La Conquista de las Ruinas
El premiado documental del director, guionista y productor cochabambino Eduardo Gómez explora el impacto del ser humano
Casi a escondidas, como lamentablemente suele a menudo acaecer, pasó por las carteleras locales esta ópera prima del director, guionista y productor boliviano Eduardo Gómez (Cochabamba/1986). Licenciado en Comunicación Social, en 2007 se especializó en cinematografía en la escuela internacional de cine “La Fábrica”.
En 2018 su proyecto La conquista de las ruinas fue seleccionado por el programa Ibermedia, obteniendo de tal suerte apoyo en efectivo para su producción. En 2021 tuvo un destacadísimo recorrido en varios festivales. Consiguió el premio a Mejor Guion en la segunda versión de los Job Film Days en Italia. Es un certamen especializado en películas focalizadas en temas vinculados con el mundo del trabajo y los derechos de los trabajadores. La decisión del Jurado señalaba: “Por la profundidad de la escritura cinematográfica con la que da forma a su tema, mostrando a través de un mosaico de realidades y voces muy diferentes el incesante movimiento de transformación y destrucción de la tierra. La historia ilumina las consecuencias de la explotación y refleja un conflicto actual sobre la forma en que habitamos nuestro mundo”. De igual manera en Italia recogió el galardón a Mejor Fotografía en el Festival Internacional Cinemaeambiente Avezzano. Fue reconocido como Mejor Documental en el Festival de Cine Latinoamericano “Gerardo Vallejo” de Tucumán (Argentina) y en la segunda edición del Festival Internacional y Latinoamericano DOCA (Buenos Aires) fue premiado asimismo como Mejor Largometraje Documental Latinoamericano. Por último cosechó un reconocimiento especial en el DOK Fest de Munich (Alemania).
Volviendo al principio. Este recuento, además de hacer justicia, busca subrayar el extremo absurdo implícito en la falta de adecuada promoción y difusión que posibilita el señalado tránsito, poco menos que clandestino, de producciones propias relegadas, para peor, a ser proyectadas muy pocos días y en horarios limitados, todo lo cual las sitúa de entrada en franca desventaja frente a los estrenos venidos de fuera, sobre todo de la así llamada Meca del cine hollywoodense. Adicionalmente es un síntoma de la carencia de políticas integrales de apoyo a la producción fílmica boliviana, igualmente constatable en el cierre, momentáneo esperemos, del Programa gubernamental de Intervenciones Urbanas (PIU) lanzado en 2019, cuyo respaldo financiero resultó decisivo para permitir la concreción de varias importantes iniciativas en el ámbito cinematográfico.
Entremos empero en materia. Resulta indudable desde las primeras imágenes que Gómez se tomó muy en serio su trabajo, comenzando por la riesgosa decisión —sobre todo desde el punto de vista de los mercados potenciales—, de rodar un documental enteramente en blanco y negro, lo cual lo enfrentaba a varios malentendidos prevalecientes entre un público embobado por las fórmulas de la industria del entretenimiento: que el documental es un género reservado por entero a ser difundido por la Tv y las redes; que el documental es poco menos que una variante de los noticieros; que el blanco y negro es aburrido por definición, pasado de moda. Y añada usted otras boberías a la lista.
El referido celo creativo también queda patente cuando, muy pronto, se advierte la negativa del director a limitar su hacer al prolijo relevamiento visual de algunas huellas del pasado. Más al contrario, hay un riquísimo subtexto retando al espectador a reflexionar acerca de las averías provocadas por los modelos de expansión urbana con raíces en las premisas heredadas de la conquista con relación al derecho antropocéntrico de explotar a gusto y sabor el entorno y las demás especies terráqueas.
En buena medida la mirada impresa a La conquista de las ruinas posee varios lazos de parentesco con la teoría del Antropoceno. El término, inicialmente acuñado por el biólogo estadounidense Eugene F. Stoermer, fue popularizado al despuntar el siglo en curso por el premio Nobel de Química Paul Crutzen científico holandés, el cual propuso utilizarlo para nombrar una nueva era geológica caracterizada por los devastadores efectos de la acción humana sobre la diversidad biológica y las condiciones geofísicas del planeta entero. De acuerdo a la teoría en cuestión el aumento incesante en la atmósfera de los gases de efecto invernadero como producto del uso industrial intensivo de energías fósiles y el consumo cada vez más desenfrenado de los recursos naturales, serían las causas esenciales para haber llevado la tierra a la antesala de su irreversible devastación y a la propia especie de los sapiens hacia el borde de su extinción, al haber perturbado el relativo equilibrio mantenido por el sistema terrestre desde los comienzos de la era holocena 11.700 años atrás.
No hay por cierto en el film de Gómez ninguna mención explícita a la tesis de Crutzen, pero el modo en cómo encara políticamente, sin subrayados demagógicos, su visión del pasado de las civilizaciones americanas hoy convertidas en ruinas posee, anoté arriba, evidentes similitudes críticas con la perspectiva de aquel respecto a los fatales equívocos que trajo consigo un modelo de estar en el mundo, y relacionarse con él, apresado en la falacia del progreso como sinónimo de consumismo creciente. Específicamente en el caso de la realización de Gómez, en el ensanchamiento de las áreas urbanizadas en función de los cálculos especulativos de las empresas inmobiliarias.
El rodaje tuvo lugar en tres ambientes diferentes, pero en definitiva igualmente esquilmados: Villa El Chocón, localidad situada al norte de la Patagonia argentina en las provincias Neuquén y Río Negro; Orcoma, aldea localizada en Capinota en el departamento de Cochabamba; los humedales cercanos a los ríos Paraná y Paraguay, justamente en la provincia argentina, asimismo, de Entre Ríos, pero que se extienden hasta el partido de Tigre en la provincia de Buenos Aires.
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A pesar de no contar con protagonistas, en el sentido convencional del vocablo, los testimonios de cinco personas directamente implicadas en el asunto son uno de los sustentos medulares de la narración. Esas personas son: Juan Cuevas, obrero boliviano mudado a la Argentina donde trabaja hace años en la industria de la construcción. Sebastián Apesteguía, paleontólogo argentino. Sus compatriotas, Mayko Crispín, albañil empleado de una cantera, Reinaldo Roa y Santiago Chara, descendientes de los habitantes originarios de las comunidades de Tigre, quienes se oponen a la construcción de más lujosos countries en las tierras que pertenecieron a sus antepasados, los restos de muchos de los cuales se encuentran sepultados, al igual que sus huellas.
A su turno cada uno de ellos sintetizará, en frases cortas y contundentes, la compleja problemática social e histórica escondida debajo del avance de la civilización capitalista sobre los rastros del pasado y el espacio.
Así Roa y Chiara demandan: “Nosotros pedimos que nos devuelvan los cientos de cuerpos de nuestros ancestros que quedaron debajo de los countries. Las inmobiliarias no solo nos dejaron sin tierra, sino también sin memoria”. Por su parte Apesteguía reflexiona: “Cada momento en la tierra tuvo su flora y fauna característicos, con sus propias reglas, y las mismas dan paso a otro momento también sus propias reglas. Nuestro momento en el planeta está siendo signado por todo lo que le estamos haciendo a la tierra”. Y Cuevas redondea: “Los obreros construimos las casas y los edificios con todo nuestro esfuerzo sabiendo que nunca vamos a poder habitar esos lugares”. Lugares que, por otra parte, también serán arrasados si seguimos por donde vamos. Siempre y cuando podamos seguir, claro.
Los testimonios mencionados comienzan por el relato individual de cada uno acerca de sus labores en el día a día, pero de a poco se van entrecruzando, a medida que lo expuesto toca asuntos más comunes afloran los lazos entre las visiones propias de las raíces culturales de las que provienen. Ese tejido se debe al cuidado de Gómez para colocar cada pieza en su lugar con la ayuda del montaje igualmente minucioso de Tetelbaum. Y así sale a luz la clandestinizada colisión entre dos cosmovisiones antagónicas proveniente desde los tiempos de la conquista y concernientes a la relación del individuo con su entorno. Las ruinas provocadas por la imposición de una de esas miradas sobre la otra ofrecen de por sí un juicio de valor que le cabe al espectador poner sobre la balanza sin necesidad de remarcados sobrantes.
Es muy probable que, en algún grado, el estilo optado por el realizador tenga alguna deuda con la controversial Koyaanisqatsi (Godfrey Reggio/1982) película experimental que en su momento levantó un sonado alboroto controversial al carear la visión del mundo de la etnia indígena norteamericana de los Hopi, en cuya lengua, adoptada para el título, la palabra connota “vida en desequilibrio”, con los espejismos tecnocientíficos a cuyo impacto atribuyó Reggio el efecto demoledor sobre la naturaleza de las premisas de la modernidad occidental y su hijo pródigo: el capitalismo.
La poderosa, a momentos hipnótica fotografía del propio Gómez, quien se abstiene de cualquier artificio para acentuar el carácter “artístico” de la misma, es otro de los sostenes de la solidez de la película. Dado que para la interpelación reflexiva propuesta por la película pesa más la contextualización que el detalle, los primeros planos son contados (estrictamente los necesarios), predominan las panorámicas y las tomas generales. Y la consistencia denotativa del producto final se beneficia asimismo con la música de Nicolás Deluca, valiéndose de grabaciones electrónicas que contribuyen discretamente a profundizar el contraste entre el pasado y la actualidad.
A guisa de resumen final. El sugestivo debut de Gómez, a tiempo de abrir un holgado margen de crédito sobre sus venideros emprendimientos, deja flotando un par de preguntas sustanciales: si resulta factible configurar una identidad sobre los escombros del ayer y cuál de las dos facetas inherentes a la condición humana, la constructiva o la destructiva, terminará prevaleciendo. Cada quién dirá.
Ficha Técnica
Título original: La conquista de las ruinas – Dirección: Eduardo Gómez – Guion: Eduardo Gómez - Fotografía: Eduardo Gómez - Montaje: Damian Tetelbaum - Música: Nicolás Deluca – Sonido: Joaquín Rajadel – Diseño: Claudia Aruquipa - Producción: Facundo Escudero Salinas, Nicolás Münzel Camaño, Ariel Soto - Testimonios: Juan Cuevas Bráñez, Mayko Crispín Méndez, Reinaldo Roa, Santiago Chara, Sebastián Apesteguía - Bolivia, Argentina, España/2020
Texto: PEDRO SUSZ K.
Fotos: La conquista de las ruinas