Sin querer queriendo
Siempre me he preguntado cómo es posible que el ‘Chavo del Ocho’ o el ‘Chapulín Colorado’ sigan viéndose.
La muerte de Roberto Gómez Bolaños, mejor conocido como Chespirito, ha desatado una ola de nostalgia entre quienes —como yo— aprendimos a ver televisión con sus personajes. En ese entonces, cuando Canal 7 comenzaba a emitir a las 17.00, un grupo de actores adultos disfrazados de niños, con un estilo de actuación, vestuario y maquillaje circense y repitiendo en cada programa los mismos dichos y frases, era la natural manera de ver una televisión recién aprendiendo a hacerse.
Siempre me he preguntado cómo es posible que treinta y tantos años después el Chavo del Ocho o el Chapulín Colorado sigan viéndose, con una audiencia que no solo ha crecido viendo televisión nacional sino cine, cable, piratería e internet y, por tanto, está más que preparada para entender esos programas como lo que son: pobrísimas representaciones de teatro pobremente filmadas, con personajes arquetípicos totalmente maniqueos, que no crecen, evolucionan, ni cambian; historias de un conventillo de clase pobre en un pobre barrio del Distrito Federal mexicano, donde los personajes viven y mueren sin cuestionarse por qué unos son chusma y otros no, por qué hay quienes no pueden pagar la renta, por qué nadie aprende nada en la escuela y por qué un niño puede vivir en un turril sin que eso se cuestione de ninguna manera. Episodios en los que cada problema o malentendido se resuelve a través de la violencia, no por estilizada menos evidente.
Me dirán que estoy siendo demasiado severa: que esto es, al final de cuentas, comedia. Es también comedia el programa peruano La Paisana Jacinta, que hace poco fue sacado del aire debido a que retrataba de manera discriminadora a la mujer de pollera. Son también comedia el teatro popular y los espectáculos de variedades que representan al “otro” como caricatura, destacando rasgos negativos, exagerando estereotipos y fijándolos así en la conciencia colectiva.
En términos de representación, la comedia no es menos peligrosa que el drama, pues la televisión y el cine construyen imágenes que poco a poco terminan definiendo para el espectador los rasgos identitarios, propios y ajenos. Puede que por cada película y programa de televisión en el que el ladrón es joven y negro no habrá en Estados Unidos un muchacho abatido a tiros por caminar por la calle, pero no se puede negar que existe una relación entre la manera en que un grupo es construido en la ficción y la manera en que el espectador promedio trata a ese grupo en la vida cotidiana.