Historia a trompadas
‘La historia es el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto’ (Paul Valery)
Una tarde, cuando regresaba a mi casa después de pasar unas soporíferas clases de historia, choqué accidentalmente con el matón de mi curso. Su corte militar, su cara llena de pecas y sus labios fruncidos como alistándose para tocar la trompeta de guerra enmarcaban un cuerpo fuerte y cuadrado. Me empujó y desafío a unas trompadas en un callejón próximo del colegio. No tuve más remedio que aceptar el reto, azuzado por sus amigos y los míos.
El miedo me invadió, pero no podía echarme atrás, así es que puse mis útiles escolares en el suelo y mi adversario, con una sonrisa socarrona, festejado por su grupo, se remangó su camisa y se me abalanzó. Caímos los dos y corrieron a separarnos. Luego emprendimos el paseo de un gallo de barrio popular y un orpintón de la zona Sur. Estuvimos como media hora lanzándonos golpes y ninguno cedía, porque la señal del “chocolate” o sangre que corría por la nariz o los labios era el momento de parar la pelea y determinar al ganador; pero antes de que ocurriera esto, unas señoras acompañadas de un policía nos separaron, y la gresca acabó con el desbande del ocasional público.
Me quedé solo a recoger mis bártulos de estudiante y me fijé en el nombre del callejón: Zárate Willka. La semana siguiente le pregunté a mi profesora de historia sobre el nombre, frunció el ceño y me respondió que no sabía quién era. Yo no entendía entonces que preexistía una historia oficial, escrita y sacralizada por la clase hegemónica que había decidido hacer desaparecer al indio revoltoso para evitar la emulación por otros levantiscos.
Cuando llegamos al tema de la Guerra Federal (1889-1900), su nombre no se mencionó ni una sola vez. La profesora solo se refería a José Manuel Pando y Severo Fernández Alonso como los protagonistas. El nombre me perseguiría, hasta la publicación del libro Zárate, el temible Willka: historia de la rebelión indígena de 1899, de Ramiro Condarco Morales, un intelectual de gran valía como lo demostró después y al que le pusieron trabas para ingresar a la Academia de Ciencias, dominada por la clase intelectual del MNR, conformada por familias criollas.
Paul Valery sostiene que “La historia es el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto.” Y sobre todo cuando tiene el propósito de ocultar o manipular sucesos, tal como ocurrió con la Guerra Federal y otros acontecimientos en los que la participación indígena y popular fueron intencionalmente ignorados. Sin embargo, la memoria oral, la escritura simbólica y los ritos son elementos nemotécnicos que los abuelos operaban para mantener candentes la historia de los desencuentros con la cultura dominante, durante la auca pacha o tiempo de encuentros bélicos.
El Estado republicano y neoliberal tuvo a su servicio intelectuales encargados de construir la imagen y el discurso convencional que fueron declarados textos oficiales para la enseñanza, cuyo propósito era suavizar la conquista colonial y fraguar la imagen de civilizadores a sus herederos criollos; además de ocultar los encuentros bélicos y la resistencia indígena. En las últimas décadas, los estudios críticos empezaron a develar las tergiversaciones de los datos históricos glorificados, ocasionando en los historiadores positivistas y conservadores desconcierto y alarma.
Estos contenidos no solo se refieren a la historia de las luchas políticas, sino también a la historia del arte y la ciencia, que se repiten como una letanía inservible. Los estudios alternos desde los sectores protagonistas apuntalaron las condiciones para develar la historia secreta o reservada y obligaron a abrir archivos desconocidos, siendo los archivos militares del Estado Mayor un escollo que se resiste a la luz.
Las narrativas epistemológicas en las ciencias sociales han tenido un avance extraordinario, y nos permiten, a través de sus métodos, cuestionar el poder y los mecanismos de represión. Foucault, para entender los proyectos de dominación, instala la frase de Von Clausewitz, cuando éste definía a la guerra como “la continuación de la política por otros medios”.
Aquel día lejano de pugilato entre un señorito y un cachorro de cholo, cuando leí por primera vez el nombre de Zárate Villca, aprendí que la soberanía tiene que ver con la historia y las ideas, que es un combate sin tregua contra los que secuestraron nuestra memoria para ligarse jurídicamente a la continuidad del poder.