Cuánto te quieren tus amigos, Ramón
Imagen: Ricardo Bajo Herreras
Imagen: Ricardo Bajo Herreras
El Palacio Portales de Cochabamba sirvió como escenario el viernes 15 de un lindo homenaje al escritor Ramón Rocha Monroy
Ramón Rocha Monroy ha aprendido a estar en silencio. Sin dar sermones, ni respuestas. Como Hemingway, tiene el rostro de un viejo lobo de mar. También podría pasar por un actor consagrado a los pies del Partenón. Se sienta en la primera fila en la noche de su homenaje —parsimonioso, enorme, como una montaña—para que esta noche todos lo veamos. Ramón, padre de piedra.
Rocha Monroy aplaude despacio —sin hacer ruido— las canciones que le dedican con tremendo amor. No quiere salir a bailar cuando “Chelita” lo invita al centro del salón de honor del Palacio Portales de Cochabamba. Esta noche hemos venido de lejos para cantar y celebrar. Y si cantamos y celebramos es porque Ramón se ha perdonado a sí mismo.
Decía Gabriel García Márquez que escribía para que lo quieran más sus amigos. A Ramón cada día los amigos lo queremos más. El salón del palacio que nunca habitó Simón Iturri Patiño luce repleto. Nadie lo anuncia como rey, pero sobre las seis y media de la tarde (con hora y media de retraso) entra, como monarca vikingo, el homenajeado. Saltan los flashes de los fotógrafos de prensa, saltan los amigos para abrazarlo, saltan los recuerdos. Ramón apenas esboza una sonrisa, una mirada perdida. “No voy a aguantar diez horas de homenaje, voy a aguantar once”, me dice/susurra en confianza.
En la entrada de la magna sala tapizada con seda damasco y chimenea de mármol blanco (donde pasara una noche Charles “La jirafa” de Gaulle) la editorial Quipus vende la obras de Ramón, tiene más de 60 publicadas. Afuera, en los jardines japoneses —cerca de la ninfa y su fuente— la biblioteca del Centro Patiño se está desprendiendo de libros (todos lo que no son bolivianos) y remata verdaderas joyitas a cinco pesitos, precio de gallina muerta. Ni siquiera les han quitado el código bibliotecario. Veo y me antojo de “Tradiciones peruanas” de mi tocayo Palma. Me llevo, con sentimiento de culpa, una deliciosa novela corta del gran Stefan Zweig, “Veinticuatro horas de la vida de una mujer”. ¿Puede un centro cultural despreciar ignominiosamente así a la cultura? Si el “barón del estaño” levantara la cabeza…
La mesa está servida. Ramón se sienta en una esquina. A su lado, Xavier “Basura” Jordán, el que esto escribe, el presentador Alex Aillón Valverde y el librero Isaac Kukoc (ambos llegados en la mañana desde Sucre), la poeta Vilma Tapia y el escritor Gonzalo Lema. No ha llegado el “Soldado” Terán Cavero aunque (me dice Vilma) que don Antonio está más joven que nunca con sus 90 años.
La maestra de ceremonias de toda la tarde/noche será Alejandra Carranza. Su editorial artesanal Mefistofelia (que tuvo su antecedente con el fanzine Cien de Cien) ha publicado obras de Ramón como El run run de la calavera, Pedro y María, La sombra del Tambor y Ando volando bajo. Estamos todos, lectores y amigos, que para el caso es lo mismo.
El coloquio/soliloquio lo abre —a petición propia— el “Basura”. Su hijo se gradúa esa tarde y tiene que volar. Lee un texto —una carta de amor disfrazada de semblanza— que ha publicado el domingo anterior en el periódico Los Tiempos. (Nota mental: los sábados en Cochabamba son los días más tristes del mundo; ni el citado diario ni Opinión salen ese día. Mi casera de la plaza Colón no está). “Los feligreses de tu vida, amistad y obra estamos felices de verte/abrazarte”, dice Jordán antes de leer.
“Desde esa infancia mía que cada vez se me presenta más distante, el Ramón aparece como el gran amigo de mis viejos, de los hermanos de mis viejos, el amigo familiar protegido por la abuela matriarca, el protagonista de innumerables anécdotas contadas en las cenas navideñas y hasta el legendario casi futuro exmarido de la tía que todos siempre tenemos. El Ramón es la familiaridad y la memoria de la familiaridad, una huella más en la búsqueda de la pertenencia”. Jordán dice lo que todos pensamos: Ramón ha transfigurado de escritor a santo y seña de una ciudad/departamento particular como Cochabamba, el más cholo (a mucha honra) de Bolivia. Es el “Ojo de Vidrio”, es una leyenda viva. Algún día se levantará una estatua en algún parque de su querida Llajta. (Nota mental dos: ojalá se parezca harto al honrado, no como la escultura que tiene Urzagasti en el Montículo de Sopocachi en La Paz. Y que la placa diga: “A Ramón, el cronista de la gente”).
El homenaje transcurre serio y solemne como el lugar que lo acoge. ¿No hubiésemos estado más a gusto en el Teatro al Aire Libre del Patiño? Donde manda patrón, no manda marinero. Si algo nos ha enseñado Ramon Rocha Monroy es a huir de lo acartonado y ceremonioso. Ramón lo hizo en el terreno más difícil: la literatura nuestra. Palabras mayores. El humor, la exageración, lo popular (con parada hedonista en la rica gastronomía criolla), lo cotidiano nunca jamás fueron materia de negociación para Rocha Monroy. El run run, tampoco.
Cuando me toca hablar, leo el perfil que publicó esta revista hace un año. Y ante las autoridades presentes de todo tipo de pelaje reclamo: “creo sinceramente que Ramón es el mejor escritor boliviano vivo. ¿Cómo es posible que tenga libros inéditos? ¿Cómo es posible que ni las editoriales privadas ni las instituciones públicas culturales no hayan publicado hasta ahora sus obras completas teniendo en cuenta que algunos de sus libros de cuento son inencontrables?”. Trato de no decir malas palabras, pero me sale espuma. De yapa, me paso del tiempo.
Tapia Anaya, la dulce Vilma, llega para calmar tempestades. Recuerda un viaje a Madrid en 1999. Un evento en Casa de América (en otro palacio como el Portales, el Linares) la junta a ella con Ramón, Homero Carvalho, Paz Padilla y Eduardo Mitre. Vilma rememora un abrazo (otro abrazo) de Ramón con el mexicano Monsiváis y una escapada a Toledo de toda la delegación. “Entre las calles de la Toledo visigoda y cuadros del Greco como El Entierro del conde de Orgaz en la iglesia de Santo Tomé, perdimos a Ramón; nos volvíamos a Madrid con su asiento vacío en el bus. Entonces, de repente, apareció con dos espadas medievales, una armadura y varias latas”. De aquellos fantasmas arrebatados, de aquellos caballeros andantes, de aquellos locos con alma bendita, nacerían personajes de la obra de Rocha Monroy.
El librero Isaac Kukoc Paz (de la LIBRE-ría de la calle Dalence de Sucre) es el tercero en hablar. (Nota mental tres: el también psicólogo se ha llevado por cinco pesitos dos libros de los saldos del Patino: La historia de un bastardo: maíz y capitalismo de Arturo Warman y Lo siniestro de Sigmund Freud). Kukoc Paz arranca con una frase que me deja pensando: “En la sublimación y la catarsis, Rocha Monroy transmite el malestar de la sociedad, una sinfonía de desvaríos plasmada en obras que nos enfrentan a nuestra propia locura”. Ramón es un loco lindo que nos mira desde el espejo.
“Mas de diez Ramones se han develado ante mí a lo largo de las lecturas”, dice Kukoc. ¿De cuántos colores es Ramón? Dicen que Boris Vian —uno de los escritores fetiche del homenajeados— vivió mil vidas. Rocha Monroy es un “sátrapa trascendente” a la cochabambina. Y también tiene mil caras: gastrósofo, letrista de boleros y huayno-rumbas, inventor de “metafísicas populares”, ciclista de ciudad, biógrafo de boxeadoras, maoísta devenido en masista, respondón, guitarrero, abogado, cortazariano, hedonista, galán, blusero, megalómano, cronista, novelista, cuentero, buen tambor, diplomático, subcomandante Hamlet, remedio contra el hastío, encendedor de chispas, pícaro y picarón.
A su turno, “Chaly” Lema se para para hablar. Debe ser un “tic” de su época de concejal por el MAS. Se acuerda del Ramón profesor/docente, de su chispa/pólvora encendida, de su novela Potosí 1600, de la invención de la salteña, de su mirada diversa y amplia. Los reconocimientos oficiales cuelgan medallas. El pecho de Ramon tiene más medallas que las que tuvo su padre militar, don Sixto César Rocha Bergara.
En el programa que ha preparado su hija Raquel dice que toca el “Papirri”. Pero los chicos del teatro (El Duende) toman la delantera. Ha llegado desde La Paz en un vuelo matinal el trío calavera: Cristian Mercado, Pedro Grossman y Erika Andia. Acompañados en la parte musical por Alejandro Viviani Gutiérrez, el capo de los teclados. Van a escenificar la obra Escenas ramonezcas (basada en la novela realista/mágica El run run de la calavera). La pieza tiene 27 años, pues fue puesta en escena bajo el título de De nichos y chicha, con la dirección de Percy Jiménez (ausente esta vez, como Tamara Scott, la otra actriz del elenco).
Las luces se apagan y nos quedamos a oscuras. Los muchachos gritan “mierda, mierda” antes de entrar al salón desde los balcones donde alguna vez fumara un pucho el general De Gaulle, al que era fácil seguir la pista siguiendo la hilera de sus colillas. El día que se pierda Grossman, será también fácil de encontrar con el mismo método. Erika Andia ha traído las máscaras con las que se interpretó la obra por primera vez. Grossman vuelve a hacer del “Tata” Néstor y Andia es otra vez la “ñatita”. Es lindo saber que cuando lleguemos al cementerio, los viejos amigos saldrán a nuestro encuentro para volver —en Todos Santos— al mundo de los vivos. Y terminar todos en el velorio del “Tata”. La obra reflexiona sobre la muerte; la “parca” es un “leit motiv” en la obra de Ramón. ¿Cómo aprender a morirse? Aprendiendo a vivir”. Hacer las paces con la vida a través de la muerte.
A las ocho y media de la noche, el teatro da paso a la música. Grossman confiesa que ha tenido en sus manos 10 ejemplares distintos del “run run”. Los ha ido perdiendo/regalando a lo largo de los últimos 30 años. Manuel Monroy Chazarreta sube a escena. Lee un texto hermoso, El olvidado. Es sobre su otro abuelo, Manuel. Luego le dedica a su primo hermano Ramón el Bien le cascaremos.
En los balcones, más tarde, recordará los años de exilio compartidos en México cuando se disfrazaban de mariachis y chupaban sin asco en el legendario bar Tanampa de plaza Garibaldi junto a Yolita y el tío Germán.
El “Papirri”, en medio de todo el lío, hace una confesión. Muchas de sus famosas “metafísicas populares” no son suyas, son del primo hermano Ramón. Como esa que me gusta harto: “Escucha pues el minuto de silencio”.
En el turno de Willy Claure suena Palomitay y Cantarina y todos cantamos: “viviría abrazado a tus encantos”. Y lo dejaríamos todo siempre para que Ramón venga a nuestro encuentro. La sorpresa emotiva del tributo en vida es un video familiar de casi todos los hijos, nietos y carnales. Es un mensaje de amor. Ramón se emociona ¿Piensa para dentro “misión cumplida”? “Te queremos hasta el infinito y más allá”, dice una de sus nietas, conmovida. Después, escuchamos un mensaje que ha mandado desde La Paz Fernando Molina, anunciado en el coloquio pero ausente a última hora. Molina destaca la prosa fluida y suculenta, magnética y graciosa, coloquial y desfachatada de Ramón. Una prosa, dice, profundamente boliviana y universal. Ramón está en el parnaso de todos los poetas. “Su mayor legado es habernos impulsado a muchos a escribir en boliviano”.
La última media hora es territorio del Ensamble Run Run, con trombones y cornos. Al escenario sube media docena de músicos, dirigidos por el maestro de orquesta, Nicolás Suárez Eyzaguirre. La primera canción es un “blues” poderoso (Sin mí, del propio “Nico” que baja para abrazar al escritor. “Él me hizo escuchar por primera vez The Mamas and the Papas”.
También puede leer: La creatividad como herramienta transformadora
Luego sigue una de las canciones favoritas de Ramón: Hit the road, Jack de Percy Mayfield (y famosa por la interpretación de Ray Charles). En la historia de su vida, Ramón siempre estuvo con las maletas listas para emprender camino. La desgarradora voz de la joven Vivian Cardozo hace mover los pies a Ramón que aguanta en la primera trinchera. Manuel Cruz Rocha -a las congas- le dedica una composición parida para la ocasión. Es “Querido Ramón”. Es un bolerito candombe. El sabroso postre es una canción del propio Rocha Monroy: “Devuélveme la piel”, un huayno-rumba, un canto a los amores desairados. La canta una vieja amiga: Estela “Chelita” Rivera Eid, que no puede sacar a bailar a Ramón.
El politólogo Fernando Mayorga extraña otras canciones escritas por el “Ojo de vidrio” como Cueca brava. Y luego me comenta: ¿has visto como se parece el Luis Oporto de la Fundación Cultural del Banco Central al Alfredo Medrano, el gran cuate de Ramón? Mayorga quiere imaginarse que muchos de los que no han podido estar en el Palacio se han dado maneras para estar, incluso los muertos, los amigos más fieles.
Durante tres horas y media de tributo, Ramón no tomará nunca la palabra. Permanecerá en primera fila, inmóvil como una montaña. Cuánto te quieren tus amigos, padre de piedra.
Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras