‘Un pueblo ancestral con tecnología nuclear’
No puede haber de- sarrollo tecnológico ‘soberano” y con ‘identidad’ sobre la base del atraso económico. Atraso cuya causa no es la falta de conocimiento, sino las relaciones económicas de producción imperantes.

Este es el mensaje de un spot publicitario a favor del Centro de Investigaciones Nucleares que el Gobierno se ha empeñado en instalar con un costo de 300 millones de dólares. A propósito de la discusión sobre si el reactor nuclear de investigación (no de potencia, menos mal) de dicho Centro es o no peligroso, señalemos que, en principio, no debería serlo si la empresa que construya el Centro se ajusta estrictamente a las normas internacionales que garanticen que sea seguro y si después quienes estén a cargo de su operación y mantenimiento tengan la capacidad y preparación suficientes para cumplir estrictamente con todos los protocolos que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) exige para avalar su seguridad.
En este punto, considerando el modo negligente con el que se manejan todas las instituciones a cargo del Estado nacional, surge un legítimo temor sobre la garantía que pueda haber de un manejo adecuado del reactor, particularmente de los residuos radiactivos. El centro contará también con un ciclotrón que es un acelerador de partículas.
EXPERIENCIA. A manera de antecedente negativo, tenemos la triste experiencia del Generador de Neutrones que se quiso instalar en el Centro de Investigaciones Nucleares (CIN) de Viacha, dependiente del Instituto Boliviano de Ciencia y Tecnología Nuclear (Ibten), antes Comisión Boliviana de Energía Nuclear (Coboen); un equipo relativamente sencillo que, sin embargo, nunca lograron hacer funcionar y ahí ha quedado abandonado dentro de su enorme búnker.
Pero admitamos que esta vez haya un manejo, mantenimiento y administración responsable y profesional del Centro Nuclear que, dicho sea de paso, en caso contrario no puede ser cerrado simplemente bajando una palanca. Apagar un reactor, aun uno de investigación o sea de muy baja potencia, es un proceso largo, complejo y tan costoso como ponerlo en funcionamiento. Dejando de lado el problema de la seguridad del reactor, tenemos el problema de su utilidad.
La tecnología actual, para ser útil y aplicable, tiene que corresponderse con un sistema productivo moderno a la altura de esta tecnología. Toda la investigación que se haga en dicho Centro para su aplicación en medicina, agricultura, industria, etc. chocará con el atraso del país.
La operación del reactor y del ciclotrón es cara, por tanto, si el Centro quisiera autosostenerse económicamente, sus servicios serán tan caros para el bolsillo de la mayoría de los enfermos de cáncer, por ejemplo, que será el Estado quien tenga que correr con el grueso de los gastos de funcionamiento del Centro y es seguro que después de un tiempo no sabrá qué hacer para librarse de este costoso elefante blanco.
El drama de la investigación científica y particularmente de la aplicada en Bolivia es precisamente la incapacidad del atrasado sistema productivo nacional para utilizar sus resultados. Por eso, el destino fatal de los pocos estudios científicos que se hacen, en las universidades principalmente, es criar telarañas en algún anaquel olvidado. Además, es un despropósito que cuando el país sufre las consecuencias de la caída de los precios de las materias primas, de cuya venta al exterior vive el país, se destinen 300 millones de dólares en un capricho.
Los funcionarios del Gobierno recurren a cualquier argumento para justificar el proyecto del Centro Nuclear. Uno de ellos es el de la “Soberanía Tecnológica con Identidad”, que el Gobierno plantea como el cuarto pilar de la agenda 2025. Sostienen que desde la mentalidad colonial, Bolivia se siente incapaz de avanzar en el desarrollo de conocimientos tecnológicos. Por tanto, el desarrollo tecnológico con soberanía sería parte de la descolonización.
SUBJETIVIDAD. Para el Gobierno y los ideólogos indigenistas, la “colonización” es un problema totalmente subjetivo, es pura mentalidad colonial. Se separa el complejo de inferioridad “colonial” de la base material de la sociedad, que es el modo de producción imperante, es decir, los medios de que disponemos para producir y las relaciones económicas del país con la economía mundial.
Esta forma de pensar se encuadra en los dogmas del posmodernismo, doctrina imperialista para la que, entre otras cosas, con la economía globalizada y el advenimiento de la informática, la microelectrónica y las nuevas tecnologías, el mundo habría entrado en una nueva era en la que el “poder del conocimiento”, al que suponen accesible para todos independientemente del grado de desarrollo industrial de los países, es la nueva base del poder económico, y ya no la capacidad productiva concentrada en manos del capital monopolista, que es negación de la libre competencia. Según esta teoría, el poder de los países imperialistas se debería al poder del conocimiento que manejan y el camino de la liberación sería el del desarrollo del conocimiento.
Constituye a todas luces una arbitrariedad totalmente anticientífica separar el conocimiento y la tecnología del grado de desarrollo de los medios de producción del país. Los medios de producción son las materias primas que se dan en la naturaleza, las herramientas, que en nuestra época son las máquinas, la tecnología que las hace posibles y las hace funcionar y el conocimiento científico en el que se asienta esta tecnología. Todo esto constituye una unidad inseparable, pero cuyo cimiento es la capacidad productiva de un país, es decir su fortaleza económica.
No puede haber desarrollo tecnológico “soberano” y con “identidad” sobre la base del atraso económico. Atraso cuya causa no es la falta de conocimiento, sino las relaciones económicas de producción imperantes.
Bolivia incorporada tardíamente a la economía mundial por presión del capital financiero, ante la ausencia de una burguesía industrial, ha sido convertida en productora de materias primas para el mercado internacional. Toda nuestra economía se asienta básicamente en la explotación y venta de gas y minerales al exterior. En el resto de la economía prevalecen todavía modos de producción precapitalistas atrasados en los que la tecnología moderna está ausente y es inaplicable si antes no se industrializan.
En el campo de la economía extractivista de materias primas, son grandes empresas transnacionales quienes controlan la producción, ponen la tecnología y el capital y, naturalmente, se llevan la parte del león. El Estado no tiene capacidad económica ni tecnológica para hacerse cargo soberanamente de la producción. Esto es tan así que vemos al presidente Evo deambulando por el mundo ofreciendo incentivos escandalosos a las transnacionales a fin de que inviertan en la exploración y explotación de petróleo y gas, y en minería.
En tanto haya un sometimiento de la economía nacional a los intereses de la economía mundial capitalista, controlada por la propiedad privada altamente concentrada en manos de las grandes transnacionales, y no se superen los modos de producción atrasados en el resto de nuestra economía, no será posible un desarrollo tecnológico “soberano
y con identidad”.