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Los primeros mil días

La nutrición en los primeros mil días de  la vida de un niño es esencial para su desarrollo físico y mental

/ 22 de octubre de 2012 / 07:06

La ciencia ha demostrado que la nutrición en los primeros mil días de la vida de un niño, desde el momento de la concepción hasta que cumple dos años, es fundamental para su desarrollo físico y mental. En efecto, una buena nutrición ayuda al desarrollo del cerebro y del cuerpo, permitiéndole aprovechar todo su potencial cuando sea adulto. Pero si durante esos dos primeros años de vida, el niño no recibe todos los alimentos adecuados para llevar una vida activa y sana, se reduce el desarrollo cognitivo, lo que afecta el rendimiento escolar y el potencial de generación de ingresos en la edad adulta. La nutrición inadecuada da como resultado el retardo en el crecimiento o desnutrición crónica, cuyas consecuencias visibles son la falta de crecimiento en el niño.

Pero el retardo en el crecimiento implica más que baja estatura. Aumenta la susceptibilidad a contraer enfermedades y reduce el coeficiente intelectual. Los niños pequeños, incluyendo los que nacen con un peso relativamente bajo, se pueden recuperar con rapidez durante la infancia, pero viven el resto de sus vidas con un alto riesgo de enfermedades crónicas, como lo son la diabetes o enfermedades cardiovasculares. Esto puede ser irreversible y tiene consecuencias para toda la vida. Ésta es una de las peores discriminaciones “porque ocurre  incluso antes de nacer, cuando la madre no tiene los suficientes nutrientes durante el periodo de gestación y afecta a casi un tercio de los niños de los países en desarrollo”.

América Latina y el Caribe no son una excepción. Guatemala, por ejemplo, tiene la tasa más alta de desnutrición infantil crónica en el hemisferio Occidental: cerca del 50%  de la población infantil de menos de cinco años la sufre y en algunas aldeas rurales de mayoría indígena, esa cifra puede llegar hasta el 80% de los niños. Mucha gente podría pensar que los niños indígenas son más bajos, pero no es cierto. En varias ocasiones se ha comparado a grupos de niños mayas guatemaltecos de nueve años de edad con grupos de niños de esta etnia e igual edad criados en los Estados Unidos. Los resultados indican que los niños mayas criados en EEUU, que tienen acceso a una mejor alimentación, son, en promedio, seis centímetros más altos que los niños mayas criados en Guatemala.

La escasa estatura es el canario en la mina de carbón que nos alerta que durante algún momento de su vida esos niños no recibieron todos los nutrientes necesarios para su desarrollo y que el daño al desarrollo cognitivo puede haber sido permanente. Ocurre lenta pero inexorablemente. Si el niño no tiene la capacidad cognitiva para concentrarse en sus estudios y el rendimiento escolar se ve afectado por ello, si no le permitimos alcanzar todo su potencial, la capacidad de encontrar en el futuro un trabajo mejor se reducirá considerablemente, perdiendo ingresos o la capacidad de aprovechar las oportunidades que la vida le ponga por delante en la edad adulta, lo que perpetuará las condiciones de pobreza no sólo en él, sino también en su familia y su comunidad. Si el problema es generalizado, afecta también al desarrollo económico y social del país en su conjunto.

Podemos cambiar esta espiral descendente de hambre y pobreza que se retroalimenta. La clave está en mejorar la nutrición de madres y niños para disminuir el hambre, el mayor problema del mundo que tiene solución. En mi reciente visita a Guatemala, felicité al presidente Otto Pérez Molina por el esfuerzo  emprendido con el programa “Hambre Cero”, con el que se busca reducir la desnutrición en un 10% durante su gobierno.

Sabemos por experiencia que se pueden lograr extraordinarios progresos en un breve periodo de tiempo, siempre y cuando un Estado cuente con la voluntad política para combatir el hambre y asigne el recurso necesario para lograrlo. Por ejemplo, en el transcurso de seis años, Brasil disminuyó la desnutrición infantil en más del 70%, a través de una combinación coordinada de programas y mecanismos, incluyendo las comidas escolares, transferencias de efectivo, estrategias de salud infantil y para madres, y la distribución de micronutrientes.

En el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA) estamos comprometidos a fortalecer estas capacidades nacionales para la prevención, detección y atención a la desnutrición aguda y respaldar la ejecución, el seguimiento y evaluación de los planes contra el hambre en los países de la región. Con apoyos comprometidos y coordinados, es posible erradicar el hambre en nuestro hemisferio.

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Seguridad alimentaria con soberanía

Cada noche en nuestra región, más de 50 millones de personas se van a  la cama con hambre

/ 5 de mayo de 2012 / 05:35

En 1996, los jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo acudieron a Roma a la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, en donde decidieron que la seguridad alimentaria existe “cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin de llevar una vida activa y sana”. Hoy, 15 años después, y tras sucesivas variaciones en los precios de los alimentos y una crisis económica global que afecta más a los más pobres, la relevancia de ese párrafo continúa siendo central en el trabajo del Programa Mundial de Alimentos en América Latina y el Caribe.

Cada noche en nuestra región, todavía más de 50 millones de personas se van a la cama con hambre, y unos nueve millones de ellos son niños con desnutrición crónica. Según el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), parte de la inseguridad alimentaria actual tiene su origen en el descenso de la inversión pública en la agricultura. Como botón de muestra, y según la misma fuente, entre 1979 y 2009, la asistencia oficial para el desarrollo destinada a la agricultura disminuyó hasta dos tercios en América Latina.

Las consecuencias de estas décadas de descuido no se han hecho esperar y las vemos cada día en nuestro trabajo de campo. En El Salvador, ése era el caso de José Manuel Ramírez, un agricultor que hace diez años tuvo que dejar de sembrar por la falta de acceso a créditos, el alto costo de los insumos agrícolas y la falta de capacitación. Para sobrevivir junto a su familia, se vio obligado a trabajar en haciendas privadas como ayudante agrícola.

Hace dos años, la situación para este agricultor de 40 años, su esposa y sus cinco hijos cambió, cuando José Manuel se hizo socio-fundador de la Asociación Agropecuaria Izalcalu de R.L., una de las 18 asociaciones de pequeños agricultores de El Salvador que participa en Compras para el Progreso (P4P por sus siglas en inglés), que tiene como objetivo apoyar a 8.000 agricultores en el país. A través del proyecto pudo acceder a un crédito de $us 950 para comprar insumos agrícolas. Esto le permitió mejorar su producción de 36 a 120 quintales de maíz y de 3 a 13 quintales de frijol, y a aumentar su área de cultivo de 0,5 manzanas en 2010-2011 a 1.5 manzanas entre 2011-2012. Hoy José Manuel (al igual que otros agricultores y sus familias) ha vuelto a tener la oportunidad de cultivar sus tierras: el único oficio que lo hace feliz y que aprendió junto a sus hermanos gracias a sus padres.

Casos como el de José Manuel muestran que existe una oportunidad para mejorar tanto la seguridad alimentaria y promover la soberanía alimentaria de las comunidades agrícolas menos favorecidas. Desde 2009, el PMA en El Salvador ha comprado $us 1,8 millones en productos a los agricultores de este proyecto que es impulsado por la Fundación Howard G. Buffett, y que está también obteniendo resultados prometedores en Guatemala, Honduras y Nicaragua. En estos cuatro países, P4P está apoyando las políticas gubernamentales y los esfuerzos de 128 organizaciones de pequeños productores beneficiando a más de 26 mil agricultores.

Además de promover la seguridad alimentaria a través del fomento de la producción, y el acceso y el consumo de alimentos acorde con las necesidades de las poblaciones a nivel local, el PMA continúa allá donde es posible realizar compras que fomentan la soberanía alimentaria. Así, cerca de nueve de cada diez kilos de los alimentos que el PMA distribuye en América Latina y el Caribe provienen de productores de nuestra misma región.

En lugares como Haití, la leche por ejemplo es un pilar en la dieta de los haitianos; sin embargo, muchos de ellos no tienen más remedio que comprar costosos productos lácteos importados, o prescindir de ellos. En ese país el pasado año y gracias a una donación de Brasil, el PMA pudo comprar 676 mil botellas de leche a un grupo de productores de leche aglutinados en cooperativa bajo la marca Lèt Agogo (“Leche en abundancia”, en creole). Esto no sólo permitió que unos 17.700 niños de 48 escuelas recibieran dos botellas de leche por semana, además de la comida caliente que reciben a diario con el programa de comidas escolares, sino que además ayuda a esos pequeños productores a crecer.

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