Wednesday 15 May 2024 | Actualizado a 20:14 PM

Trío de hallazgos

Tres artículos muestran los últimos descubrimientos en tecnología energética, ciencias sociales e investigación biomédica para bien de la humanidad.

/ 28 de mayo de 2017 / 04:00

Todos los años se publican cientos de artículos en las revistas científicas. Su valor fluctúa entre los que tiempo después se revelarán como puras falsedades hasta aquellos que cambiarán el mundo, como los cuatro artículos con los que Albert Einstein revolucionó la física en 1905 o las dos páginas en Nature con la que James Watson y Francis Crick hicieron lo mismo con la biología. Para ayudar a elegir mejor qué leer entre tanto material, el gigante de las publicaciones científicas Springer Nature quiere proponer una selección de los trabajos publicados en sus revistas valorando los que tienen mayor potencial para transformar nuestro mundo. La multinacional, que tiene cerca de 13.000 trabajadores y una facturación de 1.500 millones de euros, ha creado una iniciativa llamada “Change the World, One Article at a Time” (Cambia el mundo, artículo a artículo) con la que selecciona los 180 trabajos de todas las disciplinas científicas que, consideran, tendrán más impacto social.

Aquí se hace referencia solo a tres de ellos, que brindan atisbos de los últimos hallazgos en tecnología energética, ciencias sociales e investigación biomédica.

  • 1. Hábitos

Hace poco, se habría considerado una herejía científica. El genoma se transmitía a los hijos sin reflejar la vida que había llevado el padre. La fusión entre el espermatozoide y el óvulo era como un reseteo en el que se creaba un nuevo individuo con una información que reflejaba el acervo del padre y la madre pero no los cambios acumulados a lo largo de su vida.

En un artículo publicado en Nature Reviews Endocrinology, Romain Barrès y Juleen R. Zierath, investigadores de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), ofrecen una visión de lo que se sabe sobre la influencia de los hábitos paternos en la salud de las generaciones posteriores, en particular en lo que se refiere a la diabetes de tipo 2. Esta enfermedad, que se caracteriza por altos niveles de azúcar en sangre y resistencia a la insulina, está creciendo impulsada por la epidemia de obesidad global. Según afirman los autores, se han identificado 100 variantes genéticas que explican el 10% de la predisposición a esta enfermedad. El resto de la heredabilidad de la enfermedad podría encontrarse en la epigenética, modificaciones producidas por el entorno en la actividad de los genes.

Se ha observado, por ejemplo, que una mala nutrición del niño, tanto cuando se encuentra en el útero como después en la infancia, está asociada a enfermedades del corazón y del metabolismo muchos años después. Se ha planteado que cuando un bebé o un niño se ven privados de alimento en las etapas tempranas de su desarrollo, el organismo se reprograma para afrontar una vida de hambruna. Si más adelante, esa persona tiene un acceso abundante a la comida, será más propenso a la obesidad y enfermedades como la diabetes.

Estudios epidemiológicos, realizados con personas que padecieron hambre durante guerras, han permitido observar que esos cambios en el metabolismo pueden pasar a los hijos e incluso a los nietos. En experimentos con animales, se ha visto que si los padres consumen dietas con mucha grasa, se puede producir resistencia a la insulina en varias generaciones posteriores. El artículo también habla de los beneficios que puede producir el ejercicio en las crías. En estudios con ratones se ha visto que si los padres hacen ejercicio, las crías macho pesan menos y tienen menos grasa y las hembras desarrollan más músculo y toleran mejor la glucosa.

Los autores señalan que, pese a que se hayan observado efectos como los mencionados, se conoce poco sobre los mecanismos que los producen y resaltan la importancia de comprenderlos mejor para poder diseñar tratamientos y políticas públicas de salud. Para recordar la complejidad de estos mecanismos, recuerdan un artículo en el que se muestra que el ejercicio de los padres puede ser perjudicial para los hijos. El trabajo, realizado con ratones y firmado por investigadores de la Universidad de Carolina, mostraba que cuando los padres se ejercitaban de forma regular durante mucho tiempo, las crías quedaban programadas para una vida de poco gasto energético. Eso hacía que los ratones fuesen más propensos a la obesidad.

  • 2. Excesos

Las mejoras en la higiene han producido muchos beneficios para la salud, pero es posible que también hayan tenido algunos efectos secundarios. Esto es lo que trata de explicar otro de los artículos seleccionados. En un trabajo que lidera Christopher Lowry, de la Universidad de Colorado, se cuenta cómo la falta de exposición a algunos microbios con los que convivimos desde hace miles de años ha podido dejarnos con un sistema inmune “desentrenado”.

En el sistema de defensa del organismo frente a los patógenos, la inflamación es fundamental. Sin embargo, ese mecanismo también puede producir enfermedades. Se sabe que la inflamación puede provocar problemas psiquiátricos como la depresión. Esto se ha observado, por ejemplo, en personas a las que se aplican inyecciones de interferón alfa, un tratamiento para enfermedades como la hepatitis B o algún tipo de cáncer. Las proteínas que componen este medicamento producen un efecto inflamatorio y esto a su vez hace que algunos de los pacientes que lo reciben se depriman.

Las dolencias producidas por la inflamación no deseada como las alergias o el asma se han incrementado durante los últimos años. Sin embargo, aún no se conocen bien los mecanismos que provocan esos efectos. Una de las hipótesis que se plantea para explicar este fenómeno es la de los viejos amigos. Esta epidemia se debería, en parte, a una menor exposición a microorganismos con los que convivimos, preparan los circuitos que regulan el sistema inmune y suprimen la inflamación inapropiada.

La falta de contacto con nuestros viejos amigos haría más vulnerables a los habitantes del mundo moderno a problemas del desarrollo neurológico como el autismo o la esquizofrenia o cuestiones relacionadas con el estrés o la ansiedad. Además de plantear que se estudie mejor la relación entre los microorganismos con los que convivimos y los fallos en el sistema inmune, proponen la posibilidad de tratar estas enfermedades con probióticos. En este sentido, recuerdan que ya se han empleado saprófitos, un tipo de microbios que se alimentan de material en descomposición, como inmunoterapia en un ensayo clínico con enfermos de cáncer. Aunque no sirvió para prolongar la vida de los pacientes, sí mejoró su capacidad cognitiva y su salud emocional.

  • 3. Drogas

Nueva York es un ejemplo del descenso mundial en los niveles de delitos de las últimas décadas. Sin embargo, como explican tres investigadores de la Universidad de la Ciudad de Nueva York en otro de los artículos seleccionados, no existe una explicación satisfactoria. En este trabajo, que se publica en la revista Dialectical Anthropology, se plantea que una mayor oferta de drogas ilegales y una menor demanda puede estar detrás del fenómeno.

En EEUU, el 17% de los presos lo están por crímenes cometidos para conseguir dinero para drogas. La subida de la demanda y el descenso de la oferta estaría detrás de una reducción en el precio de los narcóticos y eso a su vez reduciría la necesidad de cometer delitos para acceder a ellos. Entre los posibles motivos para el descenso de los delitos en Nueva York (y en el resto del mundo, aunque de una forma menos acusada) se encuentra la labor policial, la legalización del aborto o incluso una menor exposición al plomo. Sin embargo, ha sido difícil demostrar una relación de causalidad. En este artículo, los autores señalan que pese a los grandes descensos en el precio de la cocaína y la heroína entre 1981 y 2007, no se ha estudiado con detalle la relación entre esa caída y la que también se observa entre los crímenes violentos y contra la propiedad en el mismo periodo.

Utilizando análisis etnográficos y económicos consideran que su hipótesis es posible y que podría tener efectos sobre las políticas antidroga. Según ellos, aunque un aumento en los encarcelamientos y el número de policías se suelen asociar a la reducción de la delincuencia, también existen análisis que muestran que el efecto de ambas políticas ha podido tener efectos contrarios. En opinión de los investigadores, sus conclusiones implican que si la lucha contra las drogas provoca una caída en la oferta de estas sustancias y un consiguiente incremento en los precios, eso resultaría contraproducente porque volvería a hacer crecer el número de crímenes. Estudios posteriores para confirmar su hipótesis podrían ayudar a diseñar políticas más apropiadas para reducir la criminalidad.

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Trío de hallazgos

Tres artículos muestran los últimos descubrimientos en tecnología energética, ciencias sociales e investigación biomédica para bien de la humanidad.

/ 28 de mayo de 2017 / 04:00

Todos los años se publican cientos de artículos en las revistas científicas. Su valor fluctúa entre los que tiempo después se revelarán como puras falsedades hasta aquellos que cambiarán el mundo, como los cuatro artículos con los que Albert Einstein revolucionó la física en 1905 o las dos páginas en Nature con la que James Watson y Francis Crick hicieron lo mismo con la biología. Para ayudar a elegir mejor qué leer entre tanto material, el gigante de las publicaciones científicas Springer Nature quiere proponer una selección de los trabajos publicados en sus revistas valorando los que tienen mayor potencial para transformar nuestro mundo. La multinacional, que tiene cerca de 13.000 trabajadores y una facturación de 1.500 millones de euros, ha creado una iniciativa llamada “Change the World, One Article at a Time” (Cambia el mundo, artículo a artículo) con la que selecciona los 180 trabajos de todas las disciplinas científicas que, consideran, tendrán más impacto social.

Aquí se hace referencia solo a tres de ellos, que brindan atisbos de los últimos hallazgos en tecnología energética, ciencias sociales e investigación biomédica.

  • 1. Hábitos

Hace poco, se habría considerado una herejía científica. El genoma se transmitía a los hijos sin reflejar la vida que había llevado el padre. La fusión entre el espermatozoide y el óvulo era como un reseteo en el que se creaba un nuevo individuo con una información que reflejaba el acervo del padre y la madre pero no los cambios acumulados a lo largo de su vida.

En un artículo publicado en Nature Reviews Endocrinology, Romain Barrès y Juleen R. Zierath, investigadores de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), ofrecen una visión de lo que se sabe sobre la influencia de los hábitos paternos en la salud de las generaciones posteriores, en particular en lo que se refiere a la diabetes de tipo 2. Esta enfermedad, que se caracteriza por altos niveles de azúcar en sangre y resistencia a la insulina, está creciendo impulsada por la epidemia de obesidad global. Según afirman los autores, se han identificado 100 variantes genéticas que explican el 10% de la predisposición a esta enfermedad. El resto de la heredabilidad de la enfermedad podría encontrarse en la epigenética, modificaciones producidas por el entorno en la actividad de los genes.

Se ha observado, por ejemplo, que una mala nutrición del niño, tanto cuando se encuentra en el útero como después en la infancia, está asociada a enfermedades del corazón y del metabolismo muchos años después. Se ha planteado que cuando un bebé o un niño se ven privados de alimento en las etapas tempranas de su desarrollo, el organismo se reprograma para afrontar una vida de hambruna. Si más adelante, esa persona tiene un acceso abundante a la comida, será más propenso a la obesidad y enfermedades como la diabetes.

Estudios epidemiológicos, realizados con personas que padecieron hambre durante guerras, han permitido observar que esos cambios en el metabolismo pueden pasar a los hijos e incluso a los nietos. En experimentos con animales, se ha visto que si los padres consumen dietas con mucha grasa, se puede producir resistencia a la insulina en varias generaciones posteriores. El artículo también habla de los beneficios que puede producir el ejercicio en las crías. En estudios con ratones se ha visto que si los padres hacen ejercicio, las crías macho pesan menos y tienen menos grasa y las hembras desarrollan más músculo y toleran mejor la glucosa.

Los autores señalan que, pese a que se hayan observado efectos como los mencionados, se conoce poco sobre los mecanismos que los producen y resaltan la importancia de comprenderlos mejor para poder diseñar tratamientos y políticas públicas de salud. Para recordar la complejidad de estos mecanismos, recuerdan un artículo en el que se muestra que el ejercicio de los padres puede ser perjudicial para los hijos. El trabajo, realizado con ratones y firmado por investigadores de la Universidad de Carolina, mostraba que cuando los padres se ejercitaban de forma regular durante mucho tiempo, las crías quedaban programadas para una vida de poco gasto energético. Eso hacía que los ratones fuesen más propensos a la obesidad.

  • 2. Excesos

Las mejoras en la higiene han producido muchos beneficios para la salud, pero es posible que también hayan tenido algunos efectos secundarios. Esto es lo que trata de explicar otro de los artículos seleccionados. En un trabajo que lidera Christopher Lowry, de la Universidad de Colorado, se cuenta cómo la falta de exposición a algunos microbios con los que convivimos desde hace miles de años ha podido dejarnos con un sistema inmune “desentrenado”.

En el sistema de defensa del organismo frente a los patógenos, la inflamación es fundamental. Sin embargo, ese mecanismo también puede producir enfermedades. Se sabe que la inflamación puede provocar problemas psiquiátricos como la depresión. Esto se ha observado, por ejemplo, en personas a las que se aplican inyecciones de interferón alfa, un tratamiento para enfermedades como la hepatitis B o algún tipo de cáncer. Las proteínas que componen este medicamento producen un efecto inflamatorio y esto a su vez hace que algunos de los pacientes que lo reciben se depriman.

Las dolencias producidas por la inflamación no deseada como las alergias o el asma se han incrementado durante los últimos años. Sin embargo, aún no se conocen bien los mecanismos que provocan esos efectos. Una de las hipótesis que se plantea para explicar este fenómeno es la de los viejos amigos. Esta epidemia se debería, en parte, a una menor exposición a microorganismos con los que convivimos, preparan los circuitos que regulan el sistema inmune y suprimen la inflamación inapropiada.

La falta de contacto con nuestros viejos amigos haría más vulnerables a los habitantes del mundo moderno a problemas del desarrollo neurológico como el autismo o la esquizofrenia o cuestiones relacionadas con el estrés o la ansiedad. Además de plantear que se estudie mejor la relación entre los microorganismos con los que convivimos y los fallos en el sistema inmune, proponen la posibilidad de tratar estas enfermedades con probióticos. En este sentido, recuerdan que ya se han empleado saprófitos, un tipo de microbios que se alimentan de material en descomposición, como inmunoterapia en un ensayo clínico con enfermos de cáncer. Aunque no sirvió para prolongar la vida de los pacientes, sí mejoró su capacidad cognitiva y su salud emocional.

  • 3. Drogas

Nueva York es un ejemplo del descenso mundial en los niveles de delitos de las últimas décadas. Sin embargo, como explican tres investigadores de la Universidad de la Ciudad de Nueva York en otro de los artículos seleccionados, no existe una explicación satisfactoria. En este trabajo, que se publica en la revista Dialectical Anthropology, se plantea que una mayor oferta de drogas ilegales y una menor demanda puede estar detrás del fenómeno.

En EEUU, el 17% de los presos lo están por crímenes cometidos para conseguir dinero para drogas. La subida de la demanda y el descenso de la oferta estaría detrás de una reducción en el precio de los narcóticos y eso a su vez reduciría la necesidad de cometer delitos para acceder a ellos. Entre los posibles motivos para el descenso de los delitos en Nueva York (y en el resto del mundo, aunque de una forma menos acusada) se encuentra la labor policial, la legalización del aborto o incluso una menor exposición al plomo. Sin embargo, ha sido difícil demostrar una relación de causalidad. En este artículo, los autores señalan que pese a los grandes descensos en el precio de la cocaína y la heroína entre 1981 y 2007, no se ha estudiado con detalle la relación entre esa caída y la que también se observa entre los crímenes violentos y contra la propiedad en el mismo periodo.

Utilizando análisis etnográficos y económicos consideran que su hipótesis es posible y que podría tener efectos sobre las políticas antidroga. Según ellos, aunque un aumento en los encarcelamientos y el número de policías se suelen asociar a la reducción de la delincuencia, también existen análisis que muestran que el efecto de ambas políticas ha podido tener efectos contrarios. En opinión de los investigadores, sus conclusiones implican que si la lucha contra las drogas provoca una caída en la oferta de estas sustancias y un consiguiente incremento en los precios, eso resultaría contraproducente porque volvería a hacer crecer el número de crímenes. Estudios posteriores para confirmar su hipótesis podrían ayudar a diseñar políticas más apropiadas para reducir la criminalidad.

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James Peebles: ‘La religión no tiene nada que decirme sobre mi trabajo’

El investigador canadiense predijo la existencia de una radiación fósil en el cosmos, lo que probó que el universo comenzó con un gran estallido

/ 26 de abril de 2015 / 04:00

En 1964, Robert Wilson y Arno Penzias, dos ingenieros de la compañía norteamericana Bell Labs, andaban ocupados construyendo una nueva antena de comunicaciones. Durante su trabajo, detectaron un ruido de fondo que no podían eliminar y que no sabían de dónde procedía. Finalmente, aquella radiación fue identificada como el fondo cósmico de microondas, una radiación fósil que era como una especie de eco del Big Bang. El descubrimiento, que mereció el premio Nobel, daba la razón a los científicos que habían defendido la idea de que el universo comenzó en un pequeño punto extremadamente caliente y denso desde el que se expandió.

James Peebles (Winnipeg, Canadá, 1935) fue uno de los científicos que había predicho la existencia de aquella radiación de fondo. Poco antes del hallazgo de los ingenieros de Bell, había planeado su búsqueda junto a otros investigadores de la Universidad de Princeton (EEUU). Según el físico canadiense, ni él ni sus compañeros expresaron decepción alguna por haber sido adelantados en una carrera con el Nobel de fondo. “Lo que existía era emoción ante los datos sobre el origen del universo que estaban allí para ser medidos y analizados”, aseguraba en un artículo que recordaba el 50 aniversario del hallazgo.

Esta semana ofreció una conferencia en la sede de la Fundación BBVA en Madrid titulada El descubrimiento y la expansión del universo. En una conversación unas horas antes de su intervención confiaba en que aquella excitación que sintió tras el descubrimiento de la evidencia del Big Bang sea compartida por mucha gente y muy diversa. “Mucha gente está fascinada con nuestros descubrimientos; puede que vayan a charlas como la que doy hoy, y después vayan a misa y no tengan problema con eso”.

¿Ha cambiado mucho nuestro conocimiento sobre el universo desde que usted comenzó a investigar?

Ha cambiado increíblemente. Cuando comenzamos, hace cincuenta años, se hablaba del Big Bang, pero era un concepto muy especulativo. Había muy poca evidencia de que hubiese sucedido. El descubrimiento de esta radiación fósil hace cincuenta años y los estudios posteriores, realizados con un detalle espectacular, han permitido consolidar la idea de que el universo se expandió desde un estado denso y caliente. Es un avance extraordinario.

Pese al avance que menciona, da la sensación de que en cosmología, al menos desde el punto de vista de los no especialistas, no ha habido descubrimientos del impacto cultural del Big Bang.

Las ciencias naturales dependen de las observaciones. Las ideas están bien, pero son tan buenas como las pruebas que las sustentan. La noción de un universo que se expande ya no es revolucionaria, pero las pruebas de que es algo que realmente sucede son el gran avance. También tenemos importantes avances teóricos, como el planteamiento de la materia oscura y la energía oscura. Tenemos pruebas convincentes de que estos conceptos son reales, pero no puedo decirle lo que son o si hay alguna alternativa mejor.

¿Hay algún descubrimiento que le habría parecido especialmente sorprendente hace medio siglo?

La ciencia ha avanzado de una forma más o menos progresiva durante los últimos cincuenta años. Ha habido muchos descubrimientos importantes, pero el efecto acumulativo es mayor que cada uno individualmente. A veces se realizan observaciones clave que tiene una gran importancia, pero con mucha mayor frecuencia es la acumulación de pequeños avances que se suman unos a otros, lo que nos da una ciencia desarrollada. En cualquier caso, si me hubiesen dicho hace cincuenta años cómo se iba a producir este proceso, no me lo habría creído.

Puede parecer que los grandes descubrimientos vienen de la nada, de momentos de inspiración.

Hay descubrimientos impresionantes que sorprenden a todo el mundo, pero son raros. Lo más normal son estos avances progresivos que después es posible que aparezcan de repente en los medios como un gran hallazgo. El descubrimiento del fondo cósmico de microondas fue transformador. La mera existencia de esta radiación fue una gran vergüenza para la teoría competidora de hace 50 años, la Teoría del estado estacionario [defendían un cosmos estático, que siempre fue y siempre será, en el que la materia se crea lenta y constantemente].

Recientemente, hubo una gran excitación con el descubrimiento de BICEP2 de una polarización que podría haberse debido a ondas gravitacionales producidas durante la inflación. Eso habría completado uno de los puntos incompletos de nuestra teoría, porque no podemos asegurar qué pasó antes de que el universo comenzase a expandirse. La mejor apuesta que tenemos es la inflación, pero las evidencias que lo apoyan son escasas. Si el hallazgo de BICEP2 se hubiese confirmado me habría dado más confianza en que la inflación es la respuesta adecuada, y eso habría sido de verdad otro experimento transformador. Pero al final no se confirmó.

¿Le sorprendería que la idea de la inflación se descartase por los resultados de otros experimentos?

No. La inflación podría resultar errónea y no me sorprendería. Si aparecen evidencias de que el universo no se expande, y no creo que suceda, sí estaría sorprendido de verdad. Diría que las posibilidades son cero, pero no debería decir cero. No creo que haya una teoría absolutamente correcta.
Por poner un ejemplo, respecto a la conservación de la energía, en EEUU no puedes patentar una máquina de movimiento eterno. Hay una buena razón para eso. Los experimentos han mostrado muchas veces que la energía se conserva y, sin embargo, en la Teoría de la relatividad general, la energía no se conserva. Pero las máquinas de movimiento eterno son extremadamente improbables. No podemos asegurar que no existen, porque no podemos llegar a la última verdad. Eso es cierto incluso en las matemáticas. En ciencia solo tenemos aproximaciones excelentes.

Pero sus descubrimientos, pese a parecer más limitados que las certezas que ofrece la religión, influyen mucho en la ideología de la gente.

Espero que tenga razón, pero por ejemplo en EEUU tenemos políticos y gente en niveles muy elevados que considera la noción de un universo que se expande como una abominación, porque no está escrito en la Biblia. Si me pregunta cuál es la influencia de la religión en mi trabajo, yo diría que la religión no tiene nada que decirnos. Pero también diría que nosotros no tenemos nada que decirle a la religión. Son ámbitos diferentes y muchos se sienten cómodos con eso.

De hecho, George Lemaître, uno de los padres de la idea del Big Bang, era un sacerdote católico. ¿Lo conoció?

No lo conocí en persona, pero conocí su trabajo y lo admiro. En los años 30 entendió muy bien la Teoría de la relatividad de Einstein, era un individuo excepcional. Por supuesto, era muy religioso, pero no tenía problema reconciliando los dos ámbitos. Él dijo una cosa que me gusta mucho: si un creyente quiere nadar, es mejor que lo haga igual que un no creyente. Y lo mismo sucede con las ciencias naturales, si un creyente trabaja en ellas debe hacerlo como un no creyente.

Además de ayudar a conocer el pasado del universo, la física hace predicciones sobre cuál será su destino final. ¿Hay alguna que le parece más interesante?

No encuentro muy interesantes estas predicciones. El pasado se entiende mucho mejor que el futuro porque hay fósiles. El futuro es fascinante. Podemos decir que el mundo acabará. Pero nuestra ciencia tiene muchas dificultades para entender el futuro, porque no entendemos bien la energía oscura, que está afectando el ritmo de expansión del universo ahora, y puede tener un efecto muy grande en el futuro o no, dependiendo de la naturaleza de la energía oscura, que desconocemos. ¿Seguirá expandiéndose el universo o se contraerá de nuevo hasta producir un Big Crunch? Para mí es una pregunta poco interesante porque no hay forma de poner a prueba las respuestas.

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Júpiter en el génesis

Los cambios que ha provocado hicieron que la atmósfera de la  Tierra sea diferente a la de otros planetas.

/ 5 de abril de 2015 / 04:00

Como una gigantesca bola de demolición, durante la infancia del Sistema Solar, Júpiter avanzó hacia el Sol desde el extrarradio donde se había formado. El empujón de aquella masa gigantesca arrasó una primera generación de planetas, algo más grandes que la Tierra y con atmósferas más densas, muy distintos de los que hoy ocupan las primeras filas en torno a nuestra estrella. Sacados de sus casillas orbitales, comenzaron a chocar entre ellos y acabaron hechos añicos y lanzados contra el Sol. Con los escombros de aquel derribo, se formaron los planetas terrestres actuales, de Mercurio a Marte, más pequeños y con atmósferas menos densas que las habituales en otros sistemas planetarios conocidos.

Esta es la hipótesis planteada esta semana por un equipo de investigadores de EEUU en la revista PNAS para explicar por qué el Sistema Solar es distinto a los cientos de sistemas planetarios descubiertos durante los últimos años. En estos mundos lejanos descubiertos por telescopios como Kepler, la masa de los planetas terrestres cercanos a su estrella es mayor que la de los solares. Además, normalmente, en estos sistemas hay al menos un planeta mayor que la Tierra orbitando a una distancia menor que Mercurio y en general se encuentran más próximos a su estrella.

Las simulaciones propuestas por los científicos de la Universidad de California en Santa Cruz y el Instituto Tecnológico de California (EEUU) sugieren también que hubo un segundo movimiento que permitió la aparición de los planetas terrestres que conocemos. Durante aquellos primeros millones de años de vida del Sistema Solar, cuando Júpiter parecía lanzado hacia una colisión ineludible contra el Sol, apareció un segundo gigante que detuvo la caída. El planeta de los anillos se formó más tarde, pero fue atraído a mayor velocidad hacia la estrella de tal manera que acabó atrapando a su hermano mayor.

Cuando los dos planetas estaban lo bastante próximos, quedaron trabados en lo que se conoce como resonancia orbital. Cada vez que Júpiter completaba una vuelta en torno al Sol, Saturno completaba dos, produciendo un tirón mutuo acompasado, como una madre que impulsa a su hija en un columpio, que detuvo el avance de los dos objetos. En ese punto comenzó un retorno, desde las 1,5 unidades astronómicas de distancia mínima hasta el Sol (una unidad astronómica es la distancia que separa el Sol de la Tierra), hasta las 5 de la actualidad.

Con esa retirada, fue posible que los restos de la escabechina que había provocado el ataque inicial de Júpiter sobreviviesen para formar los planetas terrestres actuales. Según explican los autores, su hipótesis requiere varios millones de años para que los trozos de planetas fruto de la primera destrucción se volviesen a reunir. Esto cuadra con los datos que sugieren que la Tierra se formó entre 100 y 200 millones de años después de la aparición del Sol. Además, la formación del planeta tiempo después de que se disolviese la nube de hidrógeno y helio en la que surgió el Sistema Solar, explicaría por qué la Tierra no contiene hidrógeno en su atmósfera.

Por último, el camino de ida y vuelta de Júpiter acabó produciendo una peculiaridad más del Sistema Solar frente a la mayoría del resto de sistemas conocidos: la existencia de dos gigantes gaseosos muy alejados de la estrella. En el también improbable caso de que estos monstruos existan, suelen encontrarse próximos a su astro.

El estudio publicado en la revista PNAS sugiere que el entorno planetario en el que surgió la vida puede no ser tan común. Además, en el caso de la Tierra, habría que contar con otro fenómeno desastroso que acabó creando unas condiciones favorables para el desarrollo de los seres vivos. Hace 4.500 millones de años, cuando se estaban empezando a formar de nuevo planetas a partir de los restos que quedaron tras el empujón de Júpiter, la Tierra colisionó con otro cuerpo menor. Del choque, que prácticamente destruyó nuestro planeta, surgió la Luna. Este satélite, mucho mayor en relación al planeta que orbita que otros objetos similares del Sistema Solar, estabilizó el eje de la Tierra frente a las influencias gravitatorias del Sol o Júpiter, que lo habrían convertido en un mundo inhóspito con cambios de temperatura brutales en periodos relativamente cortos.

Así, dos sucesos desastrosos pudieron convertir el Sistema Solar en un lugar peculiar donde pudo aparecer un planeta de circunstancias infrecuentes como la Tierra en el que apareció algo tan extraño (por lo que se conoce hasta ahora al menos) como la vida.

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Júpiter en el génesis

Los cambios que ha provocado hicieron que la atmósfera de la  Tierra sea diferente a la de otros planetas.

/ 5 de abril de 2015 / 04:00

Como una gigantesca bola de demolición, durante la infancia del Sistema Solar, Júpiter avanzó hacia el Sol desde el extrarradio donde se había formado. El empujón de aquella masa gigantesca arrasó una primera generación de planetas, algo más grandes que la Tierra y con atmósferas más densas, muy distintos de los que hoy ocupan las primeras filas en torno a nuestra estrella. Sacados de sus casillas orbitales, comenzaron a chocar entre ellos y acabaron hechos añicos y lanzados contra el Sol. Con los escombros de aquel derribo, se formaron los planetas terrestres actuales, de Mercurio a Marte, más pequeños y con atmósferas menos densas que las habituales en otros sistemas planetarios conocidos.

Esta es la hipótesis planteada esta semana por un equipo de investigadores de EEUU en la revista PNAS para explicar por qué el Sistema Solar es distinto a los cientos de sistemas planetarios descubiertos durante los últimos años. En estos mundos lejanos descubiertos por telescopios como Kepler, la masa de los planetas terrestres cercanos a su estrella es mayor que la de los solares. Además, normalmente, en estos sistemas hay al menos un planeta mayor que la Tierra orbitando a una distancia menor que Mercurio y en general se encuentran más próximos a su estrella.

Las simulaciones propuestas por los científicos de la Universidad de California en Santa Cruz y el Instituto Tecnológico de California (EEUU) sugieren también que hubo un segundo movimiento que permitió la aparición de los planetas terrestres que conocemos. Durante aquellos primeros millones de años de vida del Sistema Solar, cuando Júpiter parecía lanzado hacia una colisión ineludible contra el Sol, apareció un segundo gigante que detuvo la caída. El planeta de los anillos se formó más tarde, pero fue atraído a mayor velocidad hacia la estrella de tal manera que acabó atrapando a su hermano mayor.

Cuando los dos planetas estaban lo bastante próximos, quedaron trabados en lo que se conoce como resonancia orbital. Cada vez que Júpiter completaba una vuelta en torno al Sol, Saturno completaba dos, produciendo un tirón mutuo acompasado, como una madre que impulsa a su hija en un columpio, que detuvo el avance de los dos objetos. En ese punto comenzó un retorno, desde las 1,5 unidades astronómicas de distancia mínima hasta el Sol (una unidad astronómica es la distancia que separa el Sol de la Tierra), hasta las 5 de la actualidad.

Con esa retirada, fue posible que los restos de la escabechina que había provocado el ataque inicial de Júpiter sobreviviesen para formar los planetas terrestres actuales. Según explican los autores, su hipótesis requiere varios millones de años para que los trozos de planetas fruto de la primera destrucción se volviesen a reunir. Esto cuadra con los datos que sugieren que la Tierra se formó entre 100 y 200 millones de años después de la aparición del Sol. Además, la formación del planeta tiempo después de que se disolviese la nube de hidrógeno y helio en la que surgió el Sistema Solar, explicaría por qué la Tierra no contiene hidrógeno en su atmósfera.

Por último, el camino de ida y vuelta de Júpiter acabó produciendo una peculiaridad más del Sistema Solar frente a la mayoría del resto de sistemas conocidos: la existencia de dos gigantes gaseosos muy alejados de la estrella. En el también improbable caso de que estos monstruos existan, suelen encontrarse próximos a su astro.

El estudio publicado en la revista PNAS sugiere que el entorno planetario en el que surgió la vida puede no ser tan común. Además, en el caso de la Tierra, habría que contar con otro fenómeno desastroso que acabó creando unas condiciones favorables para el desarrollo de los seres vivos. Hace 4.500 millones de años, cuando se estaban empezando a formar de nuevo planetas a partir de los restos que quedaron tras el empujón de Júpiter, la Tierra colisionó con otro cuerpo menor. Del choque, que prácticamente destruyó nuestro planeta, surgió la Luna. Este satélite, mucho mayor en relación al planeta que orbita que otros objetos similares del Sistema Solar, estabilizó el eje de la Tierra frente a las influencias gravitatorias del Sol o Júpiter, que lo habrían convertido en un mundo inhóspito con cambios de temperatura brutales en periodos relativamente cortos.

Así, dos sucesos desastrosos pudieron convertir el Sistema Solar en un lugar peculiar donde pudo aparecer un planeta de circunstancias infrecuentes como la Tierra en el que apareció algo tan extraño (por lo que se conoce hasta ahora al menos) como la vida.

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