El pluralismo a la Boliviana
En el país se tiende a reemplazar la competencia electoral por la presión corporativa en las calles.
DIBUJO LIBRE
El modelo clásico de pluralismo concibe el juego político como una competencia/rivalidad entre grupos de interés autónomos por llegar al poder y distribuirse recursos públicos (desde luego, una competición despiadada e hipócrita). En la década de los 50, Robert Dahl y Charles Lindblom definían la poliarquía como la competencia entre líderes políticos por el apoyo de los ciudadanos y la oportunidad de estos últimos de negar el apoyo a líderes que ocupan cargos y otorgárselo a sus rivales; decían también que la poliarquía requería de un considerable grado de pluralismo social de organizaciones sociales con alta autonomía recíproca. Cincuenta años después, Dahl sostendrá que el pluralismo asociativo es inherente a un régimen democrático.
De esa época a la fecha, los cambios rastreados por la ciencia política explican los giros del pluralismo hacia el mayoritarismo, el corporativismo (neo), las políticas de identidad centrífugas, el racismo, el populismo, la polarización, la posverdad y la no alternancia. El pluralismo era una fuerza centrípeta que buscaba el centro estatal; en cambio, los actuales mayoritarismos y corporativismos identitarios son fuerzas centrífugas, desintegradoras, sin márgenes para un centro político ni para el paradigma del consenso. Este sin-centrismo o centrifuguismo es la nueva amenaza antipolítica, mezcla de anarquía identitaria y de autoritarismo corrosivo (anocracia). Peor aún, desde la pandemia, el hipermayoritarismo de corte populista, la reafirmación de las tendencias autoritarias y las identidades fandom (comunidades de fans) se han convertido en una oportunidad para el acoso de las minorías, para suprimir la competencia política y reprimir la disidencia e instalar el Estado de securitización y vigilancia de alta tecnología. Estos y otros fenómenos están siendo explicados desde la filosofía por Giorgio Agamben, Franco Berardi, Byung-Chul Han y desde la politología por Cas Mudde, Francis Fukuyama, Moisés Naím, etc.
La diversidad cultural y la diferencia de identidad (multiculturalismo e interculturalidad) no solo han fortalecido el hipermayoritarismo y el neocorporativismo, sino que también han alimentado nuevos conflictos; es decir, han traído consigo enormes complicaciones que no necesariamente potencian el pluralismo ni la participación de la sociedad civil, sino que también la han debilitado por sus déficits de democratización, desestabilización e ingobernabilidad; lo cual hay que reconducir y retraducir en un nuevo capital social para una democracia radicalmente pluralista, participativa y deliberativa.
El pluralismo a la boliviana es un híbrido entre partidos políticos debilitados y movimientos sociales fortalecidos; un juego político que agita demasiado el mayoritarismo excesivo (populismo), y tensiona intensamente el corporativismo de grupos de interés en ausencia de alternativas ciudadanas y comunitarias auténticamente democráticas.
Las bases del pluralismo político no se encuentran, como clásicamente la teoría en ciencia política indica, en la existencia de diferentes opciones político electorales, es decir, organizaciones políticas. Aquí vale la pena darle la vuelta a las cosas en esa lectura rígida neoinstitucionalista; quizá pensar que lo real en nuestro caso es la vieja tesis de que somos un país con un Estado débil, pero con una sociedad civil fuertemente organizada; acaso esto nos puede ayudar a explicar el origen y la razón de ser del pluralismo político en nuestro caso.
La disputa electoral por décadas, desde que retomamos la senda democrática el 82 estuvo significada por el hecho de que a medida que se acercaba el momento electoral, los partidos que competían se dedicaban a elevar los niveles de intolerancia por la diferencia, de esta forma se presentan como cultivadores de las tensiones y fracturas históricas que nos dividen.
En cambio, o más bien a la inversa, en aquellos momentos en que los partidos políticos se evidencian débiles en términos electorales y en lo que hace al generar momentos de gobernabilidad por sí mismos, es ahí cuando lo plural se hace presente y se da ese juego intenso y vertiginoso de una sociedad fuertemente organizada que se encarga de mover el curso de las definiciones últimas de la política.
Un ejemplo de esto fueron los movimientos que dieron origen al reencauzamiento democrático, que los partidos no pudieron sostener, producto de las elecciones generales del 79, y se tuvo que esperar más bien a la fuerza de la movilización social, a partir de ese año, para que encabece el proceso de transición política de la dictadura militar a la democracia. Otros escenarios definitorios de lo que se sostiene aquí también se pueden evidenciar en las guerras del agua y del gas, a inicios de este siglo; en un momento de franca debilidad, léase debacle, de los partidos hasta ese momento llamados tradicionales de nuestra política.
Sin embargo, el tiempo que vivimos es excepcional, por todo lo ocurrido en 2019 y 2020 en términos electorales, porque lo que se suponía que podría haber ocurrido como en los casos anteriores, no se dio del todo. Quizá una explicación al respecto sea que el matiz es que una fuerza política por ahora con tendencia hegemónica sabe jugar en los dos terrenos de la disputa política: en lo político institucional en las reglas estatales, y en eso que se llama sociedad civil fuertemente organizada; mientras al frente lo que tenemos es debilidad de partido y dispersión de voto.
¿Existe o existió pluralismo político y una verdadera competencia partidaria en los tiempos de la Democracia Pactada y de la Democracia Intercultural? Las respuestas categóricas son complicadas, pero hay patrones de competencia y de comportamiento político y electoral que permiten medir el grado de pluralismo, de mayoritarismo y de corporativismo en el sistema político boliviano. El proceso político, desde la instauración de la democracia en Bolivia, permite afirmar que el pluralismo es un aceleracionismo competitivo para hacerse del poder entre elites rivales; en cambio, el mayoritarismo identitario es un agitador de tensiones y de presiones anticompetitivas para apoderase del Estado disgregando y eliminando enemigos: en el pluralismo se “compite” entre pocos, en el mayoritarismo se ataca a muchos competidores. En pocas palabras, la dinámica de las identidades le ha quitado poder al tradicional pluralismo de partidos, reemplazando la competencia partidaria en las urnas por la presión corporativa en las calles.
(*)Marcelo Arequipa y Marco Antonio Saavedra son politólogos