Érase un hombre (solo) a un contrabajo pegado
La obra protagonizada por Cristian Mercado estará en el Teatro Nuna el 15 de septiembre
Uno: el contrabajo es más un estorbo que un instrumento. Es el más voluminoso, el menos manejable, el más monstruoso, el menos elegante. El camino que lleva hasta este instrumento está lleno de rodeos, casualidades y desengaños. Es el más femenino y erótico, es una mujer con caderas anchas, curvas por todo lado. Y es celoso, arruina cualquier encuentro sexual pues concita todas las miradas. Pero el contrabajo es esencial en una orquesta. Este hombre solo y atormentado tiene una relación extraña con este instrumento. En el escenario hay una percha con el frac de los conciertos de gala, un sillón, un tocadiscos, una mesa con sillas y cervezas (y un amigo imaginario que no habla –el actor Juan Pablo Jiménez–) y, por supuesto, el susodicho contrabajo, amado y odiado. ¿Estamos frente al mejor monólogo de los últimos años del teatro paceño? Interpreta Cristian Mercado, dirige Percy Jiménez.
Dos: si El perfume del alemán Patrick Süskind era un cuento para oler, El contrabajo del mismo autor bávaro (publicado en 1984) es un monólogo teatral intimista, un soliloquio, una tragicomedia para escuchar y oir hablar de Mozart, Schubert, Beethoven, Brahms, entre otros. Y por supuesto Wagner y Hitler. ¿Por qué no hay ninguna mujer compositora “famosa” de música clásica?
Tres: Mercado es ese funcionario cuarentón de una orquesta nacional (tercer atril), es un obrero, podría ser cualquier trabajador. Es un esclavo y se siente solo (y mediocre) aunque fantasee con una jovencita veinteañera que canta. ¿Es la guapa soprano también imaginaria como su cuate de chelas? El texto —una joyita— destila ironía y sutileza, autocompasión y pena, melancolía y soledad, sátira y parodia, sin perder jamás el humor (negro, por supuesto) aunque la autoestima, el talento y la felicidad no corran por sus cuerdas. Mercado es el contrabajo, está pegado a sí mismo y sus limitaciones, desde los restaurantes caros a los encantos sexuales. ¿Hubiese sido ideal un par de lecciones más de contrabajo?
Cuatro: las cervezas sirven para las pausas (¿por qué nunca notamos ni una sospecha de ligera embriaguez si toma todo el rato?) y el “amigo invisible” es el bastón (¿necesario?) para sostener un monólogo —el género más brutal— de 80 minutos. Mercado compone un personaje complejo, neurótico perdido (que no cree en el psicoanálisis ni por si acaso), odioso, altanero y soberbio, pero Mercado —con sus manos, sus paseos, sus caras— nos hace también quererlo, intentar comprenderlo (¿y hasta amarlo?). ¿Es la habitación con la señora Niemeyer de vecina su propia cabeza?
Cinco: “El solo del contrabajo” usa a la orquesta como metáfora de la sociedad (pero peor porque en la primera no hay chance de ascenso social, no hay esperanza). En ambas hay orden, hay jerarquías insalvables, hay envidias y rivalidades, hay odios (contra el director, contra el primer violín, contra las sopranos). De lo contrario reinaría la anarquía. En toda orquesta, como en toda sociedad, hay gregarios, hombres solitarios, desolados, contradictorios, necesarios, que buscan amor (carnal) desde la más alta espiritualidad que solo trae la música (léase con ironía y hasta con sarcasmo). Y no se olviden, sin ellos, sin los contrabajos, sin los fracasados, sin los marginados no se puede hacer nada. Ellos también gritan. Y sí, la Segunda (sinfonía) de Brahms es impresionante.
* El solo del contrabajo se estrenó el sábado 17 y domingo 18 en el Teatro Doña Albina del Espacio Simón I. Patiño de Sopocachi. Se presentará nuevamente el 15 de septiembre en el Teatro Nuna a las 20.00 (calle 21 de Calacoto 8509, parada PumaKatari).