Trayectoria de los auges cíclicos
Los agentes privados y las autoridades están subestimando los riesgos económicos
Las leyes económicas no son ciertamente como las leyes físicas, tienen más bien el carácter de tendencias o de regularidades verificables cuando ocurren aproximadamente las mismas circunstancias. No se trata de relaciones inexorables de causalidad. Y a pesar de la convicción que abrigan muchos colegas, la economía no es una ciencia exacta. Por lo tanto, el mejor soporte del análisis económico está constituido por la observación histórica.
La historia enseña que los ciclos económicos suelen desplegarse a lo largo de una sucesión de fases características: el auge, la autocomplacencia, la crisis, la recesión y las reformas. En el auge ocurre un aumento de la tasa de crecimiento y de la disponibilidad de excedentes tangibles, lo que despierta los “espíritus animales” de los agentes estratégicos. Florecen los negocios, las inversiones y las ganancias. Es lo que ha ocurrido en los pasados diez años. Impulsadas por la demanda externa han aumentado las exportaciones tradicionales, junto con una explosión de ganancias en los sectores del comercio y las finanzas. En paralelo se ha reducido el desempleo abierto y se han elevado los salarios reales. El incremento más espectacular se ha dado, sin embargo, en la renta captada por el Estado, lo que ha facilitado una enorme redistribución de recursos fiscales en forma de bonos, que junto con las remesas de los trabajadores emigrados ha impulsado niveles inéditos de consumo a lo largo y ancho de la pirámide social.
Se podría argumentar que la tasa de crecimiento real en estos años ha sido más bien modesta si se la coteja con el aumento espectacular de las variables fiscales, y no es ni de lejos comparable con los niveles observados durante tres décadas en las economías asiáticas. Oportunamente habrá que buscar explicaciones para esta notoria discrepancia entre una macroeconomía de características excepcionales y un crecimiento real no muy superior al que se observó en periodos anteriores de auge cíclico, como el de la década de los años 70, por ejemplo.
El auge ha traído consigo distorsiones en las expectativas de los agentes privados, y ha cambiado también el inicial manejo prudente de las políticas macroeconómicas, debido a la presión populista y a las demandas de los diferentes grupos de beneficiarios del gasto público. El ciclo ha pasado así del auge a la autocomplacencia. Los agentes privados y las autoridades están subestimando los riesgos económicos, desestiman las señales provenientes del exterior, incurren en asignaciones equivocadas de sus respectivos recursos, y asumen obligaciones y compromisos que superan sus flujos de ingreso a mediano plazo.
En esta fase proliferan los errores de política económica, que distorsionan los parámetros de referencia para los agentes privados. A no mucho andar se anunciarán los primeros síntomas de descalce en las cuentas de los agentes públicos y privados. Por de pronto no se perciben cambios traumáticos, pero en algunos rubros de la actividad económica ya se están emitiendo señales sobre un cambio en la índole de la coyuntura. Las señales pueden ser todavía débiles, pero en algún momento se encenderán las alarmas en los sectores estratégicos de la economía. Es cuando se pondrá a prueba la calidad de las instituciones y de los liderazgos, porque las medidas que se adopten pueden mitigar la crisis o pueden también lograr su trasiego de uno a otro sector, hasta que se instale una recesión en forma.
Todavía estamos lejos de eso, pero no hay duda de que ya hemos ingresado en la fase de la autocomplacencia y de los errores correspondientes, alentados sin duda por el estilo de campaña electoral que despliega el oficialismo, cuyas ofertas clientelares exceden con creces la capacidad gubernamental de honrarlas en el futuro.