No llegan a diez. Hubo cientos de futbolistas excepcionales a lo ancho de la historia (¿por qué siempre a lo largo…?) y sólo 9 han ganado los tres títulos más codiciados: el Mundial, la Champions y el Balón de Oro.
Colectivos los dos primeros, individual el último. Ser campeón mundial es un sello que se lleva hasta el otro mundo. Es taaaaannnn difícil serlo que, aunque pasen cincuenta años, los presentarán en toda reunión o evento como “el señor tal, campeón mundial…” La Champions, a su vez, barniza de glamour y prestigio, y el Balón de Oro es un título de nobleza para toda la vida.
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Uno dice “Ruud Gullit, Balón de Oro 1987”, “Hristo Stoichkov, Balón de Oro 1994”… Casi deberían incluirlo en sus tarjetas de presentación. Cada vez que el liberiano George Weah es citado en una noticia se privilegia su condición de Balón de Oro 1995 antes que de presidente de su país. Y con frecuencia esto ni se menciona.
Son tres honores inigualables en el universo fútbol. Y apenas nueve predestinados han recibido ese beso de la gloria: dos alemanes, Franz Beckenbauer y Gerd Müller; tres brasileños, Rivaldo, Ronaldinho y Kaká; un inglés, Bobby Charlton; un italiano, Paolo Rossi; un francés, Zinedine Zidane; y un argentino, Lionel Messi.
Que Maradona, Pelé y Di Stéfano no integren esta selectísima galería parece una locura, casi blasfemo, aunque tiene una sencilla explicación: todos los jugadores tienen una carrera diferente. Pelé, por ejemplo, no jugó en el Viejo Continente, caso contrario podría haber levantado alguna Copa de Europa. En el apogeo de Maradona se otorgaba el Balón de Oro sólo a futbolistas de nacionalidad europea, por eso en 1986, cuando Diego deslumbró al planeta entero, el premio recayó en el ruso Igor Belanov, que estaba futbolísticamente a millones de años luz del Pibe de Oro. Di Stéfano inventó un club llamado Real Madrid, le imprimió su carácter indomable, pero siempre estuvo a contramano de la suerte en materia de selección, tanto con Argentina como con España. Fue campeón de Copa América, le faltó la del Mundo.
Para los títulos grupales se requiere no sólo del talento propio sino de una combinación de factores: pasar por un buen momento, integrar un equipo ganador, tener un técnico capaz, que no haya lesionados o suspendidos, que toque una ruta accesible… Y esa pizca de suerte indispensable. En el último instante de la final de 1978 entre Argentina y Holanda empataban 1 a 1. Una bola larga superó al marcador albiceleste Jorge Olguín, entró por detrás como una ráfaga Rensenbrink y, sin pararla, a la carrera, mandó un zurdazo que equivalía a una corona del mundo: si entraba, campeón Holanda. Fillol estaba vencido. Se detuvo el corazón de millones de argentinos… Pegó en el palo. Fueron al tiempo extra y ganó Argentina 3 a 1. Kempes no hubiese sido héroe, Rensenbrink sería un personaje nacional en su país, hoy nadie lo recuerda. Todo hubiese sido diferente.
Que Zico, Falcao, Sócrates, Junior, Toninho Cerezo no fueran campeones del mundo en aquel inolvidable Brasil de Telé Santana es casi increíble, era una orquesta que irradiaba un fútbol musical, precioso. Sin embargo, se topó con una Italia fantástica, seguramente la mejor de toda la historia, la de 1982. Defendía y atacaba con extraordinaria eficacia. Y con un Paolo Rossi que esa tarde tenía el teléfono de Dios. Tres estocadas de muerte le aplicó Paolo a Brasil y esa historia mundialista cambió abruptamente su capítulo final.
Los títulos, como los goles, son importantísimos, aunque no explican todo. Sí ayudan a dimensionar la grandeza de un deportista. Por esos vericuetos del destino se escapa para muchos el momento cumbre: la foto del festejo con la copa. Di Stéfano, Puskas, Gento, Kubala, Gianni Rivera, Sívori, Eusebio, Spencer, George Best, Zico, Teófilo Cubillas, Cruyff, Maldini, Baggio, Falcao, Sócrates, Junior, Platini, Gullit, Van Basten, Michael Laudrup, Rummenigge, Hugo Sánchez, el Pibe Valderrama, Batistuta, Butragueño, Cantona, Ryan Giggs, Dennis Bergkamp, Ibrahimovic, Beckham, Rooney, Neymar, Luis Suárez, Cristiano Ronaldo, Modric, Hazard, Lewandowski, Benzema, Harry Kane y decenas de notables más no obtuvieron el laurel mundialista y fueron o son sensacionales intérpretes del fútbol. Que Puskas, Cruyff o Zico no sean campeones del mundo… ¡Increíble!
Messi es el futbolista con más coronaciones en la historia -46- y el segundo con más goles -850-, no obstante, lo más resaltante de su bagaje es su juego, sus gambetas, sus pases geniales y sus asistencias. Si no hubiese acumulado tantos laureles tendríamos el mismo concepto de él. Maradona ganó sólo 12 campeonatos, pero ¿cómo atreverse a poner a Leo o a cualquier otro por encima de Diego sólo por sus trofeos…? Diego fue la épica total, la habilidad suprema unida a la valentía máxima.
Hay mil imponderables y circunstancias que confluyen para alcanzar el éxito. Y una muy importante: la calidad de los compañeros. Messi intentó por todos los medios que Neymar no abandonara el Barcelona, sabía que con él ganarían más cosas. Lo acaba de confesar Ney en una entrevista exclusiva que le hizo Romario: “No me fui del Barca pensando en ser el mejor del mundo. En mi última semana allí, Messi me preguntó: ‘¿Te vas porque querés ser el mejor del mundo? Te haré el mejor del mundo’, pero no se trataba de eso. Económicamente, (PSG) era mejor de lo que tenía en Barcelona y había brasileños jugando en París, estaba Thiago Silva, a Dani Alves recién lo habían firmado, Marquinhos, Lucas Moura, todos eran mis amigos. Quería arriesgarme”. Su partida fue un desastre para el Barça, que se debilitó notoriamente.
Ronaldo Nazario, Romario, Ibrahimovic, Van Nistelrooy, Michael Ballack, Eric Cantona, Batistuta, Kempes, Lothar Matthäus, Michael Owen, Roberto Baggio, Cannavaro, Totti no abrazaron la Copa de Europa, les faltó esa foto pese a sus campañas brillantes. Y otros, geniales, no recibieron el Balón de Oro. En varios casos, por injustas elecciones.
Lo más increíble de este rubro se llama Harry Kane. En 14 temporadas lleva 431 goles, siempre en el máximo nivel posible: Premier League, Selección de Inglaterra, Bayern Munich, máximo artillero histórico del Tottenham y de su selección y nunca pudo gritar campeón. De nada, ni de una copa menor. Una fatalidad. Fue al Bayern, que venía de coronarse en once Bundesligas consecutivas y quedó tercero. Ni siquiera una Copa de Alemania. Aún así, lo recordaremos como un delantero fantástico, de gol y clase, armador de juego, asistidor, jugador de equipo, gran capitán, siempre positivo.
Y su antípoda es Julián Álvarez, un caso único en la historia de este deporte, un buen elemento que a los 23 años ya había reunido 16 consagraciones, lo máximo a que puede aspirar un futbolista: campeón mundial y dos veces ganador de Copa América con Argentina, cinco torneos logrados con River, entre ellos Copa Libertadores y campeonato nacional, dos Premier League, Copa Inglesa y Champions con el Manchester City, además de otros certámenes menores. Y ahora se encamina a conquistar la Liga española con el Atlético de Madrid. Más que un fenómeno es un talismán. Lleva 112 goles totales, no demasiado. ¿Es Julián Álvarez más que Harry Kane…? No lo creemos.
Sólo aquellos 9 recibieron el guiño del destino. Mérito extraordinario, aunque los títulos no explican todo.