El gran hermanito
El socialismo como alternativa del capitalismo ha muerto, pero le han sobrevivido sus manías
Y yo que pensaba que el Gran Hermano de Orwell, esa pesadilla del siglo XX, había muerto definitivamente con el socialismo real! Necio como se vuelve todo el que quiere prever más o menos el desarrollo de la historia, pensé que el desastre mayúsculo y general que significó implementarlo en medio mundo nos ahorraría su reedición en el siglo XXI. Quién hubiera pensado que iba a entrar por la ventana apenas se lo había echado por la puerta, y en la propia casa.
Sí, el Big Brother volvió, sólo que en versión pequeña, formato latinoamericano, y además moreno y fandanguero: es el Gran Hermanito. Todos lo hemos visto los pasados días cuando se pretendió embalsamar el cuerpo de Hugo Chávez, se llegó a compararlo con Cristo y alguien dijo que era el comandante supremo de los pueblos. Da para imaginar al grupo militar y civil que se ha adueñado de Venezuela evaluando a estas alturas si después de todo la desgracia de la muerte de Chávez no está resultando mejor que si el caudillo hubiera seguido vivo, en orden a la necesidad de prolongarse en el poder. No se pudo embalsamarlo, pero nadie ha preguntado por qué, mucho antes de que empeorara, no se intentó clonarlo, con los abundantes recursos económicos que tiene ese país.
Mientras tanto, en casa, Evo Morales insiste en decir que es humilde pero no hace nada para evitar que sus seguidores se prosternen simbólicamente poniendo nombres a aeropuertos y haciendo museos en homenaje al líder. Hace como Ricardo III, que dejaba sutilmente que fuera el pueblo, no él, el encargado de cumplir sus sueños personales de grandeza. “¡Doy gracias a Dios por mi humildad!”, dice prepotentemente Ricardo III en la obra de Shakespeare, un verdadero tratado dramático de la sed inescrupulosa de poder.
Tampoco se supo dimensionar la capacidad de supervivencia de flores exóticas del socialismo, como Cuba y Corea del Norte, que, pese a la caída o reforma de las potencias mundiales, se las arreglaron para persistir en sus opresivos modelos sociales, y hasta para reproducirse sorpresivamente. De hecho, Venezuela es hoy una nueva Cuba, con población uniformada incluida.
Claro que el mundo que pinta Orwell es demasiado sombrío, demasiado estalinista para esta época. En ese sentido, el camelo del socialismo del s. XXI no se lo traga nadie, salvo como discursito para que el demagogo de turno se haga del poder de la manera más duradera posible. A lo más que se atreven es a estatizar algunos sectores estratégicos para practicar mejor el clientelismo político, al tiempo que aprovechan para montar teatros mediáticos como a los que se ha acostumbrado el gobierno de Morales. El socialismo como alternativa del capitalismo no lo cree ni un niño, ha muerto definitivamente, pero le han sobrevivido sus manías y los rasgos nefastos de su ideología, parte además de una larga tradición bien latinoamericana: el culto a la personalidad, el olímpico desprecio por las leyes y el espíritu democrático, la práctica de la demagogia como un verdadero deporte nacional, el cultivo del odio como fuerza movilizadora de las masas, entre otras cosas.
Así, la muerte de Chávez nada ha cambiado el estado de intoxicación ideológica del pueblo venezolano, al punto que muchos se han permitido sugerir que lo envenenó o contagió el imperio. Tan aficionados a los nuevos feriados como son, yo recomiendo a los chavistas recoger la idea de la semana del odio de 1984, la famosa novela de Orwell que estoy comentando. Pero quizá una semana es una exageración; bastarían dos minutos de odio en un mediodía, durante los cuales los miembros del partido gobernante podrían detenerse en sus arduas faenas de reconstrucción del país (en Venezuela hay la idea absurda de que Chávez “devolvió la patria a los venezolanos”) y gritar al unísono, allí donde estén: “¡Te odiamos imperio norteamericano!; ¡te odiamos oligarquía local!; ¡te odiamos capitalismo!”.
El Gran Hermanito no es idéntico al Gran Hermano pero ambos comparten una afición desmedida por el poder, y si para retenerlo, si es posible indefinidamente, es necesario torcer la Constitución, modificarla o sencillamente pasarla por alto, como hizo Chávez y como está haciendo ahora el Gobierno boliviano, pues adelante.