Thursday 16 May 2024 | Actualizado a 06:50 AM

El Tigre, en zona de turbulencia

En el equipo atigrado hay jugadores que dieron todo lo que pueden y tienen

/ 19 de abril de 2013 / 05:09

Los resultados obtenidos por el equipo atigrado en la Copa Libertadores nada tienen que ver con resonantes papelones de otros tiempos, pero el hecho de haber ganado sólo dos y perdido cuatro partidos, todos por el mismo marcador (1-2 y 2-1) evidencian que eso de tener a la altitud de La Paz como aliada para clasificarse se convierte cada vez más en una vieja leyenda urbana.

El manual del periodismo facilón aconseja buscar culpables o chivos expiatorios para fabricar titulares y concitar la morbosa atención de quienes esperan siempre una catástrofe para satisfacer perversos deseos de sacarle rédito publicitario a la derrota. Son los de siempre, los que se regodean en los fracasos porque no saben cómo o les provoca pereza intentar un ejercicio más acucioso de las razones profundas de los malos resultados. Ya escuchamos durante las 48 horas posteriores a la eliminación aurinegra de la Copa Libertadores a esos grandes vendedores de lugares comunes a los que se suele llamarles piratas por carecer de formación profesional y no contar con un catálogo de ética en sus haceres diarios.

Pues bien, The Strongest ha quedado en la última posición de la tabla de su grupo en el que un solo jugador —uno sólo— ha hecho y desecho para procurarle quince puntos al Atlético Mineiro y de esa manera lograr con holgura el pase a la siguiente fase. Se llama Ronaldinho Gaucho y ha recuperado su rendimiento para volver a meterse en la élite de los mejores futbolistas del planeta. Con él, el equipo de Belo Horizonte es candidato al título del torneo.

A partir de ahí podrá entenderse cuál es la diferencia entre lo que siguen produciendo los equipos brasileños y lo que buenamente tratan de hacer los nuestros, y en ese sentido tendremos que ser absolutamente justos para reconocer que en el equipo atigrado hay jugadores que dieron todo lo que pueden y tienen para intentar hasta el miércoles en la noche, meterse como segundos y seguir avanzando. No fue así porque al tricampeón boliviano le faltaron argumentos para transitar con alguna convicción los últimos treinta metros del campo de juego, a partir de la falta de orden y concierto en la gestación supuestamente encabezaba por Pablo Escobar que experimenta un ostensible bajón en su  rendimiento y aporte al equipo.

La diferencia de enfoque, siguiendo en la línea autocrítica periodística es que, por ejemplo, para este columnista no hay culpables, sino solamente responsables en distintas proporciones de esta nueva eliminación de un equipo boliviano en el torneo de clubes más importante del continente, si tenemos siempre en cuenta que se trata de un juego y no de un asunto de vida o muerte. Sin ánimo de alentar inadmisibles crucifixiones será necesario reconocer que Méndez, con el insólito autogol que le otorgó el triunfo en La Paz al equipo ganador del grupo, liquidó las aspiraciones de su equipo. Ese mismo marcador central pudo haber generado otro gol del adversario por no saber jugar al achique en el encuentro contra Arsenal en La Paz, cosa que no sucedió por una equivocada decisión del árbitro asistente que señaló un fuera de juego inexistente.

Errores de ese calibre pueden costar prácticamente un campeonato y si hay algún futbolista boliviano que expresa con absoluta claridad las grandes limitaciones técnicas extensivas a todo el profesionalismo de nuestro país, se llama Luis Méndez, finalmente sustituido por el costarricense Smith que junto con su compatriota Cunningham jamás fueron valorados como verdaderos refuerzos para esta Copa, aunque contra Arsenal quedó demostrado con creces que Smith es futbolísticamente mucho más que Méndez, pero bueno, el entrenador del Tigre se llama Eduardo Villegas y él sabrá por qué hizo lo que hizo.

Pero si Méndez hizo un gol en contra del que seguramente se lamentará por mucho tiempo, hay algo más serio y comprometedor de la estabilidad del exitoso The Strongest de los últimos tres torneos ligueros que está vinculado al resquebrajamiento de la armonía de un grupo que obtuvo un título con Mauricio Soria y los dos siguientes con el actual entrenador. Informaciones muy precisas de fuentes que merecen fe, indican que al equipo stronguista volvieron las viejas prácticas del camarillismo, consecuencia de un inexplicable ensoberbecimiento de su director técnico. Lo dijimos hace tres meses y las consecuencias recién comienzan a advertirse ahora, aunque el propio Villegas haya salido a interceptar esas versiones, sabemos perfectamente que la relación entre él y varios de los más importantes jugadores del equipo está quebrada y eso quedará reflejado en la posición que ocuparán los aurinegros en el actual torneo liguero.

Mientras la dirigencia ha hecho los mejores esfuerzos por fortalecer el primer plantel y propender a buscar fuentes sólidas de autofinanciamiento, ejecutando incluso mejoras en el Complejo Deportivo de Achumani, ayudado por los 600 mil dólares que la Conmebol entrega a cada club por participar en la fase de grupos de la Libertadores, más las buenas recaudaciones producidas por los partidos en La Paz, el Tigre se encuentra en zona de crisis deportiva, de la que seguramente le será complicado y tedioso salir, asunto que exigirá una rigurosa evaluación que permita borrón y cuenta nueva para la próxima temporada.

The Strongest perdió frente a un modestísimo Arsenal de Sarandí, pero que con todas las notables limitaciones expuestas en el campo, pudo haberle propinado una paliza evitada por la falta de definición de los argentinos y por la muy destacada actuación del portero Vaca que ya fue figura en los partidos jugados frente al Mineiro y al Sao Paulo en condición de visitante. Llega la hora del recuento de los daños, y lo más probable es que en el equipo atigrado tendrán que comenzar a cambiar varias cosas a partir de junio.

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El yerno de la Embajada de México

/ 4 de mayo de 2024 / 00:47

Dice el escritor chileno Ariel Dorfman que al presidente de Ecuador, Daniel Noboa, le hubiera sido suficiente con leer El derecho de asilo (1979) de Alejo Carpentier para no decidir el asalto policial a la Embajada de México en Quito con el objetivo de llevarse a las rastras al exvicepresidente Jorge Glas por hechos de corrupción. De esta manera, el autor del célebre Para leer al Pato Donald, escrito junto a Armand Mattelart (1972), ejemplifica la indisimulable falta de lecturas de la que hacen gala los líderes de nuestro continente, eventualmente gobernantes en cada uno de nuestros países.

Si Noboa hubiera leído a Carpentier, se hubiera enterado por comparación que a Glas le esperaba una reclusión voluntaria con privación de libertad de movimiento, que es la del refugio político, según lo dicta la Convención de Viena acerca del asilo al que tienen derecho quienes son perseguidos y amenazados en sus derechos como ciudadanos. Si el presidente ecuatoriano no hubiera decidido violar de la manera más obscena el derecho internacional, Glas estaría ahora preso, dirían algunos que en una jaula de oro, pero preso al fin, como le sucedió por siete años a Julian Assange que vivió refugiado, vaya qué casualidad, en la Embajada de Ecuador en Londres y al que el presidente Lenín Moreno le quitó la ciudadanía otorgada por su traicionado antecesor Rafael Correa, y por supuesto que el asilo político para que la policía inglesa se lo llevara detenido.

La presidenta de facto Jeanine Áñez estuvo a un paso de cometer abuso parecido, vaya qué casualidad, con la misma Embajada de México, pero en La Paz, cuando el régimen transitorio y golpista comenzaba a vivir una borrachera de poder sin resaca, ordenando instalar reflectores que no dejaban descansar por las noches a exministros y otros colaboradores del gobierno de Evo Morales que se refugiaron en dicha legación diplomática, para de esta manera ponerse a salvo de la cacería encabezada por el ministro de Gobierno Arturo Murillo y la canciller Karen Longaric, que negó la otorgación de salvoconductos a la mayoría de los que estaban allí, seguro que en su pensamiento más íntimo, para sentarles la mano a esos masistas de mierda.

La entonces embajadora mexicana María Teresa Mercado terminó siendo declarada persona non grata, que entre noviembre y diciembre de 2019 honró la tradición histórica mexicana del asilo político, protegiendo a quienes se habían refugiado en su residencia, situada entonces en la exclusiva Rinconada de la zona Sur de La Paz. Quienes estuvimos por allí entre el domingo 10 y el miércoles 13 de noviembre de 2019, apreciamos la profesionalidad y la diligencia hospitalaria con que el personal mexicano boliviano dispuso las cosas para preparar una estadía de más de 10 personas que se prolongó por el año en que gobernó Áñez entre la pandemia, los negociados, las masacres y las violaciones a los derechos humanos de un par de miles de ciudadanos a los que se persiguió, encarceló y torturó por el sacrilegio de haberse manifestado en defensa de la permanencia de Evo Morales en el gobierno hasta que concluyera su mandato.

Es bueno que quienes no lo saben, se enteren ahora que la embajadora Mercado acompañó a Luis Arce Catacora, entonces exministro de Economía, hasta la puerta del avión con el salvoconducto en mano que autoridades policiales pretendían desconocer, con intentos de evitar que el ahora Presidente del Estado pudiera partir hacia Ciudad de México. (Tema del que conversamos en el breve ciclo televisivo Memoria por ATB Red Nacional, el domingo 14 de noviembre de 2021).

La ahora exembajadora en Bolivia —hace poco nombrada Subsecretaria del Ministerio de Relaciones Exteriores con responsabilidades de dirección de la política exterior mexicana con África, Asia Central, Asia Pacífico, Medio Oriente y Europa— trabajó con rigor y firmeza durante esos difíciles días en que sus breves relaciones con la canciller Longaric se hicieron tensas, pero si esto no fuera poco, la visita del yerno del propietario de la casa de la residencia que ocupaba María Teresa Mercado puso en evidencia eso que popularmente se llama aprovecharse del pánico. El solícito yerno del dueño de casa, Raúl Garafulic Lehm, fue a pedir un incremento del 50% del monto mensual del alquiler, con el folklórico detalle de que por el pago mensual del contrato éste no emitiría factura. Para quienes todavía tampoco lo saben, Garafulic, que se mandó a cambiar del país, fue el propietario del desaparecido diario Página Siete que dejó a la vera del camino a sus periodistas y trabajadores impagos por varios meses de salarios y sin la posibilidad de cobrar beneficios sociales.

Entre la falta de experiencia literaria de Noboa, la traición y el atropello de Lenín Moreno y el apriete de Garafulic a la embajadora de México, no puede haber dudas que lo pintoresco y lo cínico pueden terminar convirtiéndose en sinónimos. 

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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LLAKI: un viaje de cuerpo y alma en clave kallawaya

El director Diego Revollo estrenó su película documental el 18 de abril en la Cinemateca Boliviana

La cinta boliviana está dirigida por Diego Revollo y producida por Miguel Nina.

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 21 de abril de 2024 / 06:49

Lunlaya es el lugar en el mundo en el que un niño comienza narrando de cuántas vacas dispone su comunidad: 16. Trepa hacia lo más alto de un cerro para revisar si están todas, y en ese trayecto cuenta como el cóndor ataca al ternero y dice que si luego de someter al mamífero van apareciendo más cóndores, significa algo así como el arribo de la destrucción, de la rapiña que destroza y mata. Ese mismo niño juega y ríe con una maquinita entre sus manos, y repite hakuna matata, frase que hiciera universal El rey león, cinta de la poderosísima transnacional del audiovisual Disney. Es muy probable que ese niño de sonrisa luminosa no sepa que hakuna matata significa “no hay problema”, “sé feliz” o “no te preocupes” y que pertenece a la lengua africana suajili (Tanzania, Kenia, Uganda), que la canción de la película de animación que ha circulado por todos los mares y continentes fue compuesta por Elton John y Tim Rice y que con el impulso de la voracidad mercantil, Disney se la apropió, lo que provocó la indignación de sus hablantes originarios.

Si introduzco el abordaje de Llaki con esta referencia a Disney es porque se debe tener presente, ahora más que antes, que prácticamente ya no existe rincón en el mundo que no haya sido penetrado por la dominación informática y tecnológica, pero que a pesar de ello, todavía es posible encontrar una inquebrantable resistencia cultural de los habitantes inmersos en sus orígenes, desde la respiración hasta la piel, exponiendo su granítica identidad, y en este caso, esa notable y casi milagrosa fusión entre la materialidad de la sanación ancestral y la espiritualidad con la que se viaja hacia las profundidades de la naturaleza y sus bondades que alimentan y curan, que conducen al inacabable viaje hacia la comprensión de que sanar significa no necesariamente superar plenamente una enfermedad, sino asumirla desde los límites humanos a partir de un laborioso reaprendizaje de construcción de la identidad/entidad humana hecho de músculo y hueso, pero en primer lugar de pensamiento y sensibilidad.

En un radio receptor popularmente llamado radio canchera, de esos en los que se escuchaban las transmisiones de partidos de fútbol décadas atrás, un locutor hace una mención al “Estado Plurinacional de Bolivia” sin más, único elemento informativo acerca del país del que forma parte la familia kallawaya Ortíz Ramos, que dialoga e interactúa con los Revollo, hijo y padre, cineasta y médico urólogo, formados en universidades convencionales del occidente urbano, que acuden continuamente a Lunlaya sin el mínimo atisbo de ese paternalismo conservador que suele subestimar la vida rural en la que tiempo y espacio difieren de la vorágine del mundanal ruido de las ciudades.

La combinación de fotografía fija, que se constituye en memoria de viaje, con planos generales de un lugar en que la magia no es folklore ni exotismo étnico, y los primeros planos de sus protagonistas, hacen que Llaki pueda sustentar su marca audiovisual a partir del sentido en el que no aparece una intención de “hagamos una película sobre los kallawayas”, sino más bien un viaje existencial que genera como consecuencia un documental en el que la experiencia intercultural de sus participantes enfatiza la riqueza de la comunicación, a través del registro de la calidez de rostros y gestos y la calidad de los testimonios a través de las breves narraciones de esos que son simultáneamente guías espirituales y sanadores.

Diego Revollo, luego de sufrir la pérdida auditiva del oído izquierdo y experimentar una parálisis facial parcial, imposibilitado de encontrar respuestas médicas en la consulta del especialista que trabaja en hospitales y clínicas —la medicina suele no ofrecer soluciones a muchísimos males desde la frialdad científica—, se decide a viajar y escuchar las voces que nacen de otros saberes sobre los procesos de curación que no terminarán resolviendo una limitación física, pero sí le permitirán descubrir una nueva manera de comprender, asumir y cultivar su interioridad humana: Una de las voces abrigada por fuegos de leño nocturnos reflexiona con la sabiduría que da la experiencia acerca de nuestra incapacidad humana para agradecer todo lo que la madre tierra nos provee, que así como nutre puede destruir: el fuego que nos abriga, puede también quemarnos.

Llaki es una experiencia cinematográfica, y por lo tanto, bastante más que sólo una película.  Completa una década de cercanía, y por lo tanto confianza y afectividad, entre el director de la película, su propio padre, su pequeña hija y su equipo en diálogo continuo con la familia Ortíz Ramos, que certifica el valor identitario de la cosmovisión kallawaya en la que su ritualidad cotidiana privilegia espíritu y naturaleza como sentido existencial y es a partir de estos términos que debe ser leída como narración del acercamiento humano y los rasgos esenciales de una cultura que ha trascendido fronteras y ha sido reconocida en sus cualidades originarias.

La palabra con la que se titula la película significa tristeza, melancolía o pesadumbre, pero a partir de su irrupción, con sus hallazgos y certezas, Llaki termina resignificando el renacimiento y el encuentro donde se impone la horizontalidad en la comunicación en clave de respeto por las convicciones mutuas.

También puede leer: Lazos de vida

Ficha Técnica

  • Título LLaki. Dirección: Diego Revollo.
  • Fotografía: Miguel Nina y Mauricio Ovando.
  • Música: Jorge Zamora (Zamorita).
  • Casa productora: Transbordador Audiovisual.
  • Con la participación de: Aurelio Ortiz, Juan Ortiz Jiménez, Melisa Ortiz, Valentín Ortiz, Justina Ramos, Apolinar Ramos, Fernando Revollo, Amaya Revollo. Duración: 72 minutos. AÑO: 2023. PAÍS: Bolivia.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Transbordador Audiovisual

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La vara que dejó García Linera

/ 20 de abril de 2024 / 00:00

En tiempos de una cada vez más aplastante mediocridad, Alvaro García Linera está desaparecido. Por decisión propia. Porque los tiempos que corren así parecen aconsejarle. E incluso se podría llegar al extremo de pensar que ante tanta burrada cotidiana, a él, como a algunos más, les tiene que provocar flojera dar batalla en simulacros de guerras repletas de soldaditos de plomo.

En estos tiempos de descalificación de azules contra azules, García Linera, a lo largo de más de un año, ha ofrecido unas cuantas entrevistas por streaming, radio y TV (dos con este periodista) y parece no estar dispuesto a formar parte de la fotografía diaria de un paisaje gris en el que el entrenador de San Antonio de Bulo Bulo, Thiago Leitao, sobresale por astucia al desafiar a un poderoso empresario diciéndole que podrá estar enterrado en millones de dólares, pero que de fútbol no entiende nada, luego que su humilde y principiante equipo del Trópico de Cochabamba eliminara a Bolívar del torneo de un fútbol que de profesional tiene solo el nombre.

García Linera está desaparecido. No está. No quiere estar. Sabe exactamente lo que está sucediendo con Bolivia, pero se niega a responder más allá de la sensatez y la lógica con la que se deben leer los hechos que producen las coyunturas, esas efímeras etapas de las que se alimenta el periodismo y que así como se encienden y relampaguean un par de días a partir de algún hallazgo estremecedor o de algún hecho que produce rabia de impotencia, al tercer día pueden desaparecer de los escenarios públicos por falta de seguimiento, y peor incluso, por falta de compromiso con el rigor crítico, por la laxitud a la que invita este tiempo en que todo lo público, o casi todo, se iguala para abajo, con afirmaciones como esa de que la Ley 348 sería una ley “antihombres”, o que el Tribunal Supremo Electoral juega políticamente a favor de unos en perjuicio de otros, como si no existieran leyes, reglas de juego, estatutos y reglamentos, es decir, un mínimo ordenamiento jurídico y una mínima institucionalidad.

La vara que el vicepresidente de Evo Morales ha dejado, se ha convertido en inalcanzable y por lo tanto en insuperable. En los mejores momentos gubernamentales del evismo,  se podía percibir una gran mística de los equipos de trabajo con los que se encaraban las obligaciones de un Estado redimensionado desde la laboriosidad teórica de García Linera y las convicciones prácticas de quienes hacían funcionar la maquinaria para que tuviéramos un país, ese país que en algún momento estaba comenzando a ser de todos, sin que nadie quedara afuera de la lucha y de la fiesta, del combate y la celebración, sin que nunca más, desde esa combinación entre lo indígena y plurinacional, y la filosofía marxista, pudiéramos tener una Bolivia en que apellidar Mamani, Quispe, Tomichá o Parabá fuera motivo de vergüenza y resignación, para convertirse en razón de vida nacional popular, lo que significa que aquí no hay comunismo, señoras y señores. Aquí lo que puede haber son algunos comunistas de corazón y formación, pero no comunismo como se concibe desde la paranoia camachista, microclima en el que pululan agentes del retorno al orden del racismo, la discriminación, y los ricos blancoides sometiendo con palo y zanahoria a los mugrosos indios de mierda masiburros, cruce de llama con monolito… ¿O no hablan así en los salones de las “fraters”, los militantes de la logia y del exterminio?

Tiene que resultar cuando menos desagradable que se trate de traidor a quien se ha quemado las pestañas por construir una estrategia política y cultural en que lo indígena y lo campesino se fundieran a través de lo originario. Tiene que resultar decepcionante para García Linera que Evo Morales se haya olvidado que fueron un tándem virtuoso durante casi tres lustros para gobernar el país, con la visión conceptual de uno y el potente liderazgo del otro.

El día que Alvaro García Linera dejó de gravitar en la política y en lo político de Evo Morales, el líder perpetuo de las seis federaciones cocaleras del Chapare bajó de los aviones del liderazgo internacional al barro de las carreteras en el que manda la bazofia verbal de Héctor Arce, ex alcalde de Omereque o de Rolando Cuéllar, un odiador a tiempo completo del nacido en Orinoca. Desde el día en que García Linera dejó de estar cerca a Evo, todo volvió a los tiempos de la rústica pelea anterior a 2005. Como si Evo nunca hubiera sido presidente. Como si hubiera olvidado todo lo aprendido que le permitiera trascendencia a sus gestiones gubernamentales.

La vara dejada por García Linera ha quedado muy alta para el evismo. García Linera está ausente y Bolivia vive una incertidumbre política como no había sucedido en este nuevo ciclo antineoliberal desde 2006, que amenaza con volver debido al empecinamiento de un solo personaje que ha renunciado a sus propios códigos de respeto y lealtad, para hacer de la obsesión su nueva forma de vida. 

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Destrozo de un Vestuario

/ 6 de abril de 2024 / 07:42

Se llama Vestuario, así con mayúscula, y no camarín como aquí se dice por fuerza de la costumbre. Vestuario es el espacio sagrado del fútbol para los creyentes y para quienes no lo son, el lugar en el que se inicia el ritual que precede a un partido y al que se regresa en el entretiempo y al final del mismo con la extenuación que implica el haber evolucionado en un campo de juego durante más de 90 minutos. El Vestuario es, a la hora del juego, propiedad de futbolistas y cuerpo técnico, al que suelen visitar los dirigentes de un club cuando el equipo gana, pero al que difícilmente asoman cuando lo que ha sucedido es una derrota.

El Vestuario es un lugar en el que se ha impuesto históricamente un código de secretismo que si se viola, se incurre, otra vez para los creyentes, en pecado mortal, considerando que gran parte de quienes juegan al fútbol creen en Dios y al que muchísimos de ellos agradecen mirando el firmamento cada vez que anotan un gol. En efecto, lo que se diga y haga, lo que se debata y discuta, lo que se reflexione o se calle queda en el Vestuario y el que ose cometer alguna infidencia de lo que allí se habla, estará rompiendo un código de convivencia o un primer mandamiento del amplísimo catálogo de cábalas futboleras.

El que no es futbolista, entrenador o parte del cuerpo técnico de un equipo, sabe que cuando ingresa en el Vestuario, está ingresando en una zona que se debe respetar con humildad parroquiana, pues en cada banqueta ocupada por los jugadores de un equipo está lo íntimo, lo más personal de cada uno de ellos. Un utilero de la selección boliviana de fútbol de los años 90 me contó alguna vez por qué era diferente de sus compañeros Erwin Platini Sánchez a la hora de ataviarse con la indumentaria antes de un partido: “Erwin es distinto hasta por la forma en que se pone las vendas, eso marca que ha pasado por el rigor del trabajo en Europa”. Estas que parecen anécdotas son las cosas que marcan un riquísimo conjunto de detalles que en términos generales solo tienen derecho a conocer los componentes del equipo. Nadie más. Nadie menos. 

El que conoce el fútbol y lo ama por su esencia lúdica sabe, por más dirigente que sea, que es mejor no ingresar en el Vestuario de manera intempestiva y permanecer en él no más allá de un tiempo breve, a no ser que se esté celebrando la obtención de un campeonato y sean los propios futbolistas quienes lo abran para invitar a quienes les bancaron el torneo para sumarse a los festejos. En consenso entre todos los futbolistas, pueden subirse videos a las cuentas de las redes de cada uno de ellos sobre lo que allí sucede, por soberana decisión grupal, como aquella ya memorable arenga del capitán Lionel Messi a sus compañeros antes de jugar la final de la Copa América que Argentina le ganó a Brasil en el mismísimo Maracaná de Río de Janeiro en 2021.

El que respeta el Vestuario está comprometido con el fútbol, con una ética que debe prevalecer en todos quienes tienen que ver con clubes y equipos, incluidos los aficionados y los hinchas, o probablemente en primer lugar en ellos, cosa que dejó de suceder el sábado 31 de marzo en el estadio de Villa Ingenio de la ciudad de El Alto, cuando luego de una derrota en condición de locales (0-1 frente a Independiente Petrolero de Sucre), los futbolistas de Always Ready se encontraron con que su desempeño en el campo de juego había desatado un desquiciamiento que derivó en destrozos, sustracción de pertenencias, acaloradas recriminaciones por lo sucedido en la cancha hasta la renuncia del lateral afroboliviano Diego Medina (jugador de selección) a seguir vistiendo la camiseta de la banda roja, decisión de la que reculó pocos días después, luego de que el presidente de Bolívar, Marcelo Claure, denunciara violencia e insultos racistas por parte de la dirigencia del club, presidido por un joven de apellido Costa, hijo del presidente de la Federación Boliviana de Fútbol, Fernando Costa.

Un colega e hincha de Always Ready considera que lo sucedido fue producto de una “liberación de la zona” que significaría que la propia dirigencia del club generó las condiciones para que los vándalos disfrazados de hinchas cometieran  los desmanes que dieron lugar a una crisis finalmente apagada por los futbolistas y la dirigencia, a través de un pacto de silencio, es decir, el retorno a la inviolabilidad del Vestuario, tres días después de que fuera precisamente violado de la manera más grosera e inadmisible y que hoy tiene nuevamente al fútbol boliviano en el privilegiado sitial de la vergüenza, producto de los exabruptos de los unos con la supuesta permisividad de los otros para asumir una especie de lección dictatorial sobre la derrota: En casa no se pierde y si sucede, ya saben lo que les puede pasar muchachos.

De esta manera nuestro fútbol consolida una identidad plagada de incidentes con los que lo extradeportivo termina casi siempre imponiéndose a lo esencialmente futbolístico, motivo por el cual estoy siempre atento la Premier inglesa, allá donde códigos y juego son parte de un solo discurso.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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¿Altura o buen juego?

/ 23 de marzo de 2024 / 08:05

Desde que la razón futbolera nos asiste, el balompié de este lado del mundo es más conocido por la altitud en la que se encuentra su principal estadio, antes que por las virtudes de sus equipos principales, o las capacidades competitivas de aquellos que ingresan anualmente en la arena de Copa Libertadores, Copa Sudamericana y en las eliminatorias mundialistas.

Bolivia ha defendido invariablemente su derecho a jugar en los 3.640 metros sobre el nivel del mar de La Paz y esa defensa se hace extensiva a practicar el fútbol en los 2.558 de Cochabamba, los 2.790 de Sucre, los 4.070 de Potosí, los 3.709 de Oruro y ahora también los 4.000 de El Alto. A tal punto ha calado hondo el asunto que hasta los cuadros nacionales de las ciudades del llano instalaron desde hace algunos años la excusa de que subir a jugar a La Paz, El Alto, Oruro y Potosí implica una desventaja deportiva certificada por la ciencia médica.

Parapetados en la cima de nuestra cordillerana identidad, cada vez que nos visitan equipos brasileños, argentinos o uruguayos, la discusión sobre las virtudes del anfitrión generalmente ocupan un segundo plano, debido a que desde que Daniel Passarella dijera en 1997 que “jugar en la altura es inhumano”, sentimos que tal afirmación se constituía en una intolerable impugnación a nuestro derecho a jugar donde vivimos. Passarella se pasó de la raya, incurrió en una ofensa imperdonable, han afirmado muchos periodistas dedicados a cubrir las actividades futbolísticas del país.

A 24 años de la sentencia del que fuera técnico de la selección argentina —que protagonizó una bochornosa puesta en escena con uno de sus futbolistas autoinfligiéndose una herida en el rostro—, resulta necesario recordar que la celeste y blanca le ha ganado a Bolivia en La Paz nada menos  que cinco veces (eliminatorias para los mundiales 1966, 1974, 2006, 2022, 2026), Bolivia se impuso con la misma cantidad de partidos (eliminatorias para los mundiales 1958, 1970, 1998, 2010, 2018) y se produjeron dos empates (eliminatorias para los mundiales 2002, 2014). Conclusión: La altura no gana partidos.  Datos complementarios: El último triunfo de la selección argentina dirigida por Lionel Scaloni (3-0 en el Hernando Siles en septiembre de 2023) consistió en un baile desplegado a distintos ritmos, entre tango y chacararera; y en el último partido jugado contra Brasil en Miraflores (marzo, 2022), nuestra sufridora selección soportó una goleada de 0-4. Segunda conclusión: La altura no gana partidos y hasta puede convertirse en el peor dispositivo de autoengaño de los equipos nacionales que terminan aplastados en su propia casa. Tercera conclusión: Argentina y Brasil, temerosos por la falta de oxígeno en nuestra cancha, le han ganado a la selección boliviana, triunfando en primer lugar contra la altura, nuestra supuesta principal ventaja.

En 2001, el preparador físico Alfredo Weber me dijo en Buenos Aires que Bolivia no podía darse el lujo de perder con tan grande prerrogativa, que si se prepara convenientemente lo más probable es que se haga imbatible en La Paz. Weber tenía razón hasta cierto punto, pero vistas las cosas dos décadas después, está claro que mientras Bolivia ha ido perdiendo habilidades para usufructuar de la potestad que le da su ecosistema, las selecciones visitantes han encontrado la manera de humanizar el jugar en estas alturas que para mentalidades como la de Passarella era imposible.

El expediente de la altura, tal como se persiste en concebirlo, se ha convertido en la excusa que ha trascendido décadas y a la que en las últimas horas hay que agregar ciertas percepciones que dicen que nuestros jugadores son de madera (Faustino Asprilla), que la selección mexicana no debería perder el tiempo midiéndose con Bolivia porque no sirve como adversario de partido preparatorio a un torneo. La altura sería temible si tuviéramos un fútbol competitivo, tal como el desarrollado por Colombia que no juega en la altura de Bogotá (2.625 m.s.n.m), que lo hace en la calurosa Medellín, porque ha privilegiado el construir un fútbol de calidad con el impulso de conductores como Carlos Bilardo y Francisco Maturana (años 80 y 90).

La altura de El Alto sirvió de cuco cuando Always Ready demolió con suficiencia hace algunas semanas a Sporting Cristal (6-1), ese mismo equipo peruano que hace un año le ganó en la altura de La Paz a The Strongest sepultando sus aspiraciones de pasar a octavos de final de Copa Libertadores. Para decirlo sin vueltas: El fútbol se construye con fútbol, con procesos de largo aliento, con estructuras formativas y recién a partir de esa escala de prioridades se podrá pensar en que la altura sirve como última cuña  —no como primera— para alcanzar el triunfo o el éxito deportivo, y será sensato y síntoma de madurez entender a los que a pesar del pánico vienen y ganan, certificación indiscutible de que el juego se gana con juego y no con falsos fantasmas.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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