Hay personas que aseguran que una película cambió su vida, una de esas es Ángel Ocampo, quien vio al menos 13 veces Operación Dragón. Este argentino sesentón que echó raíces en La Paz logró desarrollar una modalidad del kempo y alcanzó el reconocimiento del Te Sat Tao como una versión boliviana del gran tronco que es el kung fu.
Ángel era un despreocupado joven que vivía en Buenos Aires, amante del rock, tenía una banda, luego del servicio militar se casó con una italiana. Un periodo de casi desnutrición le obligó a fortalecer su cuerpo no solo con alimentos sino físicamente, es así que se acercó al kempo. Él buscaba algo más que el mero ejercicio.
En su dojo instalado en el barrio de Los Pinos, al sur de La Paz, el maestro del kempo cuenta que en esos inicios trabajaba en una construcción “gigantesca” y que uno de sus compañeros le pidió que por favor le ayude a lijar una puerta. “El motivo por el que él no podía hacerlo era que estudiaba medicina y el lijado le arruinaría los dedos y el pulso. Me dijo: ‘Creo que eres el único que puede entender porque el resto son unas bestias’. Claro, en una construcción, qué esperaba”, recuerda.
En agradecimiento, el compañero de trabajo invitó a Ángel al cine. La película que vieron… Operación Dragón, con Bruce Lee. “Me impactó tanto que fui 12 veces más, hasta que dejaron de pasarla. Iba a verla todos los días porque no podía creer la energía que recibía de Bruce Lee. Entonces decidí que ése era el ejercicio que necesitaba, pero en esa época en Buenos Aires no había muchos lugares para practicar y si había era para gente con plata y pensé que nunca lo haría”, cuenta.
Después de la muerte de Bruce Lee, en junio de 1973, las artes marciales se expandieron por todo el mundo y se hicieron accesibles. Pero antes de desembarcar en el kempo, Ángel practicó judo y hap kido, una disciplina coreana. Hasta que el hermano de un amigo lo metió en la ruta de la disciplina de la que hoy es maestro.
“Cuando lo vi dije (suspiro profundo): Esto es”, asegura.
Pero qué es lo que diferencia un arte marcial de otro. De manera muy sintética Ángel explica que el karate es la línea recta, que es más militar y, por tanto, efectivo. Pocos golpes y muy fuertes. De una parte de la filosofía china, los japoneses sacaron el karate, necesitaban un sistema no tan sofisticado para guerrear, el 70% de mano y 30% de patada. El taekwondo es al revés, 70% patadas y 30% manos, porque los coreanos tenían que luchar contra jinetes y la única manera de afectarlos era con patadas, por eso es que desarrollaron esa habilidad. En esa escala, el maestro en las artes marciales identifica al kung fu como el abuelo de todas las demás, como el origen, la biblia de la que surgen el resto de las disciplinas y se desarrollan en función a la geografía y las particularidades de cada momento histórico.
A la hora de referirse al kempo, Ángel no disimula y asegura que el arte marcial que practica es como el nieto favorito porque, sin que sean su especialidad, hereda las patadas voladoras del taekwondo; el golpe en línea recta —no negativo— del karate. “La combinación de todo eso es la aplicación en la defensa personal”.
Pero antes de la parte física y de las artes marciales, Ángel transitó las rutas de la meditación a través del yoga.
A principio de la década de los 80 se fue a India para perfeccionar esa práctica, ahí su maestro le pidió quedarse o venir a Bolivia. Para él la decisión fue difícil porque entonces no estaba en sus planes vivir en Asia y menos radicar en Bolivia, su expectativa era retornar a Argentina.
“El yogui insistió y me dijo: ‘Tienes que ir a vivir y morir en Bolivia’. En esa época le respondí: ‘En Bolivia no hay nadie, son poquitos —algo más de cinco millones—, es otra cultura y no creo que vaya a pasar algo con el yoga’. De inmediato me contestó: ‘La fuerza del Tíbet, la fuerza de la cordillera del Himalaya —donde estaban los lamas— se iba a dormir para que despierten los Andes, con toda su fuerza. Tienes que ir a Bolivia porque es el corazón de esa fuerza’”.
Pero lo que más le impactó de esa suerte de profecía era el conocimiento del país que tenía el yogui, pese a que nunca había cruzado el océano. Le habría anunciado que en Bolivia nacería un líder de alta jerarquía. “Sabía de los microclimas del altiplano, donde supuestamente viviría ese gurú, me habló de una droga blanca y de una fuerza que estaba fuera de su lugar —que puede haber sido el monolito Bennett, que fue devuelto a Tiwanaku en 2002— y que cuando esa energía vuelva a su espacio Bolivia se abriría para ser inmensamente rica e influyente”.
Respecto al monolito le dijo que había que buscar a una persona capaz de cortar los cordones astrales que ya había tendido la estela en su lugar en La Paz y, para cuando lo encuentre, le dio un mantra —un conocimiento— que debía recitar.
Para 1986 Ángel ya se había establecido en el país y estaba involucrado en las artes marciales, daba clases en el gimnasio de Lourdes Ursic, en San Miguel, y tenía un espacio en lo que fue Telesistema Boliviano para difundir lo que hacía. Ahí se le presentó un estadounidense, miembro de la Logia de los Andes y le pidió buscar a una persona para mover el monolito. Tal cual se lo había anunciado, al menos seis años antes el yogui en la India.
Pero el destino de Ángel estaba en las artes marciales, el kempo en particular. Su futuro era el Te Sat Tao que, explica, en una traducción literal Te significa en japonés mano y en chino quiere decir poder. Sat corresponde a verdad en sánscrito, la lengua muerta del oriente. Y Tao es una palabra china que se refiere a camino o sendero. Es entonces que él interpreta como “el camino de la mano sabia” o “el sendero de la sabiduría”. A partir de ellos desarrolló wasas, que no son otra cosa que formas o tácticas de defensa personal programadas, y el manejo de las armas, en el que son imprescindibles la coordinación y la destreza del practicante. El uso del nunchaku, de la tonfa (un palo con agarrador, como laque), los cali (bastones cortos), el ho (palo de hasta 120 centímetros), el bo (palo de hasta 180 centímetros), el sai (tridentes) y las catanas (diferentes tipos de espada).
Tras el dominio de ese sistema Ángel empezó a definir wasas básicas, de defensa personal, de combate, de coordinación y únicas. Entonces es que tuvo que decidir entre la meditación y las artes marciales. En medio del dilema surgió en su interior la necesidad de crear un arte marcial para el futuro. Tuvo que vivir en paralelo, entre la paz de la meditación y la violencia de un arte marcial, sin hacer alarde de fuerza que puede dar el dominio.
Con la práctica del yoga trataba su espíritu y con el kempo su cuerpo, pero fueron sus propios maestros, principalmente el yogui, quienes le enseñaron el valor del equilibrio para andar por la vida. Aprendió que el espíritu es una pierna y el cuerpo la otra, y mientras mejor estén fortalecidas cada una mejor se podrá caminar. “La perfección no cojea, se debe ir en equilibrio para avanzar correctamente. La perfección es el desarrollo en los dos planos, espiritual y físico. No podemos mirar con un ojo, hay que mirar con los dos, que es una filosofía de vida”, reflexiona.
En esa ruta, Ángel se dedicó a instruir niños y jóvenes, quienes no solo aprenden a dar patadas y golpes de puño, sino también la responsabilidad y los valores para ser poseedores de una conocimiento que permite la defensa personal pero que también puede generar violencia.
Para materializar la idea del Te Sat Tao empezó por diseñar hasta los dogi, trajes que tradicionalmente son blancos o negros. El camino de la mano sabia optó por el plomo, la fusión entre el blanco y el negro, entre el ying y el yang. También diseñó sus cinturones que no son de colores plenos, como en el resto de las artes marciales, sino que en las puntas tiene ribetes negros, la meta que se debe alcanzar.
“Esto quiere decir que el niño o el joven que se ciñe la cinta en su corazón ya es un maestro. Es algo a lo que debe canalizar su energía. Es como mostrarle su futuro no solo en el kempo, sino en la vida”.
Y a la hora de definir qué es el Te Sat Tao o el camino de la mano sabia, Ángel asegura que es una disciplina que prepara a sus seguidores para el último combate, que no es otra cosa que el combate con uno mismo y que lo prepara para soñar y lograr un futuro sobre la base de lo que siembra hoy, porque el presente —para Ángel— es lo que se sembró ayer y el futuro es lo que se siembra hoy. Es así que al definir su disciplina asegura que el Te Sat Tao es el arte marcial para aquellos que ya no tienen miedo y para evitar confusiones aclara que éstos no son los temerarios, sino que son quienes ya no tienen motivo para el miedo y quienes aprenden que lo último que hacen es apelar a los golpes .