La crisis del resultadismo
Salir a empatar es salir a perder. Salir a esperar es una negación del fútbol como juego
El “efecto Barça” ya es más que evidente en todas las realidades futbolísticas de hoy. Los que sigan creyendo que se deben preparar versiones distintas de una misma escuadra para encarar diferenciadamente los partidos que se juegan en casa y los que se disputan de visita todavía no advirtieron que esa es una fórmula en desuso, solamente funcional para aquellos equipos en los que las limitaciones de calidad de sus jugadores y en sus insuficiencias competitivas, mantienen vigente eso de apostar al 0-0.
Los que no tienen otras opciones que esa, están casi liquidados de antemano ya que el travesaño, los palos o el árbitro pueden tirar por la borda la sacrificada apuesta de esperar y aguantar, de buscar el providencial y único contraataque que ayude a certificar, cada vez más esporádicamente, eso de que el fútbol no tiene lógica, aunque sí la tenga y ahora más que antes porque gracias a la tendencia Guardiola, gana el que elabora creativamente, el que hace del riesgo un recurso táctico, el que ataca, el que juega en sociedad y cuenta en su plantilla con jugadores desequilibrantes capaces de cambiar el curso de un partido con un quiebre de cintura o un tiro libre ejecutado con efecto inexplicable.
No otra cosa se ha visto en las dos últimas fechas de las eliminatorias sudamericanas, especialmente el martes cuando ninguno de los equipos que jugaba a domicilio fue a refugiarse en la última línea. Colombia le jugó de tú a tú a Chile en Santiago y le hizo tres, Venezuela pulverizó el casi siempre inexpugnable Defensores del Chaco; Ecuador, el más tímido de todos, se atrevió sin embargo a trasladar el balón en el Centenario de Montevideo y tuvo que soportar un penal no sancionado con el que estaba en condiciones de someter a Uruguay en su propia casa, y Argentina, con la calidad de sus individualidades, aunque exhibió un rendimiento disparejo y en varios tramos opaco, a diferencia de lo hecho en Córdoba frente a Paraguay, buscó el partido contra Perú, pero las acciones con empeñosos despliegues de ambos no dieron lugar a otra cosa que a un empate en un partido en el que los dos se prodigaron por ganar.
Con ese panorama quiero significar que los directores técnicos de los equipos sudamericanos, casi sin excepción, mandan a la cancha alineaciones para buscar dilucidar cada encuentro de la mitad del campo para adelante, seguros, por cierto, de las virtudes individuales y colectivas de las selecciones que les toca organizar y dirigir. Los nexos entre defensa y ataque pasan por una rápida resolución de acciones entre el momento que se recupera la pelota para inmediatamente decidir, en fracciones de segundo, saber qué hacer con ella a continuación.
Tan buenas y extendidas son las noticias para los amantes del espectáculo ofensivo que basta recordar como Cesare Prandelli le imprimió a Italia en la última Eurocopa una agresividad no concordante con su dilatada historia de aguante y cálculo, porque llegó a la constatación que como la gota que orada la piedra si el rival ataca masivamente y se apuesta a soportar las sistemáticas arremetidas en las cercanías del arco propio, no faltará el rebote del que podrá nacer la anotación conducente a la derrota. Salir a empatar es salir a perder. Salir a esperar es, finalmente, una negación del fútbol como juego, sólo que ahora se nota más porque es más desafiante emular al constructor que rendir trasnochado homenaje a modelos como el de Osvaldo Zubeldía con el Estudiantes de la Plata de los 60-70.
Sirva como ilustración el ejercicio comparativo de lo que Marcelo Bielsa le dejó a Chile, y lo que significó el paso de Gerardo Martino por Paraguay. Mientras el primero hizo de la Roja una selección competitiva que salía a ganar con base en un rigurosísimo trabajo táctico, intentando apretar lo más arriba posible al rival, el segundo se graduó de monarca de los empates en la última Copa América apostándolo todo al antifútbol y a la divina providencia, así que Borghi puede usufructuar inteligentemente de la base dejada por su antecesor, a pesar del traspié contra Colombia, y Peluso tendrá que remar a contracorriente si en algo pretende reencaminar a una selección paraguaya que lo apostó todo al cuchillo entre los dientes, partido tras partido (desde Sudáfrica 2010), y que debido a esa fragilidad propia del trabajo de urgencia y no de proyección en el tiempo, tenía que inevitablemente llegar a desmoronarse, una vez el estratega del antifútbol que la dirigió decidiera marcharse para no dejar rastro alguno de su paso vitoreado por el exitismo propio de la hinchada.
La fase eliminatoria de Brasil 2014 es larga y pedregosa para nuestras selecciones. Acabamos de comprobar que hasta los equipos mejor conformados pueden sufrir caídas como Uruguay y Chile, dado que la regularidad es mucho más compleja de sostener con programaciones tan espaciadas entre una y otra fecha. Cuando lo hecho hasta el viernes nos anunciaba que teníamos más o menos claro, las tres o cuatro selecciones que enfilan hacia la clasificación, resulta que Colombia sale de su abulia y se destapa, mientras que Ecuador sigue con puntaje ideal como dueño de casa y puede conseguir un empate frente a la selección charrúa, y Venezuela reafirma su nuevo posicionamiento de meterse en la pelea con oficio y calidad, profiriendo a los cuatro vientos que eso de Cenicienta ya no le calza.
Jugar de local y visitante tiene que ser lo mismo en términos de actitud como de planteamiento táctico, y meter todos los huevos en la canasta del sacrificio estoico solamente es justificable en equipos sin valores con talla para pelear la pelota y embocarla en el arco de enfrente. Los empatadores que hasta hace un par de años algo conseguían, hoy parecen condenados por su mediocridad y su falta de recursos humanos en un juego que tiene su clave distintiva en la perfecta combinación entre esfuerzos colectivos y valor agregado en sus figuras.