Sequía: agua cero
La sequía es consecuencia de la distorsión del clima por el egoísmo y la ambición del capitalismo.
Nunca, en ningún tiempo como éste del proceso de cambio se previno tanto y se obró en defensa de los recursos naturales y en especial del agua. Bastaría nombrar la resolución de la ONU que, a pedido de Bolivia, declaró en 2011 que “el acceso al agua potable y al saneamiento es un derecho humano esencial para el pleno disfrute del derecho a la vida”.
Esa declaración se apoyó en las conclusiones de dos cumbres organizadas en Cochabamba. En 2010, por ejemplo, en Tiquipaya, la Conferencia Mundial de los Pueblos contra el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra condenó al capitalismo depredador. Delegados de 18 países que, además de sus ponencias, atendieron los trabajos de 17 mesas bolivianas sobre temas urgentes como la creación de un tribunal de justicia climática, la avalancha de transgénicos, los riesgos del mercado de carbono y bonos verdes, el fracaso del Protocolo de Kyoto, etcétera. Luego, la sordera de la COP 16 en Cancún ante las alertas de Bolivia sobre la catástrofe global que venía. Igual angustia en las subsiguientes COP 17 y 18 (Lima y París). El mismo despótico desdén capitalista. ¡Y ahora los desplantes que ya vendrán con el anticlimático Trump!
Por la defensa del agua se denunció a Chile, que saquea las vertientes potosinas del manantial Silala desde 1905. En lo álgido de ese reclamo (que un microcéfalo mediático dijo que era una maniobra de Evo Morales para distraer una demanda salarial de la COB), publiqué en este diario un alegato de 22 coplas, entre ellas: “No tuerzas el Lauca, no robes el mar, ni digas que es río lo que es manantial”. Ahora Chile ofrece “regalarnos” el agua que nos roba.
En esa pródiga fuente habría que vaciar la sugerencia del vicepresidente García Linera para crear cientos de lagunas artificiales con el agua que fluye por el subterráneo del país. Y habría también que saber de la esforzada construcción de 873 tanques (cisternas) para cosechar agua de lluvia en el Norte de Potosí, obra novedosa de Don Goyo, una empresa mexicana de ecotecnologías.
Mucho antes, en 1984, con el Grupo Calicanto grabé en México un disco para tomar conciencia del drama norpotosino por una sequía de más de mil días y el éxodo de la gente hacia cualquier parte en pos de solidaridad. La cantata Sequía no maldice a nadie y menos pide la caída del Gobierno porque no haya lluvia. Apela a la unidad y cooperación de los pueblos frente al desastre. La sequía no es un castigo de Dios, sino la bastarda consecuencia de la distorsión del clima por el egoísmo y la ambición del capitalismo. Y es de estúpidos achacar imponderables de ciclones o diluvios a los gobiernos.
Después, en los años noventa, creamos un réquiem por la muerte del río Choqueyapu, reo del veneno industrial fabril y el desprecio paceño al usarlo como basurero: si el agua brota del suelo y ahora no tenemos mar, ¿a quién va a dejarle el río sus orillas de llorar? Agua que no has de beber déjala correr, déjala para la sed del que va a nacer.
En la Biblia, el profeta agitador Isaías denuncia a los depredadores del clima y la vida: “Venid a mí, oh naciones, y escuchad: contaminada está la tierra por sus habitantes; por eso la maldición la devorará enteramente, arruinada quedará y totalmente devastada”. Parecen palabras del socialismo antiimperialista de hoy, ¿no ve?