Sueltos de la mano de Dios
El poder de los médicos es mayor en la medida en que sea más difícil obtener una cita.
Así es como viven en nuestro país miles de ancianos y ancianas, quienes para ser castigados han cometido el único pecado de dejar que el tiempo se lleve sus energías y su capacidad de trabajo.
Hay quienes no tienen siquiera el consuelo de recibir de parte de sus hijos una moneda, una sonrisa o un brazo que les sirva de bastón y apoyo. Hay muchos que, doblados y adoloridos, siguen levantándose cada mañana para salir a buscarse unos pesos. Sí, es verdad que ahora todos reciben una renta que los dignifica.
Pero el monto es aún insuficiente para solventar la vida de quienes deben todavía mantenerse a sí mismos, después de toda una vida buscándose la vida.
Vivir en La Paz siendo un anciano es durísimo. El frío carcome. Las calles empinadas castigan las rodillas e imponen un adicional esfuerzo a los músculos cansados. El transporte público es una tortura: minibuses y buses a los que hay que subir con impulsos impensables para quienes no tienen piernas fuertes y espaldas ágiles. Choferes que parten raudos antes de que el pasajero pueda sentarse, haciendo que incluso el más joven pierda el equilibrio —ni hablar de las personas mayores—. Sí, es verdad que ahora existen los buses PumaKatari, donde los ancianos reciben un trato preferencial y tienen asientos designados. Pero la cantidad de buses y las rutas que cubren son aún insuficientes.
Las personas mayores tienen, por razones obvias, problemas de salud múltiples y acuciantes. Y sí, hoy existe un seguro universal para la tercera edad que permite a los ancianos atender sus necesidades médicas en toda la red de postas y hospitales públicos, estén o no asegurados. Es un gran avance. Pero la capacidad de los servicios públicos es insuficiente, y no existen mecanismos que permitan una atención adecuada para los ancianos.
Si la Policía puede establecer un sistema de reserva por internet para la inspección vehicular, debe ser perfectamente posible para la Caja Nacional de Salud crear una forma de distribución de fichas vía electrónica. Así se evitaría que las personas mayores (o sus hijos) tengan que estar haciendo cola desde las cinco de la mañana, para recibir una cita médica en un horario que nunca se cumple, por lo que otra vez deben esperar mucho tiempo en pasillos hacinados donde no siempre los ancianos reciben la cortesía de un asiento.
Yo tengo una teoría de por qué no se implementa un sistema más racional y cómodo para reservar citas médicas en la red de hospitales públicos: podría generar que los asegurados se atiendan de todas sus dolencias, busquen remedio a sus dolores y prevengan enfermedades antes de que se desarrollen o se hagan críticas. Y si todos los enfermos se tratan o se curan —¡Dios no lo permita!— el sistema actual de salud colapsaría, en términos físicos (¿hay suficientes doctores? ¿hay suficiente infraestructura?), pero también en términos simbólicos. No podemos negar que el respeto a la palabra del doctor se incrementa en la medida en que se dificulta el acceso a ella. No podemos negar que el poder de los médicos es mayor en la medida en que sea más difícil obtener una cita con alguno de ellos. Imponer un sistema tan desconsiderado con todos y tan inhumano con los ancianos es la manera perfecta de desanimar a potenciales usuarios del sistema público de seguridad social, y empujarlos a buscar ayuda en clínicas y hospitales privados. ¿A quién beneficia eso? me pregunto.