Bibliotecas
Acumular libros y dar la oportunidad a todos de leerlos es una excelente manera de enseñar a pescar
Ese extraordinario revolucionario ruso que fue Víctor Serge contaba en sus memorias cómo su generación viajaba al exilio europeo en busca de un lugar dónde vivir y que tuviera buenas bibliotecas. En uno de esos recintos (en Londres) escribió Carlos Marx su memorable El Capital. Célebres fueron las dos bibliotecas de Alejandría incendiadas por la locura y el fanatismo; y hay muchas más a lo largo del mundo.
Sin embargo, éste es el gran déficit de Bolivia, y particularmente de las universidades bolivianas, tanto públicas como privadas. El IDH ha permitido muchas nuevas construcciones universitarias, pero el presupuesto de las bibliotecas es muy reducido. Si las casas de estudios superiores invirtieran en serio en tener lugares para que alumnos y docentes puedan leer, no existirían discusiones estúpidas sobre si los catedráticos deben o no vender libros de su autoría a los estudiantes. Falsa discusión, porque queda claro que no se puede obligar a los estudiantes a comprar libros, y más bien debería premiarse la producción intelectual de los catedráticos, y ojalá cada uno de ellos (por lo menos los titulares) contribuya al conocimiento con algún texto.
Las bibliotecas públicas son espacios colectivos donde quienes no tienen dinero o posibilidades de conseguir los libros pueden ir y leer o prestarse por algunas horas los libros. Las privadas definen a sus dueños. Por ejemplo, el solo leer el trabajo de la historiadora boliviana Esther Aillón sobre las bibliotecas de los insurrectos de 1809 me ilustró sobre el hecho de que la biblioteca de Mariano Serrano tuviera aproximadamente 1.500 ejemplares. Una cantidad enorme para la época. Como se sabe, Serrano presidió la Asamblea Constituyente que dio origen a Bolivia y yo lo tenía catalogado como uno más de los doctorcitos dos caras sobre los que habla Charles Arnade. Pero, habida cuenta de estos nuevos datos, prometo investigar más sobre el personaje. Alguien que acumuló tantos libros en una época tan azarosa y difícil merece la pena una investigación más profunda.
Si tuviera que definirme, diría que soy un hombre de libros. Lo fui desde que aprendí a leer hace casi 50 años, o quizás desde antes de nacer, pues mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos poseían bibliotecas. Con el tiempo solo he llegado a convencerme de que acumular libros y dar la oportunidad a todos de leerlos es una extraordinaria manera de enseñar a pescar en vez de dar pescado.
Quizá si tuviésemos mejores bibliotecas en las universidades tendríamos estudiantes con más ganas de leer y superarse; así como más docentes que estén dispuestos a dar exámenes para ganarse el puesto de trabajo y no pretender que se les regale la titularidad tan solo por antigüedad. Bueno, la verdad, quizá sea mucho soñar.