‘La resiliencia constructiva’, el secreto de los bahaíes para sobrevivir en Irán
El centro administrativo y espiritual de los bahaíes se encuentra en Acre y Haifa, dos ciudades donde el fundador de esta religión, Bahá-Allah, se exilió a finales del siglo XIX. En ese momento ambas formaban parte del imperio Otomano, pero ahora se hallan en Israel.
Holakou Rahmanian nació hace 31 años en Teherán. Su infancia transcurrió sin problemas pero está convencido de que cuando ingresó en la universidad fue discriminado por su religión, el bahaísmo, pese a sus resultados académicos brillantes.
«Recibí un mensaje que decía que mi expediente estaba incompleto», cuenta a la AFP. Después de investigar un poco, «me di cuenta de que no era un tema de dosier, sino un problema generado por el hecho de ser bahaí».
«Me frustró mucho y quería poder hacer valer mis derechos», cuenta. Nunca le notificaron por escrito el motivo pero se lo dijeron.
La comunidad bahaí, la minoría religiosa más grande de Irán, es objeto de discriminación en el país, en distintos sectores, según sus representantes.
El bahaísmo es una religión monoteísta más bien progresista, cuyas raíces espirituales se remontan al siglo XIX en Irán. Promueve la unidad de todos los pueblos y la igualdad y cuenta con millones de fieles en el mundo y alrededor de 300.000 en Irán, según sus representantes, a falta de cifras oficiales.
El centro administrativo y espiritual de los bahaíes se encuentra en Acre y Haifa, dos ciudades donde el fundador de esta religión, Bahá-Allah, se exilió a finales del siglo XIX. En ese momento ambas formaban parte del imperio Otomano, pero ahora se hallan en Israel.
El bahaísmo no está reconocido en la República Islámica a diferencia del cristianismo, el judaísmo y el zoroastrismo. Sus miembros han sufrido persecuciones «sistémicas» desde 1979, según Amnistía Internacional, que cita encarcelamientos arbitrarios, discriminación en las universidades, en los servicios públicos y cierres de empresas.
Las perspectivas de mejorar la situación parecen escasas, en un momento en que Ebrahim Raisi, el muy conservador jefe del sistema judicial, parte como favorito para las próximas elecciones presidenciales.
Los fieles bahaíes afirman que las bases tolerantes de su fe justifican «su resiliencia constructiva», un enfoque que rechaza la confrontación y que les permite sobrevivir en Irán.
Su joya de la corona es el Instituto Bahaí de Educación Superior (BIHE) que permite a jóvenes, como Holakou Rahmanian, acceder a estudios universitarios.
El instituto ofrece muchos cursos por internet impartidos por la diáspora bahaí y otros presenciales en locales alquilados por la comunidad.
Desde la cuna hasta la tumba
«Los bahaíes en Irán son perseguidos desde la cuna hasta la tumba. Esto es lo que pasa», resume Diane Alai, representante de la diáspora (BIC) en Naciones Unidas en Ginebra.
«No hay un solo bahaí en Irán que se libre», añade, pero «a pesar de las persecuciones, quieren seguir viviendo en el país y contribuir a su prosperidad». Algunos incluso lucharon en la guerra contra Irak.
El mes pasado, varios grupos de derechos humanos lamentaron que se negara a los bahaíes usar el lugar de Teherán donde solían enterrar a sus muertos.
A cambio se les pidió que utilizaran como cementerio una fosa común de 1988, donde acababan los cuerpos de los opositores masacrados por el régimen.
La polémica ha permitido que la situación se normalizara, explica el BIC.
Muchos islamistas conservadores los consideran apóstatas y ya fueron perseguidos durante el reinado del sah.
Pero en 1979, muchos miembros de la élite bahaí abandonaron el país, como el arquitecto Hosein Amanat, conocido por haber diseñado la Torre Azadi en la capital.
Más de 200 bahaíes fueron ejecutados en los primeros años de la República Islámica, según activistas. En junio de 1983, 10 mujeres bahaíes, incluida Mona Mahmudnizhad, de 17 años, fueron ahorcadas en la ciudad de Shiraz (sur).
Tabú
Su estatus sigue siendo un tabú.
En 2016, Faezeh Hashemi, hija del expresidente Akbar Hashemi Rafsanjani, sorprendió a los conservadores al reunirse con Fariba Kamalabadi, una bahaí encarcelada.
El objetivo de las autoridades iraníes es «suprimir a los bahaíes como entidad viable» en el país, estima James Samimi Farr, miembro de la oficina de Asuntos Públicos bahaíes en Estados Unidos.
Él mismo reconoce haber asumido el tabú que rodea su fe. «Siempre me han dicho que mantenga un perfil bajo. He elegido no hablar abiertamente sobre mi religión», explica a la AFP, aunque reconoce no tener «malos recuerdos» de sus relaciones con sus amigos en el colegio.
En el BIHE pudo estudiar informática y especializarse en inteligencia artificial.
Rahmanian se fue de Irán en 2012 y consiguió, aunque con dificultades, que sus títulos fueran reconocidos en Estados Unidos. Seis años después se graduó por la Universidad de Santa Cruz en California y consiguió un trabajo en Microsoft. Ahora trabaja para Amazon, pero le está agradecido a BIHE, donde imparte cursos.
Los bahaíes en Irán han «desarrollado diferentes talentos para sobrevivir. Es la resiliencia constructiva. BIHE es una línea roja que la comunidad nunca abandonará», concluye.