Sevil, la voz de oro de Nicosia
Sevil Ermizade es una escritora que vive en el lado turco de Chipre
Sevil Ermizade es una de las escritoras más conocidas de la literatura turcochipriota. Es la esperanza de Nicosia. Y una artesana de fina estampa
Sevil, la voz de oro. Nicosia es la última capital dividida del mundo. En los años sesenta, un general inglés dibujó una línea (verde) por las tierras de Chipre y la separó en dos: a un lado de la mítica calle Ledras, los turcochipriotas; al otro lado, los grecochipriotas. Para los primeros, la ciudad se llama “Lefkoşa”, para los segundos, “Lefkosía”. Viven en la misma (bella) ciudad pero viven de espaldas. Así se dividieron y separaron pueblos en África, Asia y América. Con un simple lápiz, con escuadra y cartabón.
Sevil Ermizade quedó del lado turco de la isla, el “lado paria”. Hoy trabaja en un lugar hermoso, el centro de artes y galerías Buyuk Han, un “caravansarai” construido en 1572 por los otomanos, un año después de que arrebataran Chipre a los venecianos. Cuando los ingleses ocuparon la isla, el sitio donde Sevil tiene una hermosa tienda de artesanías se convirtió en una prisión para torturar a los guerrilleros. Ahora se respira cultura y paz. Solo cuando los británicos dominaron la isla a sangre y fuego, los griegos y los turcos se unieron contra el invasor.
En la década de los años setenta, Chipre ocupaba las páginas internacionales de todos los periódicos del mundo. Aunque nunca ha dejado de estar en los libros de Historia pues ha sido sucesivamente micénica, fenicia, egipcia por partida doble, hitita, asiria, persa, alejandrina, ptolemaica, romana, bizantina, musulmana, cruzada (Ricardo Corazón de León pasó por acá), veneciana, otomana y británica. “Gracias” a todos ellos, su cocina es espectacular; el mejor cordero de mi vida ha sido este “klefitko” de diciembre, asado a fuego lento en horno de barro.
Los choques entre las dos comunidades eran constantes en la parte vieja de la ciudad en los sesenta/setenta. Se levantaban barricadas, se mataban entre todos, se lograba la independencia, se partía la isla. La historia cambia depende de quien te la cuente. Para los turcochipriotas, se estaba cometiendo un genocidio contra ellos. La invasión turca de Chipre llega en el caluroso verano de 1974. Los griegos del norte de la isla son obligados a abandonar sus casas; 180.000 familias se van con la llave y lo puesto. A su vez, unos 40.000 turcos del sur inician otro éxodo, al revés. Parece una historia bíblica de hace miles de años pero todo esto pasó hace medio siglo en una isla bonita del Mediterráneo. Murieron cuatro mil personas, dos mil desaparecieron. Todavía hay gente viva buscando gente muerta.
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LA GRÁFICA
Sevil, la voz de oro
Sevil ha sido la primera voz femenina de la radio de la República Turca del Norte de Chipre, más conocida como Chipre del Norte, país solo reconocido por Turquía. Tiene 74 años pero no los aparenta, irradia una belleza inaudita de otros tiempos, de leyendas olvidadas. Es cálida y sumamente amable. Habla con dulzura. Le compro un hermoso “foulard” de seda lila bordado cuidadosamente a mano por ella cuyos bordes están adornados con delicadas y coloridas flores tejidas. Es una pieza única. Me regala/dedica su libro con seis piezas teatrales sobre la resistencia contra los ingleses, sobre revoluciones y esperanzas desde 1915 al fatídico 63. Tomamos un café, delicioso, a pie de puesto, el café es turco, por supuesto.
Lo ha presentado el año pasado y se llama Buena suerte en Chipre: viejas historias con persianas azules (Para que las nuevas se escriban con amistad). Sevil es un presente en sí misma y juega un rol invalorable. Con su “sedosa” manera de ser, tiende puentes entre ambas comunidades. Sus libros se publican en turco, griego, inglés y alemán. Cultiva lo que ella denomina “realismo fotográfico”, una incansable recuperación de la memoria de su comunidad y de su familia (otro de sus libros tiene más de mil páginas: es un recorrido de siglos sobre sus ancestros).
En 2017 participó en el Festival de Literatura y Poesía de Hyderabad, India, donde recibió el premio Voz de Oro-Golden Voice a su trayectoria poética de 40 años. Ha viajado con sus poemas a cuestas por Países Bajos, Alemania, Turquía, Rumanía e Italia. Viste con ropas coloridas porque “parecen dar otra felicidad”. Y es una “loca” por los ponchos, por su comodidad. Para Sevil, los turistas-clientes no son clientes-turistas son “amigos de primer y último encuentro”.
La misión de Sevil no es para nada sencilla: romper el aislamiento internacional de los turcos de Chipre, dar a conocer a Nicosia Norte, el gran secreto. Dice que su comunidad está condenada a desaparecer; que el mundo los ha olvidado como ha hecho con los saharauis o los kurdos.
Sevil tiene más vida que un gato. Los felinos son los dueños de Nicosia. Pasean tranquilamente, aúllan para pedir comida a los paseantes, toman sol en las plazas junto a las mezquitas y los mercados. Son dioses. Y son muchos: hay dos gatos por cada chipriota. Eso dicen las estadísticas, aunque si caminas por Nicosia sabes que son muchos más. La culpa de todo no la tiene Yoko Ono; en este caso la “culpa” es de una emperatriz, llamada Helena de Constantinopla. Un monasterio de la isla pidió ayuda para combatir una plaga de serpientes. El barco repleto de gatos que mandó dona Helena cumplió la misión, pero los felinos se quedaron para siempre.
Sevil, licenciada en Ciencias del Teatro —Tiyatro Vazarlik— es poeta, dramaturga, presentadora de Radio Bayrak, voz de la Cyprus Broadcasting y artesana de fina estampa. Y una espléndida conversadora. Su pieza teatral Matrimonio doble (2015) es un aporte valioso para la cultura popular de su pueblo, pues rescata la vida de los campesinos turcochipriotas (diferente a la de sus pares turcos; más afables, menos impregnados de la religión), su cocina, sus bailes, sus costumbres y supersticiones.
La parte norte de la ciudad —con precios mucho más asequibles que el sur griego/europeo— tiene jardines de palmeras, librerías caóticas, minaretes, mercados con los mil y un sabores de los cuentos que leímos. Cuando desde la mezquita el muecín llama a la oración, los versos se escuchan en todo el barrio, es un viaje en el tiempo. La “adhan” es fascinante. Nicosia es grande. Desde el otro lado del muro llegan también cánticos y rezos: a puro megáfono los monjes ortodoxos convocan a misa. Nicosia es hipnótica.
Las banderas griegas y las turcas ondean en cada cerro; en algunos lugares incluso las iluminan de noche para que se olvide la guerra. La bandera oficial de Chipre (blanca con un mapa de isla superpuesta) reina por su ausencia. En los dos lados de la muralla, la gente mayor pasa el tiempo con el mismo juego: el “backgammon”, herencia de la colonia inglesa; en las dos ciudades se toma harto café; para unos es café griego, para otros, café turco. En esos momentos cuando, por un momento, uno olvida el alambre de púas en los muros más altos; por un ratito los rostros de los 120.000 soldados grecochipriotas y los 40.000 militares turcochipriotas (más un contingente de cascos azules, la mayoría argentinos) se esfuman por arte de magia. En una esquina de Nicosia Norte un graffiti rinde homenaje a Naciye C. Koroglu, la mujer nonagenaria que voluntariamente mantuvo la tumba de siete soldados turcos durante más de 20 años. En el Museo Medieval de las Lápidas, un cartel advierte: “La ventana de este palacio fue destruida por los británicos en 1905”.
Sevil —madre de dos hijas y cuatro nietas— cruza la frontera. No es algo habitual para el resto de sus compatriotas, un tercio de ambos bandos no lo ha hecho nunca, ni lo hará. En esta mañana soleada de diciembre con 22 grados agradables, veo a un par de “griegos” comprando puchos baratos por cajetillas para volver rápido a su lado. El sueño de construir un solo Chipre unido es todavía una quimera. El plan de crear una república federal es aceptado por la mayoría de los turcochipriotas (de menor poder adquisitivo) pero rechazado por los grecochipriotas (votaron “No” en el referéndum de 2004 impulsado por el secretario general de Naciones Unidas, Koffi Annan). Sevil no pierde la esperanza, ni tampoco su sempiterna sonrisa.
Ni Chipre —la isla donde nació Afrodita— ni Nicosia estarán divididas por los siglos de los siglos amén. Unos la quieren ver incorporada a Grecia; otros como república federal; los últimos turcos llegados, impulsados por el presidente Erdogan, incorporada a Turquía. Nicosia es demasiado rica, diversa y atractiva como para permanecer dividida mucho más tiempo. Sevil es una convencida de esto. Su colega poeta, Nafia Akdeniz, cree firmemente que “el polvo acumulado / para las flores del techo/ será tierra fértil”. Las dos viven en el jardín de Chipre: “de narcisos domésticos / y bulbos saqueados”.
Entre el “checkpoint” grecochipriota y el turcochipriota de la calle Ledras han quedado varias casas abandonadas, varios negocios cerrados a cal y canto para la eternidad. Es un “no-lugar”. Alcanzo a ver una sola pintada: “One Cyprus” (una sola Chipre). Cuando vuelvo del lado turco, una delegación oficial del norte pasa revista. Saco tres fotos aunque he leído antes de llegar que está prohibido. Me gana el instinto de gacetillero y un tipo de inteligencia, vestido de civil, se identifica con una placa y me pregunta quién soy y qué hago acá. La respuesta le parece surrealista, a mí también: “Soy periodista de Bolivia y estoy cubriendo la gira del Club Always Ready en Chipre. He llegado esta mañana en bus desde Ayia Napa”. No me cree ni una pizca. Mira y remira los sellos de mi pasaporte. No ve nada sospechoso. Luego me dice en inglés: “Espere en esa esquina”. La comitiva se hace gas. Sigo parado en esta esquina de Nicosia Norte, fumando espero una “shisha”; como “sembrado en un hoyo de gente desplazada”.
Fotos: Ricardo Bajo H.