Araña Sagrada
Imagen: internet
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La cinta del premiado director Ali Abbasi se inspira en la historia real de los crímenes de un asesino serial de 16 prostitutas iraníes
Es sabido: las arañas atrapan a sus víctimas en las redes tejidas previamente justo con tal propósito. A eso alude la mitad del intrigante título de esta película dirigida por el iraní Ali Abbasi, nacionalizado danés. La otra mitad va quedando aclarada a medida que transcurre la trama de esta brutal recreación de hechos ocurridos en la vida real, en Irán precisamente, donde entre 2000 y 2001 el asesino serial Saeed Hanaei —en el film, el apellido nunca es mencionado— ultimó a 16 trabajadoras sexuales en Mashhad (“el lugar de los mártires”), la segunda ciudad iraní por número de habitantes y la primera como lugar de veneración de los musulmanes chiitas, así como centro de masivas peregrinaciones anuales.
El tenebroso sujeto en cuestión, violentado cuando niño por su madre, era de día un eficiente, amable, albañil, excombatiente de la guerra entre Irán e Irak, de la cual regresó frustrado por la derrota, ansiando tener en algún momento la oportunidad de reivindicarse por no haber muerto como mártir defendiendo a su país. Padre de una hermosa niña y un inquieto adolescente, así como fiel y atento esposo servidor de Fátima, su atractiva pareja, de noche, luego de haber dejado a los niños al cuidado de los parientes de ella, abordaba su motocicleta y salía en busca de prostitutas y/o drogadictas, las rendía con seductoras promesas para llevarlas a su casa, donde las estrangulaba utilizando sus propios hiyab —los velos con que las mujeres están, en los países musulmanes, obligadas a cubrir su cabeza para evitar seducir a los varones, cargando de tal suerte toda la responsabilidad moral sobre aquellas, sus gestos y vestimentas—. Luego procedía a deshacerse de los cadáveres arrojándolos en los descampados de la ciudad. Al parecer toda esa psicopática violencia criminal recibió un gatillazo el día en el cual Fátima fue acosada por un peatón confundiéndola con una trabajadora sexual.
Si bien el director evita apegarse por entero a los estereotipos de los innumerables homicidas seriales mostrados en sociedad en películas y series televisivas, ello con el obvio afán de presentarnos a un individuo cuyas motivaciones se mantengan hasta cierto punto en el misterio, hay una escena donde discute airadamente con su hijo, la cual pareciera querer insinuar que, más allá de las aseveraciones religiosas que exponía para justificar su yihad personal contra esas mujeres acusadas de inobservar los mandamientos más estrictos de su religión, se encontraba hondamente afectado por un TEPT (trastorno de estrés postraumático) de guerra, a cuya causa, después de cada asesinato cometido, su cólera no hacía sino crecer.
En contraste con las condiciones de vida de Saeed, que sin ser óptimas cumplen con algunos de los parámetros que las hacen soportables, las de las rameras son expuestas en tono siempre (algo demasiado) enfático en la narración como insoportablemente denigrantes. La secuencia con la que arranca el relato sigue los pasos callejeros de una ellas, enganchada a la anfetamina. Repentinamente, una motocicleta se detiene y es convencida de abordarla. Mientras ambos se dirigen a su destino, un corte en la programación del televisor que asoma en pantalla da paso a la información de los atentados del 11 de septiembre. Procedimiento elegido a fin de datar de manera indirecta lo que antecede y seguirá, pero, asimismo, para alertar al espectador distraído que Abassi no pretende limitarse a entregar una mera realización de género encuadrada en los cánones de los thrillers enfocados sobre desvelos detectivescos afanados con poner coto a los desmanes de algún pillo.
Pero es en la secuencia dedicada a Somayeh, otra de las atrapadas en la red del exterminador, donde la película explaya detalles casi morbosos de las dichas condiciones existenciales. La miramos acicalar su estropeado físico antes de darle un beso a su pequeño hijo y salir a su parada usual. Presta sus servicios después a varios clientes, incluyendo uno muy pudiente en cuyo baño hurta una buena porción de la loción de su esposa. A continuación, adquiere los narcóticos que necesita para aguantar la noche. Luego de ingerir alguno, quedando algo atolondrada, es abordada por Saeed y el resto ya se sabe.
Mientras la familia de Saeed no alberga la más mínima sospecha respecto a la doble vida de aquel, un par de periodistas emprenden la búsqueda de la identidad del feminicida, dado que la deliberada desidia policial la hace mirar hacia otro lado, entre otros motivos debido al empaque heroico que va envolviendo los actos del homicida en el imaginario colectivo al exponerse como el cumplimiento de una encomienda divina, figuración apuntalada a media voz por los Imanes (los clérigos de aquellas latitudes) y, en algún caso de manera explícita, como cuando el propio Saeed declara: “Estoy loco por Dios”.
En la realidad, efectivamente, la reportera Roya Karimi se afanó durante cierto tiempo el armado del rompecabezas relativo a la historia de quien pasó a ser denominado Spider Killer aludiendo a las celadas puestas en acto para sujetar a las víctimas en su red mortal. Libremente, inspirada en Karimi, poco a poco Rahimi (estupenda interpretación de la actriz iraní Zar Amir-Ebrahimi que le valió el premio a Mejor Actriz en el último Festival de Venecia), reportera de ficción llegada desde Teherán, va ocupando el centro de la trama. Cuando la conocemos está intentando conseguir espacio en un hotel, pero el recepcionista, disgustado por tener que acomodar a una mujer soltera, primero pretexta que el lugar se encuentra copado, y a renglón seguido vocifera su irritación contra el hecho, afirma, de que lleva mal puesto el hiyab y ello podría acarrear problemas con la guardia moral. Por añadidura, si bien lo sabremos más tarde, Rahimi acaba de tener problemas con su editor, quien la acosaba y al ser rechazado la despidió bruscamente, y luego también tendrá idéntico tipo de forcejeo con Rostami, el mismísimo comandante policial de Mashhad.
Incidentalmente: lo del hiyab cobró notoriedad meses atrás cuando las “fuerzas del orden” detuvieron a la joven Masha Amini, arguyendo precisamente que su pañuelo en la cabeza se hallaba desajustado, lo cual permitía ver su rostro y cabellera, pecado mortal. Pocas horas después trascendió que la detenida había muerto en la comisaría, noticia que de allí en más provocó masivas movilizaciones lideradas por mujeres contra la brutalidad policial.
Que el machismo en Irán no se halla limitado a ciertos sectores sociales, denuncia transversal en el relato de Araña sagrada, resulta remarcado en las reticencias de Sharifi, el colega local de Rahimi, poseedor de grabaciones enviadas por Saeed comentándole sus ajusticiamientos y dándole las pistas para hallar los cadáveres. Rahimi no demora en deducir que tales suspicacias se deben al “atrevimiento” de haber denunciado públicamente el acoso de su exjefe.
En el tono de una airada vindicación del rol femenino, el personaje de Rahimi es perfilado y detallado como el de una mujer decidida a sortear cualquier obstáculo. Pero en parte, ello resulta desdibujado con la ingenua vuelta de tuerca argumental, usada hasta el hartazgo en las películas del género detective vs. maleante, que permite la aprehensión de Saaed mediante el simple expediente de que ella se le aproxime simulando ser una de las candidatas a morir en sus manos. Tal jugada fue, asimismo, concebida por el director. En verdad una mujer que consiguió escapar en el último suspiro de sus manos fue quien develó donde ocurrían los homicidios, permitiendo así la captura del sujeto.
Si bien el dato del ascendiente iraní del realizador daría a suponer que el cuadro que presenta de los hábitos y comportamientos de la sociedad donde ocurren los hechos narrados estaría exento de los sesgos prejuiciosos recurrentes cuando el cine occidental se da a la tarea de echar una ojeada a las realidades de otras circunscripciones cultural e históricamente distintas, ello no ocurre con la realización de Abbasi debido a las formas narrativas y de puesta en imagen optadas para su inmersión en aquellos acontecimientos, acentuados en el modo de una puesta en sintonía, forzada a ratos, con las alegaciones feministas en boga. Y, con ello, no pretendo desvalorizar estas últimas, tampoco minimizar el horror vivido por las 16 víctimas de Saeed, mucho menos dar por lícitos los dogmas religiosos que condujeron al grueso de la sociedad iraní a convertir al homicida poco menos que en un héroe nacional gracias a haber “limpiado” las calles de Mashhad de esa “escoria” que las contaminaba.
Solo quiero apuntar que el brutal estilo recurrido me da la impresión de haberse dejado tentar por la demasía. ¿O no lo es, por ejemplo, el haber reincidido en cuatro escenas en la exhibición al detalle del modo en cómo el criminal estrangula a las mujeres por él enredadas en la tela de sus tramposos ofrecimientos de dinero o estupefacientes? ¿U otra escena en la cual Saeed tiene relaciones con su esposa, al lado del cadáver envuelto en una alfombra de la mujer recién estrangulada? Al fin y al cabo, no obstante, las exaltadas proclamas del fundamentalismo religioso que lo presentaban como un enviado directo de Alá, no pudieron impedir que las autoridades de su país, reticentes con mucha probabilidad, condenaran a Saeed a ser ejecutado en la horca, ejecución que tuvo lugar el 8 de abril de 2002. Cierra sí el círculo que comenzó a recorrer citando, antes de la primera imagen, una frase tomada de la Biblia, cuya inclusión solo entonces cobra sentido: “Cada hombre encontrará lo que desea evitar”. Valga otra aclaración, con lo dicho tampoco me sumo a la desdeñable creencia de que la pena de muerte sea un procedimiento efectivo para impedir que se sigan cometiendo atrocidades como las exhibidas en Araña sagrada.
Era obvio: una película con semejante carga erótica, lindante en algunas escenas con la pornografía, no iba a conseguir apoyo a la producción en Irán. Ni siquiera a obtener el permiso para filmar en la ciudad donde acontecieron los hechos narrados, pero gracias a la granizada de elogiosas recensiones que empapó el estreno de Border (2018), anterior largo de Abbasi, no le resultó muy problemático recaudar el financiamiento requerido para el rodaje en Dinamarca, Alemania, Suecia y Francia. Eligió, además, para ambientar la película filmarla en Jordania, logrando gracias a la fotografía de Nadim Carlsen un parecido asombroso con los lugares de Mashhad, aseveraron quienes conocen ambos sitios. No es el único aporte relevante del fotógrafo. A lo largo de toda la puesta en imagen, los tonos oscuros, con luces de neón entremezcladas con sombras, prevalecen acentuando la sensación de claustrofobia no obstante que buena parte del relato transcurre en exteriores. Y a tal impresión suma, asimismo, la elogiable banda sonora de Martin Dirkov.
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La bajada de telón es una escena tan ruda como muchas otras de las precedentes, en la cual el hijo del asesino añade su alegato reivindicatorio a los de otros múltiples personajes apostrofando que su padre contribuyó de manera eficiente a liberar a la sociedad de “mujeres corruptas”. Que pueda resultar inverosímil oír a un muchacho, casi un niño aún, profiriendo semejante afirmación es uno de los tantos acentos forzados que el acento discursivo recurrido por Abassi incluye, a pesar de socavar con tales excesos y subrayados (en particular el detallismo panorámico de la inmolación de las mujeres victimadas) la solidez de su tramado fílmico. Comprometido de igual manera por la, a momentos, turbada y desmañada personificación de Mehdi Bajestani en el rol del sicópata.
Si bien en el último tercio de la película los clisés del thriller policial dejan paso a una suerte de reflexión ético legal acerca de las inmundicias frecuentes en las sociedades atenazadas por el dogmatismo religioso o cualquier otra declinación del determinismo heterónomo: la ley escrita de una vez para siempre; el destino inmodificable; etc., ello no permite maquillar que la riqueza expresiva y estética del cine iraní han sido reemplazadas en la ocasión por las fórmulas y estereotipos de la industria del entretenimiento, en especial por la ferocidad exhibicionista de tantas realizaciones enganchadas al policial pedestre, con la mira puesta en primer lugar en la taquilla. No es que Araña sagrada sea una oferta opinable en su totalidad, pero queda siempre la impresión de que pudo haber sido mucho mejor.