Aparecen los neorreaccionarios
Esta vez el fantasma que recorre el planeta no viene de la izquierda, sino de la extrema derecha
Esta vez el fantasma que recorre el planeta no viene de la izquierda, sino de la extrema derecha. A esa conclusión han llegado conocidos pensadores preocupados por el éxito de la audiencia política y de la hegemonía mediática de los analistas antimodernos y de los neoconservadores anclados en ambos lados del Atlántico. Esa corriente se ha traducido en victorias electorales en naciones europeas como Polonia, Hungría, Dinamarca, Francia y otras; además, con resonante presencia en los debates preelectorales americanos, donde el espectro de un Donald Trump presidenciable se perfila con clara posibilidad. Parejas tendencias se registran en sonados triunfos de la derecha latinoamericana en Venezuela y Argentina, que salpican hasta espacios tan alejados como Taiwán. A ello se puede añadir los rotundos fracasos de ciertas izquierdas que, como Tsipras en Grecia, una vez en el poder aplican medidas netamente contrarias a su credo, nacionalizando empresas públicas, puertos, aeropuertos, etc. para paliar la crisis y, sin embargo, fallan en ese empeño.
Si bien las innovadoras recetas económicas provienen de EEUU y del mundo anglosajón, no es menos cierto que el crisol de las ideas políticas se sigue originando en la mente de los académicos franceses. Así se explica los debates que incendian los medios en palabras y en imágenes para retratar a quienes se los moteja como los “neorreaccionarios”. Con este motivo, se ha desempolvado una obra que parecía utópica cuando apareció en 2002, y que ahora ha adquirido actualidad. Se trata de Le Rappel à l’ordre (Llamado al orden) con un subtítulo esclarecedor: “Encuesta sobre los nuevos reaccionarios”, escrito por el historiador de ideas Daniel Lindenberg. Una reedición del libro asegura que al cabo de 14 años, la dinámica descrita se ha fortalecido no solamente en Francia, sino también allende los mares, dando lugar a una verdadera “revolución conservadora”, marcada por la búsqueda de la identidad, sea nacional o comunitaria. Ello, se dice, ha liberado de sus complejos a la verba reaccionaria. En las izquierdas de Francia, golpeada fuertemente por los yihadistas del Estado Islámico, se digiere con dificultad la constitucionalización del “estado de urgencia” y el mayor poder otorgado a la Policía, todo para preservar la seguridad ciudadana. Pero, aparte de EEUU, donde la opinión pública continúa traumatizada por el 9/11, ¿cuáles son las motivaciones para ese imparable giro hacia la derecha en las consultas populares de las Américas y en los confines asiáticos?
Las atrocidades cometidas por el Daesh, propagadas globalmente en las redes sociales, han contribuido a intoxicar las mentes juveniles en Europa, particularmente en los sectores pobres y excluidos. Esto explica la irrefrenable afluencia de jóvenes que acuden al llamado del islam radical. En Francia, como en otros países, se forman células especializadas en ofrecer asesoramiento a familias que detecten síntomas de radicalización en sus hijos, antes que éstos decidan viajar vía Turquía a los bastiones del Daesh. Esa modalidad y otras se muestran flacas para impedir la seducción extremista.
Entretanto, los fundamentalistas del EI han conseguido su objetivo mayor: aterrorizar a las naciones occidentales y fijar su propia agenda en esta guerra asimétrica, en la cual es el Daesh el que fija cuándo y dónde se entablará el enfrentamiento o el momento en que se romperá la silente pausa hasta su próximo golpe. Pero éste es solo uno de los diversos factores que impulsan la revolución conservadora. También están el agotamiento del sistema capitalista junto a la decepción causada por la distorsión de la democracia representativa tal cual se opera tradicionalmente, donde el acceso al mando es imposible para partidos políticos ajenos a los grupos de poder económico, a los medios de comunicación y a los favores fiscales. En ese escenario surgen, se dice, los nuevos reaccionarios que se manifiestan contra la cultura de masas, los derechos humanos, el feminismo, el antirracismo y obviamente el islam. Por el contrario, proclaman la restauración del orden, el principio de autoridad, el retorno a los valores tradicionales, al Estado de derecho y al reconocimiento del “pueblo real”, basado en las raíces ancestrales que forman la identidad nacional. Ese flujo de ideas no es exclusivo de la sociedad europea, y con las variantes vernaculares se repiten en las Américas, donde la inquietud por la ausencia de límites de la sociedad abierta causa preocupación.