Mónica Ojeda, el contraste entre lo atroz y lo bello
La autora ecuatoriana, junto a la Editorial Nuevo Milenio, presenta en Bolivia su ‘violento y tierno’ libro de cuentos ‘Las Voladoras’
Todo empieza con un chillido de emoción. “¡Editorial Nuevo Milenio va a publicar Las Voladoras en Bolivia!”, dice una voz de repente agudizada durante una conversación. El silencio que sigue solo puede significar que sus interlocutores todavía no han leído a Mónica Ojeda.
En una tienda de libros eso cambia. Ahí hay gente que con Nefando en mano —novela escrita por Ojeda, publicada para Bolivia por Dum Dum Editora— pregunta si ya llegó Las Voladoras, un libro de cuentos en el que la autora ecuatoriana junta su estilo estético con los mitos y la geografía andina.
“(Las Voladoras) surge de esa necesidad de investigar o crear desde mi propia mirada del paisaje andino. Inventar y explorar qué es el miedo en ese paisaje”, explica Ojeda en una entrevista vía WhatsApp.
Asentada en España, Ojeda se alejó de su Guayaquil natal para habitar una ciudad menos hostil con los cuerpos de las mujeres. La tranquilidad que trajo el vivir un poco más lejos de ese miedo le ha permitido habitar el espacio de una ciudad de otra manera, pero también le ha mostrado que los Andes siempre han estado presentes a lo largo de su vida.
El libro de cuentos comenzó como un proyecto para prefigurar lo que iba a ser el gótico andino, entendiendo el gótico como una forma literaria desarrollada a partir de la historia y las memorias de una determinada geografía. “El miedo es geográfico y yo quise imaginar cuál podría ser el tratamiento del miedo en una geografía simbólica tan potente como es la parte andina del Ecuador”, explica.
Cada uno de los ocho cuentos sigue a distintas mujeres inmersas en este sublime e intenso mundo de los Andes, cuyo paisaje esconde a la muerte y el deseo en forma de volcanes que en cualquier momento pueden estallar y destruirlo todo.
Sin embargo, la autora guayaquileña nació lejos de esos paisajes que explora en su libro. E igual lo andino ha dejado una serie de marcas de identidad en su escritura que de una u otra manera la remiten a los volcanes de los Andes, como ya se veía con mayor claridad en su más reciente novela, Mandíbula, en la que algunas de estas ideas fueron exploradas.
Pero la relación emocional con ese paisaje está ahora expresada en el libro de cuentos por el que varias voces bolivianas ahora preguntan.
La literatura de Mónica Ojeda
Ya lo dijo la editora y escritora boliviana Liliana Colanzi: “Ojeda habita con soltura el espanto, la violencia, la crueldad y el mal, pero también la ternura y el deseo”.
La ecuatoriana complementa esa idea. Su escritura, su estética, es extrema. Ella vive con violencia las emociones intensas y los deseos retorcidos de sus personajes. “Violencia”, explica Ojeda, etimológicamente viene de “abundancia” y de “vigor”. Al utilizar esa fuerza, se vuelve inevitable que su escritura desemboque en algo violento. “Al buscar la belleza y contar algo violento se genera un contraste tremendamente grande que remite a la propia condición humana. Somos capaces de las cosas más bellas y las más atroces a la vez”.
Eso forma parte de la poesía. “Si pensamos en los mejores poemas de la historia de la literatura, son increíblemente violentos. Su contenido es atrozmente bello”.
El misterio de la palabra
Por eso su escritura está marcada por un instinto poético, ese entendimiento de que la palabra es algo misterioso que no solo sirve para contar algo, sino que también tiene el poder de despertar los sentidos. Tanto los corporales, como las distintas interpretaciones de una palabra.
Cada texto que Ojeda escribe empieza con una obsesión. Sea de una imagen o una emoción, la obsesión la obliga a explorar y así ahondar en lo profundo.
“Lo profundo siempre es oscuro. No está claro, por lo tanto, yo nunca tengo las cosas claras cuando empiezo a escribir. Solo intuiciones. Y ahí empiezo a develar de qué tratan esas intuiciones, ir puliendo y uniéndolas unas con otras para crear algo que pueda tener sentido”.
Ojeda intenta escribir desde la oscuridad. No solamente en el sentido de lo vil o lo peligroso, sino desde ese espacio donde hay que tantear las cosas para conocerlas. Un lugar donde la vista deja de ser la tirana que roba protagonismo a los otros sentidos. “Ese es mi lugar de exploración, uno donde entiendes que la escritura te va a permitir conocer el mundo con otro tipo de percepción y ubicación corporal en el mundo”.
Para Ojeda, escribir tiene que ver con una búsqueda de lo intenso. Lo hace siempre pensando en lo extremo, allí donde el lenguaje es dinamitado para rearmarse, convertido en algo nuevo que contiene “el mismo abismo del conocimiento del que partimos los que escribimos”.
Es en ese abismo donde surge lo que es realmente interesante de la escritura: cuando los escritores pierden el control.
Sea en sus cuentos o novelas, Ojeda siempre está explorando esos lados que no queremos ver. Su literatura los vuelve tan palpables que es posible encontrar esa oscuridad, ese abismo, en tiendas bolivianas donde sus dinamitazos a la lengua, sus catarsis emocionales convertidas en literatura, esperan estáticamente.
Esta vez, en forma de un libro de cuentos, una volcánica geografía junta las historias de varias mujeres que se suben a tejados y vuelan, mujeres apasionadas por la sangre, mujeres perdidas en ruidos. Todas inmersas en los Andes.