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Jodie Foster: ‘La vejez me produce curiosidad’

Tras cinco años lejos del cine, la actriz estadounidense actúa en la cinta ‘Hotel Artemis’.

/ 12 de julio de 2018 / 02:00

Jodie Foster ha tardado cinco años en volver a protagonizar una película, Hotel Artemis. Hace tiempo ya que la gran intérprete nacida hace 55 años en Los Ángeles se granjeó cierta fama de dura, y fría, de una persona con un carácter difícil. Pero en el tú a tú Foster resulta educada y agradable. También tiene potentes dotes de mando, algo necesario para sobrevivir en una industria en la que ella comenzó a los tres años. Ahora tiene a sus espaldas unos 40 títulos como actriz, cuatro como directora, dos Oscar y una carrera envidiada por muchos. Especialmente por aquellos que intentan superar con éxito la difícil transición de niña prodigio a protagonista de éxitos como Acusados (1988) o El silencio de los inocentes (1991). Hace un lustro se alejó de la gran pantalla tras manifestar su homosexualidad. Entonces anunció que se tomaba un tiempo.

“Cada entrevista me aplasta el alma”, explicó.

Jodie Foster vuelve dispuesta a comerse el mundo. “No hacen más que mencionarme lo de los cinco años fuera del negocio. Es un montón, pero a veces cuesta mucho levantar un proyecto. Me considero afortunada por hacer películas personales. Especialmente como directora, no voy con lo que se lleva, con la dieta de Hollywood. Disfruto de una posición privilegiada y no necesito hacer filmes de usar y tirar o franquicias de otro. Procuro escoger historias que pueda defender, que me digan algo”.

— ¿Y qué es lo que le dijo ‘Hotel Artemis’?

— Me interpeló su originalidad. Estoy harta de ver siempre la misma película. Encontré el guion de forma misteriosa, incluso antes de que saliera a la luz, y me llegó su energía. Soy muy quisquillosa. Cada vez peor. Cada vez me lleva más tiempo encontrar lo que quiero. Pero es que no me gusta repetirme, volver a interpretar el mismo papel. No me gusta competir conmigo misma, con mis interpretaciones anteriores. Prefiero madurar y evolucionar. Y la transformación para este personaje, su cambio físico, no se parece a nada de lo que he hecho nunca.

— Las actrices por encima de los 40 buscan mejorar su imagen. ¿Usted les lleva la contraria echándose años y arrugas?

— Me gustaría mentir y decir que para este papel fueron necesarias horas y horas de maquillaje, pero no fue para tanto. Tampoco soy una persona especialmente vanidosa, así que no tuve nada que perder. Mi carrera como actriz nunca se apoyó en el físico. Nunca fui la ingenua. Ni la novia. Siempre fui, ante todo, la actriz. Mostrar arrugas ante la cámara no ha supuesto un gran reto.

— ¿Y el hecho de sentirse más vieja? ¿De ver a su madre, a sus ancestros, en su rostro?

— Mi madre solía tener la misma melena. En 10 años me veré como ella. La vejez me produce curiosidad, no preocupación. La transformación, cambios en la piel… Tras disfrutar de una vida tan excitante, no me puedo quejar. Si hay algo que espero es seguir actuando cuando tenga 80. Es algo fácil de hacer.

— Tras un parón tan largo, era más factible pensar que se iba a retirar antes que verla trabajando hasta los 80.

— No pienso dejar de actuar. Lo que sí quiero es dirigir más. Esa era mi intención en este tiempo.

— ¿Qué pasó? ¿Hollywood ni tan siquiera deja que una mujer como Jodie Foster se ponga detrás de la cámara?

— Puedes decir eso. Dirigí mi primera película cuando tenía 27 años. Y desde entonces solo he rodado cuatro. El balance de mi carrera es un 90% interpretación y un 10% realización. Una falta de equilibrio que he intentado remediar en estos últimos años en los que además he firmado cuatro episodios de televisión. Lamento no haberlo hecho antes y por eso ahora me urge más contar mis historias. No es que quiera ser prolífica. No necesito estar en las portadas de las revistas ni ser Ron Howard, o dirigir el filme más comercial. Quiero contar mis historias.

— ¿Se ve mejor reflejada en aquello que dirige que en aquello que interpreta?

— Me suelen preguntar por qué no escribo más. ¿Y qué es un director sino alguien que reescribe con la cámara? En El pequeño Tate (1991), mi primera cinta, puedo ver una obra de juventud. Y también me siento mal por aquellos que trabajaron conmigo por el control al que los sometí, no dejé que fluyera la creatividad. El castor (2011) es mi mejor película, la más madura. Pero sé que no lo es para todo el mundo.

— Hoy trabaja casi más en televisión que en cine. ¿Se acabó lo que se daba?

— El futuro de la narrativa está en manos de los servicios de cable o de streaming. El cine como experiencia en salas está acabado. Y tenemos que aceptarlo. La gente ve el contenido en sus teléfonos. Y nadie va al cine. Ni yo. Pero sigo siendo defensora del formato de película: historias de hora y media con principio, nudo y desenlace. Veo series, pero no suelo pasar de la segunda temporada. Me gustan los personajes, pero llegado un punto no necesito saber nada más de ellos.

La tecnología se le resiste. Y se nota. Foster se pelea con su móvil para mandar un mensaje de texto. Lo dice en voz alta. “Agarra el teléfono y llama a tu tutor ya”, apremia a uno de sus hijos. Probablemente es Charlie, el mayor; o quizá Kit, el pequeño. Pero no utiliza el dictado. Ni tan siquiera a la asistente virtual Siri. Lo dice mientras lo teclea. Gruñe, pero hay algo de pose. Su vida privada fue una barrera infranqueable en las entrevistas. Ahora, la mujer que salió del armario en la entrega de los Globos de Oro de hace cinco años hace partícipe de su vida al interlocutor sin pedirlo. “Lo único que necesito es un hijo que conteste cuando se le llama. Ya sabes lo que es eso”.

Solo tengo perros. Es más sencillo. Digo: “Lucy, ven”, y viene.

— ¡Otra Lucy! ¡Ese sí que fue el amor de mi vida! Mi bulldog francés… Tener hijos te cambia la vida. Y te pone los pies en la tierra. Es fácil sentirse sola en Los Ángeles, especialmente cuando eres alguien introvertido, independiente y a quien no le gusta pedir ayuda. Y si encima eres famosa, más. Pero mis hijos… Vuelvo a casa después del estreno, tras un día entero de entrevistas, y mientras hago los ejercicios de rehabilitación de la rodilla llegan con un grupo de adolescentes y empiezan el día a medianoche. ¡A medianoche! Me saquean la nevera, se ponen ciegos de algas, de orangina y de nata. Se comen lo que pillan. No me entiendas mal. Charlie tiene 20 años. Y Kit, 16 y pico. No tenemos problemas más allá de lo típico: que lo dejan todo tirado por ahí. Me canso de oír mi voz. Pero me temo que será así el resto de mis días.

—¿Cuál es su relación con el cine? ¿Se interesan ellos por sus películas?

— Yo no soy como Martin (Scorsese), que organiza proyecciones privadas y comentadas para su hija y sus amigos. Lo suyo es obsesión. Nosotros hablamos de cine, claro. Les gusta. Pero tienen su propia cuenta de Netflix para ver lo que quieren. Yo estoy mucho más obsesionada por la ética que por el cine. Nos da más de que hablar. Leemos juntos las páginas de opinión de The New York Times. O discutimos las noticias. A veces también hablamos sobre películas, pero por su contenido social o por su marco histórico.

— ¿Cuál es la cinta que cambió su vida?

— Son tantas… El cazador me impactó, y muchas de la nouvelle vague. Pequeñas tramas sobre gente corriente. Esas son las que más me han cambiado.

— Su discurso hace cinco años durante la entrega de los Globos de Oro, cuando recogió el Premio Cecil B. DeMille a toda su carrera, fue revelador: “Este podría haber sido un gran discurso de salida del armario. Pero yo ya hice mi salida del armario hace miles de años”. ¿Existe un antes y un después en su vida desde aquel momento?

— Fue una gran noche y mi discurso fue el que fue. Habló por sí mismo. Cuando uno recibe un premio a toda su carrera no comenta su última película, sino lo que ha hecho a lo largo de su vida. Y aquel fue un momento de transición, de cambio hacia un nuevo futuro. Sé que hizo mucho ruido, pero no quise sumarme a ello. No hay más que decir. No puedo estar más que orgullosa por este absurdo trabajo que disfruto y que me ha proporcionado una vida maravillosa. El cine es mi familia, es mi vida. Me ha dado sentido como persona y también he tenido que ganarme a pulso esa coherencia.

—¿Cuáles fueron las batallas? ¿Los peores momentos?

— Yo prefiero recordar los mejores. Soy muy nostálgica. Hay una gran belleza en el hecho de mirar atrás. Y con ello no quiero decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, que quiera volver atrás. Con vivir el recuerdo me conformo. Mi vida en los hoteles con mi madre, haciendo nuestra colada en el baño y sin tan siquiera tener una neverita… Teníamos nuestras normas. Si comíamos en la cama, poníamos la toalla para que no quedaran miguitas. Incluso en hoteles terribles, como en el que estuvimos durante el rodaje de Bugsy Malone (1976), al lado del aeropuerto y con olor a cloro, el recuerdo que guardo es el de habérmelo pasado como nunca en mi vida.

— En aquel discurso de los Globos de Oro también dedicó unas emocionantes palabras a su madre, Evelyn Almond. Como dijo, está perdida tras sus ojos azules, aquejada de demencia. ¿Fue esa otra de las razones de su transición?

— Mi madre no podría estar mejor. ¡Va a acabar con todos! Es un tránsito difícil, y lo cierto es que su demencia está muy avanzada. Es tremendamente duro para todos cuando nuestros padres se hacen mayores. Pero estoy muy agradecida de poder pasar tiempo con ella. Vive en su casa, como ella quiere, y no le faltan cuidados. Lo más importante es que hace lo que quiere: ver películas y comer.

— ¿Alguna vez se ha sentido como una adelantada a su tiempo?

— No creo que sea la persona más adecuada para decirlo, pero echando la vista atrás algunas veces sí puede parecerlo. Una de las razones por las que tuve éxito, por las que fui alguien tan fuera de la norma, es que de niña no me rodearon colegialas, sino mujeres que trabajaban. Como yo. Nunca intenté ser como los demás. Simplemente lo fui.

— Pero la fortaleza de los papeles que interpretó se adelantó al momento en que vivimos.

— Siempre imprimí a los trabajos mi experiencia como persona. No busqué la fortaleza. Solo quise papeles que no estuvieran definidos por otro. Y a veces se los tuve que quitar a un hombre.

Protagonista desde muy joven de títulos como Taxi Driver (1976), se convirtió en la obsesión de John Hinckley Jr., autor a principios de los 80 del atentado frustrado contra el presidente de EEUU Ronald Reagan como prueba de su amor a la actriz. Jodie Foster parece la voz perfecta para el movimiento Time’s Up contra el acoso sexual, puesto en marcha desde Hollywood en respuesta al caso Weinstein. Sin embargo, sus reacciones al huracán que sacude la meca del cine han sido más cerebrales que emocionales.

—¿Cómo piensa que va a cambiar la industria tras la revolución del #MeToo y el movimiento Time’s Up?

— Me niego a aumentar el ruido en un momento tan importante en nuestra historia. Padecemos un exceso de declaraciones. Nadie necesita oír a otro actor hablando del tema. Necesitamos acciones. Una mayor concienciación. Y como en todas las revoluciones, deberíamos aprender de los errores cometidos por movimientos sociales anteriores. Si queremos el cambio, tenemos que hablar entre todos para buscar la reconciliación. No lo digo yo, lo dijo Desmond Tutu durante la lucha contra el apartheid.

Sé que no le gusta hablar de política, pero es imposible no hacer al menos una referencia a la actual Administración estadounidense, contra la cual se ha manifestado públicamente.

— Me siento muy orgullosa de ser californiana. Siempre lo he estado, pero más ahora. Por ser parte del Estado que en este momento de la historia de EEUU marca la diferencia, tanto en la tecnología como en temas sociales o políticos. Como el resto del país, estamos siendo empujados hacia el abismo. Pero somos los primeros en darnos cuenta de lo que pasa. Mi esperanza es que California lidere el cambio que necesitamos. Y soy muy optimista, porque el resto del país siempre ha mirado en esta dirección para saber hacia dónde van los tiros.

— ¿A qué se debe su reticencia a la hora de hablar de política?

— No me considero la portavoz de ninguna causa. Y pienso que los actores no estamos necesariamente cualificados para hablar. Somos buenos diciendo cosas sobre el cine que hacemos y me encanta participar en filmes que tienen algo que comunicar. Pero prefiero depositar mi confianza en otras vías, como la ciencia. De hecho, confío mucho en ella, en el hecho de que las mismas investigaciones que nos han llevado hasta aquí sean la respuesta para comprender el mundo en el que vivimos y seamos capaces de cuidarlo.

— En momentos de pánico, ¿qué es lo que le da la tranquilidad?

— Apagar la televisión y dejar de ver la CNN, para empezar. Y me gusta meditar, aunque ahora hace tiempo que no lo hago. Mi mejor forma de concentrarme, de apagar el ruido, de desconectar, es esquiar. Eso me calma. Cuando estás bajando por una colina a gran velocidad, si te pones a pensar en Trump o en cualquier otra cosa, te la das seguro.

Pérfil:

Nombre: Alicia Christian Foster (Jodie Foster)

Profesión: Actriz y directora

Actriz y directora, nació en Los Ángeles, California, el 19 de noviembre de 1962. Como actriz ha ganado dos Globos de Oro y dos Oscar. Estudió en el exclusivo colegio Liceo Francés de Los Ángeles, y después en la Universidad de Yale, donde en 1985 se graduó magna cum laude en Literatura.

Es especialmente conocida por sus interpretaciones en las películas Taxi Driver  (1976) y El silencio de los inocentes (1991). Además recibió el Premio Cecil B. DeMille por toda su carrera en los Globos de Oro de 2013.

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Claire Foy, la nueva reina de Hollywood

Saltó a la fama por su papel de la reina Isabel II en la serie ‘The Crown’. Ahora está en busca del trono de Hollywood.

/ 10 de octubre de 2018 / 04:01

Antes de proclamarse reina de la ficción, Claire Foy repartió comidas a domicilio y revistas gratuitas en el metro. Fue teleoperadora, agente de seguridad en Wimbledon y camarera de pub. Pero el destino de esta plebeya británica —“es bueno ser alguien corriente”—, criada en Buckinghamshire, cambió para siempre con su papel de la reina Isabel II de Inglaterra en la exitosa serie de Tv The Crown.

Peter Morgan, el dramaturgo británico creador de esta ficción televisiva, admite hoy que para aquella ­interpretación estuvo empeñado en otros nombres que se niega a desvelar. “Pero en cuanto la vi en una prueba, me pregunté por qué no la había convocado antes. Fue sensacional. Supe que estaba ante la eclosión de una nueva estrella. Fue como ver nacer a una nueva Judi Dench. He trabajado con algunas de las grandes de este oficio, y Claire está allí arriba con ellas”. Sucedió hace poco más de dos años. Tras el periplo de empleos varios y el salto a papeles de poca monta en la pequeña pantalla, Claire Foy estaba preparada para el asalto de la corona británica.

Ganó el Globo de Oro a la mejor actriz en una serie dramática en 2017. Un galardón al que siguieron el BAFTA y el Premio del Sindicato de Actores de Hollywood. Al recoger el Globo de Oro, Foy dedicó el trofeo, entre otras “damas extraordinarias”, a la soberana británica. “El mundo estaría mejor con unas cuantas mujeres más al mando”. Otra reina, pero del celuloide, Helen Mirren, que también ha interpretado el papel de Isabel II en el cine, le mandó una carta de felicitación por The Crown. La admiración es mutua, dice Foy. Ella también tiene como referentes a Emma Thompson, Helena Bonham Carter y Juliette Binoche. A sus 34 años, bien podría decirse que posee algo de todas ellas. Aunque si tiene que confesar sus obsesiones, en el punto de mira siempre tendrá a Grace Kelly y Doris Day. “Mi madre me decía que no era normal que me pasara todo el día viendo sus películas una y otra vez”.

Claire Foy promociona la película First Man (El primer hombre), nueva creación del oscarizado Damien Chazelle (La La Land). Si algo ha resaltado la crítica de esta cinta basada en la vida del astronauta Neil Armstrong ha sido la interpretación de Claire Foy, que comparte protagonismo con Ryan Gosling. “Acabo de empezar a hacer entrevistas a su lado y soy incapaz de superar nada de lo que dice”. La británica, divertida, responde a Gosling: “Inténtalo si puedes”. No es el ­único que últimamente se deshace en halagos. “Decir que va a ser difícil sustituir a Claire es quedarse corto”, ha dicho el creador de The Crown, Peter Morgan, después del abandono de Foy tras la segunda temporada de la serie. En una pirueta de 180 grados, va a convertirse en Lisbeth Salander, la protagonista de la saga Millennium basada en los libros de Stieg Larsson, en una nueva secuela. “Quería encontrar a mi propia Lisbeth y con Claire lo logré”, ha dicho el director de Lo que no te mata te hace más fuerte, Fede Álvarez.

Sus dos nuevos papeles —Lisbeth Salander y Janet Armstrong, esposa del primer hombre que pisó la Luna— aspiran a confirmar su cetro. “Nunca tuve grandes expectativas”, explica Foy en el hotel Beverly Hilton de Los Ángeles. Menuda y calzando sus sempiternas zapatillas Converse, rememora sobre sus inicios: “Fui a la escuela de arte dramático porque había visto millones de películas de pequeña y pensé que estaría bien. Ni tan siquiera pensaba en hacerlas. Me metí porque quería contar historias y lo que esperaba era el fracaso. Pero si al menos conseguía ganarme la vida, todo iría bien. Sé que uno ­tiene que comer y para ello hay que trabajar y ganar dinero. Pero luego vino el Globo de Oro y todo cambió. Cuando estás rodando, vives como en una burbuja. Solo te haces a la idea del alcance de estas cosas cuando ­pisas EEUU. Y en particular Los Ángeles. En esas galas es cuando te ves subida en un pedestal, con la gente pidiéndote autógrafos. Es­peran que seas Dios, cuando todos estamos hechos de la misma forma”.

Su infancia transcurrió en una “ruidosa familia irlandesa” sin ninguna inclinación artística. Ella es la menor de tres hermanos. Con unos padres que se divorciaron cuando tenía ocho años, desarrolló una capacidad de observación a la que se aferra al preparar hoy cada nuevo trabajo. “Es como una documentalista, siempre tan bien preparada, habiendo investigado todo lo necesario sobre su personaje”, dice Ryan Gosling. Como rememora David Rankin-Hunt, consejero de la casa real británica que colaboró con la serie The Crown, fue lo mucho que Foy indagó en la vida de la soberana británica lo que le permitió llegar a parecerse tanto. “A medida que la serie fue avanzando, Claire fue despojando a su personaje de quien era para convertirla en la reina”, recuerda Matt Smith, que interpretó en la trama al duque consorte, Felipe de Edimburgo.

Pese a la pompa que le acompaña hoy, lo único que le ha alterado los esquemas a esta intérprete ha sido la pequeña Ivy Rose, de dos años. Acudió embarazada de ella a la audición con Peter Morgan que le cambió la vida. “Fue ideal, porque durante la gestación no tenía la cabeza para otra cosa. No fui capaz de darme cuenta de que estaba aceptando el mayor trabajo de mi carrera mientras me preparaba para el mayor cambio en mi vida, a punto de tener una hija”. Conoció a Stephen Campbell Moore, el padre de Ivy Rose, en 2011. También actor, se casaron en 2014, justo un año antes de la llegada de la pequeña. A la historia no le faltaron las notas dramáticas. Además de sufrir un parto traumático con hemorragia, durante aquel tiempo su marido fue diagnosticado con un tumor benigno en la base del cerebro. Anteriormente, Foy había tenido problemas de salud, víctima de artritis juvenil y de un tumor en el fondo del ojo. La superación le insufló coraje. En 2018 anunció su separación tras tres años de matrimonio y siete de vida en común. Ahora, como dijo al recoger el Globo de Oro, toda su vida gira en torno a una única protagonista: su hija.

La directora de su primer trabajo principal en la serie La pequeña Dorrit (2008), Dearbhla Walsh, recuerda lo que todos piensan cuando se ponen frente a Foy: vaya ojazos de plato. Walsh también habla de la “fragilidad” de una actriz de mirada extraordinaria. Un rostro que también llegó a los titulares de prensa por la ola Me Too. Su sueldo en The Crown, protagonista de la serie, era sustancialmente inferior al de su compañero de reparto y príncipe consorte en la ficción. “Este asunto forma parte de un extenso debate y ha plantado la semilla para reevaluar, no solo en nuestra industria, sino en todos lados, la forma en la que se estipulan los salarios”, reflexionó el actor ante la prensa. Su sueldo no ha trascendido. El de Foy se acercaba a los 40.500 dólares por episodio.

Sin culpables. Smith es su amigo y lo será “para siempre”. Sus vínculos como actriz con aquellos con quienes trabaja son estrechos. Y también es consciente de que Smith ya era parte de The Crown cuando ella entró. El intérprete era conocido por una de las últimas encarnaciones de Doctor Who, serie por la que el actor firmó un contrato de cinco años. “Pero me sorprendió; siendo la protagonista, me vi en el centro de la polémica”, reafirmó la actriz titular de la trama.

De momento, más allá de las disculpas públicas, asegura que no ha recibido ninguna bonificación que acorte las diferencias, como los productores indicaron que harían. Los 275.000 dólares extras mencionados para equilibrar su salario por The Crown nunca han llegado a su bolsillo. Y la paridad salarial para la nueva temporada no le afectará, ahora que Olivia Colman ha pasado a interpretar en la misma serie a una soberana de mayor edad. En este campo, Foy es consciente de que queda mucho por avanzar. “En un mundo ideal todo iría más rápido. Pero el terreno sigue sin asfaltar. Soy un poco idealista y confío en la igualdad, en el empoderamiento, aunque nos queda mucho por hacer. Encontrar el valor para mantener esta conversación, para impulsar a las que vienen y apoyarnos en las que estuvieron antes en esta misma batalla, conseguir que se piense en la mujer y en la femineidad de otra forma… Es extraordinaria la apertura que estamos disfrutando a la hora de hablar, pero el cambio llevará tiempo”.

Entre los aspectos que no está dispuesta a modificar de su vida se encuentra la casa en la que vive en Wood Green, Londres, donde el único capricho que luce es un piano de segunda mano. Apenas lo toca para no despertar a su hija, que duerme en la planta alta. Sus otros vicios son un buen fuego —“en la chimenea”, puntualiza— y una copa de vino tinto. Su vida personal no ha cambiado. Su postura no es más regia por haberse metido en la piel de una reina. Tampoco está deseando ir a Marte, a pesar de haberse convertido en la esposa de un astronauta en el cine. “¿Yo? Me gusta volar, pero también lo odio. ¡Como para subirme en un cohete!”. Tampoco ha heredado los tatuajes de la indómita hacker Lisbeth Salander, territorio virgen para ella. “Teniendo en cuenta la cantidad de amigos que tengo con tatuajes, no debo ser lo suficientemente cool”, dice entre risas.

Si algo parece definir su carrera es la capacidad de mantener los pies sobre la tierra. Un férreo pragmatismo ante las mieles del éxito y la demoledora maquinaria de Hollywood. “A menos que seas Julia Roberts, nunca te conviertes en la única opción para un director. Nunca dudo de que hay otras 45 actrices  de la misma edad, el mismo look, el mismo todo, aspirando al mismo papel”. Foy, que afirma tener “cero espíritu competitivo”, desbancó a la mismísima Scarlett Johansson en la pugna por convertirse en la nueva Lisbeth Salander. Poco antes del vendaval que va a girar en torno a ella, asegura necesitar tiempo para asimilar todo lo que se le ha venido encima. Para descansar y, sobre todo, organizar la vida antes del huracán. “De lo contrario, no tienes nada que contar. Además, nunca sé lo que voy a hacer hasta que no lo tengo delante de mis narices”.

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Las tres caras de Frances McDormand

Descubierta por los hermanos Coen en 1984, aspira a ganar su segundo Oscar y reivindica su dimensión de actriz, madre y militante feminista.

/ 7 de marzo de 2018 / 06:52

A espaldas del escenario donde se acaban de entregar los Globos de Oro, una botella de tequila busca dueño. La camarera atraviesa veloz los salones del hotel Hilton de Los Ángeles en busca del cliente que ha reclamado el Patrón Reposado. De repente, una voz de mujer la reclama con furia: “¡Que corra el tequila, ésta es mi ronda!”, grita Frances McDormand. La actriz había pedido el trago desde el mismo escenario, con la estatuilla a mejor intérprete dramática en la mano y tras su discurso. “¡Necesitamos tequila!”, lanzó la actriz de 60 años, ganadora del Globo de Oro por Tres anuncios en las afueras. Y hoy quiere regar su victoria. “¡Todas las candidatas de mi categoría, al bar, tequila para todas!”, arenga desde el podio. En pocos días extenderá su invitación a Margot Robbie, Saoirse Ronan, Sally Hawkins y Meryl Streep, las quizá futuras perdedoras de esta temporada de premios…, porque si algo se antoja casi seguro en la 90 edición de los Oscar es que McDormand recibirá su segundo “sujetapuertas”, como ella misma llama a la estatuilla que ya tiene. “Ya basta de fotos, hay cosas mejores que hacer. ¡Vámonos, camarero!”, resumió dando carpetazo a las loas de la noche de los Globos y sacando a su marido, Joel Coen, del trabajo de paparazzi familiar. Al fin y al cabo todos los hombres —“menos George Clooney”, como murmura ella— tienen pinta de pingüino. Y uno de los cineastas más respetados de Hollywood no va a ser diferente. No para Frances McDormand.

“Eso es muy propio de Fran: ver el éxito que la rodea como algo que puede corromperla en lugar de tomárselo como motivo de celebración. Así es y ha sido siempre”, explica la actriz Holly Hunter, amiga desde que ambas comenzaron sus carreras. De puertas afuera todos coinciden con que es “una fuerza de la naturaleza”, alguien “íntegra y auténtica”, la “verdadera Wonder Woman”, “la antihéroe que necesitamos”, como dice Sam Rockwell tras trabajar con ella. Woody Harrelson la llama “huracán Fran”. Y su director en Tres anuncios en las afueras, Martin McDonagh, solo añade: “Probablemente la mejor intérprete de su generación”.

Pero Hunter conoce las otras caras de Frances. “No tuve más que verla con el premio del Sindicato de Actores en la mano diciendo desde el podio ‘¡Hola, hola!’ como cualquier otro día. Ésa es la Fran que conozco”. Son tres Frances, como McDormand detalló hace ahora 21 años al recibir su primer Oscar por la icónica agente de policía de Fargo (1996). Entonces agradeció a su cuñado Ethan Coen por haber hecho de ella una actriz; a Joel Coen, hacer de ella una mujer, y a su “luna y sol” Pedro McDormand Coen, por encontrar en ella a “la verdadera madre”. Actriz, mujer y madre.

McDormand con Sam Rockwell, en su nueva nominación.

“¿Que qué es lo mejor de Fran? Que no hay nada especial”, resume Ethan Coen. “Que con ella se trabaja muy a gusto. Supongo que porque nos conocemos bien”. Los hermanos Coen fueron quienes le iniciaron en su carrera cuando le dieron un papel en su primera película, Sangre fácil (1984). Con ella llevan rodados siete largometrajes. “Son unos vagos”, les responde risueña.

La protagonista de Fargo refunfuñó antes de conceder esta entrevista. No le gusta hablar con la prensa. Pero aquí está, sentada en una de las habitaciones del hotel Four Seasons de Los Ángeles. Quizá porque se siente a gusto rodeada de los suyos, y “el clan de los McCoen”, como llama a su familia, está en la habitación de al lado. Asegura que fueron ellos quienes la “malcriaron” en el cine, pues admite que no es el vehículo creativo que más disfruta. Lo suyo es el teatro. Comenzó su carrera cuando descubrió a Lady Macbeth en la clase de literatura. Tenía 14 años. Dada la fisonomía de Hollywood, y la suya propia, hubo muchos personajes secundarios que, gracias a ella, se adueñaron de la historia. Entre otros, la camionera de En tierra de hombres (2005), la esposa maltratada de Arde Mississippi (1988) o la madre de un joven Cameron Crowe en la semibiografía Casi famosos (2000). “Lo mejor fue cómo calló a mi madre al decirle: ‘Alice, no eres tú ni soy yo. Se trata de otra persona, el personaje”, cuenta Crowe recordando una más de las clases magistrales de interpretación con el sello ­McDormand. Lo bueno de sus escasas conversaciones con la prensa es que cuando McDormand habla no se corta: “En el teatro no”, subraya la diferencia, “pero en cine gran parte del trabajo que hice fueron papeles de reparto, por lo general periféricos al varón protagonista. Algo que ya no estoy dispuesta a aceptar”.

Es una mujer y una actriz que hasta ahora solo se expresaba así en casa o en el teatro. En iniciativas experimentales como el Wooster Group, al que pertenece desde hace dos décadas. O que solo había sido clara con los Coen pidiéndoles que le escribieran papeles a su medida. Lo mismo que le pidió a McDonagh tras conocerle y admirarle como dramaturgo con el estreno de The Pillowman, hace casi una década. De McDo­nagh valoró su palabra, “la Biblia”, como describe esta hija adoptiva de pastor protestante el guion de Tres anuncios en las afueras, que el director y también guionista escribió pensando en ella. Y al que McDormand dijo que no. Porque, como declaró también al recoger ya su primer Oscar, los actores no solo tienen oportunidades. También tienen la opción de hacer el trabajo que se les ofrece. O rechazarlo. Y Frances dijo no. “En el cine digo mucho que no. Es el lujo que me permito por trabajar en el teatro”, reconoce la ganadora de la llamada Triple Corona, con el Tony, el Emmy y el Oscar en su poder.

No le sobran las ofertas. “Seguro que Joel preferiría estar casado con una estrella de Hollywood que pague la hipoteca”, suelta entre risas. Pero se niega a hacer aquello en lo que no cree. “No busco una buena película, busco escritores que generen una conversación cultural”. Insiste en que está mal acostumbrada por los Coen, los tipos que escribieron un personaje como el de Marge en Fargo cuando las mujeres embarazadas en el lugar de trabajo eran vistas de otra forma. “Siempre les insisto que trabajen más sus papeles femeninos”. De ahí sus dudas con Martin McDonagh. “Le dije que no porque a mis 60 era muy vieja para el papel. Me gusta interpretar a mujeres de mi edad. Es algo político. Y como alguien de clase trabajadora, sé perfectamente que una mujer así no habría esperado a los 38 para tener su primer hijo”, señala sobre Tres anuncios en las afueras.

Siempre se muestra combativa, incluso con aquellos que comparten sus ideas. Menos mal que Joel Coen tuvo la última palabra. A su lado desde hace 34 años y casados desde hace 24, el hombre al que según ella misma es dificilísimo sacar una respuesta clara le expresó “deja de poner peros y di que sí de una vez”. “Así que le tengo que dar las gracias a Joel por esta película”, admite. “Y a Martin, por el gran regalo que me hizo al dejarme respirar en este personaje tan diferente a todas las mujeres que vemos en la pantalla”.

Junto a Joel se nota una cercanía que no solo le dan los años, sino el respeto. “Turistas en Hollywood”, como se definen, diluyen la fama que no disfrutan entre su apartamento neoyorquino y esa casa perdida en el noroeste estadounidense. McDormand es como es desde la cuna, cuando Cynthia Ann Smith nació en 1957 en Gibson City, Illinois, (EEUU). “Heterosexual y white trash”, puntualizó a una emisora de radio. El calificativo se lo dedica a su madre biológica, a la que nunca quiso conocer, y no a quienes la adoptaron cuando tenía un año y la llamaron Frances Louise. “Mi familia era muy conservadora y siempre supe que allí no iba a vivir eternamente. Desde el momento en el que dejé el hogar familiar busqué a mi tribu, mi identidad”. El encuentro con los Coen se lo debe a Holly Hunter, que la recomendó para el papel de Sangre fácil cuando ella no pudo aceptarlo y le presentó a este “par de tipos raros”, como su amiga le previno entonces. “Pero somos mucho más convencionales de lo que todos se creen”, explica ahora McDormand. “Gente madura con estudios y cultura que disfruta leyendo libros, yendo al cine y a museos. Que no nos vemos tanto como parece porque Joel y Ethan se pasan el día trabajando juntos. Pero que nos tenemos el uno al otro”, explica sobre su relación con Joel Coen.

Un hogar que completa su hijo Pedro, paraguayo de nacimiento y adoptado hace 24 años, alguien que sacudió la vida de McDormand para siempre. Porque si le das a escoger entre sus tres caras, probablemente esta actriz y militante feminista antepondría la maternidad a cualquiera de las otras dos. La adopción fue la solución a sus problemas a la hora de concebir. Según su hijo: “Siempre le está diciendo a su padre que soy la reina del melodrama”, indica ella riendo en referencia a su hijo, quien describe a su madre como la mejor mujer que conocerá jamás. “Aprendí español para decirle que le quería”, recuerda de sus primeras palabras en un idioma que Pedro maneja con la misma soltura que el inglés. Ella no puede decir lo mismo. “Yo sigo hablando como un niño, Pedro se avergüenza. Joel es mejor. Lee y escribe, pero prefiere no hablarlo”.

El miedo de una madre

Su más reciente nominación al Oscar es por ‘Tres anuncios en las afueras’ ya le ha valido el Globo de Oro a Mejor Actriz de una película dramática. Acá con el actor Woody Harrelson y el director Martin McDonagh.

Pero lo que Pedro le enseñó a su madre es algo que nadie menciona cuando habla de Frances: el miedo. “Cuando conocí a mi hijo entendí lo que era el miedo. Ser madre cambió mi perspectiva del universo”. Es un miedo que acepta sin titubeos. Incluso lo abraza como actriz. Por eso su interpretación como Mildred Hayes, la madre que reclama de las autoridades que investiguen la violación y muerte de su hija en una pequeña localidad rural inexistente, se merece, según muchos, el Oscar. “Porque, si te fijas, si una pierde a sus padres, es huérfana; si pierde a su marido, es una viuda, pero no existe una palabra que explique la pérdida de un hijo”, resume. Richard Jenkins la recuerda así en el set de rodaje de la serie Olive Kitteridge, pero como madre, no como actriz. “Se pasó el día diciendo: ‘Me preocupa Pedro, me preocupa Pedro’. Lo divertido es que cuando ves a Pedro es este encanto dulce y divertido, seguro de sí mismo, que nos dio masajes a todo el equipo”, explica el actor.

A Frances McDormand le gusta reírse de los 60, aunque admite que hoy le cuesta algo más levantarse por las mañanas. “Pero admiro los picos y los valles de mi rostro”. Otras cosas le dan más rabia: odia Twitter y las redes sociales. Y le preocupa el actual estado de su país, que siente “como cortes de papel en los que echan limón”. Y lo mismo piensa de la situación de la mujer dentro de esta cultura. Odia la cirugía estética, el sexismo, la forma en la que las mujeres han sido convertidas en un objeto. “No es que me pase la vida mirando el Playboy, pero en los 70 veía a mujeres como yo, con vello púbico, sin implantes. Ahora parece una revista de coches, con todas esas chicas retocadas, tuneadas, listas para ser consumidas”.

Por eso ha retomado su interés en la interpretación ahora que Pedro es mayor. Nunca lo había perdido, pero, como dice McDonagh, está “muy bien que las chicas de 12 años tengan un ejemplo como Mildred a la hora de ser mujer”. O como McDormand. “Es la hora de reclamar como actrices, como mujeres, como madres y como público historias en las que nos reflejemos, no estereotipos”, remata dispuesta a marcharse. Pero se vuelve antes de dejar la habitación. “Con ello no quiero decir que no tenga mi lado frívolo. Como actriz me paso tanto tiempo o más desempleada que trabajando. Y una tiene que tener su vida”.

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Las tres caras de Frances McDormand

Descubierta por los hermanos Coen en 1984, aspira a ganar su segundo Oscar y reivindica su dimensión de actriz, madre y militante feminista.

/ 7 de marzo de 2018 / 06:52

A espaldas del escenario donde se acaban de entregar los Globos de Oro, una botella de tequila busca dueño. La camarera atraviesa veloz los salones del hotel Hilton de Los Ángeles en busca del cliente que ha reclamado el Patrón Reposado. De repente, una voz de mujer la reclama con furia: “¡Que corra el tequila, ésta es mi ronda!”, grita Frances McDormand. La actriz había pedido el trago desde el mismo escenario, con la estatuilla a mejor intérprete dramática en la mano y tras su discurso. “¡Necesitamos tequila!”, lanzó la actriz de 60 años, ganadora del Globo de Oro por Tres anuncios en las afueras. Y hoy quiere regar su victoria. “¡Todas las candidatas de mi categoría, al bar, tequila para todas!”, arenga desde el podio. En pocos días extenderá su invitación a Margot Robbie, Saoirse Ronan, Sally Hawkins y Meryl Streep, las quizá futuras perdedoras de esta temporada de premios…, porque si algo se antoja casi seguro en la 90 edición de los Oscar es que McDormand recibirá su segundo “sujetapuertas”, como ella misma llama a la estatuilla que ya tiene. “Ya basta de fotos, hay cosas mejores que hacer. ¡Vámonos, camarero!”, resumió dando carpetazo a las loas de la noche de los Globos y sacando a su marido, Joel Coen, del trabajo de paparazzi familiar. Al fin y al cabo todos los hombres —“menos George Clooney”, como murmura ella— tienen pinta de pingüino. Y uno de los cineastas más respetados de Hollywood no va a ser diferente. No para Frances McDormand.

“Eso es muy propio de Fran: ver el éxito que la rodea como algo que puede corromperla en lugar de tomárselo como motivo de celebración. Así es y ha sido siempre”, explica la actriz Holly Hunter, amiga desde que ambas comenzaron sus carreras. De puertas afuera todos coinciden con que es “una fuerza de la naturaleza”, alguien “íntegra y auténtica”, la “verdadera Wonder Woman”, “la antihéroe que necesitamos”, como dice Sam Rockwell tras trabajar con ella. Woody Harrelson la llama “huracán Fran”. Y su director en Tres anuncios en las afueras, Martin McDonagh, solo añade: “Probablemente la mejor intérprete de su generación”.

Pero Hunter conoce las otras caras de Frances. “No tuve más que verla con el premio del Sindicato de Actores en la mano diciendo desde el podio ‘¡Hola, hola!’ como cualquier otro día. Ésa es la Fran que conozco”. Son tres Frances, como McDormand detalló hace ahora 21 años al recibir su primer Oscar por la icónica agente de policía de Fargo (1996). Entonces agradeció a su cuñado Ethan Coen por haber hecho de ella una actriz; a Joel Coen, hacer de ella una mujer, y a su “luna y sol” Pedro McDormand Coen, por encontrar en ella a “la verdadera madre”. Actriz, mujer y madre.

McDormand con Sam Rockwell, en su nueva nominación.

“¿Que qué es lo mejor de Fran? Que no hay nada especial”, resume Ethan Coen. “Que con ella se trabaja muy a gusto. Supongo que porque nos conocemos bien”. Los hermanos Coen fueron quienes le iniciaron en su carrera cuando le dieron un papel en su primera película, Sangre fácil (1984). Con ella llevan rodados siete largometrajes. “Son unos vagos”, les responde risueña.

La protagonista de Fargo refunfuñó antes de conceder esta entrevista. No le gusta hablar con la prensa. Pero aquí está, sentada en una de las habitaciones del hotel Four Seasons de Los Ángeles. Quizá porque se siente a gusto rodeada de los suyos, y “el clan de los McCoen”, como llama a su familia, está en la habitación de al lado. Asegura que fueron ellos quienes la “malcriaron” en el cine, pues admite que no es el vehículo creativo que más disfruta. Lo suyo es el teatro. Comenzó su carrera cuando descubrió a Lady Macbeth en la clase de literatura. Tenía 14 años. Dada la fisonomía de Hollywood, y la suya propia, hubo muchos personajes secundarios que, gracias a ella, se adueñaron de la historia. Entre otros, la camionera de En tierra de hombres (2005), la esposa maltratada de Arde Mississippi (1988) o la madre de un joven Cameron Crowe en la semibiografía Casi famosos (2000). “Lo mejor fue cómo calló a mi madre al decirle: ‘Alice, no eres tú ni soy yo. Se trata de otra persona, el personaje”, cuenta Crowe recordando una más de las clases magistrales de interpretación con el sello ­McDormand. Lo bueno de sus escasas conversaciones con la prensa es que cuando McDormand habla no se corta: “En el teatro no”, subraya la diferencia, “pero en cine gran parte del trabajo que hice fueron papeles de reparto, por lo general periféricos al varón protagonista. Algo que ya no estoy dispuesta a aceptar”.

Es una mujer y una actriz que hasta ahora solo se expresaba así en casa o en el teatro. En iniciativas experimentales como el Wooster Group, al que pertenece desde hace dos décadas. O que solo había sido clara con los Coen pidiéndoles que le escribieran papeles a su medida. Lo mismo que le pidió a McDonagh tras conocerle y admirarle como dramaturgo con el estreno de The Pillowman, hace casi una década. De McDo­nagh valoró su palabra, “la Biblia”, como describe esta hija adoptiva de pastor protestante el guion de Tres anuncios en las afueras, que el director y también guionista escribió pensando en ella. Y al que McDormand dijo que no. Porque, como declaró también al recoger ya su primer Oscar, los actores no solo tienen oportunidades. También tienen la opción de hacer el trabajo que se les ofrece. O rechazarlo. Y Frances dijo no. “En el cine digo mucho que no. Es el lujo que me permito por trabajar en el teatro”, reconoce la ganadora de la llamada Triple Corona, con el Tony, el Emmy y el Oscar en su poder.

No le sobran las ofertas. “Seguro que Joel preferiría estar casado con una estrella de Hollywood que pague la hipoteca”, suelta entre risas. Pero se niega a hacer aquello en lo que no cree. “No busco una buena película, busco escritores que generen una conversación cultural”. Insiste en que está mal acostumbrada por los Coen, los tipos que escribieron un personaje como el de Marge en Fargo cuando las mujeres embarazadas en el lugar de trabajo eran vistas de otra forma. “Siempre les insisto que trabajen más sus papeles femeninos”. De ahí sus dudas con Martin McDonagh. “Le dije que no porque a mis 60 era muy vieja para el papel. Me gusta interpretar a mujeres de mi edad. Es algo político. Y como alguien de clase trabajadora, sé perfectamente que una mujer así no habría esperado a los 38 para tener su primer hijo”, señala sobre Tres anuncios en las afueras.

Siempre se muestra combativa, incluso con aquellos que comparten sus ideas. Menos mal que Joel Coen tuvo la última palabra. A su lado desde hace 34 años y casados desde hace 24, el hombre al que según ella misma es dificilísimo sacar una respuesta clara le expresó “deja de poner peros y di que sí de una vez”. “Así que le tengo que dar las gracias a Joel por esta película”, admite. “Y a Martin, por el gran regalo que me hizo al dejarme respirar en este personaje tan diferente a todas las mujeres que vemos en la pantalla”.

Junto a Joel se nota una cercanía que no solo le dan los años, sino el respeto. “Turistas en Hollywood”, como se definen, diluyen la fama que no disfrutan entre su apartamento neoyorquino y esa casa perdida en el noroeste estadounidense. McDormand es como es desde la cuna, cuando Cynthia Ann Smith nació en 1957 en Gibson City, Illinois, (EEUU). “Heterosexual y white trash”, puntualizó a una emisora de radio. El calificativo se lo dedica a su madre biológica, a la que nunca quiso conocer, y no a quienes la adoptaron cuando tenía un año y la llamaron Frances Louise. “Mi familia era muy conservadora y siempre supe que allí no iba a vivir eternamente. Desde el momento en el que dejé el hogar familiar busqué a mi tribu, mi identidad”. El encuentro con los Coen se lo debe a Holly Hunter, que la recomendó para el papel de Sangre fácil cuando ella no pudo aceptarlo y le presentó a este “par de tipos raros”, como su amiga le previno entonces. “Pero somos mucho más convencionales de lo que todos se creen”, explica ahora McDormand. “Gente madura con estudios y cultura que disfruta leyendo libros, yendo al cine y a museos. Que no nos vemos tanto como parece porque Joel y Ethan se pasan el día trabajando juntos. Pero que nos tenemos el uno al otro”, explica sobre su relación con Joel Coen.

Un hogar que completa su hijo Pedro, paraguayo de nacimiento y adoptado hace 24 años, alguien que sacudió la vida de McDormand para siempre. Porque si le das a escoger entre sus tres caras, probablemente esta actriz y militante feminista antepondría la maternidad a cualquiera de las otras dos. La adopción fue la solución a sus problemas a la hora de concebir. Según su hijo: “Siempre le está diciendo a su padre que soy la reina del melodrama”, indica ella riendo en referencia a su hijo, quien describe a su madre como la mejor mujer que conocerá jamás. “Aprendí español para decirle que le quería”, recuerda de sus primeras palabras en un idioma que Pedro maneja con la misma soltura que el inglés. Ella no puede decir lo mismo. “Yo sigo hablando como un niño, Pedro se avergüenza. Joel es mejor. Lee y escribe, pero prefiere no hablarlo”.

El miedo de una madre

Su más reciente nominación al Oscar es por ‘Tres anuncios en las afueras’ ya le ha valido el Globo de Oro a Mejor Actriz de una película dramática. Acá con el actor Woody Harrelson y el director Martin McDonagh.

Pero lo que Pedro le enseñó a su madre es algo que nadie menciona cuando habla de Frances: el miedo. “Cuando conocí a mi hijo entendí lo que era el miedo. Ser madre cambió mi perspectiva del universo”. Es un miedo que acepta sin titubeos. Incluso lo abraza como actriz. Por eso su interpretación como Mildred Hayes, la madre que reclama de las autoridades que investiguen la violación y muerte de su hija en una pequeña localidad rural inexistente, se merece, según muchos, el Oscar. “Porque, si te fijas, si una pierde a sus padres, es huérfana; si pierde a su marido, es una viuda, pero no existe una palabra que explique la pérdida de un hijo”, resume. Richard Jenkins la recuerda así en el set de rodaje de la serie Olive Kitteridge, pero como madre, no como actriz. “Se pasó el día diciendo: ‘Me preocupa Pedro, me preocupa Pedro’. Lo divertido es que cuando ves a Pedro es este encanto dulce y divertido, seguro de sí mismo, que nos dio masajes a todo el equipo”, explica el actor.

A Frances McDormand le gusta reírse de los 60, aunque admite que hoy le cuesta algo más levantarse por las mañanas. “Pero admiro los picos y los valles de mi rostro”. Otras cosas le dan más rabia: odia Twitter y las redes sociales. Y le preocupa el actual estado de su país, que siente “como cortes de papel en los que echan limón”. Y lo mismo piensa de la situación de la mujer dentro de esta cultura. Odia la cirugía estética, el sexismo, la forma en la que las mujeres han sido convertidas en un objeto. “No es que me pase la vida mirando el Playboy, pero en los 70 veía a mujeres como yo, con vello púbico, sin implantes. Ahora parece una revista de coches, con todas esas chicas retocadas, tuneadas, listas para ser consumidas”.

Por eso ha retomado su interés en la interpretación ahora que Pedro es mayor. Nunca lo había perdido, pero, como dice McDonagh, está “muy bien que las chicas de 12 años tengan un ejemplo como Mildred a la hora de ser mujer”. O como McDormand. “Es la hora de reclamar como actrices, como mujeres, como madres y como público historias en las que nos reflejemos, no estereotipos”, remata dispuesta a marcharse. Pero se vuelve antes de dejar la habitación. “Con ello no quiero decir que no tenga mi lado frívolo. Como actriz me paso tanto tiempo o más desempleada que trabajando. Y una tiene que tener su vida”.

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