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Ornamento, reguero de cosas quebradas

Dum Dum editora presentará la novela del escritor y traductor colombiano Juan Cárdenas

/ 7 de agosto de 2019 / 17:00

Ornamento, novela del colombiano Juan Cárdenas, fue publicada en 2015 por Editorial Periférica y hoy llega a Bolivia —no es casual— de la mano de Dum Dum editora. Esta corta ficción retrata a un científico hastiado de su ego, que roza el patetismo de manera constante y se piensa artista por crear una droga exclusiva para mujeres. Conocemos los pensamientos íntimos de este hombre, parado en la mitad de una carrera profesional exitosa, con privilegios de clase y género, una relación importante con una mujer que admira y mucho aburrimiento. Sin embargo, no se trata de ninguna búsqueda o travesía, la obra es más bien un enlodamiento. Ornamento tiene conexiones narrativas con una novela anterior del autor, Los estratos, que se publicó en 2013; entre ambos libros hay tal vez un trabajo intenso y poético sobre las neurosis en hombres adultos y su conflicto de masculinidad.

La narración nos lleva a conocer una droga que solo tiene efecto en cuerpos de mujeres. Repito. Solo en los cuerpos de las mujeres. Como algunos otros fenómenos, con fuertes connotaciones políticas, que solo experimentan ellas: la menstruación y la maternidad. Este llega a ser el argumento conceptual que sostiene la obra a muchos niveles, el principal, metafórico.

“Hace un par de años se descubrieron por accidente las propiedades psicoactivas de una flor del género datura, utilizada comúnmente por las campesinas de la cordillera para fabricar jabones artesanales. Un empleado de laboratorio que estaba de vacaciones por la zona observó que en algunas épocas del año las lavanderas de estos pueblos entraban en una suerte de éxtasis colectivo cuando bajaban al río a hacer su trabajo (suponemos que absorbían la sustancia de manera involuntaria por vía cutánea)”.

Es importante no perder de vista la habilidad de Cárdenas para ilustrar en tan pocas páginas las sociedades latinoamericanas, la crueldad del capitalismo, el machismo, las drogas, la violencia naturalizada, los privilegios de clase y la pobreza. Muchos elementos colaboran a este cometido, en especial la descripción de espacios, el contraste particular de los personajes y la ironía de las situaciones.

“Y si es cierto que mi nueva droga no conoce distingos de clase, nivel adquisitivo o educativo entre las consumidoras, eso quiere decir que es posible una cierta idea de democracia basada en el consumo. Así parece demostrarlo mi nueva obra, feminista, igualitaria. Porque mi arte no es elitista, como el de mi mujer”.

Ornamento es una novela que tiene la capacidad de tocar sensibilidades diversas, como minibombas antipersona que vas haciendo detonar a medida que caminas, no te matan, pero te mantienen alerta hasta que llegas al final, casi sin respiración para recién darte cuenta de qué te golpeó. Juan Cárdenas nos muestra un sentido político del humor, con una mesura que siempre está al borde de explotar mientras problematiza el arte, las drogas, la estética, el feminismo.

Formalmente esta novela corta, inconexa, parece estar diseñada como el delirio mismo de esa droga que narra, con la ruptura como si fuese un personaje más, constante. La ruptura de un ritmo narrativo que al principio da indicios de ser saludable y ordenado.

La precisión, tan importante en la brevedad, hace que la ficción que nos presenta Cárdenas esté tan mezclada con la realidad que no hay posible distinción gracias a las capas y capas de protección que el lenguaje le ha procurado. Esa es la forma en que opera también la poesía.

“Nada sobra, en realidad. No hay nada que sea estrictamente decorativo o superfluo. Todo sirve para algo, en la medida en que nada sirve para nada”.

Cuando hablamos del lenguaje y sus irrupciones, sus fracturas, sus innovaciones, no solo nos referimos a una estética —sin restarle importancia—, sino también a la construcción de formas de pensamiento y razonamiento, alternativas no lineales, creativas. Una estructura con pliegues y grietas está siempre abierta a las infinitas posibilidades, y es el lector quien puede parcharlas en función a su capacidad.

En este interesante delirio febril en el que los científicos creen que hacen arte y los artistas creen que hacen ciencia rigurosa y descubrimientos trascendentales, las concepciones de estética y belleza están plasmadas desde varias aristas como las cirugías, el maquillaje, el arte contemporáneo. La lectura de Ornamento me trajo inevitablemente a Susan Sontag (“Ahora, el buen gusto parece ser una noción aún más retrógrada que la idea de belleza”) y sus reflexiones a nivel histórico y filosófico donde reina el conflicto flagrante entre lo político de la belleza y el arte.

No me queda más que agradecer que Dum Dum editora haya adoptado Ornamento para su catálogo de la rareza, precisamente porque es un diario, un cuento, una novela, porque hay polifonía, desorden y claridad. Pareciera que son varios proyectos en un proyecto que cae como un gato muy bien parado en el medio de una editorial boliviana más que atractiva.

Presentación

Dum Dum editora

Ornamento de Juan Cárdenas (comenta Álvaro Loayza) y

El occiso de María Virginia Estenssoro (comenta Mary Carmen Molina)

se presentarán el viernes 9 de agosto a las 21.00 en la sala Néstor Taboada Terán.

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Escribir los ojos de la muerte: Un texto sobre un texto, un rezo, un canto

La escritora Paola Senseve escribe sobre el nuevo libro de Magela Baudoin

/ 20 de septiembre de 2021 / 11:45

Nunca antes había leído así a Magela Baudoin. Comencé Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Plural, 2021) en un día de sol, transitando el camino a ver el mar, sintiendo mucho calor, humedad y un nudo que me oprimía el pecho. Venía de varias semanas sin poder abrir un libro porque las cosas prácticas y terrenales de la vida, como mudarse de país, conseguir una casa o inscribirse a un sistema nacional de impuestos, me tenían alerta, sin poder dormir ni ocuparme de cosas verdaderamente importantes, como leer.

Como quien toma una medicina que sabe que le hará bien, me obligué a entrar a la primera historia de este libro: Solo vuelo en tu caída. Hasta ahora, momento en que escribo estas líneas, no consigo entender qué es lo que hizo Magela o cómo me golpeó con este cuento. Es cierto, acabo de dejar a mi familia y mis hermanos son sencillamente lo más importante que tengo, pero aun racionalizando aquello, no puedo identificar las gotas en la inconmensurable profundidad de su océano. Qué inimaginable el dolor de perder a una hermana. Escribir la infancia puede ser una trampa por su complejidad. Todas hemos sido niñas, pero, ¿recordamos lo que es ser niñas?, ¿le prestamos verdadera atención a ese tesoro temporal mientras ocurre o simplemente lo atravesamos con vergüenza e inocencia? No lo sé. Qué difícil escribir como ha escrito Magela: con sangre, con médula de hueso, con espesor.

Las imágenes de este libro se pegan en la retina como un paisaje profundo y constante. Nunca había leído a Magela así, es cierto; pero mientras leo/veo a una mujer que mete sus manos en la mierda de un gran animal, recuerdo/veo a una niña que con los dedos se saca los mocos de sal y entonces entiendo que esta escritura siempre tuvo la impronta de la amenaza abisal. Ahora el ojo de una elefanta, su bestial capacidad de pasar días sin dormir mientras está en libertad y la frase “escapando sobre todo de los hombres”, me hacen llorar y llorar y llorar y no puedo detenerme.

Nuevamente es de mañana. Estoy sentada en un sillón amarillo que me gusta mucho, en una casa de gente que no conozco, quizá mañana no tenga dónde dormir, pero bebo café y pienso en que no quiero nunca terminar de leer este libro. Me siento muy cómoda aquí, aquí dentro del libro. Pienso también en Andrea Abreu que declaró en una columna que para ella leer era lo más cercano a un ritual religioso. Pues bueno, acá estoy yo, leyendo a Baudoin y supongo que, rezando extática, bien cerquita de diosa, de sus ojos que son los ojos de la muerte. Entonces, inevitablemente, pienso en los ojos de Magela. A veces, cuando leo, siento miedo de estar haciéndolo mal, porque me concentro tanto en el encadenamiento minucioso de las palabras y en la disección de las maniobras, que descuido un poco el seguimiento de la historia, o viceversa; pero acá, en este acá de Magela, no soy capaz de separar una de otra. La historia es el lenguaje y el lenguaje es cada movimiento.

Gracias Magela por, entre otras tantas cosas, hacerme sentir que no estoy tan mal. 

“Pronto me olvidaré de todo, lo sé”, leo en otro cuento… y qué miedo da olvidar, ¿no, Magela? Para evitarlo, la cabeza elabora distintas estratagemas, una de ellas es la capacidad de virar no solo al pasado, pero también al futuro, a un adelante que no hemos vivido aún pero que está asociado a la memoria; como dice uno de los epígrafes que dan inicio al libro, palabras de Lewis Carrol: “Es un tipo de memoria muy pobre la que solo funciona hacia atrás”. Y es interesante pensar que de esto también están hechos los sueños, de la combinación de memoria, deseo, proyección y lenguaje. Y, “por eso me apuro a escribir”, dice Magela en otro cuento, como ensayando esbozos de respuestas a las preguntas monumentales que hay en el oficio de la escritura. Escribir es recordar. ¿Es? Sí, pero con método, imaginativa, archivo, clasificación, orden (que puede ser caótico); es decidir cómo, qué, cuándo y dónde guardar lo elegido y trabajado. Es recordar cosas que no sucedieron o que se soñaron. Eso es escribir y Magela lo sabe. Eso es hacer poesía y Magela lo sabe.

Voy leyendo imbuida en el silencio de esta calle y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos me hace reafirmar que la poesía es lo único esencial que busco en la narrativa porque respondo a la necesidad de averiguar hasta dónde puedo sentir y saber que mis músculos emocionales siguen vivos. Poetizar, trabajar el lenguaje, es como descubrir nuevos sabores todo el tiempo. Poetizar la narrativa es hacer una película (o más) solo con palabras. Solo con palabras se puede lograr que se escuche la música, que se vean los colores, que se sientan las texturas, que haga frío, que haya excitación, que se pueda oler y tocar la sangre. Es todo eso; pero también es propiciar el entendimiento de que el mundo no es solamente lo que tú vives y ves y que tu verdad es solo eso: la tuya y una de las tantas.

Reconocer las verdades diversas es una cuestión de voluntad política y aquí está eso vibrando con constancia; su lectura nos sacude y nos hace abrir los ojos, no solo a la muerte, sino, a varios matices de la vida misma.

“Quiere tomarse todo el sol en un día”, escribe Magela en uno de sus cuentos. Recuerdo cuando mi amada Emma Villazón hablaba tan apasionadamente de torcer al lenguaje. Nunca lo olvidé y hasta ahora dedico, aunque sea una pequeñísima parte de todos mis días, a internalizar lo que quería decir. Leyendo a Magela entendí un poquito más sobre esa escritura que pone límites, ya bien minúsculos u oceánicos, donde entra todo, todo, todito. El lenguaje es como un elefante blanco y salvaje que queremos domesticar y primero hay que romper su espíritu y hacer que después nos mire de frente con su ojo triste.

Cada uno de estos cuentos tiene narradoras distintas, algunas tímidas, otras tremendamente osadas, que hablan sin contemplaciones haciendo caso omiso de tantos debeser o noseestila de la literatura y creo que han venido a enseñarme cosas de la escritura y esta máxima religión. Gracias, Magela, también, por presentarnos tan hermosos personajes: el papá que saluda hijito lindo, la madre que usa labial rojo y besa el espejo, la niña que escribe porque no puede hablar (esa niña somos todas), la asociación de esposas engañadas que bloquean el tren… la Flora, oh, por diosas, la Flora.

Ah, el sonido de la melancolía (o de la H) sumado a la concatenación de las palabras de Magela. Qué suavidad el contar desde ahí: “Más lindo en quechua, ¿no ve?”. Acá sigo llorando y llueve una tormenta con nombre de hombre y yo siento que tiene razón ella, que todo debe sonar más lindo en quechua, por ejemplo, el dolor de una madre que parió, que cría en quechua y que es expulsada mil veces, pero vuelve siempre. Me pongo a pensar en este último cuento, en cómo la Flora reza, porque tal vez hablarle a alguien que sabes que está, pero nunca te responde, es como rezar o en última, como escribir y todo me conmueve un toque más. “Un rezo, una invocación, un canto.”

“Cuantas veces puedes morir en un día” leo/rezo de nuevo. Y es que así quedé yo, en el sitio de este accidente/libro, esperando que mi ajayu vuelva, llamándolo: Paola, Paola, Paola.

Gracias, Magela, por tanta belleza. Gracias, por darme el primer libro que leí/recé en esta ciudad inmensa, ajena, monstruosa y hacerme recuerdo que de palabras está hecho el mundo: el tuyo, el mío y el de las otras.

Fotos: La Razón-Archivo

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