Gravamen arancelario
Los aranceles elevados terminan generando aparatos productivos obsoletos e ineficientes
Una noticia que pasó casi desapercibida durante la semana fue la promulgación de un decreto supremo que eleva el gravamen arancelario para la importación de 35 productos, entre ellos calzados, vinos, uvas, lácteos y sus derivados, hortalizas, café en todas sus diversidades y otros que son de consumo habitual, pues forman parte de la canasta familiar de los bolivianos.
El Ejecutivo y los sectores empresariales han señalado que el propósito de esta disposición de carácter impositivo es el de “proteger la producción nacional”, y evitar que el contrabando siga campeando en los mercados y centros de abasto del país. Cabe recordar que a inicios de septiembre se duplicó el gravamen arancelario para la importación de equipos portátiles de computación, tabletas y celulares inteligentes, con el fin de mejorar la competitividad de los productos que ensambla la empresa estatal Quipus. Sin embargo, no es común encontrar estos equipos nacionales en las tiendas especializadas en este rubro; de todas maneras los precios para las nuevas partidas de esta gama de artefactos se incrementarán en torno al 10%. Para muestra, basta este botón.
Huelga recordar que los aranceles son una medida artificial que los gobiernos suelen imponer principalmente para contrarrestar la amenaza de productos de otros países o la pérdida de ventajas competitivas, mantener el equilibrio de la balanza de pagos y la seguridad nacional, fortalecer los ingresos fiscales o proteger la industria naciente, consistente en la aplicación de un impuesto indirecto que grava los bienes que se importan. La principal consecuencia de esta medida es la elevación casi automática de los precios en los productos afectados, que naturalmente es transferida al consumidor final.
Si bien en el corto plazo esta medida puede parecer un mecanismo de salvaguarda a la producción nacional, sus efectos en el mediano y largo plazo pueden ser más perjudiciales y dañinos a la estructura económica en general, por cuanto ocasionan problemas de competitividad a las empresas locales, ya que terminan aislándose de la competencia global y dejan de tener incentivos para invertir en innovación, a la vez que transfieren a la población los sobrecostos y las ineficiencias naturales del espejismo proteccionista.
En este ámbito, los países que se empeñan en mantener aranceles elevados corren el riesgo de generar aparatos productivos obsoletos, con la consecuente pérdida de calidad en el consumo de la población, lo que a la postre se traduce en una menor calidad de vida. Por caso, en las próximas semanas la población deberá esperar precios más altos por los zapatos que usa o por el cafecito que bebe por las mañanas. Así, al final el remedio resulta peor que la enfermedad, en la medida en que el proceso de industrialización tiene un ritmo más lento que las necesidades de los consumidores.