Ciudad mercado
Sufrimos un azote gremial con bloqueos, manifestaciones y secuestros que inculcan nuestros derechos constitucionales y que soportamos con un estoicismo que raya en la sandez.
Los motivos o las disculpas que declaran estos grupos corporativos ya no conmueven. Al ciudadano le importa un rábano las motivaciones de estas “luchas” callejeras, y pide a gritos que hayan días de paz en esta ciudad. Pero, algunos estudiosos como Arjun Appadurai pronostican más acciones tribales en las sociedades de este nuevo siglo. Según ellos, el modelo nación-Estado y el sistema democrático occidental se desmoronan sin remedio. Pero, apartando un instante la amargura cotidiana, interpretemos el fenómeno del comercio informal en esta ciudad con una visión poliédrica para deslindar claramente responsabilidades de gestión. En esa línea, esbozo tres reflexiones.
La primera de ellas: nuestra milenaria tradición de vender o transar al exterior. Las culturas precolombinas lo hicieron y de esas costumbres quedan profundos atavismos culturales.
La segunda: es un tema estructural. Este fenómeno se inicia en el proceso de 1952. Ese movimiento desató las fuerzas ocultas del mercado, y fundó el modelo capitalista dependiente que desestructuró el espacio rural bajo la consigna ideológica de “la creación de una burguesía nacional”. Desde entonces, el migrante rural, futuro comerciante callejero, desempleado y desatendido, ocupa las calles para sobrevivir. A partir de ese momento histórico, y bajo las dictaduras militares, el 21060, y todos los demás gobiernos, el fenómeno del comercio informal se extendió hasta el descomunal estado presente.
Con ello en mente, si tenemos que pedir cuentas de este fenómeno descontrolado, de esta ciudad-mercado, es a todos los gobiernos que fueron incapaces de brindar trabajos estables y empleos dignos para evitar que una población desesperada tome el espacio público. No es solo un tema municipal. Es un problema estructural resultante del modelo de desarrollo, capitalista-dependiente, que elegimos para vivir. Y así lo explica, sin retaceos ideológicos, Emilio Pradilla cuando cuestiona la visión neoliberal (Hernando de Soto) que entroniza o glorifica al comercio informal.
Tercera: la angurria capitalista jamás duerme y la de los partidos tampoco. Este monstruo gremial ha desarrollado en su interior una lumpen-burguesía, poderosa y acaudalada, que maneja a sus bases como cualquier grupo de poder a sus lacayos. A ella, y siguiendo nuestras prácticas politiqueras, se suman dirigentes vecinales amañados que pretenden decidir por todos nosotros y piden sin ruborizarse un trasnochado revocatorio.