Y mi voto es por…
Hoy voy a votar por la democracia, independientemente del nombre o el rostro que marque en la papeleta.
Ya no soy tan joven, y sin embargo mis recuerdos de la época de la dictadura son muy pocos. Recuerdo el periódico del domingo: grandes espacios en blanco, atravesados por la palabra “censurado” en gruesas letras negras. Recuerdo a mis padres contando entre risas nerviosas cómo se escabulleron en la noche, violando el toque de queda al regresar de una fiesta con amigos. Recuerdo imágenes en blanco y negro de militares de bigotes negros y poblados. Recuerdo largos minutos en los que el noticiero del Canal 7 era abruptamente suspendido, reemplazado por barras de ajuste o por dibujos animados, y recuerdo la angustia que eso provocaba en los adultos. Recuerdo los gritos de celebración que se escucharon la noche del 10 de octubre, hace 32 años, cuando se recuperó a la democracia y se sentía una exultante esperanza en el barrio. Seguramente mis recuerdos de niña creciendo en un barrio alejado del centro de Cochabamba son irrelevantes en comparación a la forma en que se vivió la dictadura en el centro de La Paz, en los campamentos mineros, en familias donde hubo víctimas de represión y prisión y exilio y asesinato. Sin embargo, mis recuerdos le dan un aura de realidad a un periodo de nuestra historia que para muchos ya ha sido olvidado.
De acuerdo con datos del Tribunal Supremo Electoral, el 47% de los bolivianos que están hoy habilitados para votar tienen menos de 40 años, así que tienen recuerdos tan dispersos como los míos del periodo en que los gobiernos no se elegían en las urnas, o no tienen recuerdo alguno. Por eso —tal vez— muchos no le dan valor al hecho de votar y elegir y criticar y leer un periódico donde la palabra “censurado” no reemplace la opinión de nadie, por muy descabellada o injusta que ésta sea.
Es una casualidad valiosa que este año votemos en octubre, porque ha sido no solo el mes en que la democracia fue restituida para ya nunca irse, sino porque es también el mes en que decenas de bolivianos dieron su vida, en 2003, para transformar una democracia vendida y anquilosada en un sistema en el que no se decida por encima de nuestras cabezas, en el que se respete al ganador en las urnas y se deje de hacer alianzas patrióticas y cruzar ríos de sangre para repartirse ministerios, aduanas y prefecturas. Hoy voy a votar por la democracia, independientemente del nombre o el rostro que marque en la papeleta. Y lo voy a hacer en honor a quienes dieron sus vidas para recuperarla hace más de 30 años, y en homenaje a quienes ayudaron a consolidarla en los días tristes y luminosos de octubre, hace 11 años.