El MAS: la izquierda en el centro
El estilo de acción de Evo Morales es una combinación de retórica radical con decisiones moderadas. El MAS —y su gobierno— habita en ese arco porque es el único actor que articula los polos ‘neodesarrollismo’ e ‘indígena’, sin afincarse en uno de ellos. Ahí radica su capacidad hegemónica.
El proceso electoral y sus resultados han puesto en la mesa de discusión la identidad política del Movimiento Al Socialismo (MAS) como partido de gobierno y la orientación ideológica de su modelo estatal. En estas líneas ensayo algunas reflexiones al respecto analizando el rol del líder, los rasgos del partido y las características de su proyecto político.
EL LÍDER. El talento del liderazgo de Evo Morales se expresa en su aptitud para ocupar el centro del espacio de discursividad política. En ese hecho radica la capacidad hegemónica del proyecto político del MAS transformado en proyecto estatal. El estilo de acción que caracteriza el desempeño de Evo Morales es una combinación de retórica radical con decisiones moderadas. Un ejemplo de esa conducta fue el apoyo al referéndum sobre el gas convocado por Carlos Mesa y la ratificación de su apuesta a una nacionalización “legal”, a contramano de Jaime Solares o Felipe Quispe, que concebían el cumplimiento de la “agenda de octubre” como confiscación y expulsión de las empresas extranjeras. De esta manera, Evo Morales ocupó el centro del espacio de discursividad política y esa postura explica, en cierta medida, su victoria con mayoría absoluta en diciembre de 2005.
En su primera gestión gubernamental, cuando la polarización ideológica dividía profundamente a la sociedad en torno a la Asamblea Constituyente, el discurso del MAS ordenó el campo político porque la retórica radical anuló las críticas desde la izquierda y desde el indigenismo —Jaime Solares y Felipe Quispe, para citar un extremo— y la adopción de decisiones moderadas desbarataron los cuestionamientos desde la derecha — la “media luna” y Jorge Quiroga, en el otro extremo—.
Las decisiones moderadas se tradujeron en la incorporación de las autonomías departamentales en el nuevo orden constitucional desoyendo los reclamos de las organizaciones indígenas del Pacto de Unidad, que concebían el Estado Plurinacional sustentado exclusivamente en las autonomías indígenas con derecho a la autodeterminación.
Esos días intensos, ante una pregunta del padre (Eduardo) Pérez Iribarne en radio Fides, Evo Morales declaró que “originarios somos todos, unos milenarios y otros contemporáneos”, una manera de relativizar las diferencias identitarias que contraponían lo étnico con lo regional, los indios versus los cambas. En otra oportunidad, en la efeméride departamental de Santa Cruz, en aquellos lejanos años en los que el empresariado cruceño no lo invitaba a la Feria Internacional, Evo Morales profirió una respuesta al presidente del Concejo Municipal que, en esa sesión de honor, le había reprochado por el centralismo y la falta de apoyo gubernamental a esa región. Entonces, Morales dijo: “La bandera cruceña lleva el color verde, también es verde la hoja de coca, y de ese color es la camiseta de la selección nacional”, una suerte de enunciado que incidió en las particularidades y su intersección en algo que las comunica, lo común.
Algo similar puede señalarse para explicar por qué Evo Morales encabezó la marcha del Consejo Nacional por el Cambio (Conalcam), que culminó en el cerco al Congreso para forzar la convocatoria al referéndum para la aprobación de la nueva Constitución. La presencia protagónica de Evo Morales era la única garantía para controlar la presión popular y encauzarla hacia la concertación con la oposición que controlaba el Senado y, por ende, tenía capacidad de veto. Esa capacidad le permitió modificar varios artículos, pero la convocatoria se viabilizó —victoria oficialista— y la Constitución Política del Estado se aprobó en referéndum con casi dos tercios de votos.
Finalmente, en el recorrido de su segunda gestión, y ante las protestas que revirtieron el “gasolinazo” (diciembre de 2010) y las movilizaciones que frenaron la decisión de construir la carretera por el corazón del TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure) en octubre de 2011, Evo Morales propuso la Agenda Patriótica del Bicentenario 2025 para redefinir la orientación del modelo de desarrollo. De esa manera adopta una visión de continuidad histórica que ya no niega los aportes del período republicano ni las conquistas del ciclo del nacionalismo revolucionario. Es un giro programático porque relativiza la prédica descolonizadora de los primeros años de su gobierno y permite ampliar su convocatoria a otros actores sociales sin soslayar la importancia de lo campesino-indígena como matriz cultural y base política del Estado Plurinacional. Ese giro programático fue otro avance al centro del espacio de discursividad política que le permitió abrir su interpelación a sectores de clase media urbana e incluso a empresarios, antaño acérrimos rivales del MAS. Y ese avance al centro del campo político también permite explicar la victoria de Evo Morales por mayoría absoluta en las elecciones generales de octubre de 2014. Además, pragmáticamente o por cálculo racional, cualquier candidato con pretensiones de victoria debe recorrerse al centro y moderar sus propuestas para conquistar el apoyo del votante mediano, única posibilidad de conseguir la mayoría absoluta. En ningún caso los avances de Evo Morales —y del MAS— al centro del espacio de discursividad política significaron una traición a sus posiciones ideológicas, un alejamiento de sus posturas de izquierda. Ningún partido ni instrumento político se convierte en una fuerza de centro, porque el centro no es una doctrina ni un programa, simplemente es un “lugar geométrico” que define la aptitud de una fuerza política para desplegar su capacidad hegemónica articulando los elementos ideológicos y/o las demandas en disputa.
EL INSTRUMENTO. El Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) se ha convertido en un “partido predominante” y ese sello marca al propio (precario) sistema de partidos, término que se utiliza para caracterizar las interacciones políticas en la arena legislativa. Los comicios de octubre no solamente ratificaron la supremacía electoral del MAS, (sino) también la capacidad hegemónica de su proyecto político. El tono azul del mapa electoral muestra el avance territorial del MAS porque venció en ocho departamentos, incluido Santa Cruz. Se trata de su consolidación como partido nacional y es la única organización política con ese sello. También obtuvo mayoría calificada en las dos cámaras legislativas para reproducir la concentración de recursos de poder institucionales.
Con esos resultados se consolidó la tendencia a la formación de un “sistema de partido predominante” (esta tipología sigue las pistas del politólogo Giovanni Sartori) porque existe competencia, pero no competitividad, es decir, los rivales del MAS apuestan a la victoria, pero no logran su propósito por diversas razones, entre ellas —según sus declaraciones ex ante— porque no unifican fuerzas detrás de una sola candidatura.
Los sistemas de partido predominante corresponden a una modalidad de pluralismo político porque existen partidos, distintos del principal, que son “legales y legítimos —aunque no forzosamente eficaces—competidores del partido predominante” y “la rotación no ocurre (…) mientras su principal partido se vea constantemente apoyado por una mayoría ganadora de los votantes”. Otro rasgo de esa caracterización es temporal, se refiere a la cantidad de veces que el partido predominante vence en elecciones consecutivas con mayoría absoluta y una nítida diferencia respecto a su inmediato rival, un hecho que denota cierta estabilización de las preferencias electorales.
El MAS venció en tres elecciones consecutivas, superando el umbral de la mayoría absoluta (54%, 64% y 61%) y con diferencia de 25, 38 y 37 puntos sobre el segundo en la votación. Su carácter “predominante” se refuerza con los rasgos que presenta el sistema de partidos, si es que consideramos otras unidades constitutivas, es decir, a los partidos de oposición. Éstos se limitan al Partido Demócrata Cristiano (PDC) y a una coalición (Unidad Demócrata) conformada por Unidad Nacional y el Movimiento Democrático Social. Ambas bancadas se sitúan a la derecha del MAS, que terminó copando el centro y la izquierda del espectro político porque los partidos que cuestionaban el proyecto oficialista, enarbolando consignas progresistas (Movimiento Sin Miedo, MSM) o indigenistas (Partido Verde de Bolivia, PVB), obtuvieron una exigua votación y perdieron su personería jurídica.
Se trata de la tercera recomposición de fuerzas en el campo opositor en el transcurso de una década y los partidos que obtuvieron representación parlamentaria son organizaciones sin crecimiento (UN), de reciente creación (MDS) —tienen además el desafío de mantener la unidad de su bancada— y en proceso de refundación (PDC). Si estas fuerzas políticas no se consolidan, existe el riesgo de transitar a un sistema de partido hegemónico con las implicaciones negativas de la mengua de la competencia electoral y del pluralismo político.
Por lo pronto, la ratificación de un formato de sistema de partido predominante reproducirá los rasgos de la segunda gestión gubernamental de Evo Morales porque el proceso decisional sigue concentrado en una sola fuerza política y se ha reforzado el liderazgo presidencial. Las modalidades de implementación de la Agenda Patriótica del Bicentenario 2025 dependerán de la configuración del poder político en el nivel subnacional, después de las elecciones subnacionales en marzo de 2015, esto es, si la gestión pública será descentralizada y cooperativa o, bien, centralizada y sin distribución vertical de poder en términos pluralistas.
En la medida en que la Agenda Patriótica definirá el derrotero del modelo de desarrollo, la generalidad de los actores políticos y sociales adecuarán su conducta a ese proceso de diseño e implementación de políticas públicas. Ante la inexistencia de control multipartidario (control oficialista del Órgano Legislativo) y la debilidad del control contramayoritario (por la crisis del Tribunal Constitucional) es probable que las restricciones o limitaciones al decisionismo presidencial provengan de las movilizaciones ciudadanas y de las acciones de protesta, tal como ocurrió entre 2010 y 2012 en torno al “gasolinazo” y al TIPNIS. Eso dependerá de la aptitud del partido de Gobierno para encontrar puntos de equilibrio entre el interés general y las demandas corporativas y regionales. Una búsqueda que, generalmente, conduce al centro.
EL PROYECTO. El avance al centro del espacio de discursividad política y el giro programático con la adopción de la Agenda Patriótica del Bicentenario 2025 por parte del MAS han abierto un debate acerca de su apego o desapego respecto a su filiación izquierdista. Es un debate irrelevante porque esa filiación es incuestionable, lo que resulta difícil es precisar los rasgos que definen a la izquierda boliviana en esta época.
Nadie alinearía al MAS en el “socialismo del siglo XXI” propugnado por Hugo Chávez. Tampoco afirmaría que su proyecto es “socialismo comunitario” porque las políticas distributivas y redistributivas denotan la importancia del retorno del Estado, pero no se asemejan al “Estado de bienestar” de la socialdemocracia, así como la faceta comunitaria del Estado, aledaña a su carácter plurinacional —ambos con mayúscula en la CPE—, fue minimizada en la retórica oficialista. Algunos definen la identidad de la izquierda por sus críticas al capitalismo o la superación del liberalismo, entonces, la izquierda es anticapitalista y posliberal, una postura que no proporciona elementos para definirla de manera positiva. Más vagas son las apelaciones a la “emancipación” como sucedáneo de la revolución y menos convincentes resultan las nostálgicas invocaciones al proletariado o a la alianza obrero-campesina.
Así las cosas, prefiero situar mi intelección en otras coordenadas de análisis, aquellas que se refieren a los rasgos que presenta el modelo de desarrollo (económico, político, social, cultural) afín al Estado Plurinacional, puesto que el proceso (de cambio) se transmutó en proyecto (estatal).
Siguiendo una tipología elaborada por Fernando Calderón para caracterizar las orientaciones programáticas en América Latina —cuando el “giro a la izquierda” modificó el mapa político de la región— utilizo la noción de “neodesarrollismo indígena” para referirme al caso boliviano. El modelo boliviano tiene como elementos novedosos al Estado Plurinacional, la democracia multicultural y la democracia intercultural, configuraciones institucionales que tienen como sustrato y referente a las naciones y pueblos indígena originario campesinos y sus derechos colectivos, aparte de sus cosmovisiones que alimentan el paradigma del Vivir Bien. Estos elementos habitan en el polo “indígena” de un arco o imán que tiene en el otro polo al “neodesarrollismo”, una tendencia general en América Latina que, según Antonio Araníbar y Benjamín Rodríguez, tiene las siguientes características: retorno a la centralidad del Estado, preservación de la estabilidad macroeconómica, crecimiento inusitado de las exportaciones, ampliación del mercado interno y presión del crecimiento económico sobre los recursos naturales.
Es evidente que el inédito crecimiento económico del país y los logros en la lucha contra la pobreza y la desigualdad social se explican por el renovado rol del Estado, así como, por la demanda y los precios de las materias primas. Quienes enfatizan en este segundo aspecto apuntan a denunciar el carácter extractivista del patrón primario-exportador adoptando —desde la izquierda— una posición crítica respecto al gobierno del MAS, porque asimilan extractivismo con capitalismo, más aún si la inversión pública privilegia la industrialización.
Las críticas al extractivismo como expresión de “neodesarrollismo” se combinan con la defensa —desde la izquierda— de los derechos colectivos y los derechos de la Madre Tierra que expresan el carácter “indígena” del modelo de Estado Plurinacional, que ha sido desvirtuado o traicionado —por el MAS— desde el conflicto en torno al TIPNIS.
El MAS —y su gobierno— habita en ese arco porque es el único actor que articula los polos “neodesarrollismo” e “indígena”, sin afincarse en uno de ellos. Ahí radica su capacidad hegemónica y se expresa en la confección y realización de la Agenda Patriótica. Esa agenda y el modelo de desarrollo tienen otros ingredientes que conducen a comparar el “proceso de cambio” con la “revolución nacional”, es decir, el nacionalismo revolucionario con el neodesarrollismo indígena. Pero ése es otro tema, aunque sea afín.