Los cuerpos encendidos de Corina Barrero
Imagen: Ricardo Bajo y galería arº T
Imagen: Ricardo Bajo y galería arº T
La artista y poeta paceña ha presentado junio sus nuevas obras en cerámica. Es hora de charlar con ella.
Los cabellos de una mujer fluyen como un río, buscando el centro de la tierra; las espirales del mundo envuelven a otra mujer para elevarla hasta los cielos. Los brazos de aquella nos protegen de los infiernos de todos los días; sus pechos desnudos desafían nuestros temores. Tienen la cabeza alta y erguida, los ojos cerrados, como esperando el final de la batalla, como emergiendo desde los fuegos victoriosos. Son las mujeres de Corina Barrero levantadas desde el barro, las pastas y los esmaltes. Son mujeres/colores paridas con altas temperaturas, envueltas en telas negras de seducción y embrujo.
Son chispas que brotan de la hoguera, sueños que no recordamos. Son mujeres que danzan alrededor del tiempo para llevarnos de la mano a casa, al hogar de sus cuerpos. Son semillas del mar que brotan como caracolas. Son soledades en convivencia, que diría la poeta María Zambrano. Son Cuerpos transitorios, la última exposición de la ceramista/poeta Corina Barrero Villanueva, que pasó (en junio) por la galería del maestro Mario Sarabia (AR° T, en San Miguel, La Paz). Ahora pasa la “Cori”.
— Has publicado poesía (Pertenencia y otros Fragmentos, 1995) y has hecho arte, pero la cerámica se cruzó en tu vida hace 35 años. ¿Cómo y cuándo fue el descubrimiento de la arcilla/la tierra?
— La Escuela de Bellas Artes ofrecía en aquella época un curso libre de cerámica. Me inscribí y, aquella tarde, mientras comenzaba mi primer trabajo, quedé totalmente cautivada por esta arcilla/tierra, como bien dices. Fue todo un acontecimiento: Desde moler las rocas de arcilla, encontrar el punto exacto al amasarla, sentirla con el tacto e ingerir ese olor a tierra húmeda que cubría todo; fue maravilloso.
Hundir las manos en el lodo, apretarlo mientras se escurre por entre los dedos, remontar a ese espacio de la niñez donde todo es posible fue una experiencia reveladora. Mientras la arcilla se escurría por entre mis dedos, pensaba en aquella metáfora del barro como materia prima de creación. Pensaba en la madre tierra que nos cobija desde que nacemos hasta que morimos, cubriendo y transformando nuestros huesos en sales y minerales que brotan luego como árboles, donde volvemos nuevamente. Ciertamente los seres humanos tenemos un contacto profundo y misterioso con esa arcilla/ tierra.
— Hablando de trabajar con las manos, con la tierra, ¿puede ser la cerámica terapéutica?
— El arte nos conecta con ese mundo invisible y subjetivo que llevamos adentro, ese mundo indecible. Es como esa fina hebra que recorre desde nuestros sueños y recuerdos más amados y pasa por las manos, por los ojos, manifestándose en lenguas de múltiples colores y formas, de sonidos y palabra, lenguajes para conectarnos con el otro, con el ámbito que nos rodea y en el cual vivimos.
Es esa trama que recorre los cuerpos y las almas de las cosas para comunicarlas entre ellas y dejarlas aparecer en una nueva versión acorde a cada tiempo, a cada cultura. Por otro lado, el arte es como esa trama de células nerviosas que conecta cada parte del cuerpo para darle sentido y unidad a aquella información que llega tanto de adentro como de afuera, para luego procesarla, transformarla.
Pienso que el arte es como el micelio, ese hongo que crece bajo la tierra, que conecta los árboles, permitiéndoles comunicarse entre ellos. Creo que todos tenemos un artista que desea escuchar y decir… a fin de comunicarse con el otro.
— ¿Qué te ha dado la cerámica a lo largo de estas tres décadas (desde tu primera exposición en 1992) y cómo crees que ha evolucionado tu arte ceramista?
— Disfruté intensamente este contacto íntimo y complejo, percibiendo las múltiples posibilidades de un lenguaje que nace de las manos. A pesar de haber transitado por muchas formas de expresión, la pasión que me provoca trabajar con la arcilla es única. Comenzar una pieza nueva es siempre un acontecimiento: Un primer encuentro.
La cerámica me ha permitido expresar aquello que llevamos dentro, entender ese espacio creativo y darle forma. Me ha permitido conectarme con el tacto, con el cuerpo y, sobre todo, conectarme con la naturaleza, mi gran maestra.
Con el tiempo fui incorporando técnicas, materiales y esmaltes diferentes, pues uno no deja de experimentar. También, en ese transcurso, un lenguaje propio ha ido tomando cuerpo en mis piezas, un lenguaje que se adapta y transforma mientas forja sus propias formas.
— Tu última exposición (Cuerpos transitorios) nos ha traído —de nuevo— mujeres poderosas que salen de la tierra, alas, sueños, espirales; los territorios del cuerpo. ¿Cómo dotas de movimiento a tus cerámicas?
— Como todo lo vivo, estamos en continuo movimiento: circulando, creciendo, rotando, girando, como las espirales en la naturaleza, como ese latido marcando el tiempo; el ciclo de la vida-muerte-vida. Es ese movimiento que implica trabajar en tres dimensiones, como lo es la escultura en la cerámica, que me parece fascinante. Siento que me da el espacio necesario para que estas mujeres abran sus alas, sueños, y su piel hacia ese territorio presentido.
De pronto, el cabello puede girar y envolver la pieza a modo de abrazo, o bajar ondulando hasta la misma base a modo de agua. Por esta misma posibilidad de la cerámica es que me ha sido posible asimilar e incorporar fácilmente en mi obra otro elemento que me cautiva ya hace muchos años: la espiral. Al observar la naturaleza, uno no puede dejar de asombrarse y admirar ese constante movimiento que gira y crece a modo de espiral, desde las cosas más pequeñas como las conchas marinas, las semillas y las flores hasta las inmensas galaxias girando en espirales. Encontramos registros representando símbolos de las espirales en muchas culturas, incluyendo la andina. El significado tanto filosófico como místico está inscrito en nuestro legado como seres en continua transformación.
— ¿Cómo ha influido en tu obra el maestro Mario Saravia?
— He visto el trabajo de Mario Saravia casi desde sus inicios y siempre me ha causado gran admiración. La pasión, la disciplina, y la actitud casi meditativa que lo lleva a realizar obras de una belleza extraordinaria es una gran inspiración. Me asombra el uso exacto de cada esmalte, de cada engobe en paisajes donde vemos atravesar siluetas de seres —brochazos ejecutados con un azar preciso— que habitan contornos de un espacio andino con sus soles y sus lunas de media noche.
Mario también que ha logrado algo sin precedentes: Elevar el noble arte de la cerámica al estatus de arte superior, algo muy importante para los ceramistas pues, en aquel tiempo, cuando comenzamos a trabajar en esta área, se consideraba a la cerámica únicamente como objeto artesanal.
— ¿Cómo manejas el color, elemento vital en tu obra?
— El color y la textura natural de la arcilla tiene una belleza en sí misma. Así fueron mis primeros trabajos donde solo las diferentes texturas marcaban espacios a modo de lenguaje. Sin embargo, en los últimos tiempos, he experimentado con arcillas blancas, como también con arcillas y esmaltes de alta temperatura.
El resultado de este proceso me ha posibilitado lograr efectos interesantes. Los esmaltes de alta temperatura han podido compenetrarse con las piezas, permitiéndome lograr el resultado deseado, sobre todo en las espirales.
— Has incursionado en los textiles y fuiste partícipe del taller de la recordada Martha Cajías. ¿Qué te aportan los telares, el mundo de las tejedoras?
— Mi primer encuentro con los textiles fue en un seminario de Semiotica del Textil Andino. Quedé profundamente impactada por la inmensa capacidad de contener significados, de marcar un código, un lenguaje de formas y colores donde se podía leer el tejido. Entendí que los textiles andinos no solo son todo un lenguaje, son una “visión de mundo”; que llega de muy lejos para ser comprendido ahora. Si bien no hubo una lengua escrita, nos dejaron un lenguaje de símbolos excepcionales. Luego participé un taller de telar. Nos llamábamos “Las Cusi Cusi”. En este taller estábamos Martha Cajías, Silvia Arce y Mónica Chara, con una maestra uruguaya muy querida, Magali Sánchez Vera. Los recuerdos de este taller aún siguen latiendo vivos en las que todavía quedamos. Como escribe Magali: “detuve a las Cusi Cusi en el tiempo y las guardé en mi alma donde siguen hablando, riendo, proyectando, tejiendo, tiñendo lanas e hijos con el mismo amor. De la casa única y especial de Martha donde tomábamos nuestro matecito en la cocina recuerdo colgados unos pimientos atados en cadena sobre el marco de la ventana. Todavía tengo algunos y este verano planté y ¡coseché!… Para mí las Cusi Cusi están detenidas en el tiempo y las lanas siguen secándose al sol, volviendo los árboles arco iris de hebras”.
Entrar en el mundo de las tejedoras es abrir una puerta hacia una dimensión aparte, donde el tiempo se detiene mientras los tintes y los atardeceres son uno mismo con la tarde, mientras en una olla grande que hierve en el jardín las lanas, los fierros encontrados, las retamas y la cochinilla generan ese aroma a tierra fértil que se quedó prendido en nuestros cabellos. Actualmente, trabajo en batik tradicional, batik en seda y arte textil experimental.
— ¿Por qué crees que tanto la cerámica como el arte textil se ven como un arte de segunda categoría o decorativo?
— En ciertos espacios del arte se tenía la idea de que la cerámica era un arte menor. La mentalidad en ese tiempo se regía por corrientes muy clásicas. No obstante, había otros espacios que apreciaban el arte cerámico y que nos posibilitaron sus galerías para exponer nuestras obras. Esta percepción de lo que es el “arte mayor” y el “arte menor” ha cambiado totalmente en nuestros días.
— Hace un tiempo dijiste que estabas en un proyecto que aunaba collage y poesía. ¿En qué anda ese libro-arte?
— Durante la pandemia tuve cierta necesidad de cerrar algunos ciclos inconclusos. Tenía varios proyectos en collage aun sin finalizar. Tenía también poesías de varias épocas que habían quedado guardadas, con la idea de ser publicadas en algún momento. Abrí las cajas guardadas y puse todo en una mesa grande en mi taller. La primera idea era hacer orden y usar los papeles que ya no usaría para convertirlos en papel reciclado.
Comencé a leer los poemas uno tras el otro y a desplegar las imágenes de los collages por toda la mesa y el suelo. De pronto, las imágenes iban apareciendo y me daba cuenta de que tenían cierta relación con la poesía: había una especie de sincronicidad, un diálogo entre ambas.
Ahí comenzó el recorrido de las imágenes por las palabras y viceversa, de las palabras que giraban en torno a las imágenes. El proyecto del papel reciclado quedó en la nada: todo era útil y encontró su lugar. Entre el juego y la magia pasaron los días y los meses, cuando dejé descansando este libro inmenso que había quedado como un fruto reciclado y reincorporado a un nuevo tiempo.
— ¿Qué recuerdos del legado (vida y obra) del poeta Guillermo Bedregal García tienes? Estaremos en 2024, a medio siglo de su muerte (aquel fatal accidente de auto en octubre de 1974) y su poesía sigue más viva que nunca. ¿Habrá algún tipo de homenaje?
— Fue muy breve el tiempo compartido con Guillermo Bedregal García, mi primer esposo. Evocarlo es sumergirme en un lapso de tiempo girando alrededor de memorias y vivencias que se van tejiendo sobre una urdimbre hecha de palabras, imágenes, olores, espacios recorridos, colores que han quedado en la retina del ojo, músicas escuchadas a lo lejos; ecos. Como si todo esto estuviera aquí, presente en mi alma, como si fuera posible haber crecido algún otro órgano al lado de mi corazón para contener y guardar toda esa inmensidad de lo vivido.
Muy temprano en las mañanas se levantaba a recoger el periódico y luego salíamos al Prado a tomar desayuno en La Crêperie, un lugar pequeño y precioso cerca de la UMSA. Algunos días dábamos largos paseos por espacios de una ciudad que quería mostrarme: la estación, Llojeta, patios en casas antiguas. Otros días íbamos a la radio Chuquisaca, donde él grababa un programa llamado El Alcázar; y volvíamos a pie en el frío de la noche. Nos encantaba.
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Algunas noches visitábamos a Jaime Sáenz, amigo entrañable. Ir donde Jaime era un evento especial. La tía Ester nos esperaba con un té caliente, y sentados alrededor de aquella mesa hexagonal que tenía, un bello gobelino como mantel, compartíamos historias que Jaime y Guillermo contaban con mucho humor. También habían lecturas y música mientras las horas pasaban rápidamente.
Los días nos quedaban cortos y Guillermo escribía Ciudad desde la Altura, como si tuviera prisa. Fue una época de vivencias que me quedaron marcadas profundamente, como en todos los que pudimos compartir este tiempo. Unos años más tarde escribí un breve texto sobre este tiempo que pretendo publicar junto a un último trabajo suyo, que son textos de su programa en la radio Chuquisaca. Publicaré en octubre del año de viene, a modo de homenaje, pues son 50 años de su partida.
Han bajado las mujeres
“Han bajado las mujeres / por las piedras / hacia ríos subterráneos / hacia cuevas escondidas / en la periférica sustancial de los sueños / extrayendo con las manos / un vientre arcilloso y primitivo / una flor abierta / en su interior / el orden delicado de los cielos. El orden de los cielos / atravesando ciclos milenarios / que circundan este cuerpo / continente / que en lo interno está bullendo / amaneceres / que has trazado por los aires / con el tacto de los dedos / que intuitivos acometen caricias / de los cuerpos encendidos”. (Del poemario Pertenencias y otros fragmentos, 1995).
Texto: Ricardo Bajo H.
Fotos: Ricardo Bajo y galería arº T