Resistencia
Imagen: Internet
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El director británico Gareth Edwards presenta una cinta enfocada en la eterna pugna mundial entre tecnología y humanidad.
Desde el título mismo de esta película su director, el británico Gareth Edwards, apuesta, con escasa puntería, a los dobles sentidos. En inglés se estrenó como The Creator (El creador), nombre no menos abierto a las varias suposiciones a las cuales apunta el desarrollo de la historia que en el caso de su antojadiza traducción al castellano, pues en efecto, a medida que transcurre la entreverada trama en lugar de aclarar algo Resistencia induce a preguntarse: ¿de quiénes? ¿A qué? ¿Contra quiénes?
Interrogantes muy en boga este 2023 cuando los evangelizadores de la religión digital vienen aseverando, con cada vez mayor énfasis, que de la mano del ChatGPT ha sido dado el paso definitivo para dejar constancia de la superioridad de la inteligencia artificial sobre la humana. Lo cual es visto por las teorías post/transhumanistas como un salto a la, por ellos, ansiada humanidad aumentada y al incremento de las tareas, anteriormente a cargo de los imperfectos sapiens, pero que al ser asumidas por los robots garantizarán mayor celeridad y perfección en su puesta en práctica.
Desde la vereda opuesta proliferan al mismo tiempo los SOS acerca de los riesgos implícitos en la transferencia de muchas responsabilidades, incluyendo la elección de las respuestas a las incertidumbres a diario encaradas por los humanos, actualizando el llamado de atención cinematográfico lanzado en 1968 por Stanley Kubrick al enfrentar a los tres astronautas de 2001: Odisea del Espacio con la insubordinación de la supercomputadora Hal 9000 en su negativa a continuar al mando de aquel trio. Aviso igualmente extremado en Terminator (James Cameron /1984) donde, en el 2029, acabando de arrasar con la Tierra y sumir en la esclavitud a la humanidad entera, las máquinas provistas de inteligencia artificial presienten que la resistencia humana contra tal estado de cosas podría en definitiva dar vuelta a la tortilla.
En principio el emprendimiento de Edwards cuyos trabajos precedentes: Godzilla (2014) y Rogue One: Una historia de La guerra de las galaxias (2016) fueron objeto de distintas acogidas críticas: severamente zarandeada la primera, elogiada la segunda, que muchos analistas consideraron como el episodio más logrado de la saga puesta a rodar en 1999 por George Lucas, pareciera comulgar con las aprehensiones de aquellas realizaciones.
En un prólogo ambientado en Nueva Asia, territorio de ficción que concentra a varios de los actuales países de aquella región se ve a pobladores conviviendo fraternalmente con los robots. De allí el relato salta al año 2065. Para entonces, algunos años antes la ciudad de Los Ángeles ha sido reducida a escombros, con el saldo de un millón de muertos, a causa de un aparente error, que pudiera no serlo y más bien responder a un deliberado acto de rebelión de los vástagos de la IA, que provocó la catástrofe mediante un bombardeo atómico. En respuesta el gobierno norteamericano ha resuelto prohibir el uso de dicha variante de la inteligencia, decisión acatada en casi todo el orbe, salvo la mencionada región asiática.
Tal desacato es penado con la puesta en órbita de USS Nomad (North American Orbital Mobile Aerospace Defense), suerte de cuartel general volante en forma de ala, construido para localizar y bombardear ciudades enteras de Nueva Asia, siempre en procura de dar fin con los robots y sus cómplices de carne y hueso.
En el prólogo nos topamos con Joshua, el protagonista, quien trabaja como agente encubierto del ejército norteamericano encargado de vigilar a la terrorista Maya de la cual empero acaba prendado, hasta convertirla en su esposa embarazada del hijo de ambos. Pero la conflagración desencadenada por el evento acaecido en California lo deja viudo, sin hijo y sin una pierna. Regresa pues a lo que resta de Las Vegas, donde es reclutado por la coronel Howell quien, haciéndole creer que Maya vive todavía en algún sitio de Nueva Asia, lo convence de regresar allí para liquidar a Nirmata, el Creador, ingenioso fabricante de las últimas novedades de la IA, quien asumió, de manera implícita, el papel otrora reservado a las deidades.
Empero la misión encomendada a Joshua no se limita, ni tiene como objetivo central, liquidar a Nirmata, sino a su última criatura: una dulce niña robot, a la que Joshua bautizará como Alphie, adoptándola no obstante haber sido advertido por su jefa que esa adorable nena tiene el poder de acabar con la humanidad. El hecho es que la relación con Alphie empujará a Joshua, desencantado de sus ambiciosos y crueles congéneres, a ponerse del lado de los robots. Así ambos inician una fuga, que ocupara el último tercio del relato que da un giro decidido hacia el género de acción sin lograr en ningún momento perfilar siquiera alguna significación ajena al puro capricho de un realizador contagiado del mismo mal que buena parte de sus colegas en actividad: embrollar la narración sin que ello comporte en absoluto ahondar en el sentido de lo que viene poniendo en pantalla.
Que el grueso de tales escenas de acción haya sido filmado en los territorios de Vietnam y Camboya pareciera en principio ser un guiño crítico al intervencionismo norteamericano traducido en las confrontaciones bélicas escenificadas durante las décadas de los 60’ y 70’ en esos territorios, pero que tal alusión sea utilizada ahora para alegar en favor de los androides y en contra de los humanos no deja de ser otra de las varias pifias conceptuales de la trama de Resistencia, máxime sabiendo como se sabe que la mundialización del capitalismo informático, sus herramientas y sus mecanismos de influencia, constituyen la versión puesta al día de esa misma pretensión colonialista de dominio planetario.
El guión, escrito por el propio Edwards a cuatro manos con Chris Weitz, aun cuando en largos tramos pareciera haber sido fabricado por el ChatGPT, picotea en innumerables clásicos de la ciencia ficción distópica, desde Aliens: el regreso (James Cameron/1986), I.A. (Steven Spielberg/2001), Yo robot (Alex Proyas/2004), Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón/2006), e incluso el anime Akira (Katsuhiro Ôtomo/1998). Hasta pueden advertirse secuencias calcadas de Apocalipsis ya (Francis Ford Coppola/1979), si bien los vietcongs anti-estadounidenses combaten ahora, en el pastiche de Edwards, a favor de la IA, desvío inverosímil, como buena parte de los ingredientes de esta despistada incursión en el presente y el futuro con todas sus incertidumbres, rozadas pero nunca respondidas en una puesta en imagen que va y viene perdida en sus pretensiones, invariablemente malbaratadas.
Fácticamente la lista corta recién mencionada puede ser engrosada a gusto y sabor por el(la) lector(a), aprovechando los enormes baches narrativos en las dos horas y cuarto de metraje, plagado de reiterativos flashbacks que vuelven una y otra vez sobre la misma información, y que resultan trabajosas resistir, puesto que la mescolanza de Edwards contiene incontables referencias, varias de ellos incluso incompatibles entre sí, a lo largo de su errática puesta en imagen.
Obstinado en armar un gran espectáculo visual Edwards entrega un producto al cual le sobran ínfulas, pero le escasean sentidos y capacidad creativa para configurar personajes creíbles y provistos de algún espesor emocional, que no se reduzcan por tanto a ser piezas parlantes e inertes del alevoso rompecabezas armado por el director. Especialmente opaco es el desempeño interpretativo de John David Washington en el rol de un Joshua que no consigue provocar empatía alguna en el espectador. Contrastando en ese sentido con la faena de la pequeña de seis años Madeleine Yuna Voyles en el papel de Alphie y ello a pesar de la patente manipulación sentimentaloide de ese personaje, truco usado para forzar la solidaridad emotiva de la platea con los androides condenados a la extinción por los perversos sapiens.
La inocultable mediocridad de Resistencia infectó incluso la casi siempre llamativa creatividad de Hans Zimmer, cuyo aporte desde la banda sonora enriqueció más 150 producciones a lo largo de cuatro décadas granjeándole el apodo de “omnipresente”.
Lo más salvable de la película es sin duda la fotografía de Greig Fraser y Oren Soffer, que aprovecha a cabalidad los paisajes reales —Edwards declaró haber recorrido más de 80 países buscando tales escenarios naturales— mediante una iluminación cargada de insinuaciones. Pero ello no alcanza para diferenciar su trabajo del grueso de las actuales producciones hollywoodenses alineadas a esa suerte de pausa creativa visible desde hace rato y que apuesta todas sus fichas a rehacer indefinidamente ideas sobadas hasta la extenuación, impregnando cada estreno/secuela del olor a lo ya visto ene veces antes, sin agregar una pregunta inquietante o una idea en verdad original, así esta finja escarbar en la discusión ética en curso respecto a la presunta superioridad de las máquinas digitales sobre las capacidades humanas.
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No dejó por cierto de ser llamativo que el azar hiciera coincidir en la realidad la llegada a las pantallas de la hechura de Edwards con la huelga de los guionistas de la tildada como Meca de la industria del entretenimiento, paro de cinco semanas activado por la preocupación de aquellos ante su posible sustitución gradual por los instrumentos de la inteligencia artificial, finalmente levantada con la suscripción de su acuerdo con las megaproductoras que se comprome- tieron a respetar lo establecido en las normas concernientes a los derechos de autor, tibia y temporal salida a un asunto en definitiva vinculado a las disputas sin fin por los beneficios obtenidos por esas corporaciones en las taquillas. En definitiva Resistencia es una sañuda, agitada, perse-cución de los distintos haciendo riesgosos malabarismos con la preocupación filosófica en boga respecto a la dualidad máquina-hombre, lo real y lo virtual, la especie pensante y los objetos que pudieran concebir ideas inal- canzables para aquella. Exprime en suma los pavores ante las acechanzas alienígenas que hasta hace no mucho asomaban en el futuro pero hoy ya cohabitan con nosotros. Cuestiones indescifrables para un guisado lleno de ingredientes tomados de cuanto tenía el cineasta en el recuerdo pero tan mal mezclados que el producto es insípido y provoca nostalgia por los originales así varios de ellos no fueran tampoco obras maestras del cine o la novela de ciencia ficción. Género este último propicio para asomarse a las fronteras entre lo humano y el entorno, factibilidad malversada por un trabajo que se constriñe a recurrir a los estereotipos y clichés de los peores filmes enfocados en los dramas de los países pobres y de los choques entre diversos que se conciben irremisiblemente distintos.
Ficha Técnica
Titulo Original: The Creator – Dirección: Gareth Edwards – Guion: Gareth Edwards, Chris Weitz – Historia: Gareth Edwards – Fotografía: Greig Fraser, Oren Soffer – Montaje: Hank Corwin, Scott Morris, Joe Walker Diseño: James Clyne – Arte: Lek Chaiyan Chunsuttiwat, Chris DiPaola, Shira Hockman, Peter James, Sara Krantz, Matt Sims – Música: Hans Zimmer – Efectos: Jonathan Bullock, Gary Cohen, Julian Levi, Vishal Rustgi, Neil Corbould – Producción: Courtney Cunniff, Gareth Edwards, Zev Foreman, Greig Fraser, Kiri Hart, Arnon Milchan – Intérpretes: John David Washington, Madeleine Yuna Voyles, Gemma Chan, Allison Janney, Ken Watanabe, Sturgill Simpson, Amar Chadha-Patel, Marc Menchaca, Robbie Tann, Ralph Ineson, Michael Esper, Veronica Ngo, Ian Verdun, Daniel Ray Rodriguez, Rad Pereira, Syd Skidmore, Karen Aldridge – USA/2023
Texto: Pedro Susz K.
Fotos: Internet