La Sucre profunda/ morena de Fabricio Callapa
Fabricio Callapa es una de las nuevas/potentes voces narrativas de Sucre. Retrata en sus relatos y poemas la cara profunda y morena de la capital.
Silvio Fabricio Callapa Ramírez es un escritor de Sucre. Sus padres (de Oruro y Potosí) fueron migrantes en la Argentina donde “Fabri” (como es conocido entre sus amigos) estudió la primaria. Callapa hizo la secundaria en el Junín de Sucre, “un colegio fiscal que durante una época te enseñaba francés como lengua originaria”. Creció escuchando el “nu metal” de los 2000, leyendo libros prestados de la mítica Biblioteca Pachamama, viendo “animés” y jugando videojuegos en consolas o “fichines”. Así “descubrió” el mundo y aprendió a valorar sus raíces, a respetar/admirar a sus ancestros y sus culturas.
“Fa” saltó a la “fama” hace dos años al ingresar la pre-lista de la revista inglesa Granta sobre “los mejores narradores jóvenes en español”. Hacer parte de esa prestigiosa selección junto al paceño Gabriel Mamani Magne no sirvió de mucho. O por decirlo más directamente, no sirvió de nada.
Vivir (y escribir) en Sucre (lejos del eje troncal La Paz-Cochabamba-Santa Cruz) es llorar, parafraseando a Larra. Entrar al “canon” literario boliviano desde los márgenes es misión imposible. Es como querer trascender las fronteras del país, sin tener agente literario. Doble misión imposible.
El libro que publica en 2018 en la editorial sucrense Pasanaku (en la que colabora) pasa desapercibido a pesar de contener siete potentes/frescos relatos. Se llama El fin de los días que conocimos. Este año la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia publicará Una chica de amarillo Pikachu (segundo lugar en la categoría cuento del séptimo concurso “Letras e Imagénes de Nuevo Tiempo 2022” de la FCBCB). O eso han prometido.
Callapa publicó en 2013 un poemario (Next-Gen, junto a Japhet Rivas Lavadenz); participó en la fundación de la editorial Pasanaku; colaboró con la Radio/Red de la Diversidad, la Wayna Tambo; hizo la revista/fanzine Lluvia Inversa de narrativa fantástica; y es militante de la editorial “cartonera” de la capital (4C-4 Nombres Cartonera, junto al poeta Christian Avilés) donde ha reeditado su primer libro de cuentos Ahora que el espejo ya no recuerda mi forma (con nuevo título: Años que reúnen instantes, presentado en el III Festival del Libro Cartonero 2023 de Lima, Perú). Formó parte de la antología Pan para rato: nueva narrativa sucrense publicada en el suplemento Puño y Letra del periódico El Correo del Sur. Participó en dos Festivales Interculturales Contra el Racismo y estudió en la Normal Mariscal Sucre para ser profesor.
Estamos delante de una voz literaria intrépida, ilusionante; una voz que nos trae el rostro moreno y profundo de Sucre, una ciudad estigmatizada por su rancia/racista oligarquía. Esta entrevista es un viaje por la ciudad blanca y sus rincones oscuros. Otra capital es posible.
— Hace dos años fuiste seleccionado en la pre-lista de “Los mejores narradores jóvenes en español” de la revista inglesa Granta que elige a 25 narradores menores de 35 años en lengua castellana. ¿Qué supuso aparecer ahí?
— Recuerdo que fue el escritor Gabriel Mamani Magne quien me mostró una captura de la introducción al libro de Granta. Allí, en las últimas oraciones de un párrafo, estaba su nombre mencionando algo así como que él narraba acerca de los bolivianos migrantes en Brasil y, despuesito, había un tal Fabricio “Calalpa” y una descripción de las historias. Estuve escéptico por el apellido, aunque Gabriel me dijo: “No mames, viejo. ¿Quién más va a ser?” Me puse feliz y lo compartí con mi novia en un mensaje al celu. Como hubo un error en mi apellido no hubo mucha repercusión, salvo en quienes tuve la oportunidad de conocer en persona y amigos cercanos que me expresaron su alegría. Yo sentí la noticia como un mensaje personal, uno que te dice: “lo estás haciendo bien, pero siempre hay más por seguir”. Cuando envié la postulación fue con 1% de posibilidades y 99% de fe, como en el meme, así que aparecer mencionado fue como un guiño de esos tipos super importantes del mundillo literario y editorial que no te imaginas leyendo tu obra. Tengo que agradecer al escritor Saul Montaño que me envió el enlace de la convocatoria.
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— Hubo un error a la hora de poner tu apellido y trataste de solucionar el “error”.
— Busqué a la autora de la introducción, Valerie Miles, la agregué al Facebook y le escribí un mensaje privado, quizás demasiado timorato y confuso, y me dejó en visto. Compartí en mi muro la introducción que había colgada en la página de Granta, con un post breve, y me dio un “like”. Fin.
— ¿Es la ciudad de Sucre un personaje más en tu obra?
— Hace poco salió un estudio respecto a las poéticas de la ciudad, escrito por Alex Salinas. Toma de referencia a tres autores: Marof, Teixidó y Pacheco, y busca la representación simbólica de la ciudad en sus obras. Es interesante la pretensión de la literatura boliviana de querer caracterizar a sus ciudades. Se podría caer en el riesgo de dotarla de una visión reduccionista y hasta opresiva para nuevas búsquedas, aunque este no creo que sea el caso. Cada autor absorbe a su ciudad y la narra desde su imaginación, no creo que la ciudad sea un personaje en lo que escribo, pero sí estoy seguro de que a veces me supera y queda latente en el subsuelo de la obra.
— El libro que te llevó a esa lista es El fin de los días que conocimos (agosto, 2018), editorial Pasanaku. ¿Retratas en esos cuentos la otra cara de la capital?
— No creo que esté narrando otra Sucre, sino más bien una parte de la ciudad que me ha tocado vivir. Aunque no es el centro de mi obra, pienso que abrazar lo que a uno lo ha hecho es fundamental y esto permea los recovecos de cualquier trabajo artístico, por más que pretendas borrar la geografía de tu escritura.
Hace dos décadas inicié una búsqueda conmigo mismo que me llevó a pensar en mis orígenes, aceptar la persona que me han hecho y dejé hacerme, y eso se fue filtrando en lo que escribo. Pienso que hay una Sucre aún más profunda de la que parecen mostrar los relatos de mis libros.
— ¿Cómo se construye y visibiliza desde la literatura, el teatro y el cine ese otro rostro (negado) de esa Sucre morena?
— Creo que solo haciendo obra estos temas pueden ser visibilizados y puestos en discusión, al menos desde el arte o la producción intelectual. Pienso en trabajos como Retrato de ciudad con calavera en la mano de Máximo Pacheco Balanza, Mirando al espejo de Omar Alarcón o Nos reservamos el derecho de Admisión de Pablo Barriga. En la obra de Máximo se puede ver esa dualidad de la ciudad, la cara migrante de Sucre que viene desde derroteros rurales, pero con una tremenda fuerza de voluntad y ganas, en contraposición de aquella ciudad quieta con rasgos de abulia y represión. En cuanto a la obra de Omar, es un audiovisual en el que visita a la abuela, como una especie de encontrarse con la figura del ancestro, reconocer la parte indígena que ese colonialismo promovido de forma consciente de las instituciones o la misma cotidianidad ha puesto como inferior o algo a superar.
Finalmente, el trabajo de Pablo Barriga es una investigación etnográfica que indaga los modos de relacionamiento de las clases altas, ya sea desde la elección del preescolar hasta las estrategias de cortejo de parejas y la formación de familias, muchos de los resultados exponen ciertas valoraciones y gestos que, en apariencia inocentes, develan formas de pensamiento cuestionables. También pienso en la posición discursiva de grupos como La Logia, cuyas letras reivindican lo indígena y lo migrante.
En cine hay colectivos de gestión colaborativa como el Cluster Audiovisual que ahora trabaja proyectos con gente del interior y exterior del país. Y “El Cuarto Desordenado”, que se halla produciendo un par de cortometrajes de la ficción. Tenemos clubes de cine como el Teixidó, dirigido por Alejandro Pereyra o el Cineclubcito de Diego Mondaca. Después hay realizadores independientes como el ya mencionado Omar Alarcón o Pablo Barriga, que trabajan en los límites del documental. La escena en el teatro es más amplia, pero no estoy muy familiarizado, desde los elencos del Teatro de los Andes, El Teatro Animal, Bubulú, Carcunda, Río Abajo o también las Sinchi Imillas, que están surgiendo.
— Has tocado en tu obra el género con textos que te acercan a la ciencia ficción, al terror más cotidiano, al realismo más sucio, al animé y al lenguaje del videojuego con “Declaratoria de un lamedor de cuerpos”. ¿Cómo/para qué aprovechas estos géneros?
— Alguna vez le dije a un amigo que no solo éramos influenciados por las lecturas, sino en general por todos los consumos culturales que hicimos a lo largo de nuestras vidas. Ciertas lógicas del videojuego, la música, el cine, la impronta insólita para el occidental de los “animés” y ese despelote que es vivir en un país como Bolivia conforman un “ch’enko”, una mezcla de formas notorias o a veces sugeridas al crear.
Allá por los 2010, con Japhet Rivas, escribimos un poemario pensando en videojuegos, tecnología y vida cotidiana. Entonces nuestros poemas iban dirigidos a los programadores de juegos alucinados o a la dificultad que supone acceder a consolas de precios inaccesibles mientras uno se antojaba con tenerlas en sus manos.
Me interesaba aquel mundo como temática, pero también como vía expresiva. Todo eso puede sonar sacado de los pelos, pero pienso en el poema de Shinkichi Takahashi: “No tomo tus palabras/ simplemente como palabras. / Lejos de ahí. / Escucho/a qué te hace hablar/ —sea lo que sea— / y yo escucho.” Ese “a qué” me parece clave.
En un cuento, que está en la red, me vi en el dilema de que la situación narrada sonaba tan inverosímil, dentro de la inverosimilitud general de la historia, que me animé a incluir el “cheatcode” del GTA, entre guiones como una acotación. Me pareció divertido.
Así como ocurrió con el cine, los videojuegos, internet o cualquier innovación tecnológica, estas introducen nuevos derroteros en el lenguaje y nuestra misma concepción del mundo se ve influida por su implementación. Algunos amigos me comentan que algunos de mis cuentos los imaginan como el episodio de algún “animé”, además que siempre he querido escribir una novela que sea el equivalente a una serie de once o trece episodios.
La literatura, como una realidad paralela o cristalizada en la obra, se enriquece con estas formas discursivas y también pienso que las enriquece. Un ejemplo podrían ser las adaptaciones que hay en el “animé” Aoi Bungaku, de Studio Madhouse, que interpretan obras de la literatura japonesa como Indigno de ser humano de Dazai o El biombo del infierno de Akutagawa, o también la narrativa de juegos como Heavy Rain o cualquier otro juego actual y el “lore” que lo delimita.
— Se considera erróneamente que las nuevas generaciones están alejadas de lo político o incluso peor, que se acercan peligrosamente a posiciones de derecha o reaccionarias; sin tener la más mínima curiosidad (ya no digo pasión) por el país, por la realidad e incluso por la historia. Sin embargo, has abordado desde la literatura la Guerra del Chaco, que para muchos parece haber transcurrido hace siglos y el tema del “bullying”, por ejemplo.
— Me invitaron a una antología llamada Sed y Sangre con un cuento que abordara el conflicto bélico. Tenía parte de la historia en mi cabeza, pero la invitación me ayudó a otorgarle un tiempo y espacio específico. Escribir un cuento sobre una época distinta a la tuya requiere que te documentes para conseguir cierta fidelidad. Tiempo atrás me había emocionado Luis Toro Ramallo con su novela Chaco, así que pensé en la posibilidad de una historia que acontezca en la periferia de la guerra e imaginando alguna de esas historias que hubiesen quedado al margen de lo narrado, del discurso oficial.
Gracias a los consejos de Máximo Pacheco pude consultar algunas fuentes, desde lo literario y lo histórico. En esas lecturas me encontré el libro de cuentos Placer de Raúl Leytón que también me ayudó a visualizar los ánimos de la época. Lo político es algo que nos atraviesa y está presente en todo, ya sea desde la influencia que ejerce el Estado o nuestra propia cotidianidad. Hay una muestra de lo que son las relaciones de poder en cada detalle insospechado, en cada cosa que se dice o encubre. Ignorar aquello y decirse apolítico es no hacerse consciente de lo que uno hace. Aunque hay muchas personas felices así y otras que parecieran enloquecer en la búsqueda de un sentido o un por qué a todo.
– Tu cuento El fin de los días que conocimos habla de perros callejeros. Como lo hizo en su momento Wilmer Urrelo. ¿Dónde te sitúas en la joven literatura boliviana? Sucre ha sido en su momento tierra de buenas promesas literarias que se quedaron en nada como Miguel Ángel Gálvez, ganador con La caja mecánica en 2000 del Premio Nacional de Primera Novela de la editorial Nuevo Milenio.
— Creo que el situarme en algún dentro de la literatura boliviana corresponderá a la crítica. Me mata lo que señalas de Gálvez. Su libro ha sido tan rompedor en el contexto que se han creado muchas expectativas en torno a él y su próxima obra, incluso está a punto de volverse una leyenda dentro de las letras locales, al margen de que su novela ya es un clásico de culto. Todos aquellos que han buscado alguna obra de terror han quedado prendidos a La Caja Mecánica, así que esperamos su próxima novela, que de seguro será todo un universo.
— Forma partes de la escena alternativa de Sucre. ¿Pasan cosas en una ciudad que parece congelada en el mundo con sus paredes inmaculadamente blancas/vírgenes?
— No estoy seguro de ser parte de una escena. Ocupo más bien el lugar de espectador y a veces de colaborador, un personaje extra de lo que se hace en Sucre. Creo que hay un movimiento bastante disperso, que se aglutina en actividades de autogestión que no suelen apoyarse en la oficialidad.
Hace un año y medio, el “femzine” Layqaykuna, gestionó una gira de la “hip hopera” Sara Hebe por Bolivia, la organizaron a través del diálogo con los espacios y auspicios en las ciudades del eje y Sucre. Creo que fue la primera gira de un artista internacional después de la pandemia en Bolivia, y eso no es poca cosa.
Así también hay conciertos, presentaciones, ferias, lecturas, en espacios independientes que la luchan por hacerse de un espacio en medio de la indiferencia de la ciudad. Hay mucha creatividad y fuerza para hacer arte. Tenemos a los Nautilius, con un “metalcore” muy potente y a Inkazoulo, que debe ser de los traperos más versátiles del país, algunas de sus pistas tienen una onda muy Ghostemane. Los chicos de la editorial Pasanaku estamos preparando un taller de poesía y un nuevo libro.
Sucre es una ciudad cuyo ritmo y tranquilidad. Si estás con las condiciones materiales, te permite crear. Pero debe ser un infierno para que uno pretenda vivir de su trabajo artístico, es un remar a contracorriente. A veces estos proyectos se quedan en intenciones, en arranques desenfadados que no logran superar más allá de su aventón inicial. Pienso que falta el apoyo en formación, espacios y difusión para que estos movimientos no sean hechos aislados y temporales.
— ¿Qué estas escribiendo? ¿Dónde te ves dentro de 10 años?
— Trato de imponerme un ritmo de escritura, así que tengo un puñado de cuentos aún sin editar, muy distintos entre sí. Quiero seguir escribiendo, leer y conocer más. Sueño con escribir un libro que suene al Dog Man Star de Suede y otro que parezca sacado del universo de Texhnolyze. Ya tengo tarea para unos años más. Sé que suena infantil, ¿pero no es acaso la niñez el lugar desde donde nos hacemos?
— Los escritores bolivianos que trascienden nuestras fronteras tienen agente literario. ¿Es indispensable esa figura especialmente para nuestra desconocida literatura?
— Supongo que sí. No me siento en posición de juzgar. Pienso que todos los escritores que se dedican a la literatura necesitan sentir cierto apoyo que parecen brindar los agentes. Los caminos al mundo editorial son áridos, o al menos así se ven. Julio Ramón Ribeyro, en La Palabra del Mudo, escribe que son tantas las coincidencias que parecen alinearse en la gestación de un escritor, desde el mismo trabajo y talento, cualidades imprescindibles, y hasta cierta suerte de caer en el momento preciso y el entorno adecuado que te permita crecer y ser reconocido y hallado. Eso aplica para el presente. Ya en el futuro, solo el tiempo y los lectores suelen convertirse en los mejores jueces de una obra literaria.
— ¿Te preocupa que tu literatura tenga algo que decir en la famosa construcción de una identidad boliviana en nuestras letras?
— Aunque a veces ando muy ensimismado, me preocuparía más desconectarme, renegar de lo que soy y de donde vivo, creo que uno tiene que buscar ser fiel a uno mismo, honrar al ancestro, al lugar, y renovarlos, dotarles de una nueva vida.
Una ciudad/mundo bajo la alfombra
Fabricio Callapa es el espejo/reflejo literario de la mejor Bolivia. Sus relatos navegan en los márgenes, en las periferias, en los barrios; lejos de la academia, lejos incluso de las editoriales que no dejan de ser roscas que se miran el ombligo de clase.
Callapa usa el lenguaje de forma sublime con imágenes potentes, como sus personajes. Sin parafernalias, sin exotismos. Cuestiona. Callapa mira para otro lado. Callapa bebe de todo lado, sin prejuicios. Y no hace ascos a nada: tiene un poemario, dos libros de cuentos (espera por el tercero), funda editoriales, es “cartonero”. Escucha el nuevo metal, post-punk, hip hop y trap. No tiene barreras en los hemisferios de su cabeza. Lo mismo te clava un cuento sobre la Guerra del Chaco y sus héroes fracasados que se imagina una novela como si fuera episodios de un “animé” japonés. Lo mismo te habla de una banda de pop surcoreano que de la última película de su cuate Omar Alarcón con la “trans” más conocida de la capital, “Nikita”. Es fascinante, como su literatura. A ratos me parece que solo es un personaje de “animé” hecho en Chuquisaca.
Callapa me hace recuerdos al mejor Piñeiro, a los últimos cuentos del añorado “Alf” Cárdenas, a la literatura urbana del mejor Urrelo, a los relatos extraños del buen “Maxi” Barrientos. En su relato/monólogo interior Desencanto, un héroe de la Guerra del Chaco vuelve a Sucre para terminar “suicidado” en raras circunstancias. El punto de vista narrativo es de la mujer que lo espera, soporta, aguanta. Hasta que no puede/quiere más. Ahí pone la mirada Callapa: en los “tocados”, los “artilleros”, los olvidados, en las mujeres que sufrieron antes, durante y después de la guerra, estúpidas como todas.
La literatura de Callapa te saca de paseo por el lado salvaje de la vida. Por esos barrios que algunos ni se imaginan, que otros te aconsejan no caminar, ni de día ni de noche. Mosaico te lleva a las afueras de Sucre, a una chichería donde se detiene para coleccionar fotografías de borrachos, como si fueran los alumnos más destacados de su promoción, como si fuesen personajes que se merecen la mejor de las orlas. Los relatos y poemas de Callapa son la contra/cara de una ciudad tristemente famosa por sus salvajes actos de racismo asqueroso. Es la venganza de los humillados y ofendidos.
Amanecida pone de manifiesto la impunidad respecto a los asesinatos machistas desde el punto de vista de un hombre/policía “vengador”. El “bullying” es abordado en Cosas que ocurren mientras nadie mira el baño con un estilo descarnado y directo, asceta por momentos. Ya sabe cómo se sienten sus primas.
Callapa es hincha de Chejov; como el ruso lo observa todo y como el maestro borra los ornamentos. Sabe que escribir es tachar. Que menos es más. Esa misma noche nos mete en una boda de varias noches, cual preste, escenario ideal para un robo. Su literatura tiene humor y poesía, es el lenguaje de las calles. Declaratoria de un lamedor de cuerpos es su versión más bizarra/retorcida, más cercana al género “weird”. Callapa es el mejor secreto guardado de la capital; es una buena noticia para nuestra literatura.
*Sus libros se pueden conseguir en La Paz: librería Subterránea (Av. 6 de Agosto # 556, Edificio Torres Ferrara. Local 7) y librería Prisma Infinito (Genaro Sanjinés # 541, entre Ingavi y Comercio); en El Alto: AMTA Café Cultural (Av. Juan Pablo II, frente al Colegio FAB); en Cochabamba: librería Electrodependiente (Av. Salamanca, Edificio Morales); en Santa Cruz: El Bagallero Ilustrado (https://bagalleroilustrado.com/); y en Sucre: la Libre-Ría (Dalence # 305) y librería La Rayuela (J.J. Perez # 331).
Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras