El fútbol circular de Ramiro Castillo
Figura. Circundaba, pisaba el área y encontraba el callejón para incursionar en la línea de fondo o meter el pase gol
La saeta rubia le llamaban a Alfredo Di Stéfano por sus gloriosas actuaciones en el Real Madrid o el Millonarios colombiano, y tomo aquí el apelativo para recordar a Ramiro Castillo, nuestra saeta negra de orígenes afrobolivianos que combinaba los disparos en el sentido de una flecha y los movimientos de las manecillas del reloj, es decir, una combinación de explosión y pausas no al estilo dosificador de Milton Melgar que sabía como nadie en Bolivia aquietar el juego cuando el rival asediaba, sino apegado a una vocación más bien ofensiva, emparentada con el riesgo y la búsqueda del boquete necesario para llegar a la puerta contraria. Ramiro quería ir siempre para adelante, pero por su contextura física esto sólo le era posible gracias a los rodeos posibilitados por su absoluto dominio del balón.
Castillo circundaba, pisaba el área y encontraba el callejón para incursionar en busca de la línea de fondo o lograba meter el pase gol, que hoy se le llama “pase entre líneas”, que descolocaba los perfiles de los defensores rivales. Y cuando las circundaciones de Ramiro eran perfectas las posibilidades de un partido memorable ofrecían prenda de garantía.
Frágil, de pocas palabras, casi siempre meditabundo, lector voraz —leía la novela “El médico” de Noah Gordon en sus tiempos libres— tuve acercamiento con él en Boston y en Chicago cuando formaba parte de la selección dirigida por Xabier Azkargorta que participaba en la Copa del Mundo USA 94, y por entonces sus enormes ganas de jugar postergadas en la banca de suplentes, se materializaron parcialmente con su ingreso en el partido contra España en el Soldier Field que le imprimió un ritmo más creativo al equipo verde que terminó perdiendo 1-3 con goles de Guardiola y Caminero (y el nuestro de Sánchez).
Los movimientos en circunvalación que ejecutaba Castillo con gran prestancia, lo convirtieron en un volante ofensivo sagaz y siempre dispuesto a sacar de los botines el recurso inesperado, pero desgraciadamente esas circundaciones formaron parte de su vida fuera del campo de juego: No fue titular en la eliminatoria mundialista más memorable para el fútbol boliviano y no pudo estar en la final de la Copa América jugada en 1997 en canchas bolivianas, porque su pequeño hijo estaba a minutos de la muerte y por lo tanto no pudo concluir su participación en la eliminatoria de la que el equipo nacional quedó fuera para Francia 98.
Su maestría y brillantez que hizo saltar de las gradas a quienes lo seguían, no pudo alcanzar el cénit porque cuando su estrella se apagaba, su rendimiento decaía, se convertía en una sombra deambulando entre las piernas de sus marcadores para muchas veces aterrizar en el césped por su fragilidad física.
La valentía para jugar condujo siempre a Ramiro Castillo a buscar el arco contrario y con esa decisión se endeudó para montar una escuela infantil de fútbol en El Alto. Tenía un buen pasar, varios bienes que le garantizarían a su familia una vida sin sobresaltos, pero el destino le negó acceder plenamente a la cúspide.
Ramiro buscó la muerte luego de intentar a diario la perfección. Su búsqueda trascendía la de un deportista engolosinado con los vítores pasajeros que termina evaporando el transcurso del tiempo. Quiso hacerse cada vez mejor y para ello fue en búsqueda de la pedagogía y la formación autodidacta, pero sus ganas de vivir se redujeron al extremo de no interesarse por una oferta que días antes de su muerte le había hecho el Barcelona del Ecuador.
La historia de Castillo tiene exacta correspondencia con su dinámica circular para moverse en el campo de juego: cercar, merodear, y consumar la jugada letal para hacerle daño al adversario, fueron los rasgos que lo caracterizaron, pero hechas las cuentas, se trata de una triste historia inconclusa de quien siempre iba por más, pero tuvo que sufrir hasta lo inaguantable, la más desgraciada de las derrotas de vestuario que en este caso fue el fallecimiento de su primogénito.
Cuando Ronaldo ya nos había pintado la cara en la final de esa Copa América jugada en La Paz, se pedía sangre a través del tablero electrónico para el hijo moribundo y esto marca que Ramiro Castillo estuvo siempre en la frontera que separa el casi de la apoteósis y si jugaba esa final contra Brasil como dicen los barriobajeros “capaz que hubiéramos salido campeones”.
‘Chocolatín’, recordado en Argentina
– La sección deportiva del diario Clarín de Buenos Aires publicó el día de la recordación de los quince años de su deceso, un extenso artículo destacando las bondades futbolísticas de Ramiro Castillo.
– Hincha de The Strongest, equipo en el que jugó más tiempo en nuestro país, honró la tradición atigrada de contar en su plantilla con un jugador proveniente de la cantera yungueña de Coripata, tal como lo hicieran, por ejemplo, Natalio Flores y los hermanos Juan y Luis Iriondo.
– Jugó en Argentinos Juniors, River Plate y el Everton de Chile y acabó su carrera en el Bolívar. Pudo haber sido el número 8 de la selección boliviana, pero en sus tiempos, Milton Melgar, con merecimientos fuera de toda discusión, era inamovible titular del equipo verde.