Guillermo Ruiz retorna al cuento con ‘Los claveles de Tolstoi’
Entrevista con el premio nacional de novela 2018, quien publicará en marzo su nuevo libro de cuentos.
Los claveles de Tolstoi, el próximo libro de Guillermo Ruiz, autor del libro de cuentos Sombras de verano (2015) y la novela Días detenidos (2019), esta última le valió a su autor el Premio nacional de novela en 2018.
Este año, Ruiz retorna al cuento junto a Editorial 3600, con quienes realizará la presentación virtual de Los claveles de Tolstoi el viernes 26 de marzo. El libro contará con formato impreso y formato virtual.
La Razón: ¿Qué clase de libro será Los claveles de Tolstoi?
Guillermo Ruiz: El libro se compone de siete cuentos: el más corto tiene veinte y el más largo, cincuenta páginas. Quise explorar la forma del cuento largo, que cultivó con gran fortuna Conrad, por ejemplo, o Chéjov, el gran maestro del cuento moderno. A esta búsqueda se suma otra: la de entrelazar las historias entre sí. También la de vincularlas con Días detenidos y la novela que he escrito este año. La idea es que mis ficciones conformen un mundo diverso y a la vez unitario.
LR: El título invita a pensar en influencias. Para este libro, ¿cuáles son las tuyas?
GR: Sin duda los hallazgos más importantes de estos últimos años han sido Romain Gary e Isaac Bashevis Singer; y en cine, el redescubrimiento de Woody Allen y los hermanos Coen. Todos tienen en común el usar el humor como un arma de la lucidez.
LR: ¿Qué implica la invocación del nombre del autor ruso en el título?
GR: Los claveles de Tolstoi es una imagen que aparece, de manera evidente o velada, en los siete cuentos que componen el libro. En sus últimos años, Tolstoi se retiró a la finca que tenía en su aldea natal, y allí sembró un inmenso jardín de claveles blancos. Años después de su muerte, los bolcheviques requisaron la finca y, para salvar el precioso jardín, las hijas del difunto mandaron los numerosos claveles a un viejo amigo suyo. Este amigo catalán, anarquista refugiado en la Costa Brava, sembró los claveles de Tolstoi y luego siguió sembrando claveles, todos blancos, hasta llegar a trescientos mil.
Para contestar a tu pregunta voy a trascribir aquí un fragmento del último cuento del libro, titulado Abril Salomé Barcelona. En este, hay un mafioso ucraniano, llamado Goran, devoto de Tolstoi. El narrador dice de él lo siguiente: “Goran tenía el culto de Tolstoi, algo inusual, porque ahora la gente suele leer más bien a Dostoievski o a Chéjov. Pero Goran era sensible a la faceta mística de Tolstoi, a esa etapa de su vida en que deambulaba por su finca con una barba blanca que le llegaba hasta el pecho y en toda Rusia se lo consideraba como un santo. Tolstoi había fundado su propia religión, y el jardín de claveles blancos —le había dicho Goran— era como volver a empezar. Eso era la vida: reanudar una y otra vez la página en blanco del presente hasta que nos moríamos.”
LR: ¿Qué te lleva de vuelta al cuento tras la publicación de tu novela?
GR: Días detenidos me tomó tres años, en los cuales no escribí un solo cuento, así que volver al género fue un desafío. Sin embargo, apenas empecé a escribir el primero (una especie de precuela de Días detenidos), entendí que no quería ponerme de nuevo el corsé del relato breve. Tampoco me sentía con ganas de empezar una nueva novela. Necesitaba, pues, una transición, y la encontré en la forma del cuento largo.
LR: ¿Qué ventajas tiene para un escritor de ficción el formato del cuento?
GR: El cuento no es comercial, así que en realidad tiene muchas desventajas para el autor. Pero si uno no está en plan comercial, el cuento, como la poesía, es un reto, una forma refinada de sufrimiento y también un goce. Luego, entre un autor de cuentos y un lector de cuentos se teje una relación intensa, como la que se establece con un poeta que nos gusta.
Se busca así no tanto la cantidad como la calidad de las lecturas. La lógica capitalista nos insta a preferir siempre la cantidad a la calidad, y la producción cultural no escapa a esa perspectiva. Es la decadencia de la cultura, que analiza tan bien Hannah Arendt. Yo, la verdad, prefiero saborear un tomate del huerto de mi vecino, pequeño, feo y terroso, que un kilo de tomates enormes, perfectos e insípidos comprados en el supermercado. De igual manera, prefiero leer y releer un buen cuento clásico —por ejemplo, de Gogol—que el séptimo best seller de seiscientas páginas de un autor que, según los periódicos, hay que leer sí o sí.
Con esto quiero decir que el cuento, a pesar de no ser comercial, tiene larga vida. Es más antiguo que la novela y sin duda va a sobrevivirle.
LR: ¿Qué tan influenciado por la cuarentena está el libro?
GR: Somos frágiles, borrosos como un sueño. Un día estás hablando con alguien y al otro te enteras de que ha muerto. Conocemos de sobra este tópico, pero a veces lo olvidamos. La pandemia nos ha refrescado la memoria. Hay gente que se pasa la vida tratando de soslayar la muerte. En realidad, lo dicen los estoicos, vivir es aprender a morir, y sin ese aprendizaje es imposible aprender a vivir. La pandemia no ha hecho sino intensificar las condiciones fundamentales de la escritura, que son, me parece, la angustia, la sensación de estar amenazados y la conciencia de que los seres y las cosas que nos rodean son irrepetibles, de que tanto el horror como la belleza son una chispa en la oscuridad.
LR: ¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?
GR: Escribí los cuentos en el espacio de un año o un año y medio. Parecían brotar uno del otro, sucesivamente, aunque los primeros me costaron mucho. Rosana, el más extenso, lo reescribí cinco veces, hasta el cansancio. En cambio, el último, Abril Salomé Barcelona, vaya uno a saber por qué, lo escribí en cuatro sentadas y apenas necesitó correcciones ulteriores. “La creación no es una comprensión sino un nuevo misterio.” Me gusta mucho esta frase de Clarise Lispector.
LR: ¿Qué hilo conductor dirías que tienen los cuentos entre sí?
GR: Mi intención fue la de escribir un libro unitario, pero esto no excluye la diversidad de los temas, de los escenarios o incluso de los tonos. Los claveles de Tolstoi —lo que estos simbolizan según los personajes— es uno de los hilos que enhebran las historias. “Todos buscamos algo solo visible para nosotros”, dice la narradora de Días detenidos. Creo que esa observación es válida también para los personajes de este volumen.
Ahora, este libro, como cualquier otro, es un instrumento musical que cada lector tocará de forma distinta. De ahí que una historia que le ha gustado a uno puede dejar frío al otro, lo que además, puede variar con el tiempo. Todo esto forma parte de la magia de la literatura. Así que prefiero dejar que sea cada lector quien encuentre sus propios hilos.
LR: ¿Qué ha cambiado en tu prosa a lo largo de la escritura de este libro?
GR: Creo que el reto hoy en día es tratar de parecer natural y aligerar en lo posible la prosa sin empobrecer el lenguaje ni caer en la insipidez o en formatos (reproducibles hasta el infinito) de taller literario. Es difícil encontrar ese equilibrio. Todavía tengo mucho trabajo por delante.
LR: Más específicamente, ¿qué evolución notas con tu anterior libro de cuentos?
GR: Creo que el cambio principal está en que ahora me tomo el humor muy en serio. No como un aderezo de la escritura, sino como parte integral de mi visión del mundo. Creo que esto tiene que ver, en parte, con la sombría situación actual. Romain Gary tiene una frase muy hermosa al respecto: “El humor”, nos dice, “es una declaración de dignidad, una afirmación de la superioridad del hombre sobre lo que le sucede.”
LR: ¿Qué esperas transmitir con este libro?
GR: Mira, justamente leí hace poco una frase de Juan Villoro que me ha parecido esencial: “La palabra juega su suerte definitiva en la recepción, la mirada del otro, el punto de llegada.” La literatura no es la palabra escrita, sino la recepción de esa palabra. Ahí se construye el sentido.
Ahora bien, creo que este libro, como cualquier otro, transmite humanidad. Sencilla y preciosa humanidad. Algo que preocupa en la era actual, con la adicción creciente a las pantallas y el embrutecimiento progresivo de la gente, es la deshumanización de las sociedades. La literatura nos permite luchar contra este triste fenómeno. Leer nos permite ponernos en el lugar del otro y adentrarnos en la especificidad de cada ser humano, rompiendo barreras de todo tipo. También nos permite volver al asombro o a la extrañeza y, por lo tanto, a la lucidez, alejando así el peligro de la indiferencia o de las certezas monolíticas.
Hoy en día, la literatura nos permite sentirnos cerca del otro, de los otros, a pesar de los barbijos y la distancia física.
LR: ¿Por qué elegiste la editorial 3600?
GR: Desde hace años Marcel Ramírez y Willy Camacho realizan en nuestro país un trabajo quijotesco y por lo mismo imprescindible: difundir nuestra literatura. Tal vez sea una causa perdida, pero por eso mismo es justa y necesaria. Yo tengo la suerte de contar con su amistad y su confianza.
LR: Para nuestros lectores, ¿qué estuviste leyendo últimamente?
GR: Estuve leyendo a Thomas Bernhard. “El sobrino de Wittgenstein”, en particular, me encantó. Ese austriaco vehemente y socarrón escribe desde el amor y el odio más puros como si cavara en busca de una revelación. Por otro lado, releí varios libros de Jaime Sáenz. Me lo pasé muy bien con “La piedra imán”, que integra cuentos breves, ensayos poéticos o poemas ensayísticos en un mismo movimiento ininterrumpido. Por último, disfruté mucho de los ensayos de Juan José Saer reunidos en “El concepto de ficción”. Saer me parece un excelente ensayista, además de un gran narrador.