Los lectores se arman de paciencia y hacen largas colas, esperando lo que sea necesario para que el autor al que admiran —aunque, a veces, nunca hayan leído— les firme un ejemplar de un libro suyo, que el buscador del autógrafo acaba de comprar en un stand o que ha traído de la biblioteca de su casa. Es la imagen más típica de cualquier feria del libro de cualquier parte del mundo. Pero va a ser nueva, o prácticamente nueva, en la Feria Internacional del Libro de La Paz (FIL). Y se puede dar porque este año sí hay espacio para que se formen las colas. La FIL se inaugurará el miércoles en el Pabellón Amarillo del recinto ferial Chukiago Marka, mayor y mejor dotado que el Rojo, donde estaba antes. La amplitud y la comodidad también permiten multiplicar las actividades culturales, así que esta edición, la del 20 aniversario, que se clausurará el día 16, tiene todas las condiciones para marcar un antes y un después en la historia de la FIL.

Los escritores van a estar atareados, y no solo por las firmas. La idea principal de los organizadores de la Cámara Departamental del Libro es fomentar aún más que antes el encuentro entre los que escriben y los que leen. Los autores bolivianos serán los más activos, porque este año vienen muchos y buenos. Además de convocar a los residentes en Bolivia, la Cámara ha logrado “repatriar” a seis autores de aquí que viven afuera y tienen mucho éxito: Giovanna Rivero, Rodrigo Hasbún, Emma Villazón, Sebastián Antezana, Liliana Colanzi y Claudio Ferrufino. “Es un esfuerzo especial. Normalmente vienen uno o dos. El año pasado vino Edmundo Paz Soldán, y para este 20 aniversario hemos podido unir a todo nuestro equipo de autores en el exterior” dice Marcelo Ramírez, director de la FIL.

“Queremos crear la idea de héroes culturales. Como país, todavía no tenemos paradigma de escritor. En Argentina te dirían que es Borges, en Chile que Neruda… y en Bolivia no tenemos esos referentes porque no hemos mediatizado a nuestros autores. Preguntas a un chico de secundaria cuáles son los más importantes del país y no sabe. Y los tenemos buenos en todos los géneros”, asegura Ramírez. Así, los repatriados protagonizarán entrevistas largas en un escenario dentro de la feria, frente al público y frente a las cámaras de televisión, que las retransmitirán en directo para quien no haya podido llegar al Chukiago Marka.

COMPARTIR. Como estas entrevistas, se van a realizar otras actividades: hasta 200, un 20 por ciento más que el año pasado. Los autores no solo firmarán libros —se presentarán 86 novedades en toda la feria— sino que compartirán su experiencia y sus inquietudes. Las experiencias, impartiendo talleres de creación literaria a quienes quieran aprender. Y, al parecer, son muchos porque la Cámara ha aumentado los cupos de participantes que tenía previstos y quedaron desbordadas las solicitudes. Los extranjeros compartirán con los autores nacionales en 12 coloquios frente al público y asistirán como invitados a las segundas Jornadas de literatura boliviana. Organizadas por géneros, en tres días permitirán que los autores nacionales expongan sus inquietudes y su obra, con lo que ofrecerán una idea completa de qué se escribe en el país y de las ventajas, las dificultades y el futuro del oficio.

Un objetivo primordial de toda feria del libro es fomentar la lectura. La FIL se centrará este año en los niños, dedicándoles todas las mañanas. Llegarán grupos por colegios, y de ellos se harán cargo autores nacionales que intentarán mantener su atención, retar su imaginación y despertar su interés por la literatura. Les contarán y escenificarán cuentos y relatos cortos que los chicos se podrán llevar luego a casa, en un libro con una selección de los 22 autores que participan en la experiencia.

Pero, evidentemente, como en toda feria del libro, la actividad principal será pasearse, charlar, preguntar y —por supuesto— vender y comprar. A Ramírez se le ilumina la mirada cuando habla de esas familias que llegan a la FIL y “han reservado un presupuestito para que cada uno se lleve algo que le apetezca”. Este año no habrá jornadas profesionales exclusivamente enfocadas a cerrar acuerdos de distribución o compra de derechos comerciales, pero las conversaciones en stands y pasillo quizás las sustituyan. Incluso podrían servir para descubrir nuevos talentos, porque ya ha ocurrido, como explica Ramírez: “hay quien llega como público pero se acerca una editorial y con mucha modestia les presenta ‘su librito’ manuscrito. Sobre todo son jóvenes poetas, y más de uno ha publicado de esa manera”.

Los asistentes comprarán, y mucho, aunque no se sabrá a ciencia cierta qué y cuánto. Ésa es una información sensible que los libreros y los editores manejan estratégicamente según quieran promocionar una u otra obra porque —por mucho que tenga de cultura— una feria “nunca deja de ser negocio”, expresa Ramírez. “Los expositores son empresas que lo quieren es vender libros, y eso es lo normal”. Así, la FIL se convierte en una gran librería donde los beneficios cuentan mucho. Pero, afortunadamente, también es mucho más: una fiesta de la cultura en la que, como en todas las fiestas, la gente se encuentra. En este caso, serán autores y lectores los que compartan y salgan enriquecidos.