Chaco: La fluidez de hablar tu propio idioma
El director Diego Mondaca se impuso el reto de filmar su primera película de ficción con soldados como actores
Era 2012 cuando el cineasta Diego Mondaca volvía a Bolivia y de pronto recordó a Pastor Gutiérrez, su abuelo, benemérito de la Guerra del Chaco. Recién había terminado de filmar su documental Ciudadela, llevaba un tiempo fuera del país y volvía con la ilusión de hacer algo en memoria de aquel familiar. El director del corto La Chirola (2008) deseaba recorrer como mochilero la línea fronteriza entre Bolivia y Paraguay, tal vez pisando los mismos terrenos que recorrió su abuelo durante el combate. Según el mismo Mondaca, ahí fue que comenzó a escribir Chaco, su más reciente película, que fue producida por Color Monster, Pasto y Murillo Cine.
El filme sigue a un grupo de soldados bolivianos, la mayoría de orígenes aymara y quechua, bajo el mando de un general alemán, completamente extraviados en el Chaco, sin un solo enemigo a la vista.
Plasmar esa sinopsis le costó años a Mondaca. Fue tiempo que invirtió en investigar sobre la guerra para entender las dimensiones de su horror y, a la vez, lograr dar con una imagen más allá de todas esas fotografías en blanco y negro, tomadas por oficiales de clase media que no entendían nada de quienes estaban fotografiando.
“Puedes imaginar el horror, pero muchas veces no lo puedes describir”, dice el director recordando esa primera etapa.
Por eso el director se tomó su tiempo. Se dedicó a formarse para un proyecto que le obligaba a dar un giro a sus habilidades como cineasta, pero que también le exigía aprender a leer aquello que no estaba escrito: todo lo que esos soldados campesinos e indígenas tuvieron que vivir, sin nunca recibir ningún tipo de reconocimiento histórico, fuera de alguna con veniencia política de temporada.
Finalmente todo se juntó. El pensar en la sonoridad de la película, en el terreno, la imagen, los recursos; era saltar de los documentales a la ficción, era honrar no solamente a su abuelo, sino a los familiares de todo un equipo de producción con el que pronto tendría que adentrarse en el Chaco para realizar un filme.
La ruptura del cristal
Mondaca se adentró a la región Ibibibo, cerca a Villamontes, junto a su equipo de filmación y un montón de jóvenes, reclutas del cuartel, que serían sus actores, sus extras y, con el tiempo, su más fiero equipo de producción. Pero aquel primer día parecían ausentes, empecinados en un mutismo que contrastaba con el entusiasmo con el que les hablaba el director.
“No había posibilidad de diálogo hasta que hice que se cuenten cómo eran sus vidas en sus casas, pero en quechua o en aymara. Ahí comenzaron a soltarse más, a contarse chistecitos. Quizás estaban hablando de mí —ríe—, pero había ya una fluidez. Se había roto un cristal”.
Aquella comodidad alejó al grupo del rol de soldados en un cuartel y los acercó al de soldados de una guerra que pelearon sus antepasados. Era el quiebre de la barrera lingüística, el saber que podían hablar en sus propias lenguas y que el director, ayudado por otros compañeros que traducían todo, los escucharía y los dejaría proponer, pues todos ahora tenían la posibilidad de explicarse mejor.
Mondaca lo admite: mucho de eso se logró gracias a la astucia de Raymundo Ramos, actor que interpreta a Liborio en el filme, cuya mediación logró que el grupo de actores siempre hicieran más de lo que se les pedía. “Sean extras o el director o el productor, tienen que sentir que son parte. Que el estar parado desde las cinco de la mañana hasta que caiga el sol tiene que tener sentido y es muy difícil de sostener”.
Esta compenetración del equipo se fue profundizando a lo largo de 21 días de rodaje en una región en plena cola de surazo, con días a 30 grados de temperatura y de un cielo lechoso con un velo de nube que barnizaba la luz. Tanto así que, poco a poco, algunos soldados comenzaron a hacer de asistentes de cámara, de ensayo, de maquillaje.
“Era hermoso ver a un uniformado de la Guerra del Chaco siendo maquillado por otro uniformado, pero con el camuflado actual. Uno representando un limbo y el otro viviendo ese limbo”.
Ibibibo se reveló para Mondaca como algo más que esa imagen de calor y monotonía desértica que se suele tener del Chaco. Para él se convirtió en una región llena de colores locos, raros, y de una belleza solo comparable con la de un canto de sirena.
Pero en los últimos dos días el sol desapareció con el surazo y la lluvia comenzó a arruinar la cinematografía de cada toma. Lo que es peor, cuando retornaron a una locación previamente alistada, descubrieron que un tractor había arrasado todo con el fin de hacer una fosa para almacenar agua para el ganado.
“Yo pensaba que era un sabotaje. Estaba completamente decepcionado, no sabía qué hacer. Encima estaba lloviznando sin esperanzas de que se despeje y si esas escenas no salieron mal fue gracias a esa voluntad que había detrás de los actores. Fueron ellos, no fui yo, que ya estaba muy nervioso, mudo porque me falló todo”.
Tiempo para conversar
“Al menos en cine nunca sabes qué va a pasar. Por mucho que hayas hecho películas antes, la siguiente es una página en blanco, muy jodida”, afirma Mondaca.
Ahogado bajo la lluvia de Ibibibo, Mondaca tuvo que recordar sus palabras. Fueron sus actores, el constante Raymundo Ramos y también Omar Calisaya, junto al equipo de producción, quienes lo despejaron de sus miedos y lo alzaron cuando más lo necesitó. Gracias a ellos entendió que si en la pantalla un actor no queda bien, no es un problema del actor, es una deficiencia del director.
“Y lo digo desde la posición de director, porque si tú no instruyes y no apasionas a tu equipo, ellos no van a saber qué hacer. Y eso se logra dándose tiempo para conversar, siempre manteniendo una horizontalidad en todo momento. Sea en el desayuno, almuerzo, trabajo o fiesta”.
Lo que es más curioso para Mondaca es que de algún modo los entieron desde el primer día, cuando casi todos los involucrados se retiraron discretamente y en grietas escondieron hojitas de coca, “ch’allando con singanitos”, encomendándose para que todo vaya bien. Juntos, pero, por el momento, separados. “En el fondo estábamos todos muy nerviosos. No sabíamos a lo que nos estábamos metiendo. No sabíamos qué nos deparaba el Chaco”.
Aquel primer día tan complicado , la fortaleza y el entusiasmo vinieron del director. Pero en el último día, cuando la lluvia y un tractor arrasaron con Diego Mondaca, se terminó de filmar gracias a los lazos establecidos mediante la comunicación horizontal que pregona Mondaca.
Hoy, ese filme se llama Chaco y se exhibe a través de la plataforma digital de Multicine en todo Bolivia.