Alberto Segovia no pudo controlar la emoción y se le escaparon algunas lágrimas. Despacio, se abrió paso entre la multitud y le dio un beso a la máquina perforadora Schramm T-130 que  atravesó casi 700 metros e hizo contacto con los mineros.

«No me pude controlar», cuenta aún emocionado y agrega que ya se acerca la hora en que verá a su hermano Ariel. En otro lado del campamento, cuando Lilian Ramírez vio a la máquina sintió una mezcla de alegría y tristeza. «Pensé en lo que ha debido pasar mi esposo (Mario Gómez) y me dio pena. Después me alegré porque ya llega la hora en que él saldrá. Nosotros en la casa, los de la familia, le vamos a hacer un asaíto».

En la última carta de Gómez, uno de los líderes del grupo, le dijo a Lilian que esperaba tranquilo a que llegue el día del rescate. Mientras tanto, su esposa ya piensa en el futuro. «Nos han invitado a Europa y a varios países; pero no sé, creo que él tiene que decidir qué vamos a hacer. Me parece que va a querer volver a la vida normal».

Pero la T-130 no fue la única ovacionada, el estadounidense Layne Christensen, que estaba a cargo de la máquina, salió entre aplausos y abrazos. Apenas pudo caminar y trataba de entender lo que se le preguntaba. A su paso, habló con cuanto micrófono se le puso delante. Cuando se le consultó cómo se siente después de aquel logro, dijo: «Muy feliz porque parte del trabajo estaba hecho… La perforación fue difícil, muy estresante el trabajo. No me había tocado participar en un rescate de personas, es muy difícil esto, es algo muy emocionante».

Después, mostrando sus manos llenas de grasa, agregó que lo vivido fue uno de los cinco mejores momentos de su vida.
Layne, que trabajaba perforando pozos en Afganistán, no fue el único que habló. Durante la jornada varias autoridades salieron por minutos a dar breves declaraciones a los periodistas. La pregunta más recurrente era: ¿quién será el primer minero que saldrá a la superficie?

Y la respuesta de los representantes de la Asociación Chilena de Seguridad siempre fue la misma: «No sabemos». Pero sí hay la certeza de que el último en abandonar la mina será Luis Urzúa, el líder de los mineros que fue el primero en hablar con el presidente Sebastián Piñera, el 23 de agosto.

En determinado momento, circuló el rumor de que el boliviano Carlos Mamani iba a ser el primero en emerger de la tierra; sin embargo, aquello no fue corroborado por su esposa Verónica Quispe. Al finalizar la tarde, las autoridades locales deslizaron la posibilidad de que esté en la segunda fila de rescatados. En Quito, el presidente Piñera aseguró que será como un volver a nacer de los 33 y sus familias.

Con Dios son 34 en la mina
No somos 33, somos 34… Dios está con nosotros, escribió Jimmy Sánchez, el minero más joven del grupo. La mayoría de los atrapados y sus familias nunca dejaron de orar y tener fe en Dios. Sánchez también recibió una membresía de por vida para asistir a los partidos de la Universidad de Chile, el club del cual es hincha. Ayer también se dio a conocer una frase que Jimmy le escribió a su novia: «He sufrido mucho, no quiero sufrir más».

La Biblia les acompañó
La Iglesia Adventista del Séptimo Día envió por el ducto 33 biblias a los mineros atrapados. Según sus representantes, durante los 67 días desde que ocurrió el derrumbe, el 5 de agosto, unos seis trabajadores del subsuelo se convirtieron a esta religión. Uno de sus «creyentes» es el boliviano Carlos Mamani. En la superficie, un pastor ayudó a los familiares a sobrellevar la espera a través de la lectura de los libros sagrados y de la oración.

Preparados para recibirlos
Al llegar al hospital cada trabajador recibirá un pijama que en el pecho tiene estampada una estrella con el número 33. De ese modo, aseveró el ministro de Salud, Jaime
Mañalich, los mineros se van a sentir «atendidos como reyes». Algunas esposas también esperan con ansias la salida de los mineros y han comprado ropa para la ocasión. La esposa de Richard Villarroel mostró la trusa que le dará a su marido, con los colores de la bandera chilena.

Invasión de periodistas
Hasta ayer, los periodistas acreditados a esta cobertura eran más de mil. Los hoteles de Copiapó colapsaron ante la avalancha de reporteros, fotógrafos y técnicos. Hubo quienes alquilaron casas; en tanto que otros se llevaron bolsas de dormir. Hay bastantes carpas en el campamento e incluso coches-casa desde donde se enviaban los reportajes en vivo. En una última comunicación los mineros agradecieron la cobertura, pero pidieron intimidad.