Aquí, acullá, hay políticos sin complejo
El gobierno de Macron se anuncia fundamentalmente interesado por la defensa del capital financiero.
El nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, logró el apoyo electoral de una amplia mayoría parlamentaria. Por ello, frente a las actitudes belígeras de los ingleses camino al brexit, a la peligrosa agresividad de Trump y a la amenaza multiforme del terrorismo, el simpático Macron es una figura dinámica y moderna. Es el joven de la película.
Pero no nos perdamos. El nuevo gobierno francés coqueteó con la izquierda reformista del expresidente socialista Hollande, con el centrista Bayrou y con los restos de la derecha republicana de Fillon, sepultado por los escándalos de presunta corrupción. Finalmente, para llegar a su fin, Macron disputó el electorado de la extrema derecha. Para seducir y obtener el apoyo de esa franja de la población francesa, tuvo que adoptar y proclamar políticas extremistas de derecha. Si Marine Le Pen proponía políticas extremas, Macron se declaró de la “derecha sin complejo”; léase: “derecha sin complejo de reivindicar ideas de la extrema derecha”.
Muchos dirán que esa política es moderna y dinámica; que es prueba de la libertad de pensamiento. Pero en realidad, en este periodo convulsionado, de recesión y de temores, el gobierno de Macron se anuncia proteccionista, belicista, intervencionista, xenófobo y fundamentalmente interesado por la defensa del capital financiero. ¿Y el bienestar del hombre? Bien, gracias.
Este fenómeno de falta de definición, o más bien de habilidad del homo politicus para ocultar su verdadera identidad política, también se lo percibe en Bolivia; pero esta vez con algunos políticos que creíamos e imaginábamos de izquierda. Muchos de ellos participaron en los inicios del proceso que vive el país. Fueron ideólogos, gestores de pautas diplomáticas, responsables de políticas de avanzada, portavoces oficiales.
En un inicio se sintieron los intelectuales indispensables, los líderes únicos, los detentores de la probidad. Pero hoy son acérrimos enemigos del proceso. Proclaman bulliciosamente su verdadera naturaleza. Están detrás de todas las protestas y de todos los barullos. Esos hombres fueron en su juventud luchadores contra las dictaduras, pero al ver que los intereses de sus familias, que los privilegios de su clase eran afectados o que no se les reconocía a su justo valor, se declararon de la “otra izquierda”.
Se separaron del proyecto de cambio. Denuncian todas las acciones, buenas o malas. Son abanderados de todas las protestas. Se hacen los portaestandartes de cualquier reivindicación. Califican las medidas gubernamentales como “enfermizas triquiñuelas para disfrutar del poder”. Perdieron la capacidad de reflexión, de análisis y de honestidad intelectual. Se dicen analistas políticos o politólogos. Ciñéndonos a la verdad, son y serán simplemente políticos fracasados.
Son viejos amigos que se reconocerán. No sé si perciben cuánto se han traicionado ellos mismos. Creen seguir siendo de izquierda. Imaginan que mantienen sus ideales de juventud. Para mí, hace mucho que ya no son ni siquiera centristas. Pretenden que los traicioneros son los otros. No quieren admitir que necesitamos nuevas estructuras mentales para avanzar en el tercer milenio.
En nuestros años mozos, cuando las dictaduras perseguían ideas, corrimos codo a codo. En el exilio, forzado o voluntario, lucharon junto a los movimientos de izquierda que defendían los sueños de una Bolivia soberana, inclusiva y digna; sueños que niegan haber compartido. Ellos tienen derecho de decir que son de la “otra izquierda”. Derecho sí, pero para mí, es una manera de disfrazarse con el calificativo de la “izquierda sin complejo”; lo que en sí es la derecha pura y dura.