Precipicio fiscal y desequilibrios globales
Más que una guerra de divisas, lo que se está dando es una guerra de relajación cuantitativa
Preocupan los profundos desequilibrios económicos de los países desarrollados y, en particular, la crítica situación de EEUU, que recién dio un paso adelante en su caída al precipicio fiscal con el recorte de $us 85 mil millones del gasto público, “secuestro fiscal” que provocará la pérdida de 750 mil empleos y una reducción de 0,7 puntos del PIB, por sus fuertes impactos negativos en la economía global. Entonces, uno se pegunta: ¿y quién podrá defendernos?
Se supone que después de la Segunda Guerra Mundial, justamente con el fin de evitar desequilibrios mundiales, nació el Convenio Constitutivo del FMI, adoptado en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas celebrada en Bretton Woods, New Hampshire, el 22 de julio de 1944, el cual señala entre sus principales fines, los siguientes:
a) Facilitar la expansión y el crecimiento equilibrado del comercio internacional, contribuyendo así a alcanzar y mantener altos niveles de ocupación y de ingresos reales, y a desarrollar los recursos productivos de todos los países miembros como objetivos primordiales de política económica. b) Fomentar la estabilidad cambiaria, procurar que los países miembros mantengan regímenes de cambios ordenados, y evitar depreciaciones cambiarias competitivas. c) Acortar la duración y aminorar el grado de desequilibrio de las balanzas de pagos de los países miembros.
Cuando, en los 80, los países en desarrollo registraron estos desequilibrios, el FMI, en nombre del Convenio Constitutivo, intervino y controló el manejo fiscal, fijando metas estrictas para el gasto y la subida de impuestos, así como topes para la expansión monetaria, junto con aumentos de sus tasas de interés y libre tasa de cambio. Los países fueron “condicionados” a cumplir estos criterios, con cargo a quitarles la ayuda y préstamos externos e incluso con amenazarlos con su salida del FMI.
Ahora, cuando los desequilibrios de los Estados Unidos son más graves y tienen un impacto mayor en la economía global, no pasa nada. Apenas una tímida rebaja de su calificación crediticia para salvar el honor de las calificadoras internacionales y alguna sugerencia de la Directora de hierro del FMI.
Como EEUU es de las pocas economías que tiene el permiso para emitir la cantidad de moneda que quiera, y porque el dólar es una divisa de aceptación global, no requiere modificar su tipo de cambio directamente, pero la relajación monetaria o flexibilización cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés) tiene efectos similares a una devaluación continua. Así, la decisión del Sistema Federal de Reserva (Fed), en diciembre pasado, de seguir comprando $us 85 mil millones mensuales con el fin de inyectar liquidez, tiene fuertes impactos cambiarios globales, aunque si la Unión Europa y Japón están haciendo lo propio, su impacto puede diluirse. En realidad, más que guerra de divisas es una guerra de relajación cuantitativa.
Sin embargo, pese a que la misión del FMI es evitar manipular los tipos de cambio o el sistema monetario internacional, para impedir el ajuste de la balanza de pagos u obtener ventajas competitivas desleales frente a otros países miembros, no dice nada respecto al despelote monetario y cambiario de los países avanzados. Así, da la impresión que el FMI y el Banco Mundial han sido diseñados para poner en orden a las economías en desarrollo y, sobre todo, para sancionar con expulsión a las que, como Argentina, no hacen bien sus estadísticas de inflación.