Sacrificio de animales
El asesinato y tortura de animales de pelaje negro es algo frecuente en la Curva del Diablo
A un costado de la autopista La Paz-El Alto, un grupo de personas, principalmente delincuentes y transportistas, ha instalado una suerte de santuario a la altura de la famosa Curva del Diablo. Hace tres años, ese sitio llamó la atención de la opinión pública luego de que se encontrase cerca del altar el cuerpo sin vida de un hombre, aparentemente asesinado como ofrenda satánica.
A raíz de este hecho y los frecuentes accidentes que ocurrían justo en esa curva, en agosto de 2011 trabajadores de la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC) retiraron la roca donde se encontraba la imagen en torno a la cual se congregaban entre 30 y 50 personas cada martes y viernes, y que llevaba inscrita la frase “Tío Lucifer” en la parte inferior. Otras cuatro figuras, tres de ellas pintadas de color rojo, flanquean el ícono principal.
Pese a esta remoción, una nota publicada el domingo en este diario advierte que los seguidores de este culto hace tiempo que han vuelto a edificar un nuevo altar, y que el asesinato y tortura de animales es algo frecuente en el lugar, principalmente de perros, gatos, conejos y gallos de pelaje negro. Según la Fundación Animales SOS, algunos animales son envueltos en aguayos para luego ser apuñalados, otros son ahogados y otros más son enterrados con vida.
La noticia surgió a raíz de la preocupación manifestada por algunos activistas sobre el proyecto de ley que actualmente se debate en la Asamblea para la defensa de los animales, y que supuestamente legaliza este tipo de inmolaciones. En efecto, uno de sus artículos reconoce el sacrificio de animales en concordancia con los usos y costumbres de algunas comunidades indígenas. En esta categoría entraría por ejemplo la Wilancha, ceremonia andina en la que se acostumbra degollar a una llama para ofrendar su sangre a la Pachamama.
Consultada por La Razón, la proyectista de la norma, la diputada María Chuca (MAS), respondió que no se debe confundir entre los sacrificios y torturas que ejecutan los satanistas en la Curva del Diablo y las ofrendas de los pueblos originarios a la Pachamama, pues son costumbres totalmente distintas.
Efectivamente se trata de ritos diferentes; no obstante, algunos activistas, así como ciudadanos que están a favor del respeto hacia todos los seres vivos, temen que esta norma abra una ventana para que los satanistas y otros grupos que gustan de sacrificar y torturar a los animales legalicen sus actos, con el argumento de que se trata de usos y costumbres propios de su cultura.
Una preocupación que ciertamente debería ser tomada en consideración antes de que la norma de marras se apruebe, pues, como bien se sabe, no hace falta formular una ley para legalizar las costumbres andinas, pero sí hace falta una norma que sancione el maltrato y la tortura de animales en el país, y cuanto menos excepciones tenga, más efectiva será.