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Hombre sin mancha

Antonio Peredo, In memorian

/ 10 de junio de 2012 / 04:02

Antonio Peredo Leigue nació en Trinidad (Beni) en 1936. Su infancia transcurrió alternando entre Beni y Cochabamba. Con apenas 14 años comenzó su aprendizaje político; corría el año 1950 y estaba formándose el Partido Comunista. Para entonces, Antonio ya trabajaba como tipógrafo en el semanario Izquierda, que se publicaba en la capital trinitaria. Arrancaba así muy joven su larga carrera periodística.

En abril de 1952 se inauguró una nueva era en la historia boliviana, con la insurrección de obreros y campesinos que derrotaron al ejército de la oligarquía minero-feudal. El nuevo poder revolucionario, en los hechos, lo tenía la Central Obrera Boliviana (COB), pero los cobistas decidieron colaborar con los nacionalistas y apuntalaron la presidencia de Víctor Paz Estenssoro.

En este contexto, la familia Peredo arribó a La Paz en marzo de 1953, y se instaló en un modesto departamento. Antonio se vinculó a la Juventud Comunista, una de cuyas dirigentes era Diva Arratia, que desde entonces sería su entrañable amiga.

El resto de los años 50 fue de febril actividad política, siempre burlando a los órganos de represión. Al mismo tiempo que militaba, Antonio desplegaba su talento periodístico trabajando, entre otras, en las radios El Cóndor, Méndez y Nueva América, esta última dirigida por Raúl Salmón. Su privilegiada voz le permitía ser locutor de noticias, trabajar en el teatro radial y hasta en alguna ocasión, por ausencia del titular, relatar un partido de fútbol en el viejo estadio Luis Lastra. Infatigable, escribía como cronista en El Diario o Jornada, y por supuesto el semanario El Pueblo, del comunista Fernando Siñani. Integrante del Sindicato de Trabajadores de la Prensa, llegaría a ser presidente de su Tribunal de Honor.

La revolución cubana de 1959 sacudió a toda Latinoamérica. A través del teletipo que se usaba entonces, Antonio conocía la transición en Cuba de un proceso nacionalista hacia una revolución abiertamente socialista, a través de métodos de movilización de masas que incluían la lucha armada.

Esa lucha armada se intentó en Bolivia en 1967 con la guerrilla de Ñancahuazú. Dirigido por Ernesto Che Guevara, el grupo guerrillero tenía entre sus combatientes a Guido Inti Peredo y Roberto Coco Peredo. El Partido Comunista, que había ofrecido pleno respaldo a la guerrilla, terminó traicionando a los revolucionarios. Entonces nació el Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Perseguido por el régimen de René Barrientos, Antonio salió hacia Chile y colaboró en el rescate de los sobrevivientes de la columna guerrillera, entre los que estaba su hermano Inti; su otro hermano Coco no pudo sobrevivir.

Antonio ya era militante del ELN, que le encargó el trabajo de coordinación con otros movimientos revolucionarios. En 1969, Inti Peredo, que había retornado a Bolivia para organizar una nueva guerrilla, moría en La Paz enfrentando a las fuerzas represivas. La posta la tomaron otros militantes que en 1970 reiniciaron la lucha armada en Teoponte, una experiencia que terminó en desastre con la inmolación de decenas de jóvenes guevaristas.

En Chile, Antonio, profundamente dolido por estas noticias, redoblaba sus esfuerzos. El triunfo de la revolución chilena será también un triunfo para Bolivia, razonaba el hombre que ya era padre de dos hijas, Rocío y Marta, y también de Jorge y Carlos, los hijos de su esposa. La anhelada victoria no llegó, sino la derrota, y con ella las dictaduras militares. El terrorismo de Estado asoló nuestros países y eliminó a toda una generación política que creía en la opción guerrillera.

Retornado clandestinamente a Bolivia, cae preso en 1975 y pasa en la cárcel los siguientes años, encadenado con las manos atrás los primeros meses, lo que le dejó un anquilosamiento en los hombros que nunca pudo curar. Las primeras amnistías le permitieron recuperar su libertad y ser parte el año 1979 de la fundación del semanario Aquí, junto a Luis Espinal. Hasta ahora sigue siendo ejemplar el diálogo y la colaboración entre un jesuita teólogo de la liberación como era Lucho con un marxista de convicciones ateas como era Antonio.

Al salir de la cárcel había formado una nueva pareja con María Martha, también militante del ELN, y de esa relación nació su hijo Antonio en 1980. El núcleo familiar crecía con los hijos de su compañera: Fernando, Estefanía, Viviana y Julio. Antonio siempre decía que la vida le había regalado un total de nueve hijos.

Su amigo Espinal fue asesinado en marzo de 1980 y al poco tiempo sobrevino el golpe de Luis García Meza. Antonio y su familia tuvieron que salir del país y se asilaron en México. Posteriormente, el triunfo de la revolución sandinista motivó a la familia a viajar a Nicaragua en 1982; nuevamente ponía a prueba su internacionalismo, trabajando por un naciente proceso en tierras extrañas. Estuvieron en Managua hasta que Bolivia reclamó su presencia; era el momento de volver.

Pudo ver cómo el gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP) fracasaba, acosada por la derecha en el parlamento y por el sindicalismo en las calles. Ya había asumido la dirección de su querido semanario Aquí, convirtiéndolo en tribuna de denuncia del neoliberalismo. Sólo cuando la voluntad de unos pocos ya no alcanzaba para superar los problemas económicos, el periódico tuvo que cerrar.

Entonces se dedicó a la cátedra universitaria y a un voluntariado en la Fundación Che Guevara (Funche), que acogió a hombres y mujeres de todas las edades, en un esfuerzo por actualizar el pensamiento socialista en las nuevas condiciones abiertas por el ocaso neoliberal.

Consciente de la insurgencia de las naciones originarias aymaras y quechuas, Antonio aceptó acompañar a Evo Morales en las elecciones de 2002. Es indudable su aporte ideológico, político y simbólico a las transformaciones que el país vive desde el año 2006. En este último periodo le tocó ser legislador y cumplió la tarea con la misma pulcritud, honradez y sencillez con las que asumió todo lo que la vida le puso por delante.

Es grande el legado de Antonio, de este hombre que nunca manchó sus ideales. Lo es por su prolífica obra escrita en décadas de periodismo militante. Y lo es también por su elevada ética, forjada a lo largo de toda una vida de compromiso consecuentemente revolucionario. La consecuencia es saber comprender los cambios en el mundo a fin de transformarlo, de revolucionarlo. Antonio tenía esa capacidad y no se vanagloriaba por ello, esta humildad lo convirtió en maestro. Buen viaje, maestro.

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Estado, transnacionales y cooperativas

Dentro del sistema cooperativo se están decantando las cooperativas que, por efectos de acumulación de capital, han perdido su naturaleza inicial de ‘instituciones sin fines de lucro’, asumiendo   formas empresariales propias del capitalismo salvaje.

/ 13 de abril de 2014 / 04:03

La minería ha marcado nuestra historia económica colonial y republicana. Desde el descubrimiento del Cerro Rico de Potosí en 1545, cuyas riquezas llenaron por dos centurias las arcas del naciente capitalismo europeo; pasando, luego de la fundación de Bolivia y superada la decadencia de la minería potosina en el siglo XIX, por el dominio de los magnates de la plata: Aniceto Arce, José Avelino Aramayo y Gregorio Pacheco; continuando en la primera mitad del siglo XX con el auge de los barones del estaño: Simón Patiño, Mauricio Hochschild y Carlos Aramayo; hasta llegar a la revolución de 1952 cuya principal medida fue la nacionalización de las minas, que pasaron a ser administradas por el Estado, en una primera etapa bajo control obrero.

El 2 de octubre de 1952, con la fundación de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) en el contexto de un naciente capitalismo de Estado, se inicia la historia contemporánea de la minería en nuestro país. Desde los años cincuenta hasta 1985, la estatal minera definía las políticas minero-metalúrgicas porque tenía el control productivo directo de los yacimientos y de las labores de prospección y exploración. Sin embargo, durante la dictadura banzerista (1971-1978) resurgió un grupo de empresas privadas denominado “minería mediana”, gracias al recorte de atribuciones de la Comibol y por la información privilegiada que comenzó a traficar Geobol (Servicio Geológico de Bolivia), la institución encargada de las prospecciones. Finalmente, en octubre de 1985, la Bolsa de Metales de Londres dejó de operar con estaño, hundiéndose así el precio internacional del principal producto minero, lo que llevó al cierre de las minas estatales y al despido de 23.000 trabajadores.

Desde entonces se instauró en la minería el modelo neoliberal, cuya vigencia por más de veinte años nos condenó a seguir siendo un país primario exportador. El neoliberalismo operó a través de dos mecanismos:

1) La desnacionalización de los principales yacimientos mineros, que de Comibol pasaron al control de empresas transnacionales norteamericanas, europeas y asiáticas a través de licitaciones y bajo el formato de contratos de riesgo compartido (joint venture). Así fue cómo empresas extranjeras lograron la posesión de enormes reservorios mineros: en el occidente andino, la canadiense Coer D’alene Mins Corporation, que explota reservorios secundarios ricos de plata en el proyecto San Bartolomé; la japonesa Sumitomo que controla los enormes yacimientos de plata, plomo y estaño en San Cristóbal; la suiza Glencore asentada en las minas Bolívar y Porco; en la zona del precámbrico oriental la canadiense Orvana, la brasileña Votorantim y Glosobyk, que cuenta con capital inglés. El predominio de las transnacionales se mantiene, aunque en los últimos años hubo innegables avances nacionalizadores: la estatización de Huanuni, las nacionalizaciones de la metalúrgica Vinto, de la mina Colquiri y de las gigantescas reservas de Mallku Khota y el Mutún.

2) La otorgación de derechos de explotación a las cooperativas sobre áreas marginales que eran de la Comibol. El cooperativismo minero nació en 1939 con la fundación del “Sindicato de Palliris y Ckacchas libres” en la ciudad de Potosí, como una primera experiencia de asociación entre trabajadores que no disponían de capital para la explotación independiente de yacimientos minerales. Esta benigna forma cooperativa, décadas más tarde terminaría siendo utilizada y desvirtuada por el modelo neoliberal, que comprendió que para abaratar costos laborales, disminuir pagos tributarios y eludir pasivos ambientales bien podía acoplar las empresas privadas con las cooperativas. De ahí vienen los contratos de “subarrendamiento”, cuya legalidad hoy está siendo investigada.

Al interior del sistema cooperativo se están decantando las cooperativas que, por efectos de acumulación de capital, han perdido su naturaleza inicial de “instituciones sin fines de lucro”, asumiendo formas empresariales propias del capitalismo salvaje. En ellas se están acelerando los procesos de segmentación clasista entre los socios antiguos y los “trabajadores voluntarios”, a los que también se les suele denominar peones o makunkus. Los primeros son ya una nueva fracción de la burguesía minera, los segundos conforman una masa laboral que se desenvuelve en condiciones de precariedad: sin acceso a seguros de corto o largo plazo, sin estabilidad ni contrato, sin seguridad industrial, muchos de ellos menores de edad y sin derecho a asociarse en sindicatos. Para mencionar un dato: hay registrados 112.000 cooperativistas, pero de ellos solo el 16% aporta para el seguro obligatorio.

Son alarmantes los impactos ambientales de estas operaciones mineras que realizan escasas inversiones en tecnología. Se ven favorecidas por la negligencia de las autoridades que no hacen cumplir la Ley del Medio Ambiente. Las “cooperativas” auríferas son la prueba más palpable de esta afirmación.

Es urgente cambiar el Código Minero de 1997. Pero la nueva ley minera debe tener una orientación nacionalizadora, asegurando las áreas de reserva fiscal para que sean desarrolladas por el Estado a través de Comibol y su expansión hacia nuevas áreas mineras que pudieran ser objeto de reversión y estatización por razones de soberanía económica nacional, porque en dichas áreas no se cumple una función económica social, porque en sus operaciones no respetan los derechos laborales o por vulnerar los derechos de la Madre Tierra. Y junto con todo esto la necesidad de industrializar nuestros minerales en territorio boliviano, incrementando las inversiones estatales destinadas a tal fin.

El debate de la ley está girando apenas sobre unos cuantos artículos que  posibilitaban a las cooperativas firmar contratos con empresas privadas nacionales y extranjeras, manteniéndose como cooperativas. Esto es claramente inconstitucional y lesivo a los intereses del país y el Gobierno ha derrotado el bloqueo de caminos de los cooperativistas con sólidos argumentos nacionalizadores. Pero hasta aquí se ha tocado sólo una arista del problema; hay más aristas, como por ejemplo la necesidad de que el Estado, respetando al verdadero cooperativismo y la función social que desempeña generando empleo, sea capaz de controlar la calidad de ese empleo haciendo respetar los derechos de los trabajadores.

Si bien el tema impositivo ha sido postergado para otra ley, debe pensarse en incrementar la presión regalitaria. El año 2013, Bolivia exportó minerales por más de 3.000 millones de dólares, pero por regalías sólo quedaron para el país 131 millones, ¡poco más del 4%! Esto es inaceptable.

La nueva ley minera tendrá una duración de 20 años y en ella está en juego el proyecto de recuperación de los recursos naturales con que los movimientos sociales accedieron al poder. El dilema es: conservar o transformar este sector estratégico.

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Clase obrera y proceso político

Los cobistas cometieron un error garrafal al movilizar a la base laboral con afiebrados discursos en los que se llegó a proponer el reemplazo de Evo por ‘otro gobierno’, como afirmó un dirigente del magisterio de Santa Cruz.

/ 13 de octubre de 2013 / 04:00

Hace cinco meses, mientras asistía en Tarija a un foro debate sobre el proceso político en Bolivia —proceso al que denominamos Revolución Democrática y Cultural— uno de los asistentes me preguntó si era posible profundizar esta revolución política hacia una revolución económica y social sin la participación de la clase obrera. Le respondí inmediatamente que no, porque para consolidar un periodo de transición hacia la construcción de una nueva forma de socialismo comunitario es imprescindible la participación obrera dentro del bloque social revolucionario que gestó este proceso de transformaciones en 2000, en la denominada “guerra del agua”, cuando comenzó el derrumbe del neoliberalismo.

Aquella pregunta era muy pertinente porque en mayo de 2013 estaban en pleno auge las movilizaciones por la Ley de Pensiones que convocó la dirigencia de la Central Obrera Boliviana (COB) contra el gobierno de Evo Morales. Fuertemente influenciados por tendencias políticas de ultraizquierda, aglutinadas en el denominado Partido de los Trabajadores (PT), los cobistas cometieron un error garrafal al movilizar a la base laboral con afiebrados discursos en los que se llegó a proponer el reemplazo de Evo por “otro gobierno”, como afirmó un dirigente del magisterio de Santa Cruz. Esta orientación maximalista llevó a la COB inexorablemente al fracaso, ya que la huelga y las movilizaciones nunca lograron respaldo popular y al final la dirigencia sindical tuvo que retroceder casi en desbandada.

La desviación que llevó a la derrota tuvo origen en la caracterización que la ultraizquierda hace del actual Gobierno como “burgués y proimperialista”, una falacia simplificadora propia de las corrientes políticas de matriz ideológica limitadamente clasista y obrerista, lo que le impide comprender el abigarramiento de la formación social boliviana, cuyo análisis debe hacerse en clave compuesta de nación y clase.

El actual proceso de cambio se constituye por el despliegue dinámico de la lucha de clases sociales dentro del capitalismo que se combina, a momentos en forma contradictoria, con la lucha histórica de las naciones originarias contra el colonialismo interno. Ésa es la naturaleza dialéctica de este proceso en el que las tendencias estructurales anticapitalistas y anticolonialistas, expresadas en la acción política de clases explotadas y naciones oprimidas, posibilitan la transformación revolucionaria de las relaciones económicas de explotación, de las relaciones políticas de exclusión y de las relaciones culturales de opresión. Aunque siempre existe el riesgo de que este curso de transformaciones, debido a presiones externas, fragmentaciones internas o por concesiones programáticas, se agote o se revierta.

Volviendo al conflicto con la COB, luego de su desenlace, el Gobierno se planteó la tarea de recomponer rápidamente su relación con los obreros, al mismo tiempo que los trabajadores de base comenzaron a ajustar cuentas con las dirigencias ultristas dentro de los sindicatos. Esto es lo que acaba de ocurrir en el Sindicato de Trabajadores Mineros de Huanuni, una organización emblemática porque en ese distrito está la mayor concentración de proletarios de todo el país. Son 4.500 mineros que habían elegido hace más de un año a una directiva sindical radicalmente confrontada con el Gobierno. Esta directiva protagonizó la huelga de mayo, el bloqueo de carreteras en Caihuasi y la voladura de un puente ubicado en esa localidad.

Hoy, debilitada y aislada, esa ultraizquierda que por un tiempo se encaramó en la organización terminó defenestrada por una masiva asamblea general de los trabajadores, que decidió también aprobar la construcción de un nuevo pacto político de unidad con el gobierno de Evo Morales.

No cabe duda de que tal reposicionamiento obrero tendrá un fuerte impacto en el PT, pues este instrumento político ha perdido ya su columna vertebral; se sentirán los efectos también en la orientación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia y en la propia COB.

Veamos otro sector, el de los trabajadores en construcción. Este sector laboral es uno de los que más ha crecido debido al ciclo expansivo de las inversiones públicas y privadas en el rubro de nuevas construcciones de inmuebles. En las ciudades de Bolivia se pueden ver por todas partes edificios y complejos habitacionales en plena ejecución, lo que conlleva la contratación —como mano de obra eventual o a destajo— de gran número de trabajadores. Pero la organización sindical de este sector es débil y dispersa, en parte porque su dirigencia suele estar controlada por las grandes empresas constructoras, pero también por la escasa regulación que efectúa el Estado.

Esta docilidad de los sindicatos ha comenzado a cambiar en el último congreso de la Confederación Sindical de Trabajadores de la Construcción de Bolivia desarrollado en la ciudad de Santa Cruz. Allí, los obreros constructores eligieron una nueva conducción sindical y definieron como tarea la sindicalización masiva y obligatoria de todos los albañiles, maestros y ayudantes, así como pasar de los acuerdos verbales con los patrones a contratos colectivos de trabajo en todas las obras en construcción. Será también una forma de superar la situación de “obreros informales”, que es una de las peores herencias del neoliberalismo, en un país en el que menos del 20% de los trabajadores está sindicalizado.

En cuanto a los obreros fabriles, fue uno de los sectores más duramente golpeado por los despidos masivos, llamados con eufemismo “relocalizaciones” por el Decreto Supremo 21060, de agosto de 1985. Después, el sector fabril fue sometido por casi dos décadas a la flexibilización laboral del neoliberalismo, cuyo objetivo era disminuir las cargas sociales en favor de las ganancias del capital.

Hoy el sector fabril pasa por momentos de rápida reorganización sindical, lo que ha permitido potenciar a la Confederación General de Trabajadores Fabriles de Bolivia. Pero aún resta consolidar la organización de nuevos sindicatos, especialmente en las ciudades de El Alto y Santa Cruz, las dos mayores concentraciones de fábricas industriales de Bolivia.        

La importancia de que los sectores obreros se reincorporen al proceso de transformaciones, acordando una agenda programática con el gobierno de Evo Morales, radica no solamente en que permitirá cohesionar una fuerte base laboral de apoyo, sino también en que fortalecerá a las tendencias antiimperialistas y revolucionarias del proceso.

La referida agenda programática podría contemplar los siguientes aspectos: 1) una nueva Ley General del Trabajo que, preservando los avances logrados en la ley actual, permita avanzar en nuevos derechos para los trabajadores; 2) una campaña nacional de sindicalización masiva en todos los sectores que carecen de organización propia y 3) el fortalecimiento del sector social y comunitario de la economía, en alianza con el sector estatal nacionalizado.

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Mucho más que una cumbre

La Cumbre Antiimperialista y Anticolonial de Cochabamba entendió que la región vive el asedio permanente de Estados Unidos, que de propiciar golpes en los 70 ahora lo hace a través de órganos estatales y pretende frenar bloques de izquierda antiimperialistas.

/ 11 de agosto de 2013 / 04:03

El 2 de julio de 2013, cuando ocurrió el atentado contra la inmunidad diplomática del avión en que viajaba el presidente Evo Morales, recordé lo ocurrido hace 11 años, cuando un embajador estadounidense en Bolivia, Manuel Rocha, se atrevió a lanzar una monserga a los bolivianos exigiéndoles no votar por Evo en las elecciones nacionales a riesgo de perder la ayuda norteamericana. La insolencia terminó de catapultar al Movimiento Al Socialismo (MAS), que estuvo a punto de ganar las elecciones de 2002, antesala del triunfo de diciembre de 2005, que finalmente convirtió a Morales en presidente de Bolivia. Sobre Rocha, removido de su cargo se retiró a la actividad privada en un país caribeño.

Volviendo al atentado, poco a poco se fue develando que Washington presionó a gobiernos europeos signatarios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para que impidan el tránsito del avión presidencial, difundiendo a través de un embajador la información falsa y tendenciosa de que Edward Snowden —ex contratista de sus servicios de Inteligencia— estaba viajando en el aparato.

Aunque Barack Obama pretendió desentenderse del asunto, dejando que sus “aliados” asuman todo el costo político, la autoría norteamericana quedó al descubierto cuando su secretario de Estado, John Kerry, ante el anuncio de que Venezuela otorgaría asilo político al disidente, declaró: “Ningún avión venezolano que transporte a Snowden podrá pasar por espacio aéreo de Estados Unidos ni de ningún país miembro de la OTAN”.

Pero los genios del norte —que también se equivocan y esta vez, superando a Rocha, en escala internacional— nunca imaginaron que la reacción en Latinoamérica llegaría a tan altos niveles de solidaridad regional, de apoyo incondicional a Bolivia y de condena a la violación de convenios de las Naciones Unidas sobre convivencia pacífica entre países. Tampoco esperaban que a la postura de los gobiernos (especialmente de Argentina, Brasil, Venezuela, Uruguay, Ecuador, Nicaragua y Cuba) se sumaría luego la movilización de organizaciones sindicales, campesinas y populares, así como partidos políticos de izquierda, que protagonizaron acciones de masas en varias ciudades latinoamericanas.

Luego de casi una década vuelve a darse en la región una efervescencia antiestadounidense que no se veía desde aquella oleada de movilizaciones que hizo fracasar el año 2005 el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Hoy son multitudinarias concentraciones realizadas en La Habana, Managua, Guayaquil y, la más reciente, en Cochabamba, a la que podríamos sumar la reunión de partidos de izquierda del Foro de Sao Paulo.

La Cumbre Antiimperialista y Anticolonialista que se realizó en Bolivia tuvo una respuesta que rebasó las expectativas de la Coordinadora Nacional por el Cambio (Conalcam) que la convocó. Más de 1.500 delegados de los nueve departamentos en el ámbito nacional y casi 400 representantes de una veintena de países, la mayoría latinoamericanos, pero también de Europa y Asia, configuraron un resonante éxito internacional cuyo cierre congregó a casi 200.000 personas en la avenida Blanco Galindo.

La cumbre ha fijado estrategias para contener y revertir la ofensiva imperialista estadounidense en el continente. Esa ofensiva comenzó con el golpe de Estado contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, en junio de 2009, asonada muy bien caracterizada por Hugo Chávez: “Éste es un golpe contra la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América”.
El golpe hondureño retrasó la expansión del Alba, pero no logró destruir esa alianza entre los gobiernos antiimperialistas de Venezuela, Bolivia, Cuba, Nicaragua y Ecuador.

Posteriormente, en abril de 2011, los gobiernos de Sebastián Piñera, en Chile; Alan García, en Perú; Juan Manuel Santos, en Colombia, y Felipe Calderón, en México, conformaron la Alianza del Pacífico, un bloque único comercial que funciona bajo los principios neoliberales de apertura irrestricta a las inversiones externas, flexibilización laboral y libre circulación de capitales. El Gobierno de Estados Unidos promueve desde entonces la ampliación a otros gobiernos de este bloque que reaviva su viejo proyecto del ALCA.

La existencia de bases militares que pueden ser utilizadas por tropas estadounidenses en Guantánamo (Cuba), Palmerola (Honduras), Palanquero y otras seis más en Colombia constituyen un factor de riesgo en nuestra región. A ello se suma la manifestación de interés por parte del gobierno colombiano para ingresar a la OTAN, un bloque militar anticomunista surgido en plena guerra fría y que, en los últimos años, ha realizado operaciones bélicas de agresión en la ex Yugoslavia, en Irak, en Afganistán y en Libia. La Cumbre Antiimperialista se pronunció en torno a estos tres temas. Condenó las formas de desestabilización y neogolpismo contra los procesos de transformación en el continente.

Analizó que ya no son esos clásicos golpes de Estado en los que las tropas militares ocupan posiciones y bombardean los palacios de gobierno, como hizo Augusto Pinochet contra Salvador Allende en 1973. Ahora son modalidades conspirativas que operan sistemáticamente desde algunos medios de comunicación y el control de los poderes Judicial y Legislativo contra el Ejecutivo; así fueron los casos de Honduras y el derrocamiento de Fernando Lugo en Paraguay.

La cumbre planteó la necesidad de organizar un proyecto político y un instrumento político antiimperialista en toda Latinoamérica, lo cual pasa por la unidad y la defensa común entre gobiernos progresistas y revolucionarios, así como la acción coordinada de movimientos sociales, sindicales y populares de todos los países. En el tono de los debates prevaleció el postulado de que un antiimperialismo y anticolonialismo consecuentes suponen también un anticapitalismo consecuente, ya que el imperialismo no sólo actúa desde fuera de nuestras fronteras, sino que encuentra sus aliados internos en las oligarquías y en las fracciones más fuertes de las burguesías en cada país.

Pero a su vez este planteamiento anticapitalista conduce a la necesidad de avanzar en la construcción de un nuevo socialismo, que en el caso boliviano es definido como “socialismo comunitario”.

En lo económico, el evento planteó como tarea de primer orden acelerar la integración de nuestras economías bajo enfoques de complementariedad y no de competitividad, como sugieren los neoliberales. También se afirmó que cada país debe lograr su soberanía económica a través del control sobre los recursos naturales estratégicos implementando procesos de nacionalización. En cuanto a los servicios básicos, el acceso a ellos por la población debe ser un derecho humano y no una fuente de negocio privado.

La cumbre se pronunció contra la presencia militarista de la OTAN, postulando una Latinoamérica libre de guerras. Para esto exigió el inmediato cierre de todas las bases militares que sirvan a intereses imperialistas de agresión. Por estas cosas, lo de Cochabamba fue mucho más que una cumbre.

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Un exabrupto judicial contra Evo Morales

La supuesta denuncia presentada por la diputada Norma Piérola en La Haya es una falacia. Aquel tribunal no es capaz de atender trámites a título  personal, mucho menos si no se tratan de casos de lesa humanidad o de guerra.

/ 10 de febrero de 2013 / 04:00

Días atrás, la diputada Norma Piérola sorprendió al ambiente político al anunciar que había presentado en la Corte Penal Internacional de La Haya una demanda contra el presidente Evo Morales. Rápidamente varios medios de comunicación amplificaron la noticia, olvidando las repetidas veces que sobre diversos temas esa legisladora mintió públicamente. Esta vez no fue la excepción, pues afirmó que “la demanda ha sido admitida”. Luego se constató que no hubo tal admisión y que a la señora sólo le dieron una nota de recepción de documentación.

La Corte Penal Internacional (CPI) es un tribunal que tiene personalidad jurídica internacional y no forma parte de las Naciones Unidas, aunque se relaciona con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en los términos del Estatuto de Roma, que es su norma fundacional. Tiene su sede en la ciudad de La Haya, en los Países Bajos (Holanda).  

El origen histórico de la CPI es la creación de los tribunales internacionales de Nuremberg y Tokio, para juzgar a los criminales de guerra de Alemania y Japón por los delitos cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Posteriormente, en los albores de la creación de la ONU, el Consejo de Seguridad encomendó a un panel de expertos explorar la posibilidad de establecer una corte permanente de justicia en materia criminal, complementaria a su principal órgano judicial, la Corte Internacional de Justicia. La idea prosperó después de la Guerra de los Balcanes y las denuncias de “limpieza étnica” en Yugoslavia (1991-1995) y del genocidio en Ruanda (1994).

Por estos trágicos hechos y por el desarrollo alcanzado por el derecho internacional, se celebró en la ciudad de Roma una Conferencia Diplomática de Estados miembros de las Naciones Unidas sobre el establecimiento de una corte penal internacional, en cuya acta final, suscrita el día 17 de julio de 1998, se estableció la CPI.

El órgano entró en vigencia a partir del 1 de julio del 2002. Su competencia y funcionamiento se rigen por las disposiciones del mencionado Estatuto de Roma. El EstadoPlurinacional de Bolivia ha ratificado el Estatuto de Roma mediante Ley 2398, del 24 de mayo de 2002, y ha realizado depósito del instrumento el 27 de junio de 2002.

La CPI es una instancia judicial que complementa y no reemplaza ni sustituye a los órganos judiciales de cada país. Ha sido creada por los Estados con el objetivo de juzgar los crímenes de guerra y de agresión, de genocidio y de lesa humanidad. Se trata de casos realmente particulares, de crímenes gravísimos que pueden ser cometidos en guerras entre países o en sangrientas confrontaciones (guerras civiles) dentro de los países. Como fácilmente se puede colegir, ninguna de ambas situaciones se ha presentado en Bolivia y menos en la última década, por lo que la demanda de marras no tiene fundamento material o jurídico para prosperar.

Pero el costoso viaje a Europa forma parte de una campaña internacional de desprestigio contra el gobierno de Evo Morales. ¿Quiénes patrocinan estas acciones de agravio contra nuestro país?, ¿de dónde sale el dinero para traslados y looby?, ¿hay una estrategia política extranjera de la que la diputada cochabambina es únicamente operadora?

Piérola, lo mismo que su jefe partidario, Manfred Reyes Villa, es activa militante que ha participado de varias reuniones de una organización denominada UnoAmérica, que es una plataforma política de extrema derecha conducida por el venezolano Alejandro Peña Esclusa, personaje que tuvo protagónica participación en su país en el fracasado golpe antichavista del año 2002. Esta plataforma se formó en diciembre del año 2008 en la ciudad de Bogotá (Colombia) con el objetivo de cerrar el paso al “Foro de Sao Paolo” en el que está aglutinada la izquierda latinoamericana.

En uno de los párrafos de la declaración con la que se fundó UnoAmérica puede leerse: “Actualmente hay 14 países latinoamericanos, cuyos gobiernos pertenecen o están vinculados al Foro de Sao Paolo, y aunque llegaron al poder por la vía democrática, muchos de ellos están destruyendo la democracia y coartando las libertades, como es el caso de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Kirchner y Daniel Ortega”. Puede verse que las campañas de ataque a estos presidentes se dan en aplicación de esta línea política.

La investigadora argentina Stella Calloni ha descubierto los lazos financieros que la organización derechista tiene con la National Endowment for Democracy (NED), que según publicó en marzo de 1997 el New York Times: “Se creó para llevar a cabo públicamente lo que ha hecho subrepticiamente la Central Intelligence Agency (CIA) durante decenios. Gasta 30 millones de dólares al año para apoyar a partidos políticos, sindicatos, movimientos disidentes y medios informativos en docenas de países”.
Además, UnoAmérica recibe fondos de la Fundación para el Análisis Económico Social (FAES), que dirige el expresidente español José María Aznar. Sería muy interesante seguir la evolución de las investigaciones que actualmente se efectúan en España, a propósito del escandaloso desvío de “dinero oscuro” proveniente de manejos corruptos en la administración pública a las cuentas del Partido Popular (PP), del cual es uno de sus dirigentes históricos el propio Aznar, cuya Fundación pudiera haberse beneficiado con parte de ese botín.

No puedo concluir estas líneas sin referirme a un caso similar al exabrupto judicial contra Evo. La misma aberrante forma de acusación la aplicó hace seis años el exfiscal general Mario Uribe contra mí, tratando de inculparme nada menos que de genocidio por los sucesos de noviembre de 2007, en Sucre. En mi defensa, para aclarar lo sucedido y para poner en evidencia las inconstitucionalidades e ilegalidades cometidas por Uribe, escribí junto a la periodista Luisa Limachi un libro titulado Historia de una conjura, cómo intentaron hacer fracasar la Constituyente. Hoy que el proceso de cambio sufre este ataque internacional, deberíamos escribir otro libro en el que pongamos en evidencia que la derecha boliviana, por un cálculo político doméstico, no vacila en traicionar a la patria en los foros internacionales.

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De litigios y procesos de integración

Rada vincula los varios diferendos territoriales que viven muchos   Estados de Latinoamérica con un proceso paralelo de integración regional, en particular con el eventual ingreso de Bolivia como miembro pleno del Mercosur.

/ 9 de diciembre de 2012 / 04:00

Hoy, Latinoamérica parece oscilar entre los diferendos históricos que intentan ser resueltos por la vía del diálogo entre Estados o acudiendo a las instancias judiciales internacionales. Los procesos de integración política y económica siguen avanzando, pese a un contexto de deterioro económico regional por el impacto de la crisis internacional.

Aquellos diferendos se gestaron    a lo largo de dos siglos, luego de los procesos independentistas y la cruenta formación de nuevos Estados en el continente. Son una herencia histórica que sigue generando tensiones en varios lugares del continente, pero cuya resolución es la condición necesaria para profundizar los procesos de integración en curso.

Sobre estos asuntos fueron dos las novedades que se presentaron en las últimas semanas. Por una parte, la sentencia de La Haya sobre el diferendo marítimo entre Colombia y Nicaragua, y, por otra, la invitación de los países miembros del Mercado Común del Sur (Mercosur) para que Bolivia sea parte de este bloque.

El 19 de noviembre, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya (Holanda) —que es la máxima instancia judicial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) creada a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial en 1945— delimitó la frontera marítima entre Nicaragua y Colombia en el mar Caribe. La resolución fue muy bien recibida en Managua, pues amplió la soberanía marítima nicaragüense, pero causó malestar en Bogotá, cuyo Gobierno anunció que podría desconocer la jurisdicción de la Corte y desacatar el fallo.

Las repercusiones llegaron hasta Chile y Perú, cuyos gobiernos esperaban con mucho interés la sentencia, por las implicaciones que tiene para su problema de delimitación marítima en la zona en la que ambos países tienen frontera. Hay que recordar que en enero de 2008 el Gobierno peruano presentó ante la Corte Internacional de Justicia el “caso concerniente a la delimitación marítima entre la República del Perú y la República de Chile”. Desde entonces, el caso sigue avanzando y ha llegado ya a la fase de alegatos orales, en la que los equipos de juristas internacionales que representan a ambos estados exponen los argumentos legales e históricos para sustentar su demanda e impugnar las razones de la otra parte.

El Gobierno de Bolivia está atento a esta fase de debates, porque pueden aparecer nuevos elementos que enriquezcan nuestra propia demanda marítima, en fase final de elaboración para su posible presentación ante la CIJ. Es pronto todavía para arribar a conclusiones, tomando en cuenta que la sentencia en este caso salga a mediados de 2013. Sin embargo, siendo la resolución del problema abierto con la guerra de 1879 algo irrenunciable para el interés boliviano, nuestro país sigue ratificando su profunda convicción pacifista e integradora.

En orden a esta voluntad integradora, la invitación por el bloque del Mercosur para el ingreso como miembro pleno de Bolivia es una muestra de que naciones vecinas tan importantes tienen confianza en el rol que puede tener nuestro país para la consolidación geopolítica, no tan sólo económico-comercial, del bloque.

Nuestra ubicación en el centro de Sudamérica, como parte de los tres grandes pisos ecológicos de la región: andino, amazónico y platense, constituye un factor ventajoso que fue tomado en cuenta al momento de decidir firmar el “Protocolo de Adhesión” el viernes en Brasilia. Este documento, suscrito por el presidente Evo Morales, fue también rubricado por los mandatarios Dilma Roussef, de Brasil; Cristina Fernández, de Argentina; José Mujica, de Uruguay; y el representante de Venezuela.

La presencia en esa reunión del mandatario de Ecuador, Rafael Correa, puso de manifiesto que también ese país tiene interés en seguir los pasos de Bolivia, con lo que el Mercosur pasará a convertirse (por su potencial energético, productivo y de consumo) en el más importante proceso de integración económica al interior de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), al punto de que el nombre con que nació hace dos décadas —“mercado común”— quede chico para sus actuales proyecciones. Esto es algo que debieran tomar en cuenta los que siguen analizando al bloque únicamente en sus aspectos arancelarios, dejando en claro que el tema de aranceles es importante y será discutido en función del interés de nuestro país.

Hay otros aspectos a los que se les tiene que dar la misma o mayor importancia, como son los proyectos de integración energética que a Bolivia le interesa impulsar. Estos proyectos, a tiempo de darle valor agregado a nuestra producción gasífera, podrían también ampliar los actuales mercados argentino y brasileño, o abrir nuevos mercados en la región. En este aspecto energético entra también la industrialización minera bajo condiciones de soberanía económica —por lo que tendrán que estar en manos del Estado y no de privados— de nuestras enormes reservas de minerales estratégicas (como el litio o el indio).

No hay que perder de vista que los estados del Mercosur son los de mayor producción mundial de alimentos básicos, por lo que su importancia en las próximas décadas crecerá en magnitud asombrosa. Bolivia tiene que ser parte de proyectos regionales de industrialización de alimentos, de manera que ya no seamos tan sólo exportadores de commodities.

Bolivia se ubica en esta región donde se encuentran las mayores reservas planetarias de agua dulce (con la excepción de la Antártida), por lo que los proyectos compartidos entre varios países de preservación y uso sustentable de esas reservas tendrán, en el futuro inmediato, carácter estratégico.

Como se puede ver, el proceso de adhesión tiene que darse con una agenda propia, capaz de lograr respaldos entre los gobiernos y los pueblos de las naciones vecinas. Tal vez ahí radica la clave para una inserción positiva de Bolivia en el pacto regional. Pero queda una cuestión abierta que sólo el tiempo podrá responder: ¿en el proceso de integración, terminará prevaleciendo la agenda del Vivir Bien, del respeto a la Madre Tierra, o la integración potenciará las tendencias desarrollistas ya presentes en nuestros respectivos países?

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