El asesinato de JFK
El 22 de noviembre de 1963, hace 59 años, era asesinado el presidente de EEUU John Fitzgerald Kennedy.
DIBUJO LIBRE
El 22 de noviembre de 1963 aconteció el magnicidio del trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy (JFK), quien fue baleado a plena luz del día en un desfile público en la ciudad de Dallas. A menos de dos horas después de los disparos, la Policía local arrestó a Lee Harvey Oswald por el homicidio de un uniformado y con la sospecha de estar implicado en el asesinato del primer mandatario. En la madrugada del día siguiente, Oswald fue imputado como el único responsable de la muerte de Kennedy.
En la mañana del 24 de noviembre, Oswald estaba siendo trasladado a una cárcel de mayor seguridad cuando el mafioso Jack Ruby le disparó en el abdomen frente a un centenar de policías. Oswald fue rápidamente llevado al Hospital Parkland pero falleció una hora después, en el mismo centro médico donde el cuerpo sin vida de Kennedy había llegado dos días atrás.
Con esta ironía se le puso punto final a uno de los episodios más trágicos de la historia estadounidense, además, clausurando cualquier investigación ulterior sobre las causas del asesinato del Presidente. Así, la versión oficial del magnicidio fue presentada en el informe Warren el cual establecía —como explicación criminalística— la existencia de tres disparos desde un depósito de libros, un solo asesino y al móvil del magnicidio como las acciones sin sentido de un fanático solitario.
Sin embargo, el fiscal de distrito de Nueva Orleans, Jim Garrison, no conforme con la simpleza de la versión oficial, condujo una profunda investigación enfocada en los varios cabos sueltos que dejaba el informe Warren: la existencia de una filmación casera que registró la balacera (la cual nunca había sido mostrada al público), la presencia de testigos que escucharon disparos provenientes de frente a la limusina del Presidente (en vez de detrás, desde el depósito de libros), una testigo que vio a un hombre portar un rifle (quien por cierto no era Oswald) y una serie de irregularidades en las actuaciones de los aparatos de seguridad del Estado.
Todo esto motivó a Garrison a realizar el único juicio por el asesinato del presidente Kennedy, en el cual se pudo mostrar al jurado la filmación casera realizada por Abraham Zapruder. Esta filmación demuestra que el disparo fatal no pudo venir por detrás —desde el depósito de libros— sino de frente —desde una cerca ubicada delante de la limosina—. Esta evidencia, además, probó que hubo un segundo francotirador y un total de seis disparos.
Garrison sostuvo la existencia de una conspiración para matar a Kennedy que involucraba a la Agencia Central de Investigación (CIA), al Buró Federal de Investigación (FBI), al Pentágono, al Servicio Secreto y la Policía de Dallas; de lo contrario, no existiría explicación razonable para el paulatino asesinato de testigos clave y la supresión de evidencia como el conveniente extravío del cerebro del Presidente (eliminando la posibilidad de realizar pruebas forenses que ratifiquen la trayectoria de la bala fatal).
La experiencia de Garrison investigando la conspiración (incluidas las represalias del gobierno en su contra) las plasmó en una trilogía de libros, el último de éstos: Tras la pista de los asesinos (1981), publicación en la que Oliver Stone se basó para escribir y dirigir JFK (1991), película nominada a ocho premios Oscar, de los cuales ganó dos.
Gracias al impacto de la película en la cultura de masas, el Congreso estadounidense aprobó una ley que libera la información en torno al asesinato de Kennedy, la cual puede accederse desde el Archivo Nacional de Maryland y ya no requiere la espera hasta el 2029 para su desclasificación.
¿Por qué asesinaron a Kennedy?
Según Jim Garrison, el señor X (un testigo de importante cargo dentro del Pentágono) y Oliver Stone, el establishment asesinó a Kennedy por no ajustarse a la política intervencionista norteamericana y al multimillonario negocio de la guerra, después de todo, el joven Presidente había programado —para diciembre de 1963— el retiro de las tropas en Vietnam, poniéndole un progresivo fin a una guerra que él no había librado sino heredado.
Del mismo modo, Kennedy se negó a colaborar en una segunda invasión militar a Cuba, no estaba interesado en competir en la carrera espacial con la Unión Soviética y —por si fuera poco— redujo el presupuesto de las agencias de inteligencia en un 20%, despidiendo a directores que habían conducido la máquina bélica estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial.
Al día de hoy, se sabe que Kennedy no era ningún santo respecto a su vida personal, no obstante, sus políticas de gobierno fueron de carácter progresista, por ejemplo, favoreciendo el incremento de los derechos civiles para la población afroamericana en un periodo en el que Malcolm X y Luther King todavía no habían sido asesinados por defender la misma causa.
El que un presidente no quiera antagonizar con el comunismo y se aleje de la política injerencista resulta impensable para el escenario geopolítico actual, semejante atrevimiento le habría costado la vida a Kennedy y serviría como sanción ejemplarizadora para cualquier mandatario (demócrata o republicano) que no sepa adecuarse a las políticas exteriores del Estado norteamericano.
(*)Javier García B. es abogado y folósofo