hay en la comunidad es fácil preparar platos exquisitos, como el fiambre, piski o un suculento wallake, preparado por doña Antonia. “Mi mamá me ha enseñado cómo se prepara el wallake. Desde pequeña he aprendido a prepararlo”, dice orgullosa, sentada en el pasto, antes de retirar el aguayo para mostrar una olla de barro, de donde extrae la sopa con fuerte aroma a q’oa, una planta que crece también en los cerros de la comunidad.
Cuando llega el tiempo de cosecha, en Ispaya lo celebran con danzas alegres, como waca wacas y moseñadas, que con sus dulces armonías guían a los bailarines vestidos con trajes multicolores. Por ejemplo, Primo Mamani lleva el traje de wacatinti, que incluye una peluca rubia, dos chuspas cruzadas en el pecho, borlas de varios colores y con figuras de llamas, y un arado de madera. “Es por el tiempo de cosecha, porque aramos con esta guía para llevar a la vaca”, explica antes de reunirse con waca tocoris y kusillos para comenzar a bailar.
“Ahora que estamos de visita hemos visto las grandes potencialidades en el territorio en el ámbito del turismo gastronómico con identidad, además del rescate cultural identitario, que no solo incluye lo productivo desde lo agropecuario, sino también la integralidad con las técnicas, las tradiciones y las festividades”, afirma Leslie Salazar, directora ejecutiva de MIGA Bolivia.
LA GRÁFICA
A todos estos atractivos se suma la bahía amplia al lado este del pueblo, que se presenta como un atractivo potencial, pues además de su belleza natural tiene leyendas, como el Achakthakhi, que en aymara significa el camino o senda del ratón.
“Cuando era jovencito, a mis ocho años más o menos, caminábamos por aquí. Los abuelitos decían que era una escalera, pero nosotros lo hemos conocido como el camino del ratón o Achakthakhi”, cuenta Norberto Cutipa, quien, después de caminar por un cerro alto, desciende por una senda angosta, que a la izquierda tiene un precipicio de al menos cinco metros.
¿Da miedo? ¡Claro! Pero más puede el espíritu aventurero y la curiosidad por saber qué hay abajo. Así es que con cuidado, casi sentado y mirando bien dónde se pisa, poco a poco se llega a una playa paradisiaca, protegida por rocas y cerros que hacen que la temperatura sea agradable.
Ahí, el agua es cristalina, no hay frío ni calor. Se dice que antes había bancos de pejerreyes e ispis, pero que la contaminación hizo que desaparecieran de este lugar, que invita a sentarse para ver el horizonte, donde aparecen la Isla del Sol, la Isla de la Luna y la parte peruana del Lago Sagrado.
Hay mucho por caminar, pero es tarde. Falta conocer parte del Qhapaq Ñan, un camino prehispánico que se extiende por Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador y Colombia. Ispaya Grande tiene la ventura de preservar un pedazo de roca tallada que forma una vía antigua, que da razones para tener la seguridad de que esta comunidad altiplánica se convertirá, pronto, en un atrayente sitio turístico del país. Falta mucho por caminar.