Debo hacer una confesión: no tengo instalado el chip de la adrenalina. No sé si es falla de fábrica o si no se incluyó en mi diseño, pero no me conmueve el rugido de un motor que impulsa a alguien a enfrentar condiciones adversas para ganar un trofeo. Sin embargo, la adrenalina también tiene sus armas: es sumamente contagiosa.

Entonces, el grito de “¡Ya llega Nosiglia!” del domingo no me movía un pelo. Había llegado el sábado, no como periodista, sino para cantar con mi grupo en uno de los escenarios previstos para animar a la gente. La verdad, estaba muerto de frío con los pies congelados por la lluvia; el día anterior, un ventarrón cargado de arena había impedido nuestra participación. No había dónde quedarse en el pueblo y el panorama no parecía demasiado alentador.

Uyuni estaba atestada de turistas —a la vista, más nacionales que  extranjeros— y comerciantes ocasionales —muchos de los que llevaron un auto aprovecharon para vender desde poleras hasta platitos de lechón—, y eso, más que alegrarme, me causó preocupación: había basura por doquier. El mismo salar que recibió a los corredores, se convirtió en campo abierto para parrilladas y campistas sin la menor intención de levantar sus desechos. Entristece ver ese manto blanco con manchas de carbón y bolsas plásticas.

La lejanía de nuestro escenario —para llegar a él había que atravesar todo el pueblo— parecía un despropósito: el área de Village, dedicada a las entidades que auspiciaban el evento, parecía un campo de stands e inflables destinados a batirse contra los fenómenos climáticos. ¿Ahí teníamos que cantar? ¿Alguien pasaría por estos lares para ver a unos entusiastas que quieren difundir su música?

Entonces sucedió el milagro: se encendió la pantalla gigante: “¡Ya llega Nosiglia!”, decían. La gente apareció por todo lado para recibir al héroe con banderas. “¡Hay que subir al escenario!”, nos indicaron. Lo hicimos y, a pesar de viento, empezamos a cantar algo que ni de casualidad estaba en el programa: Viva mi patria Bolivia. La repetimos cinco veces. Y es que aunque la adrenalina no sea parte de mi sistema; el rojo, amarillo y verde es contagioso. Cantamos con el alma. Y si por ahí alguien esperaba un análisis sesudo del Dakar, lo siento: con el corazón solo se siente.

Debo hacer una confesión: no tengo instalado el chip de la adrenalina. No sé si es falla de fábrica o si no se incluyó en mi diseño, pero no me conmueve el rugido de un motor que impulsa a alguien a enfrentar condiciones adversas para ganar un trofeo. Sin embargo, la adrenalina también tiene sus armas: es sumamente contagiosa.

Entonces, el grito de “¡Ya llega Nosiglia!” del domingo no me movía un pelo. Había llegado el sábado, no como periodista, sino para cantar con mi grupo en uno de los escenarios previstos para animar a la gente. La verdad, estaba muerto de frío con los pies congelados por la lluvia; el día anterior, un ventarrón cargado de arena había impedido nuestra participación. No había dónde quedarse en el pueblo y el panorama no parecía demasiado alentador.

Uyuni estaba atestada de turistas —a la vista, más nacionales que  extranjeros— y comerciantes ocasionales —muchos de los que llevaron un auto aprovecharon para vender desde poleras hasta platitos de lechón—, y eso, más que alegrarme, me causó preocupación: había basura por doquier. El mismo salar que recibió a los corredores, se convirtió en campo abierto para parrilladas y campistas sin la menor intención de levantar sus desechos. Entristece ver ese manto blanco con manchas de carbón y bolsas plásticas.

La lejanía de nuestro escenario —para llegar a él había que atravesar todo el pueblo— parecía un despropósito: el área de Village, dedicada a las entidades que auspiciaban el evento, parecía un campo de stands e inflables destinados a batirse contra los fenómenos climáticos. ¿Ahí teníamos que cantar? ¿Alguien pasaría por estos lares para ver a unos entusiastas que quieren difundir su música?

Entonces sucedió el milagro: se encendió la pantalla gigante: “¡Ya llega Nosiglia!”, decían. La gente apareció por todo lado para recibir al héroe con banderas. “¡Hay que subir al escenario!”, nos indicaron. Lo hicimos y, a pesar de viento, empezamos a cantar algo que ni de casualidad estaba en el programa: Viva mi patria Bolivia. La repetimos cinco veces. Y es que aunque la adrenalina no sea parte de mi sistema; el rojo, amarillo y verde es contagioso. Cantamos con el alma. Y si por ahí alguien esperaba un análisis sesudo del Dakar, lo siento: con el corazón solo se siente.

Que la música hoy ya no se hace como antes es algo que el cantautor Jorge Drexler tiene clarísimo. Por eso, a finales de abril, el uruguayo se puso a la vanguardia musical a la par de la visionaria artista islandesa Björk, que acababa de presentar su mesa interactiva para su disco Biophilia. Por su parte, el ganador del premio Oscar a Mejor Canción Original por Al otro lado del río (2005) lanzó un nuevo concepto: la “aplicación”.

N es el nombre de la aplicación para smartphones que contiene tres canciones que el usuario puede recrear “n” número de veces. Se trata de jugar con la creación original y participar activamente en sus diferentes versiones.

La primera canción se llama Habitación 316 y explora la poesía combinatoria, en la cual se puede interactuar con las letras, 24 versos que van apareciendo en un círculo conforme va avanzando el tema, a través de la libre elección de las frases. La temática trata del encuentro de dos desconocidos en una habitación de hotel y, con cada reproducción, se crea una distinta versión de lo que pudo haber pasado.

La segunda canción, Madera de deriva, trata sobre cómo el ir y venir en la vida  determina a cada individuo, por lo que la persona tendrá que desplazarse para desbloquear los diferentes instrumentos. En el tema participan la Orquesta Sinfónica del País Vasco y el coro de KUP Taldea.

Finalmente, la tercera canción, Décima a la décima, tiene diez estrofas de diez versos y el usuario puede elegir a uno de los diez cantantes que interpreta cada frase e ir alternándolos a gusto. En resumen, se trata de una experiencia altamente creativa que se encuentra en el sitio web del artista.

Your Love

Big Enough?

Lianne La Havas. Soul 

Reino Unido, Warner Bros, 2013

Tiene raíces jamaicanas por parte de madre y orígenes griegos del padre. Lianne Charlotte Barnes nació en Londres hace 23 años. Luego vino la adopción del nombre artístico, como es tan común en el mundo de la música y el cine. Ella es artista desde la niñez. Comenzó a cantar los temas que escuchaban sus padres. Quién le iba a decir que luego recorrería el mundo.

“Lo más surrealista es que me ha permitido conocer a Prince y Stevie Wonder”, dijo a la revista Shangay.com. Su primer disco, Is Your Love Big Enough?, mantiene una armoniosa calma y sus letras se dejan resbalar por el oído. (Gemma Candela)

Lucinda Williams

Williams

Country

EEUU, YouTube

Lucinda Williams hace country. Estadounidense, 60 años, compone. Hay que escucharla pegada al micrófono, rasgando su guitarra, para entender por qué se gano el título de dama de la canción norteamericana. Car Wheels on a Gravel Road, Drunken Angel, River Man Joy, Greenville, Hard Time Killing Floor, Over Time… temas propios y famosos porque ella les dio su impronta, famosos porque otros se los apropiaron. Las interpretaciones están en la red, con el privilegio de verlas encarnadas en una mujer que envejece sin perder fuerza. Hay que añadir que el guitarrista Dough Pettibone es parte de ese halo mágico que se genera en el universo de la Williams.

The Devil

Put Dinosaurs Here

Alice In Chains

Grunge EEUU, 2013 sol prod

Cuatro años después del Black Give Way to Blue llega el quinto álbum de estudio del cuarteto que es parte del sonido de los 90. Mientras el anterior trabajo sirvió para demostrar que superó el deceso del atormentado Layne Staley, éste profundiza en diferentes facetas grind y sludge, siempre guiadas por melodías disonantes. En términos técnicos, el álbum suena con mayor presencia y lejos de la sensación opresiva del anterior; la pulcritud del trabajo digital hace que la experiencia auditiva sea placentera. En una era en la que el Loudness War produce fatiga, es destacable un esfuerzo que conserve la potencia de la música sin sacrificar la dinámica. Musicalmente, el sonido no se aleja mucho del canon AIC; es posible remitir cada uno de los 12 tracks a anteriores trabajos. Hollow trae de vuelta a Down in a Hole, Pretty Done se conecta a Again y Scalpel a Brother. Esta serie de paralelismos prueba dos cosas: que el trabajo de AIC continúa en un proceso de exploración y que, menos optimista, la madurez de la banda impone cautela a la hora de producir nuevo material.

Que la música hoy ya no se hace como antes es algo que el cantautor Jorge Drexler tiene clarísimo. Por eso, a finales de abril, el uruguayo se puso a la vanguardia musical a la par de la visionaria artista islandesa Björk, que acababa de presentar su mesa interactiva para su disco Biophilia. Por su parte, el ganador del premio Oscar a Mejor Canción Original por Al otro lado del río (2005) lanzó un nuevo concepto: la “aplicación”.

N es el nombre de la aplicación para smartphones que contiene tres canciones que el usuario puede recrear “n” número de veces. Se trata de jugar con la creación original y participar activamente en sus diferentes versiones.

La primera canción se llama Habitación 316 y explora la poesía combinatoria, en la cual se puede interactuar con las letras, 24 versos que van apareciendo en un círculo conforme va avanzando el tema, a través de la libre elección de las frases. La temática trata del encuentro de dos desconocidos en una habitación de hotel y, con cada reproducción, se crea una distinta versión de lo que pudo haber pasado.

La segunda canción, Madera de deriva, trata sobre cómo el ir y venir en la vida  determina a cada individuo, por lo que la persona tendrá que desplazarse para desbloquear los diferentes instrumentos. En el tema participan la Orquesta Sinfónica del País Vasco y el coro de KUP Taldea.

Finalmente, la tercera canción, Décima a la décima, tiene diez estrofas de diez versos y el usuario puede elegir a uno de los diez cantantes que interpreta cada frase e ir alternándolos a gusto. En resumen, se trata de una experiencia altamente creativa que se encuentra en el sitio web del artista.

Your Love

Big Enough?

Lianne La Havas. Soul 

Reino Unido, Warner Bros, 2013

Tiene raíces jamaicanas por parte de madre y orígenes griegos del padre. Lianne Charlotte Barnes nació en Londres hace 23 años. Luego vino la adopción del nombre artístico, como es tan común en el mundo de la música y el cine. Ella es artista desde la niñez. Comenzó a cantar los temas que escuchaban sus padres. Quién le iba a decir que luego recorrería el mundo.

“Lo más surrealista es que me ha permitido conocer a Prince y Stevie Wonder”, dijo a la revista Shangay.com. Su primer disco, Is Your Love Big Enough?, mantiene una armoniosa calma y sus letras se dejan resbalar por el oído. (Gemma Candela)

Lucinda Williams

Williams

Country

EEUU, YouTube

Lucinda Williams hace country. Estadounidense, 60 años, compone. Hay que escucharla pegada al micrófono, rasgando su guitarra, para entender por qué se gano el título de dama de la canción norteamericana. Car Wheels on a Gravel Road, Drunken Angel, River Man Joy, Greenville, Hard Time Killing Floor, Over Time… temas propios y famosos porque ella les dio su impronta, famosos porque otros se los apropiaron. Las interpretaciones están en la red, con el privilegio de verlas encarnadas en una mujer que envejece sin perder fuerza. Hay que añadir que el guitarrista Dough Pettibone es parte de ese halo mágico que se genera en el universo de la Williams.

The Devil

Put Dinosaurs Here

Alice In Chains

Grunge EEUU, 2013 sol prod

Cuatro años después del Black Give Way to Blue llega el quinto álbum de estudio del cuarteto que es parte del sonido de los 90. Mientras el anterior trabajo sirvió para demostrar que superó el deceso del atormentado Layne Staley, éste profundiza en diferentes facetas grind y sludge, siempre guiadas por melodías disonantes. En términos técnicos, el álbum suena con mayor presencia y lejos de la sensación opresiva del anterior; la pulcritud del trabajo digital hace que la experiencia auditiva sea placentera. En una era en la que el Loudness War produce fatiga, es destacable un esfuerzo que conserve la potencia de la música sin sacrificar la dinámica. Musicalmente, el sonido no se aleja mucho del canon AIC; es posible remitir cada uno de los 12 tracks a anteriores trabajos. Hollow trae de vuelta a Down in a Hole, Pretty Done se conecta a Again y Scalpel a Brother. Esta serie de paralelismos prueba dos cosas: que el trabajo de AIC continúa en un proceso de exploración y que, menos optimista, la madurez de la banda impone cautela a la hora de producir nuevo material.