Contraste un vistazo desde el Sur
Semblanza de la zona Sur, un sector que nació como campiña y hoy es una urbe en auge.
Al llegar a la intersección de las avenidas Del Poeta y Libertador, los pasajeros del minibús blanco observan la imagen de la Gruta de Lourdes, protegida por una urna y revestida con flores a su alrededor. Sin dejar de contemplarla, casi todos se persignan en el lugar que es algo así como la puerta de entrada a la zona Sur, la cual tiene su propia historia, llena de contrastes, que comenzó con plantaciones, una hilandería, tranvías y hasta un hipódromo.
Escritores e historiadores coinciden en afirmar que el sur nació en Obrajes. Tiempo después de que Alonso de Mendoza fundara Nuestra Señora de La Paz (1548), los españoles que residían en la joven urbe se dieron cuenta de que necesitaban ropa nueva y hacerlas traer desde el otro lado del Pacífico era complicado; ellos creían que los tejidos aymaras y quechuas eran inapropiados. Ante ese panorama, Juan de Rivas y Hernando Chirinos pidieron permiso para instalar una fábrica de paños y lienzos. Fue así como el cabildo les otorgó terrenos distantes a una milla del centro paceño, en Saillamilla, situado en una cañada cubierta por árboles, arbustos y matorrales, señala Obrajes Patrimonial, libro de la Dirección de Patrimonio Cultural y Natural de la Oficialía Mayor de Culturas, del Concejo Municipal de La Paz.
La empresa de Rivas y Chirinos fue la primera de estas características en el área que comprendía desde Cusco hasta Tucumán, por lo que se volvió muy importante en la Audiencia de Charcas y otros pueblos del Virreinato de Perú; entonces la zona cambió de Saillamilla a Obrajes.
Tras el fallecimiento de los socios, la empresa fue heredada por sus familiares, pero la Compañía de Jesús ganó un pleito judicial para obtener los derechos por el negocio. Estos jesuitas mejoraron la producción con la construcción de 80 telares y 18 hornos para la fabricación de cordellates, pañetas, bayetas y frazadas. Cuando Obrajes estaba en su apogeo, el rey Carlos III ordenó la expulsión de la Compañía de Jesús, lo que provocó que la hilandería decayera y se extinguiera, pese a que hubo varios intentos por reponerla.
Como consecuencia de la sublevación de 1791, liderada por Túpac Katari, los ayllus Pata Qullana y Mankha Qullana —donde actualmente está Obrajes— fueron convertidos en haciendas particulares, como castigo por haber apoyado la revuelta. Pero la historia apenas comenzaba. Después de unos cuantos años, los gobernadores e intendentes empezaron a construir pequeñas casas con el fin de reponerse del trabajo, para beber leche fresca y descansar a la sombra de la arboleda. “En los Obrajes, la vegetación es activa, las quintas son de las más hermosas”, escribió Alcides D’Orbigny en su libro Viajes a la América Meridional: Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia y Perú.
En los inicios de la época republicana, el presidente José Ballivián planificó la apertura de un camino hacia Obrajes y también dispuso cambiar su denominación a Villa Ingavi, para que sirviera de mansión para los enfermos y convalecientes, además de “recreo para los vecinos de la ciudad durante la época de invierno”. En 1880, el presidente Narciso Campero cambió su nombre por Villa Alianza, aunque después recuperó su nombre.
Al ubicarse a una legua de la Plaza Mayor era el espacio ideal para el descanso, en especial para los gobernantes que dirigieron el país. El historiador Mariano Baptista Gumucio relata que en 1861, el presidente José María Achá recibió información de que se estaba tramando un golpe de Estado en favor de Manuel Isidoro Belzu, por lo que delegó al coronel Plácido Yáñez que se encargara de extinguir esa revuelta. El exmandatario Jorge Córdova estaba en su residencia de Obrajes cuando las fuerzas de Yáñez lo apresaron y llevaron a la cárcel de Loreto (actual Palacio Legislativo), donde fue fusilado junto con 50 belcistas, en un hecho histórico llamado las Matanzas de Yáñez.
Posteriormente y gracias a su buen clima, en la zona surgieron viviendas de estilo republicano, entre las que también residió el presidente José Gutiérrez Guerra, quien se trasladaba hacia la plaza Murillo en un carro descapotable con él tapado con una manta de vicuña.
A inicios del siglo XX, los límites urbanos de La Paz se encontraban en los alrededores de plaza Murillo, luego se extendieron a El Prado y Sopocachi, y después hacia el sur. La llegada de la modernidad también beneficiaría a Obrajes con los rieles del tranvía. El sector donde se ubica la imagen de la Virgen de Lourdes fue una de las paradas de este transporte. Gastón Gallardo, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), indica que a unos 40 metros de ese lugar se encontraba el club nocturno Gallo de Oro, muy visitado por militantes del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y desmantelado en 1964, durante el gobierno de René Barrientos Ortuño.
Residencial
Quienes querían diferenciarse del centro paceño crearon en Obrajes un barrio residencial, “por lo que se construyeron viviendas de estilo señorial”, dice Gallardo, “zona que soportó en los 50 los desbordes del río Choqueyapu, que inundaba la actual avenida Hernando Siles y varias de aquellas residencias”. Ahora, al recorrer por esta vía, nadie sospecharía los problemas que pasaron los primeros habitantes, quienes carecían de agua potable, energía eléctrica y servicio público de transporte.
“El encanto de Obrajes y el ser de la región han de encontrarse efectivamente en aquella colina, pues de no haber existido ésta, no habría podido darse el Obrajes que hoy conocemos”, comenta Jaime Saenz en Imágenes paceñas, lugares y personas de la ciudad. Hasta la década de los 50, Calacoto estaba poblado por aldeas aymaras y haciendas. De hecho, la más amplia, que además tenía una lechería, pertenecía a la familia Patiño, cuenta Baptista, quien agrega que Man Césped (Manuel Céspedes) vivió ahí mientras escribió Símbolos profanos. “Se dice que plantó varios árboles”, añade el historiador, y afirma que algunos están en las afueras de la residencia diplomática de Japón, en la 10 de Calacoto.
Una vez acaecida la Revolución de abril de 1952 y la Reforma Agraria, los dueños de las haciendas comercializaron sus propiedades, con lo que nacieron nuevas urbanizaciones. Primero fue La Florida y después Calacoto. “Es más que todo una imitación de Miami, de una ciudad veraniega”, dice Gallardo con relación al tipo de casas que se edificaron por esos años, con jardines amplios y viviendas espaciosas, de las que aún existen al adentrarse entre la avenida Ballivián y la Costanera.
El antropólogo Carlos Ostermann explica que una de las fincas más grandes pertenecía a la familia Cusicanqui, proveniente de Corocoro y que llamó a esta zona Calacoto en referencia al nombre de su casa de hacienda en la región minera.
Hoy en la avenida Ballivián casi no quedan aquellas construcciones que parecían de ensueño, pues han sido reemplazadas por edificios que sobrepasan los 20 pisos y muchos otros que están en proceso de cimentación. Después de varios semáforos se llega al barrio de San Miguel, el punto que une las zonas de Achumani, Chasquipampa, Cota Cota, Auquisamaña, Los Pinos, donde sus vecinos dicen orgullosos que son los creadores del tradicional trufi (acrónimo de transporte único de ruta fija, que salía desde la Pérez Velasco y llegaba hasta San Miguel). Pero mucho antes de esta “invención”, el presidente Víctor Paz Estenssoro, que era aficionado a la equitación —según Baptista Gumucio— hizo construir un hipódromo, “donde vendían vasos de leche en lugar de gaseosas. Venían caballos de Chile y Perú, aunque muchos se morían por la altura; la gente se distraía porque el hipódromo era un símbolo de progreso. Pero como negocio fue un desastre y después lo convirtieron en una urbanización”. Visto desde arriba, gracias a un dron de Drontec —empresa que se encuentra en la calle Gabriel René Moreno—, se nota la extensión que tuvo el hipódromo, debido a que aún es perceptible la forma circular de la estructura donde los caballos eran obligados a competir.
En una de las esquinas, que quizás fue el ingreso de esta estructura, está la biblioteca de Ostermann, quien cuenta que la urbanización estaba destinada a trabajadores de clase media, con viviendas que costaban no más de $us 5.000. “El viejo centro de San Miguel era toda la placita, el centro comercial y el centro de moda. Ahí vendían abarrotes para proveerse de alimentos”. Las pequeñas casas se están extinguiendo de a poco y dan paso a la inexorable modernidad de edificios multifamiliares. Según Marcelo Arroyo, secretario de Planificación del Gobierno Municipal de La Paz, la construcción de edificios se concentra hoy en Achumani, Alto Achumani, Irpavi, Ovejuyo, Calacoto, Obrajes, barrios del Macrodistrito Sur, donde se erigen el 30% del total. “En el macro Sur los permisos de construcción llegan al 30%, en segundo lugar está el Macrodistrito Cotahuma con el 20% y en el tercero el macro Centro con 12%”. Esta tendencia continuará haciendo del sur paceño una pequeña ciudad de torres inteligentes. Aún así, es una zona rodeada de montañas y áreas verdes que no pierde su encanto.